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Opinión
Editorial - Olvidos y conductores
La Punxa - Maragallades?
Catalunya se pone flamenca
Rosa Torres
La distancia tiene los mismos efectos sobre el amor a la tierra natal que el viento puede tener sobre el fuego. Lo mata si es débil y lo acrecienta hasta convertirlo en un incendio si es robusto. Por eso arden los corazones de los miles de andaluces y andaluzas que a mediados del pasado siglo XX llegaron hasta aquí en busca de una oportunidad para prosperar, de una puerta por la que entrar a un futuro que en el sur era una enorme tapia blanca difícil de franquear. Cada año, en el mes de abril, ese fuego se reaviva y encuentra su principal foco en el recinto de la Feria de Catalunya. Una Feria como la de allí, pero que, en este clima y este entorno va cobrando matices y personalidad propios, porque las gentes que la han impulsado han sabido sumar a sus raíces andaluzas buena parte de la identidad de la tierra que los acogió, en una mezcla gozosa que tiene su reflejo en la fiesta. El andaluz es un pueblo que encuentra en la fiesta una forma de expresarse, el modo idóneo para el encuentro y la distensión, sin que ello justifique ese tópico anacrónico e insostenible que relaciona a los andaluces exclusivamente con la diversión. Basta comprobar la transformación experimentada por Andalucía en estos 25 años de autonomía, justo cuando ha podido empezar a decidir sobre su futuro, cuando logró emanciparse de poderes que habían lastrado su crecimiento durante siglos, cuando ha recuperado la autoestima colectiva. En sólo un cuarto de siglo, Andalucía le ha ganado el pulso al progreso consolidándose como una comunidad innovadora, sumergida de lleno en el desarrollo tecnológico, a la vanguardia en investigación en materia de células madre o energías renovables. Una Andalucía con una economía sólida que crea empleo de calidad y que es hoy la segunda en España en número de empresas, con 486.000 sociedades. Una Andalucía del bienestar, puntera en determinados derechos sociales, sobre todo en el ámbito educativo y sanitario. Nos sabemos herederos de una cultura rica y milenaria, alumbrada por la luz de nuestras tradiciones y la obra de creadores de talla universal, una riqueza que está siendo, además, un recurso económico de primer orden. De ahí el impulso que están recibiendo nuestras industrias culturales, que además de contribuir al desarrollo suponen una forma de escapar al maremágnum de la globalización, preservando nuestra diversidad e identidad cultural sin caer en localismos furibundos. El nuevo Estatuto de autonomía, que los andaluces y andaluzas refrendaron el pasado mes de febrero, es un eficaz instrumento para seguir avanzando desde nuestra singularidad en el marco único del Estado español. En Catalunya residen hoy más de 700.000 personas de origen andaluz, lo que justifica que muchos hablen de una novena provincia emplazada en el norte. Constituyen una población absolutamente ejemplar, que ha sabido mantener vivas las tradiciones con las que llegaron y, al mismo tiempo, integrarse en la sociedad que los acogió. El tapiz catalán ya no es concebible sin los hilos que llegaron del sur para tejerlo. La comunidad de origen andaluz siente también a esta tierra como suya. Así lo evidencia su creciente presencia en todos los sectores de la vida catalana, con ejemplos tan ilustrativos como el actual presidente de la Generalitat, nacido en Córdoba. Con esta presencia hemos hecho que Catalunya sea un poco más andaluza, más meridional y haya enriquecido su acervo con la aportación de unas gentes que portaban en sus viejas maletas tres mil años de historia y una forma de ver el mundo aquilatada como pocas en el mestizaje y el tiempo. Rosa Torres. Consejera de Cultura de la Junta de Andalucía
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