VIAJE A LA GUERRA

Hernán Zin está de viaje por los lugares más violentos del siglo XXI.
Una denuncia sobre el negocio de las armas y sus consecuencias.

10 Mayo 2007

Los muros que nos dividen (2)

A la prolija descripción de esos muros que nos separan esbozada por Eduardo Galeano, habría que sumar ahora la barrera de contención, formada por pesados bloques de concreto, que se está levantando en Bagdad para aislar a los distritos de más conflictivos, aquellos de los salen los escuadrones de la muerte y los coches bombas.

Robert Fisk - que además de ser un periodista lúcido y valiente como pocos, dispuesto en todo momento a arremeter contra el poder, tiene la virtud de siempre mirar hacia atrás en la historia -, escribió sobre esta cuestión un reportaje hace unas semanas que aparecía en la portada de The Independent. En base a la experiencia de iniciativas similares en Argelia y Vietnam, su vaticinio sobre los resultados del muro de Bagdad no resultan alentadores.

La idea, desarrollada por el General David Petraeus, con la ayuda de al menos cuatro oficiales israelíes, es cercar a 30 de los 98 distritos de la sangrienta y mutilada urbe irakí, una ciudad próspera y pujante hace 20 años, que hoy podría ser considerada la capital mundial del sufrimiento. Quienes quieran entrar y salir de ellos tendrán que tener documentos de identidad especialmente acreditados.

La piedra de angular del poder

Todos estos muros que están surgiendo en el mundo, desde Irak, pasando por Cisjordania hasta la frontera entre EEUU y México, exhiben la soberbia de un poder sordo y prepotente que prefiere la estrategia de la negación del otro, de la falta absoluta de comprensión y de empatía ante su realidad.

Los analistas han repetido hasta el hartazgo que la solución del conflicto en Irak pasa por un diálogo entre las partes involucradas. Sin embargo, cuando al semana pasada Condolezza Rice se reunió con el ministro de exteriores sirio, Walid al Muallem, lo único que hizo fue acusarlo de dejar salir de su territorio a terroristas suicidas con destino a Irak. Ni una palabra de autocrítica por parte de la Secretaria de Estado del país que invadió justamente Irak en base a mentiras, con una soberbia y una ignorancia que llevaron a la nación del Tigris y el Éufrates al caos y la destrucción. Más que dialogar, ceder y escuchar, recriminar de forma maniquea, atacar.

Tampoco el Gobierno israelí da muestra alguna de comprensión hacia los legítimos reclamos palestinos. Más sencillo resulta apoyar a los 400 mil colonos judíos que viven en ese 22% de territorio que, según Naciones Unidas, no les pertenece, y encerrar a los habitantes autóctonos de la región en guetos. Como decía en este blog el magnífico pensador israelí Gideon Levy, el muro de Cisjordania no sirve para evitar los atentados suicidas sino para que Israel pueda ocultar bajo la piedra la realidad de su política de conquista colonial y apartheid.

Con respecto al muro de la frontera de México y a la valla de Melilla, nos sirven a los occidentales para no tener que ver esas tierras yermas y paupérrimas que se mueren en la miseria más absoluta, en parte por nuestros propios excesos, por nuestra insaciable avidez de crecimiento material, por nuestra ausencia de empatía.

El muro de nuestras limitaciones

La Real Academia de la Lengua define "empatía" como la "identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro". Ryszard Kapuscinski, maestro de periodistas, escribió que se trata de un término derivado del Psicoanálisis. A mí siempre me ha parecido una palabra sumamente atractiva porque no ha sufrido el desgaste y la manipulación que sí han padecido vocablos como libertad, justicia o democracia.

El muro se sitúa en las antípodas de la empatía. Significa renunciar definitivamente a la menor posibilidad de ponerse en el lugar del otro, de hacer nuestras sus circunstancias. En este sentido, hay un pasaje de los Vedas, textos fundacionales del hinduismo, que siempre me ha fascinado. En él se dice que el hombre que sólo se preocupa por sí mismo es el hombre de piedra. El hombre que tiene como principal preocupación a su familia es el hombre animal. Y el hombre que que ama a todos sus semejantes por igual es un hombre-dios. Una idea que el filósofo Immanuel Kant sintetizó con extraordinaria lucidez: actúa como si tu máxima fuera la de todos los demás.

Cuatro mil años han pasado desde la redacción de las escrituras hinduístas. Y, más allá de las fascinantes herramientas tecnológicas que hemos creado, a la vista de la situación en que se encuentra nuestra especie resulta evidente que seguimos anclados en la piedra de nuestros muros. Continuamos cautivos en la pesada losa de nuestra incapacidad para comprender que el destino de cada uno de nuestros semejantes es nuestro destino.

servido por enguerra 15 comentarios

8 Mayo 2007

Los muros que nos dividen (1)

El año pasado tuve la posibilidad de asistir en los campamentos de refugiados saharuis a una conferencia del escritor uruguayo Eduardo Galeano. Un mes antes habíamos coincidido en el acto de investidura de Evo Morales, en La Paz, donde también se dirigió a los periodistas en varias ocasiones. Dos escenarios distintos para escuchar a un hombre siempre lúcido y comprometido.

La parte de su exposición que dedicó a los muros que nos dividen en el mundo - y que semanas más tarde apareció en un artículo titulado justamente "Muros" - me pareció reveladora, intelectual y emocionalmente estimulante, como Las venas abiertas de América Latina, ese libro que para millones de jóvenes del continente ha significado un punto de inflexión en la forma en que comprenden su propia historia.

El muro de Berlín como referencia

Galeano comenzó su exposición comparando la extensión del muro de Berlín con la de los otros muros que han ido surgiendo en el tiempo. El que condena a los palestinos en Cisjordania a permanecer atrapados en esa suerte de guetos o bantustanes en los que se han convertido sus pueblos y ciudades, mientras que los colonos judíos pueden moverse a su antojo, es 15 veces más largo.

Ese muro declarado ilegal por el Tribunal Internacional de la Haya en el año 2004, y que ha sido bautizado de tantas maneras: el muro de la infamia, de la vergüenza, del apartheid. Y al que, como algunos recordareis, cuando hace un año lo fui a ver para escribir este blog, no pude más que decir que es un muro de mierda.

Un muro que las Naciones Unidas también han condenado, afirmando que es la base de un sistema de segregación racial muy parecido al que imperó en Sudáfrica hasta 1994. Algo similar sostiene Jimmy Carter en su libro Palestine, Peace, Not Apartheid, que os recomiendo encarecidamente. Una obra que, a pesar de las rastreras críticas que recibió en el New York Times de Abe Foxman, de la Liga Antidifamación, se colocó entre la lista de los más vendidos de este país.

El muro de los gringos y de los no tan gringos

En su artículo Galeano habla asimismo del muro de Marruecos. Otra obra infame que se comenzó a erigir en 1975 para separar irremediablemente a los saharauis de los recursos naturales de la tierra sobre la que tienen derecho a decidir según la legalidad internacional. Una construcción que es 60 veces más larga que el muro de Berlín.

También menciona al muro que la administración Bush está erigiendo en la frontera con México para impedir el arribo de esos latinoamericanos que, empujados por la miseria, escalan el continente en busca de una vida mejor.

Desagradable la campaña emprendida por la cadena Fox News tanto para perseguir a los empresarios que contratan a alguno de los 11 millones de inmigrantes sin papeles que hay en EEUU, como para alentar a las patrullas ciudadanas, los recalcitrantes minuteman, que recorren las fronteras a la caza de los espaldas mojadas.

Curioso descubrir que algunos de quienes presentan las noticias en la cadena de Rupert Murdoch tienen tez morena, ojos rasgados, y se llaman Peggy Kuo, Rebecca Gómez, Geraldo Rivera, Kris Gutierrez, Julie Banderas o Andrew Napolitano. No es que sus padres hayan llegado también huyendo del hambre sin un centavo en el bolsillo y sin saber una palabra de inglés. No, sin duda se trata de estadounidenses de la primera hora, cuyas raíces se pierden en los peregrinos puritanos del Mayflower y, si me apuran, en los mismísimos pieles rojas.

Los muros del silencio

En la misma línea del muro que separa a EEUU de México se podría colocar a la verja de Melilla, por más culpables que esto nos haga sentir. Después de todo, se trata de otra barrera de contención para negar la realidad de nuestro planeta, para evitar que la indigencia se nos cuele por alguna parte.

Sería mejor, sin dudas, terminar con los subsidios a la agricultura en Europa y negociar reglas comerciales justas en la OMC como primer paso para frenar la pobreza en ese continente a la deriva que es África. Pero no, más fácil y barato es levantar un muro de contención de los miserables. Promover el liberalismo de los demás y fomentar el propio proteccionismo. Además, ya nos hemos acostumbrado a los muertos en los cayucos como lo hemos hecho a los que cada día perecen en Irak y que alcanzan los 665.000.

Tras comparar a la extensión de estas barreras que separan a nuestro mundo, Galeano se pregunta por qué el muro de Berlín recibía tanta atención y por qué el resto pasa ahora tan desapercibido. "¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos?"

Recuerdo las fantasías que tenía de niño con respecto al tan publicitado muro de Berlín. Imaginaba de qué forma podría burlarlo de encontrarme del otro lado. Me subiría a un globo, excavaría túneles, como hicieron tantos alemanes del Este para escapar.

Durante la guerra fría el llamado Telón de Acero fue un símbolo omnipresente, citado y retratado hasta el paroxismo. Detrás de sus paredes de hormigón estaba aquel imperio opresor que había que combatir. Y claro que el comunismo provocó algunas de las injusticias más terribles del siglo XX. Pero tampoco hay que olvidar que en nombre de la lucha contra lo que representaba aquel muro, las fuerzas de la libertad y la democracia promovieron la guerra de Vietnam, con tres millones de civiles muertos; arrojaron sobre Camboya, sin haberle declarado siquiera la guerra, más bombas que durante toda la segunda guerra mundial; respaldaron a regímenes tan respetuosos con los derechos humanos como el de Rafael Videla, Augusto Pinochet y Mobutu Sese Seko…

Y eso nos lleva a encontrar la respuesta a la pregunta de Galeano: ¿por qué no se habla de los muros que hoy nos dividen? Porque su difusión no contribuye de forma alguna a los objetivos del poder. Después de todo, del otro lado no están más que los palestinos, los saharauis, los habitantes del África subsahariana, los latinoamericanos... Aquellos que se han quedado al margen de esta globalización que garantiza el movimiento de los capitales financieros, de las empresas que buscan nuevos mercados y mano de obra barata, pero no de las personas, ni de la libertad, el respeto por los derechos humanos y el bienestar material.

Continúa...

servido por enguerra 38 comentarios

7 Mayo 2007

Nuevas denuncias de torturas en Israel

La Corte Suprema de Israel prohibió en 1999 a los servicios de inteligencia de este país, conocidos como Shin Bet, seguir torturando a los detenidos palestinos. Sin embargo, un informe de 96 páginas publicado el jueves de la semana pasada por la organización hebrea pro derechos humano, Betselem, demuestra que estas prácticas continúan. Los testimonios sobre los que se sustenta esta afirmación, que llegaron a la portada del periódico Haaretz, fueron obtenidos entre julio de 2005 y enero de 2006.

El terrible listado de vejaciones, en esta nación a la que Occidente ha atribuido siempre el rol de faro moral de Oriente Próximo, es la siguiente. Cada una de ellas prohibida por el derecho internacional.

1. Impedir a los prisioneros conciliar el sueño durante 24 horas.

2. Palizas "en seco".

3. Confinamiento en solitario, sin posibilidad alguna de recibir la asistencia de un letrado o del Comité Internacional de la Cruz Roja.

4. La detención de familiares como medio de coherción.

5. La obligación a permanecer en posiciones sumamente dolorosas como la "rana" o "la banana".

6. La vejación constante: insultos, escupitajos, amenazas de muerte, exploraciones físicas de detenidos a los que se les obliga a permanecer desnudos.

La Corte Suprema sólo dio permiso a los interrogadores para ejercer la tortura en casos extremos, como ante la amenaza de una bomba, pero la investigación llevada a cabo por Betselem, demuestra que estas prácticas han sido aplicadas de forma rutinaria, abierta, ante numerosos testigos.

Algunos de los testimonios en el informe resultan desgarradores. Un detenido, mencionado como AZ, de 29 años de edad, dice que se lo obligó a colocarse en un banco con las piernas y las manos esposadas, con la espalda en flexión, en lo que se conoce como la posición de la "banana". Usando cadenas, los guardias hebreos tiraron de su cuerpo hasta que el prisionero perdió el conocimiento.

Esta denuncias sobre torturas se suman a las que hizo Betselem el año pasado sobre el uso de civiles palestinos como "escudos humanos" durante los combates o en la toma de edificios. Durante los meses que estuve en la región en 2006 pude recoger numerosos testimonios de estas prácticas que incluyo en mi próximo libro Llueve sobre Gaza, que finalmente será publicado el día 22 de este mes.

Una vez más los militares israelíes se han dado el lujo de contravenir una decisión de la Corte Suprema que el 6 de octubre de 2005 declaró que el uso de escudos humanos es ilegal, respondiendo a la petición presentada por siete asociaciones de derechos humanos en el año 2002.

A este ignominioso listado se debe agregar el uso, que denunciamos en este blog el año pasado, de armamento prohibido sobre la población civil de Gaza, así como la política penitenciaria del Estado judío que permite mantener a un palestino en prisión por tiempo indeterminado sin la obligación de ser llevado a juicio o de presentar cargos en su contra.

¿Qué ha provocado este aparente recrudecimiento en las violaciones de los derechos humanos por parte de Israel en un período en el que casi no han tenido lugar atentados? ¿Qué ha llevado a Ehud Olmert y los altos mandos castrenses a ejercer el poder de ocupación violando de forma repetida el derecho internacional humanitario? Existen varias teorías, en la próxima entrada las expondré.

(Fotografías entregadas por soldados israelíes a Hernán Zin en julio de 2006)

servido por enguerra 26 comentarios

3 Mayo 2007

¡Los lectores al poder! (Día Internacional de la Libertad de Prensa)

Hoy, día Internacional de la Libertad de Prensa, creo que resulta importante no sólo rendir homenaje a los 82 periodistas que el año pasado murieron en países como Irak, Filipinas o México, sino reflexionar sobre el estado de la comunicación aquí, en el mundo desarrollado, donde un repaso de las principales cabeceras de la prensa, la radio y la televisión, permite descubrir una inquietante repetición en la noticias, tanto en presentación como en contenido.

Este proceso de homogeneización informativa comenzó en los años noventa tras la caída del muro de Berlín y la universalización de la economía de mercado. La noticia se convirtió en otra mercancía dentro de la globalización que debía ser producida de forma rápida y barata, olvidando su función social, su papel germinal como vehículo para la denuncia de los excesos del poder.

Rupert Murdoch y los imperios informativos

La desregulación del sector permitió que empresarios como Rupert Murdoch, abanderado de la ideología neoconservadora y defensor acérrimo de la guerra de Irak (que ahora amenaza con comprar The Wall Street Journal, lo que le permitiría contar con los contenidos económicos de Dow Jones y poner en marcha su propia señal de televisión financiera), pasaran a poseer verdaderos imperios informativos.

En 1983, los principales medios de EEUU pertenecían a más de 50 empresas. En el 2002, apenas nueve compañías multinacionales eran sus propietarias. En América Latina, la expansión del grupo Prisa ha sido vertiginosa, desde Radio Continental en Argentina hasta el tradicional periódico La Razón en Bolivia, pasando por la Cadena Caracol en Colombia. Cada viaje que realizo a la región descubro con sorpresa que más y más medios han formado a pasar parte del imperio Polanco.

En su propio país, Australia, la concentración de periódicos de Rupert Murdoch resulta escandalosa. De las doce cabeceras más importantes controla siete. De los diez dominicales, es el dueño de siete. El 70% de la prensa está en sus manos, con el grave daño que esto provoca a la libertad de expresión.

John Pilger, Albert Camus y los que padecen la historia

Claro que siempre el poder político se ha visto tentado de influir en la prensa. El gran periodista australiano, John Pilger, cuenta una anécdota en su indispensable libro ¡Basta de mentiras! (ed. RBA). En lo más intenso de la Guerra Fría, un grupo de rusos viajaba por los EEUU. Tras leer periódicos y ver la televisión se mostraron sorprendidos al descubrir que sobre cuestiones fundamentales las opiniones fueran más o menos iguales. “En nuestro país – decían – para conseguir este resultado tenemos dictadura, apresamos gente, les arrancamos las uñas. Aquí no hay nada de eso. ¿Cómo se las arreglan?¿Cómo lo hacen?”.

Pero el proceso que comenzó en los años noventa, al concentrar los medios en tan pocas manos, los ató definitivamente a las servidumbres del poder empresarial. Y aquella máxima tan inspiradora de Albert Camus parece haber desaparecido definitivamente de la prensa: "Yo estoy al servicio de quienes padecen la historia, no al servicio de quienes la escriben".

Sin embargo, y como si ciertos equilibrios en la vida se dieran de forma irrefrenable, a finales de los años noventa hacía eclosión Internet. Y la red de redes apareció en escena abriendo un fascinante espacio tanto a voces discrepantes como a la opinión de los ciudadanos. Al tiempo en que los grandes medios se volvían cada día más monocordes, se desarrollaba este ámbito que nos regala vastos territorios fértiles de libertad.

La libertad está en nuestras manos

Ya nadie tiene la excusa para decir que no sabía, que lo engañaron, que fue manipulado. Basta visitar las páginas de esos pocos periódicos que se han mantenido firmes a pesar de todo, que han seguido apostando por el periodismo de investigación, por la profundidad de análisis y el rigor, como The Indepedent y The Nation. O recorrer espacios como Common Dreams, Counterpunch y Democracy Now, que yo fatigo cada mañana, así como tantos blogs y páginas web, para encontrar esas voces disidentes, lúcidas, comprometidas con la verdad contra viento y marea.

Por otra parte, este proceso nos dio a los ciudadanos la posibilidad de participar activamente, de crear nuestros propios blogs, de enviar nuestras noticias a los medios. Por lo que la información dejó de fluir en una sola dirección y ahora es mucho más abierta y democrática, más alejada de los delirios y la endogamia del poder y más próxima a la máxima de Camus. Y, de seguir esta tendencia, cada día la opinión de la gente de a pie tendrá mayor peso a la hora de establecer la agenda informativa y sus contenidos.

Por eso os aliento a participar, a investigar, a sumar vuestros puntos de vista. Quizás nunca tuvimos en la historia tantas herramientas para estar bien informados, para labrar nuestra democracia en base al conocimiento. Y quizás nunca antes la posibilidad de ser libres dependió tanto de nuestro esfuerzo y acción.

servido por enguerra 40 comentarios

30 Abril 2007

Segundo aniversario de la intifada saharaui

En los viajes que realicé a los campamentos de refugiados saharauis fui testigo de la atención con que los jóvenes siguen la intifada que en mayo de 2005 comenzó en los territorios ocupados por Marruecos. Vi cómo en los escasos cibercafés se reúnen para contemplar a través de Internet la pacífica resistencia de sus compatriotas contra la represión del régimen alauí y la indiferencia del mundo.

La palabra “intifada” quiere decir en árabe "levantamiento". Expresión que se hizo mundialmente famosa cuando en 1987 los refugiados palestinos, en el campo de Yabalia, empezaron una insurrección popular sin precedentes. Mujeres, hombres y niños salieron a manifestarse contra la opresión del ejército hebreo, contra los toques de queda y la discriminación racial, contra la miseria y la postergación en la que estaban atrapados. Decayó en 1991. Y terminó en 1993, con los Acuerdos de Oslo, cuando los palestinos creyeron que finalmente la comunidad internacional escuchaba su legítimo reclamo.

Las promesas rotas por las distintas administraciones israelíes, que mientras hablaban de paz no hacían más que promover el arribo de cientos de miles de colonos a Cisjordania y Jerusalén Oriental (incluido el supuestamente generoso primer ministro Ehud Barak, que fue, según Robert Fisk, uno de los mayores promotores de la anexión de hecho de los territorios que la legalidad internacional señala como palestinos según la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), así como la corrupción y represión de Al Fatah y Yasir Arafat, desataron la segunda intifada, que tuvo como punto de partida la visita a la Explanada de las Mezquitas del ministro de defensa Ariel Sharón en el año 2000, aquel hombre que avanzaba pesado y tambaleante como si aún cargase la estela de los muertos de Sabra y Chatila.

A diferencia de las intifadas palestinas, la saharaui es absolutamente pacífica. No así la respuesta del gobierno marroquí, al que organizaciones de derechos humanos acusan de detenciones ilegales, desapariciones y torturas.

Recuerdo cuando el año pasado, visitando una radio local en los campamentos saharauis, me mostraron a través de Internet varios vídeos de estas acciones de protesta ciudadana. Acciones como levantar banderas saharauis o realizar pintadas, que eran reprimidas sin contemplación por las autoridades marroquíes, muchas veces frente a la mirada pasiva de los oficiales de la Minurso, la misión de Naciones Unidas para el Sáhara. Acciones grabadas a escondidas con cámaras de vídeo doméstico desde detrás de una ventana o desde la calle misma, y que luego eran colgadas en la red.

Las señales de que el pueblo saharaui está llegando al final de su paciencia tras treinta y dos años de exilio son cada día más evidentes. Así lo expresó hace dos semanas Mohamed Abdelaziz, secretario general del Frente Polisario, en una conferencia de prensa a la que asistí en el campamento de Djala. Algunos especialistas ya han señalado que el reciente llamamiento del Consejo de Seguridad de la ONU, a través de la resolución 1754, a poner en marcha negociaciones directas entre el Frente Polisario y Marruecos, podría ser la última oportunidad para una resolución pacífica del conflicto.

¿Tenemos que esperar a que este pueblo pase a la lucha armada para reaccionar? ¿Sólo la pérdida de vidas inocentes nos hará actuar? ¿Y sucederá entonces, como en muchos otros casos, que se transformará a la víctima en culpable por no tener la paciencia de seguir tolerando tanta injustificia y opresión? ¿Saldrá entonces algún comentarista español bienpensante a decir, desde la comodidad de su redacción, que el pueblo saharaui se equivoca al elegir el camino de la violencia?

Es importante que recordemos algo crucial: al igual que en el caso del pueblo palestino, los sarahuis sólo piden que se respete la legalidad internacional. Nada más. Reclaman que se acaten las decisiones de la ONU del mismo modo en que lo exige EEUU en relación a los programas nucleares de Irán o Corea del Norte, y como lo hace Israel en relación a las resoluciones 1559 y 1701 sobre el desarme y control de Hezbolá.

A continuación, uno de los tantos vídeos de la intifada saharaui que se encuentran en Internet (y en el que aparece Aminetu Haidar, de quien ya hablamos en este blog). Y, para terminar, una atinada frase de Eduardo Galeano, con quien el año pasado coincidí en los campamentos de refugiados saharauis:

"El patriotismo es, hoy por hoy, un privilegio de las naciones dominantes. Cuando lo practican las naciones dominadas, el patriotismo se hace sospechoso de populismo o terrorismo, o simplemente no merece la menor atención".

servido por enguerra 28 comentarios

27 Abril 2007

Una lección de Mahmud, el joven Cartier-Bresson del Sáhara

Ésta es la primera fotografía que Mahmud tomó con mi cámara en una de tantas morosas tardes en la jaima de su familia. Y la verdad es que cuando me la mostró me dejó totalmente impresionado.

En primer lugar por la insólita composición, que prestando luego atención a la forma en que capataba las instantáneas comprendí que responde a la altura desde la que ve el mundo, el punto de vista de un niño, y a que la cámara le pesa tanto que por momentos se escapa de su control.

El segundo rasgo que me llamó la atención, que me llevó a decir una y otra vez "joder Mahmud, ¡qué gran foto!", mientras toda la jaima se acercaba a observar emocionada, entre sonrisas, el visor de la cámara, es la expresión de sutil nostalgia que supo captar en Fatimetu, su abuela, de 62 años de edad.

Más allá de la generosidad, el afecto y la humildad con que me han tratado las tres generaciones de mujeres en cuyo hogar tuve la suerte de ser bienvenido durante mi estadía en el Sáhara, lo cierto es que cada una de ellas, como todos los habitantes de la hamada argelina, carga con una historia desgarradora de sacrificio, pérdida y renuncia.

Fatimetu huyó de Djala, su aldea natal, en medio de la guerra dejando atrás a seres queridos que no ha vuelto a ver en treinta años, abandonado su casa y sus pertenencias. Hambrienta, desesperada, avanzó por el desierto en medio de las bombas, del fuego cruzado, entre los cadáveres de los muertos, hasta recalar en este campamento que si hoy es mísero y estéril, hace tres décadas resultaba desolador.

Otro ejemplo: Aichetu, su nieta, la prima de Mahmud, que tiene 18 años y que, por el castellano con acento andaluz que aprendió en un verano en España, me ha servido de interlocutora con el resto de la familia. Desde que se convirtió en una adolescente, dada la escasez de oportunidades en el campo de refugiados, se vio obligada a vivir en Argel, donde aprendió francés para seguir adelante con los estudios. Entusiasta, siempre sonriente, preocupada hasta el paroxismo porque me sintiera a gusto en la jaima, se está preparando para entrar a la facultad de medicina.

Y tantas otras historias de familiares muertos en la guerra, desparecidos, separados irremediablemente por la estupidez y mezquindad de los políticos. Tantos esfuerzos y sacrificios por parte de este pueblo paria y exiliado por llevar una vida lo más normal y digna posible a pesar de malvivir en la aridez más absoluta.

A partir de esa foto iniciática, Mahmud siguió deslumbrándome con su innato talento para hacer retratos. Más composiciones inesperadas, más momentos cargados de sensibilidad. Quién iba a decir que un niño saharaui que nunca había cogido una cámara en su vida iba a terminar dándome lecciones a mí, que llevo 13 años sacando fotos por el mundo. Pero lo cierto es que me ha brindado una mirada nueva, rejuvenecida, libre de los tics en los que caemos al hacer siempre el mismo trabajo. Así que, si en los próximos viajes encontráis imágenes renovadas, sorprendentes, ya sabéis quién es el culpable.

Y extendiendo el razonamiento, ampliando su campo de inclusión: quién iba a decir que este pueblo olvidado en medio de la nada sería capaz de regalarme lecciones tan valiosas. Esas lecciones que he tratado de recuperar en las últimas entradas del blog.

No se trata de idealizar a los saharauis, de imbuirlos de una bondad roussoniana, de negar que seguramente en un ámbito de convivencia tan limitado carecen de envidias, celos o peleas. Pero sí es verdad que se trata de un pueblo extremadamente generoso, que no muestra señal alguna de resentimiento a pesar de su situación y que tiene mucho que enseñarnos a los que venimos desde el mundo rico.

Cuando estoy en la ruta me suelo preguntar con bastante frecuencia por qué los occidentales somos tan proclives a la soberbia. Sinceramente creo que debemos aprender a escuchar, a mirar con otros ojos hacia el Sur. Después de todo, tenemos en nuestras manos la llave de muchos cambios. Pero también por nosotros mismos, por todo lo que hemos dejado atrás en pos de este desarrollo material en el que estamos imbuidos.

Afortunadamente, hay millones de niños de ojos pletóricos de luz, como los de Mahmud, gran amigo y compañero en estos días en el Sáhara, que nos pueden enseñar a ver el mundo de otra forma.

servido por enguerra 41 comentarios

26 Abril 2007

Desayuno en la jaima (despedida del Sáhara)

El desayuno está listo. Y a la jaima llegan vecinos, amigos e invitados eventuales como Mohamed, el joven profesor de escuela que me hace de traductor, y Sidbeihn, el responsable del todoterreno con el que me muevo por el desierto. Este último, antiguo conductor de tanques durante la guerra, se pone a preparar el té. Con enorme paciencia pasa la bebida de vaso en vaso hasta que coge el tono, el nivel de espuma y el calor justo para ser servida.

El ritual del té parece marcar el generoso ritmo de la vida social en el Sáhara. Apenas entras a una jaima lo primero que hacen es sacar el paño que cubre los vasos de cristal, avivar las llamas de fuego y comenzar a prepararlo. Suelen ser tres rondas. Dicen que la primera es de gusto amargo como la vida. La segunda, dulce como el amor. Y la tercera, suave como la muerte.

Dentro del ajuar saharaui, los utensilios del té constituyen la parte más apreciada y nunca se abandonan. Sidbeihn me muestra cristales de acacia - ese árbol de lánguidas ramas que se encuentra en toda la geografía del continente africano - y me dice que se los coloca no por el sabor sino porque sirven de antídoto para las picaduras de escorpiones.

Al mismo tiempo por la jaima circula un cuenco blanco con un líquido agrio y espumoso en su interior, leche de camella, que familiares, amigos, vecinos y visitantes eventuales comparten mientras el pan y la mantequilla se despliegan sobre las alfombras.

La convesación sigue irrefrenable. El turno de preparar el té le ha tocado a Fatimetu, una de las jóvenes de la familia, que con elegancia distribuye los vasos sobre la bandeja. Más gente entra y sale de la jaima. No hay prisas. Y todo el que aparece es bienvenido con esta hospitalidad tan propia de los habitantes del desierto por antonomasia, el pueblo saharaui, y que aún perdura en la cultura árabe como lo he comprobado en los cientos de tés, cafés e invitaciones a comer que me han hecho a lo largo del último año desde Gaza hasta Líbano.

Otra de las costumbres a las que hemos renunciado en el mundo rico: tener las puertas de casa siempre abiertas a las visitas, mantener estrechos vínculos con quienes nos rodean. Quizás sea porque nos han convencido de que no necesitamos a nadie, de que solos somos menos vulnerables, estamos más tranquilos y seguros, respondiendo así al ideal "individualista" sobre el que se asienta nuestra sociedad.

Quizás se deba a las prisas con las que vivimos, con estos trabajos que nos arrancan de casa al alba y nos devuelven exhaustos al atardecer. O a que nuestros vehículos de esparcimiento, como la televisión o la videoconsola, resultan sumamente alienantes. O a que los fantásticos micropisos que pasamos pagando cuarenta años nos obligan a tener que turnarnos para poder entrar al salón si cometemos la torpeza de invitar a más de un par de amigos al unísono.

Lo cierto es que hemos llegado al extremo de no saber cómo se llama la persona que vive en la puerta contigua, no nos interesa, y ni siquiera nos planteamos que tal vez algún día podamos llegar a necesitar su ayuda o su compañía. Una sociedad que se cree en la cúspide del desarrollo humano, que se considera un referente de valores para el resto del mundo, pero en la que todos los días salen noticias en los periódicos de ancianos que pasaron días muertos en sus casas sin que nadie se hubiese enterado, y en la que muchos de ellos transitan los últimos años de sus vidas en asilos, escindidos irreparablemente del afecto de sus hijos y nietos, como objetos incómodos, carentes de utilidad, en este parte del planeta en que la juventud parece ser otro de los bienes supremos.

Una realidad que nos convierte en un pueblo en extremo volátil, manipulable, ya que carecemos de las voz de la experiencia, del legado añejo de nuestros mayores, en franca contraposición a esa comunidad ideal, verdadera cima de la fraternidad y la justicia, que describía Tomás Moro en su Utopía.

Después del desayuno encuentro a Mahmud recostado contra el colchón en el que paso las noches. Como hoy es viernes no va a la escuela. "¿Qué quieres?", le pregunto al atisbar que algo espera de mí, aunque no sé bien qué. "¿El Ipod?", le digo señalando la mochila. "No", me responde meciendo la cabeza.

Una pausa en la que esboza una pícara sonrisa. "¿Entonces?", insisto. Y, sin pudor, extiende la mano hacia mi cámara de fotos. "Mira que la uso para trabajar, ten cuidado", le digo. Aunque ya es tarde, se la ha colgado alrededor del cuello y comienza a retratar a su familia y amigos. A partir de ahora las fotos del blog serán autoría de Mahmud que, os lo adelanto, es todo un talento, un incipiente Henri Cartier-Bresson del desierto...

Continúa...

servido por enguerra 32 comentarios

24 Abril 2007

Mahmud y los albores de un día en el desierto (despedida del Sáhara)

El runrún de la familia que entra y sale de la jaima, que prepara sigilosamente todo para el desayuno. Las voces de los vecinos que el viento arremolina, congrega y esparce por el desierto. Los haces que de luz se cuelan por la ventana, que reverberan en las paredes de lona de la tienda... Lentamente abandono el universo de los sueños para volver a la realidad. Otro día que comienza en esta llanura yerma y estéril como pocas en el planeta, a la que el escritor uruguayo Eduardo Galeano, con quien coincidí en estas tierras el año pasado, bautizó como "El desierto del desierto".

Sutilmente escindido de la vigilia, abro los ojos y descubro al pequeño Mahmud en un extremo del colchón. En silencio, con una incipiente sonrisa, me observa. Parece feliz de descubrir que al fin me he despertado. En esta familia dominada por las mujeres, ya que los hombres han tenido que partir en busca de trabajo, me he convertido para Mahmud en una suerte de referente, en un ídolo cuyos movimientos sigue e imita. Es un niño entrañable, que muestra entusiasmo por todo lo que le enseño, que parece provisto de una capacidad de fascinación sin límites.

Cojo un poco de agua de una jarra de plástico que hay en una esquina y me lavo la cara utilizando sólo la mano derecha, como me acostumbré a hacer durante los tres años que viví en la India. La jarra de plástico tiene debajo una plataforma que hace que cada gota que se derrama sea recuperada. En un lugar como éste el agua se transforma indiscutiblemente en el bien más preciado. El líquido sobrante es empleado luego para dar de beber a los animales y regar las plantas.

Al ver que ya me voy metiendo en las entrañas de este nuevo día, Mahmud avanza hacia otras de las esquinas de la jaima, donde tienen la sección de vetustos artículos electrónicos, y enciende una de las radios. Una música árabe, de voces rasgadas, tan parecidas a las del flamenco, aunque con un fondo armónico más limitado y repetitivo, resuena contra las paredes de la tienda.

Un día le puse a Mahmud los cascos del Ipod para ver cómo reaccionaba. A todo volumen, la pista número seis del disco Because Of The Time de los Kings of Leon (un álbum que os recomiendo fervorosamente, pues a mi modesto entender marca un punto de inflexión en la historia del rock). Al principio hizo una mueca de desagrado, como si le hubiesen dado de beber limón o leche amarga, como si se preguntase de dónde demonios había salido todo ese ruido, pero luego se fue acostumbrando al sonido de las guitarras distorcionadas, la bateria cadenciosa y el bajo hipnótico.

Tanto es así que empezó a sonreír y a marcar el ritmo con las manos contra la alfombra de la jaima. Tanto es así que el Ipod pasó a ser otra de mis posesiones que hizo propias y que cogía a todas horas, pasando de canción en canción sin que yo le hubiese explicado cómo funcionaba, con un ingenio que no dejaba de resultarme maravilloso. Lo mismo que sucedía con los libros que había llevado para leer en el desierto y que Mahmud, a pesar de no entender castellano, ojeaba concienzudamente a lo largo de esas tardes morosas, en que el calor nos obliga a permanecer recluidos en la jaima.

Fuera de la tienda el sol que cae a plomo, deslumbrante, inmisericorde, a pesar de que aún es temprano. La placa solar situada junto a al puerta capta la energía que luego permite que funcionen al menos durante unas horas la radio y la televisión.

Me lavo los dientes en silencio, absorto ante el magnífico paisaje. Muchas veces la vida encuentra sutiles equilibrios que creo que es importante reconocer. La situación de los saharauis en el desierto resulta sin dudas tediosa, exasperante, sobre todo por la falta de perspectivas, pero esto no quita que haya aspectos de su existencia cotidiana que, para quienes venimos de fuera, sean profundamente inspiradores.

Observo la vida que comienza en el campamento de refugiados de Dajla. Una mujer que ha ido a buscar agua. Unos niños que juegan en la arena. Gozan de un tiempo generoso que ya casi no tenemos en Occidente, cuentan con lugares de encuentro que nosotros hemos perdido en pos de esta carrera material que en tantas ocasiones no nos conduce más que a la soledad y la frustración.

Ahora es Mahmud el que me muestra los elementos que pueblan su universo personal. Un viejo neumático que hace rodar por la arena y que utiliza para jugar con sus amigos. Me lo pasa. Y yo, con el cepillo de dientes en la boca, lo empujo como si fuera también un niño.

Observo la realidad de los otros vecinos, que han cubierto su coche con una gran lona hecha de viejas mantas. También han empleado piezas de automóvil y tambores de petróleo para delimitar los confines de su jaima en este desierto en el que, a diferencia de Europa, cada objeto parece contar con ilimitadas posibilidades de resurrección.

Finalmente regresa Mahmud. Me dice que el desayuno está listo. En la distancia puedo oler el pan tostado, la mantequilla. Imagino el agrio perfume de la leche de camella que aquí todos saborean cada mañana.

Avanzo hacia la jaima. Me saco las sandalias, que sumo al atasco de calzados que se forma en la entrada, y me uno a la primera comida del día con esta familia que de forma tan generosa, sin esperar nada a cambio, me ha hecho parte de su realidad.

Continúa…

servido por enguerra 35 comentarios

23 Abril 2007

Irak, Afganistán, Somalia... ¿cuándo vamos a aprender la lección?

Cuando Etiopía invadió Somalia en diciembre del pasado año, me sorprendió descubrir que había columnistas en este periódico, y en otros medios de comunicación, que aplaudían la agresión militar alentada por los Estados Unidos.

Los más de 300 muertos del fin de semana en Mogadiscio, los 218 mil refugiados que ha provocado el conflicto y las amenazas de epidemias que Eric Larouche, Coordinador de Ayuda Humanitaria de la ONU, acaba de anunciar, confirman lo que al menos a mí me resultaba evidente y que señalé en Viaje a la guerra desde el principio: que la acción armada en el Cuerno de África era a todas luces un error cuyas consecuencias resultarían nefastas e irreparables a lo largo de los años.

Parece como si no quisiéramos aprender las lecciones no sólo ya de experiencias pretéritas como Vietnam, sino de la ola de muerte y destrucción que la intervención de tropas occidentales está causando en Irak y Afganistán. Invadir un país, por más justa y apremiante que se considere la razón para hacerlo, no suele producir más que un movimiento pendular en el que el bando agredido gana fuerza y legitimidad.

Recordemos, por ejemplo, que la milicia chií Hezbolá surge en el año 1985 como respuesta a la segunda invasión israelí de Líbano, que tuvo lugar en 1982. Y que el poderío de esta organización creció de manera irrefrenable hasta que en 2000 logró echar de su territorio a las tropas hebreas. Todo esto sin contar que, el año pasado, tras la guerra de 33 días impulsada por Ehud Olmert, la popularidad del primer ministro israelí cayó al 7% mientras que Hezbolá alcanzó un prestigio sin precedentes en todo el mundo árabe que le permitió darse el lujo de poner en jaque al ejecutivo de Beirut.

Recordemos que los elementos más extremos del islam se forjaron en la guerra contra la invasión soviética de Afganistán, con el inestimable apoyo de la CIA y del servicio de inteligencia pakistaní (ISI) que los armaron y entrenaron tanto en aquel país como en los campos de refugiados de Pakistán. Y que fue el movimiento de tropas estadounidenses hacia Arabia Saudí, en los albores de la primera guerra del Golfo, lo que los volvió justamente en contra de ese Occidente que hasta el momento los había observado y apadrinado como “luchadores por la libertad”.

Cierto es que la presencia de Al Qaeda era cada día mayor en Somalia, y que el mismísimo Bin Laden hizo un llamamiento a la lucha armada en este país, pero pensar que una invasión a gran escala es la solución mágica para este problema no sólo demuestra un desconocimiento de la realidad de la zona, una subestimación del apoyo popular que tienen estos movimientos, sino que implica negar las lecciones que se deberían aprender de una vez por todas.

Hace dos semanas, Robert Fisk criticaba duramente en The Independent la decisión de EE UU de dividir a Bagdad en distintas secciones empleando un muro. En su artículo señalaba que ya se había probado algo similar en Vietnam y que la experiencia había resultado desastrosa, provocando más muerte aún. El atentado de la semana pasada, con más de 199 muertos en un mercado de la capital iraquí, parece darle la razón.

En definitiva, al terrorismo no se lo combate con incursiones bélicas multitudinarias ni organizando vuelos secretos de la CIA y creando zonas libres para la tortura como Guantánamo. Todas estas acciones no están contribuyendo más que a avivar la llama del caos y la violencia en el mundo. Una realidad que periodistas y analistas políticos no podemos ser tan inocentes de respaldar.

(Foto: Mohamed Hassan / AP Photo)

Tags:

servido por enguerra 15 comentarios

19 Abril 2007

Creación, encuentro y fraternidad en el desierto del Sáhara

El Festival Internacional de Cine del Sáhara tiene la virtud de llevar la magia del universo cinematográfico a los refugiados que malviven en el exilio de la hamada argelina aguardando estoicamente a que el mundo cumpla de una vez por todas con las promesas tantas veces postergadas y les brinde la posibilidad de decidir sobre su futuro. Un encuentro especialmente significativo, fascinante, iluminador, para muchos niños y jóvenes saharauis que nunca antes habían tenido la posibilidad de ver una película en gran formato, proyectada sobre una pantalla.

Pero el Fisahara no se limita a situar a los refugiados en el rol de espectadores sino que va más allá y, a través de diversos talleres, les descubre los entresijos de ése mismo universo y los convierte también en participantes activos. Durante los cinco días que dura el festival decenas de niños y adolescentes tienen la posibilidad de asistir a cursos de guión, realización, animación, edición y radio.

Esta fantástica vuelta de tuerca de la iniciativa creada por Javier Corcuera, autor de películas documentales como Invisibles (2007), El mundo a cada rato (2004) y La guerrilla de la memoria (2002), la emparenta con proyectos que ya hemos visitado en este blog: la escuela de periodismo audiovisual del Observatorio das Favelas en el complexo Maré de Río de Janeiro; o Witness, la organización de Peter Gabriel, con base en Nueva York, que entrena a activistas sociales para que utilicen cámaras de vídeo para denunciar violaciones a los derechos humanos. Y se fundamenta en una idea crucial para cambiar los equilibrios de poder en el mundo: que esté en manos de los propios habitantes del Sur enseñar al resto del planeta su realidad, en lugar de que siempre sea la mirada de Occidente, tanta proclive a subestimar al otro, a caer en estereotipos, la que los retrate.

Una vez que termina el Fisahara las herramientas empleadas en las aulas quedan allí para que sucesivas camadas de estudiantes puedan aprender a filmar o editar, con lo que asimismo se van poniendo las bases para crear generaciones de narradores. En la ceremonia final de entrega de premios se proyectan los cortos creados por los alumnos. Resulta importante señalar que el festival deja también a su paso videotecas en cada uno de los campamentos.

Otro de los aspectos más estimulantes del Fisahara es que permite la convivencia de quienes llegamos desde el extranjero con los saharuis. Una posibilidad enriquecedora para todos, aunque, en lo personal, creo que el saldo más positivo queda en el haber de los que venimos de fuera. La templanza de este pueblo atrapado en el exilio, su capacidad para seguir adelante a pesar de todo y la sabiduría con que aprecia los pequeños gestos de la vida son lecciones de incalculable valor para nosotros que nos encontramos rodeados de tanta abundancia material que muchas veces perdemos perspectiva y nos ahogamos en un vaso de agua mientras ellos navegan con parsimonia a través de la más feroz y encrespada de las tormentas de arena.

Un partido en un polvoriento campo de fútbol: Sáhara contra el resto del mundo. Un enfrentamiento en el que un servidor, irremediablemente ajeno a los deportes y con sus 35 años demasiado gastados tras tantos periplos por el mundo, dio una imagen bastante lamentable en representación de este periódico. No sólo por la torpeza del desempeño, por esos balones a los que no acertaba a chutar, sino porque terminó dos veces en el suelo, con una pierna cubierta de sangre, y porque tuvo que abandonar, por falta de aire, a los veinte minutos de haber empezado a jugar (disculpen el salto a la tercera persona del singular en esta parte del relato, pero es así como nos expresamos los futbolistas de pro).

También los conciertos que tienen lugar durante la noche, y en los que participaron grupos como Amparanoia, Nur o la extraordinaria cantante saharaui Mariam Hassán, crearon lugares de comunión. Aunque las mejores experiencias, las más próximas y enriquecedoras, tuvieron lugar en las jaimas, junto a las familias que nos alojaron (más adelante escribiré en el blog sobre las fantásticas mujeres que me acogieron, y cuyas vidas merecen una descripción más pormenorizada).

Tras cinco días de convivencia con los habitantes del campamento de Dajla, el domingo, fecha de la partida, llegó acompañado de una acusada sensación de nostalgia. La entrega de premios, por la que las dos películas ganadoras, Hacia el mundo con tus ojos y Azur y Asmar, recibieron una camella blanca, marcaba el comienzo del fin. Los abrazos, el intercambio de direcciones, las promesas de mantener esos vínculos forjados en jornadas emocionalmente tan intensas.

Y, antes de partir hacia el aeropuerto en Tinduf, el manifiesto leído por los profesionales del mundo del cine. Un texto comprometido, agudo, crítico hacia la administración del presidente Zapatero y su política de anteponer los intereses comerciales con Marruecos al justo derecho de los saharauis de volver a sus tierras. Todo un símbolo de lo que se hace evidente cada verano, cuando ocho mil niños llegan a la península, o cuando toneladas de ayuda parten de nuestros ayuntamientos hacia el desierto: que la mayor parte del pueblo español no se olvida de los saharuis aunque sí lo haga su Gobierno.

El Fisahara es el único festival del mundo que tiene lugar en un campamento de refugiados. Sus organizadores dicen que esperan que la próxima ocasión se celebre en un Sáhara libre. En honor a esa gente maravillosa que conocí a lo largo de la última semana, y de las amistades que he forjado en viajes anteriores, no puedo más que desear con todas mis fuerzas que así sea.

servido por enguerra 54 comentarios

18 Abril 2007

Días de ilusión en las sórdidas arenas del exilio saharaui

Los niños del campamento de refugiados de Dajla corren emocionados, se empujan, buscan lugar frente a la pantalla. Sobre alfombras reverberantes de calor, pletóricas de polvo del desierto, se amontonan para ver la película que acaba de comenzar. Los ojos negros, de trémulas pupilas, bien abiertos, sorprendidos, hipnotizados frente a esas fascinantes imágenes que emanan del haz de luz del proyector.

Es la primera vez que van al cine en su vida. Y la emoción que experimentan resulta evidente. Estar a su lado, ser testigo de este descubrimiento tan extraordinario y de la forma en que lo viven, me recuerda a la India, donde las personas no sólo van a ver las películas sino que, en cierta medida, participan en ellas. Establecen una distancia mucho más próxima a la narración que nosotros. Aplauden cuando el bueno gana una pelea, gritan enfadados cuando el malo hace alguna putada. Bailan y cantan en el momento en que empiezan esas frenéticas coreografías bollywoodienses.

Y en el Sáhara, en estos primeros días de desembarco del universo cinematográfico en las arenas del desierto, niños y jóvenes comentan lo que sucede en el film, se levantan, van, vienen. Las sombras de sus perfiles se recortan en el haz de luz del proyector y aparecen en la pantalla sin que a nadie parezca realmente molestarle. Recostado a su lado, en esas mismas alfombras que nos abrazan con el calor que han acumulado a lo largo del día, tengo también por momentos la sensación de estar inmerso en alguna escena de Amarcord, la magnífica obra en que Fellini recuerda su infancia en Rimini. Y comprendo maravillado que aquí, donde los lazos comunitarios son tan férreos, tan determinantes para la supervivencia en medio de la aridez del exilio, el vínculo con la ficción no es individual como en Occidente sino más bien una experiencia de plácida ensoñación colectiva.

El arribo del cine a los refugiados saharauis, que hasta ahora no tenían más que algunos viejos televisores, de señal desdibujada y lluviosa, es consecuencia del Festival Internacional de Cine del Sáhara (Fisahara), una iniciativa del director Javier Corcuera que en este año celebró su cuarta edición. Y sobre las que ya os anticipó mi excepcional compañero de viaje y prestigioso guionista: José Ángel Esteban.

El Fisahara, que terminó el pasado domingo, dura cinco días, y comienza con una carrera de camellos que da el aldabonazo de partida, que despierta a los habitantes del campamento de refugiados del letargo y el tedio de la existencia en la hamada argelina. Esta cuarta edición tuvo lugar en la wilaya de Dajla, la más postergada y olvidada debido a su posición geográfica, por lo que su impacto en la vida cotidiana de sus 28 mil moradores fue aún mayor.

También contribuye a la sensación de gran evento, de hecho extraordinario, la participación de numerosos actores, directores y productores que intentan, con su presencia, convocar a los medios para alcanzar así el otro objetivo fundamental de esta iniciativa: llamar la atención al mundo sobre la situación del pueblo saharaui.

Este año han viajado a la wilaya de Dajla Carmelo Gómez, Silvia Abascal, Carlos Iglesias, Guillermo Toledo, Rosa María Sardá, Verónica Forqué, Juanjo Puigcorbé. Se han proyectado películas como Alatriste, El camino de san Diego, El laberinto del fauno, Salvador, Un franco 14 pesetas, La noche de los girasoles, Volver, Vete de mí, así como numerosos documentales.

Continúa...

servido por enguerra 43 comentarios

16 Abril 2007

Mujeres saharauis, lucha y ejemplo

"La sociedad saharaui es matriarcal. Aquí somos las mujeres las que organizamos la vida, las que mantenemos unida a la comunidad", me dice Maima Mahamud, Secretaria de Estado de Asuntos Sociales y Promoción de la Mujer del Frente Polisario. "Algún día, cuando nuestro país alcance la libertad, las mujeres saharauis podremos ser un ejemplo no sólo para las otras naciones árabes sino para todo el mundo".

Maima Mahamud era apenas una niña cuando huyó de Dajla junto a su familia en 1975 para ponerse a salvo de la ofensiva marroquí articulada por Hassan II sobre el Sáhara Occidental. A diferencia de buena parte de sus vecinos, partió hacia el sur y recaló en la ciudad mauritana de Zuerat.

En 1978 su madre resultó herida en un ataque y su padre entró en prisión. Una vez más, empujados por el miedo y la desesperación, Maima y sus parientes se vieron obligados a cogerlo todo y salir en busca de refugio. Tras un interminable periplo arribaron al campamento de refugiados de Dajla, en la hamada argelina, como ya lo habían hecho miles de saharauis. "Fueron tiempos muy duros, los niños se morían de hambre, nos encontrábamos en la indigencia más absoluta", me dice.

Cuando tenía nueve años, en 1982, Maima fue elegida junto a otras 99 niñas para viajar a Cuba. "Estuvimos 24 horas en el aeropuerto de Barajas. Las autoridades españolas nos trataron mal porque no teníamos pasaportes, viajábamos con salvoconductos. No nos dieron de comer", señala.

Permaneció en la isla caribeña el resto de su infancia y toda la adolescencia, estudiando, preparándose para el futuro, con la idea insoslayable, a pesar de su corta de edad, de que volvería al Sáhara para luchar por la independencia de su pueblo. En poco más de un lustro Maima había experimentado tres veces el trauma del desarraigo: primero rumbo a Mauritania, luego hacia a Argelia y finalmente en Cuba, donde tuvo la posibilidad de regresar para ver a sus padres y hermanos sólo en una ocasión. Una niñez solitaria, marcada por la pérdida de todo asidero. Una vida condicionada por la ocupación marroquí, por el comportamiento inmoral e hipócrita de la comunidad internacional, por esos manejos y estrategias del poder que sin remordimientos se llevan por delante a la gente más postergada y vulnerable.

Desde que se reencontró finalmente con los suyos, en las sórdidas arenas del exilio, Maima comenzó a experimentar una honda preocupación por la situación de la mujer, ya que el 80% de las refugiadas carecía de posibilidades de continuar con los estudios una vez superado el nivel de formación elemental.

Fue por esta razón que creó en 1999 la Escuela de Mujeres de Dajla. Un proyecto piloto que sería replicado en los demás campamentos sahauis. El aspecto exterior del edificio que da vida a la escuela, de paredes descascaradas, erosionadas por el constante azote del siroco, contrasta con la actividad febril que se descubre en su interior, donde más de cien mujeres, de entre 18 y 55 años de edad, reciben formación en talleres de costura, informática, cocina y producción audiovisual.

Lo aprendido por estas mujeres se perpetúa muchas veces a través de pequeños emprendimientos que ponen en marcha con la ayuda de microcréditos, como la única pizzería del campamento de refugiados, a la que me dirijo algunas noches para encontrarme con amigos y que es todo un éxito entre quienes venimos del extranjero al Sáhara.

Quizás sea debido a los innumerables momentos difíciles que ha tenido que superar a lo largo de su vida, pero lo cierto es que Maima, aunque se muestra como una mujer sumamente amable, cálida y sonriente, habla de forma terminante, sin mostrar fisuras en sus ideas y sin hacer compromisos políticos. A sus 33 años parece poco dispuesta a las concesiones innecesarias.

"Tenéis que recordar que nosotros también éramos españoles y que, mientras vosotros habéis progresado en estos treinta años, nosotros nos hemos quedados estancados en la miseria y el olvido", afirma Maima. "Somos un pueblo noble y bonito que no se merece lo que le pasa”.

Con respecto a la mujer, el eje de su lucha, Maima sostiene que en el Sáhara se ejercita una versión del islam que debería ser tomada como paradigma. "Aquí no hay violencia contra nosotras, al contrario: vivimos en un clima de tolerancia y libertad".

En el marco del Festival de Cine del Sáhara, que ha tenido lugar a lo largo de la última semana, tuve la oportunidad de ver actuar a otra extraordinaria dama del desierto, la cantante Mariam Hassán, acerca de la cual os escribirá quien realmente sabe sobre estas cuestiones, José Ángel Esteban, compañero de lujo en esta inmersión en el complejo universo del exilio saharaui, tan latente de maravillosas lecciones por aprender, de inspiradores ejemplos de vida, como desgarrador y frustrante...

servido por enguerra 48 comentarios

Sobre mí

Mi nombre es Hernán Zin. Desde hace 13 años me dedico a recorrer el mundo para tratar de dar voz a los excluidos, los marginados, los que se encuentran en el último peldaño de la escala social. He rodado documentales, he escrito libros y reportajes, desde una treintena de países de África, Asia y América Latina. He publicado en El Mundo, La Voz de Galicia, Interviú, La Razón, La Nación, El Cronista. He colaborado con la Cadena Ser. Quizás el trabajo más duro, pero más gratificante por sus resultados, fue el que realicé en 2002 siguiendo y denunciando a pederastas en Camboya. Como consecuencia del documental que rodé y del libro "Helado y patatas fritas" (ed. Plaza Janés), se puso en marcha una vasta campaña que permitió que varios turistas sexuales entraran en prisión. Tengo otras dos obras editadas: "Un voluntario en Calcuta" (ed. Temas de hoy) y "La libertad del compromiso" (ed. Plaza Janés). Ahora me he puesto el casco y las botas para sumergirme en las entrañas de la guerra. Un viaje que me ha llevado ya a Sudán, Uganda, Israel, Palestina, Líbano, Argelia y las favelas de Río de Janeiro. Y que, si todo sale bien, continuará por Colombia, Somalia, Congo, Afganistán, Irak... En estos momentos estoy de regreso en Madrid, preparándome para el próximo destino.

Últimos comentarios

Categorías

Enlaces

Secciones



Crea tu blog gratis con La Coctelera

Condiciones de copia y distribución · Quiénes somos · Publicidad · Aviso Legal · Contacto · Titulares RSS

Blogs con motor
Tu blog con La Coctelera

Licencia Creative Commons
Este periódico se publica bajo licencia Creative Commons