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13 junio 2007

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Fil d' ariadna
Una historia de intriga y corrupción en la Inglaterra de Tony Blair
 
Corresponsal de La Vanguardia en Londres
 
Sinopsis de "El ángel de la guarda"
Rafael Ramos | 19/04/2007 - 18:23 horas | Novela por entregas
"El Ángel de la Guarda" es al mismo tiempo una novela de intriga y un viaje por el Londres de Tony Blair. La acción se desarrolla en el marco de la sociedad inglesa del nuevo laborismo. Dos sucesos sin aparente conexión alguna –la muerte de un abogado atropellado por un coche a la puerta de Scotland Yard y el asesinato de un joven hincha paquistaní a la salida de un campo de fútbol- llevan al descubrimiento de una red de corrupción en el deporte y en la política, de venta de armas y financiación ilegal de partidos. Un mundo sin escrúpulos, en el altar mismo del poder, donde todo vale. Andy Brotherton, el hombre encargado de investigar la trama, no es un policía o un agente secreto, sino un abogado especializado en litigios deportivos, que estudió en Cambridge con futuros ministros y personas de influencia, y tiene por tanto excelentes conexiones en el gobierno. Pertenece a una "generación dorada" que ha llegado a la cumbre de la mano de Blair y toca muchas teclas en la administración, la justicia y los negocios. Los amigos que le ayudan a juntar las piezas del rompecabezas son Clara, una antigua novia que trabaja como secretaria del director de Scotland Yard, Leo, redactor deportivo de un periódico, y Dennis, un chófer de la BBC. A través de ellos "El Ángel de la Guarda" se pasea por algunas de las grandes instituciones de la sociedad británica y por las relaciones entre la prensa y el poder. Lo que al principio parece un simple asunto de apuestas ilegales y compra de partidos de fútbol se vuelve mucho más complicado.

Laura es una chica bien de Londres que creía tener la vida perfecta: el hombre de sus sueños, dinero, una casa en Notting Hill, un trabajo "part time", un perro, un cuatro por cuatro, un chalet en el campo... Pero su castillo de naipes se derrumba cuando menos lo espera. Su marido, James Delport, muere atropellado en la Victoria Street de Londres cuando iba a reunirse con el director de Scotland Yard, y Laura se encuentra con un millón de libras de cuya existencia no tenía idea.

James era un tipo apuesto, carismático, zalamero, con una enorme seguridad en sí mismo, un encantador de serpientes. Trabajaba como asesor para una compañía financiera de la City, pero en realidad no se sabe muy bien a qué se dedicaba. Laura no tarda en descubrir que mucha gente va detrás del misterioso millón de libras, empezando por la policía. ¿Qué hacía James con tanto dinero?. ¿Es el motivo de que lo mataran?. ¿Era suyo, y por tanto ahora le pertenece a ella?. ¿Qué negocios turbios se traía entre manos?. Necesita alguien que le ayuda a resolver el misterio, y piensa en Andy, el amigo del alma a quien conoció en Cambridge cuando eran estudiantes. Andy y James lucharon por su corazón, y James ganó. Pero Andy es un buen perdedor.

Andy es un abogado que perdió a su mujer en un trágico accidente de coche, con una vida hedonista y viajera que sería la envidia de cualquiera. Pero en el fondo siente un vacío. Siempre ha idolatrado a Laura, su primer gran amor, aunque sus caminos se separaron y hace tiempo que no sabe de ella. Hasta que se entera de la muerte de James, y le llega la llamada de S.O.S de su amiga. Es el "detective" perfecto. Conocía a la víctima, está inmejorablemente conectado, domina los entresijos del mundo del fútbol, es amigo de Jack Carluccio (ministro laborista de Interior) y todos los sábados juega al tenis con Reginald Leafe, el director de Scotland Yard. Y además la quiere, está dispuesto a ser su ángel de la guarda.

EL ANGEL DE LA GUARDA es un "thriller" relatado en tiempo presente, para crear una sensación de inmediatez, de que las cosas están ocurriendo ahora mismo y no hay un final predeterminado, que ni siquiera el narrador conoce los secretos. El estilo es sencillo y directo. La historia tiene cuatro partes (LAURA, ANDY, JACK y JAMES), contada cronológicamente desde la perspectiva de cada uno de ellos conforme se desarrolla la acción. LAURA sienta las bases de la intriga, ANDY la resuelve, JACK Y JAMES ponen la perspectiva y atan los cabos sueltos. La acción se tralada con rapidez de Londres a Roma, a Amsterdam, a Irlanda del Norte, a Hong Kong, a Sydney, a las islas Shetland, a la campiña inglesa. Es una novela muy londinense, en el marco del nuevo laborismo de Tony Blair, llena de sorpresas, ambiguedad y cinismo, una historia de poder, dinero, corrupción y amor, apuestas ilegales y tráfico de armas, de traiciones y lealtades, de psicologías complicadas, en la que todo el mundo tiene un doble juego y nadie es completamente culpable ni inocente, como en la vida misma.

PRÓLOGO

(Unos años antes)
DONEGAL, REPÚBLICA DE IRLANDA


El excursionista, un hombre alto y musculoso, de buena planta, próximo a los cuarenta años, apoya la pesada mochila sobre el muro enmohecido de piedra y saca los prismáticos de largo alcance. Ovejas y más ovejas, mire hacia donde mire. La granja, una estructura de cemento en forma de "ele" al otro lado de un pequeño riachuelo, es el único lugar habitado que se distingue en todo el valle. De la chimenea sale un hilillo de humo, pero no se aprecia actividad alguna. Lleva horas subiendo y bajando colinas a través de los campos, sin tropezarse con nadie ni ver una sola casa. Un lugar deliciosamente aislado, como corresponde. Bancos de niebla blanca y espesa cortan el cielo como si dioses caprichosos se divirtieran arrojando espuma de afeitar en los últimos confines de Donegal. La visibilidad es mala, pero suficiente para contar siete coches –todos modelos distintos- en el patio de la granja, uno para cada miembro del Consejo Armado del IRA. Seis hombres y una mujer, de cuyas identidades la prensa no tiene la más mínima idea.

Bebe un trago de agua mineral, despliega una manta y se sienta sobre el césped. Ahora toca esperar. Las ovejas, cobardes, lo rehuyen, pero un par de vacas miran en su dirección con curiosidad y un recelo que no descarta intenciones hostiles. Busca en la mochila una agenda "Palm" y le conecta un teclado portátil que se desdobla en tres segmentos. Por fortuna el teléfono móvil tiene cobertura, y podrá enviar desde aquí mismo su primer informe sin necesidad de recurrir al satélite. Están todos los que son, y son todos los que están. Dentro de un par de días el IRA responderá a la última propuesta de paz y anunciará al mundo un nuevo gesto de desarme.

PEKÍN, REPÚBLICA POPULAR CHINA

El empresario sale a la avenida Dong Chang con el elegante traje blanco de Yves Saint Laurent que estrena esa mañana, y una bocanada de aire infernalmente cálido le da la bienvenida. Pekín en agosto es un horno, hasta el punto de que la gente duerme en la calle o en las azoteas de las viviendas. Entre la contaminación y el bochorno apenas se distinguen los contornos de los edificios que rodean el enorme rectángulo de la Plaza Tiananmen. La indumentaria es fresca, pero se pregunta si será apropiada para la ocasión. La imagen que se lleve el ministro de defensa es muy importante.

Camina pensando en las musarañas y una bicicleta casi se lo lleva por delante. El ciclista lo insulta agresivo en chino mandarín, que él habla correctamente pero no a la perfección. Prefiere el inglés –idioma en el que estudió- y el cantonés –su lengua materna-, mucho más importantes para la mayoría de negocios. Un grupo de turistas de provincias se dirige entusiasmado hacia la Ciudad Porhibida, cual niños camino de la feria. Grupos de ancianos juegan al ma-jong en pequeños taburetes sobre las aceras humeantes, y masajistas sudorosos envueltos en túnicas blancas golpean las espaldas de sus clientes como si practicaran el karate. Un vendedor ambulante le ofrece jugos diversos y trozos de refrescante sandía, pero declina con la cabeza. Sólo faltaría que se manchara el traje.

Tiene media hora para dar un paseo antes de su cita, y se dirige hacia el mercado de Xidan. Hace un par de años que no visita Pekín y las cosas cambian muy deprisa. El tráfico es abominable. Las riadas de gente hacen que Fuxinngmennei parezca la Quinta Avenida de Nueva York –una ciudad que conoce mejor- a la hora punta. Más coches y más modernos, más tiendas y con más cosas, modelos occidentales en los escaparates, anuncios en inglés. Y todo el mundo con teléfono móvil, incluso los chavalines. Aquí se puede hacer mucho dinero.

Llega hasta la Oficina Central de Telégrafos y da media vuelta. Tiene ya la frente perlada de sudor y no le gustaría presentarse a la cita hecho un pringue. Espera que el guardia urbano –con chaquetilla militar color caqui y pantalones cortos que luce subido en lo alto de un podio- detenga el aluvión de coches y bicis, y permita pasar a los peatones. En la otra acera da la sombra. Levanta la vista y tropieza con el rostro sonriente de una china con aspecto de colegiala que lo observa desde un enorme cartelón publicitario de "Nokia".

KNIGHTSBRIDGE, LONDRES

"...por un país de derechos y responsabilidades para todos, con igualdad de oportunidades al margen de raza, sexo y religión, mejores servicios públicos, una economía boyante, paz y prosperidad, vota laborista. Permítenos concluir nuestra tarea. Confía en nosotros...". La música de Queen sube de volumen, y Tony y Cherie Blair saludan sonrientes desde un campo de girasoles, cogidos de la mano en una pantalla gigante de televisión, con los niños correteando alrededor.

Entonces, en una perfecta puesta en escena, se encienden las luces del Gran Salón del Hotel Hyde Park, los comensales se levantan de sus asientos y aplauden. El presidente del partido sube al estrado y da dos leves golpecitos al micrófono, para asegurarse de que todo el mundo le oye:

"Queridos amigos –dice sonriente-: Antes que nada gracias por vuestra presencia y vuestra generosidad. Espero sinceramente que la cena esté buena, a diez mil libras el cubierto ya puede estarlo –hilaridad general-. Ni siquiera Gordon Ramsay (1) cobra tanto, aunque casi... –otra carcajada- . Lo que sobre os lo podeis llevar a casa en una bolsita, como hacen los americanos... –más risas-. En serio, es un placer compartir esta velada y contar con vosotros en el gran proyecto laborista. Estamos orgullosos de lo que hemos conseguido en cuatro años, pero nuestro viaje no ha hecho más que empezar. Esas son las buenas noticias –pausa-. Las malas –añade llevándose las dos manos al pecho en un gesto teatral- es que necesitamos dinero. Supongo que ya esperabais una encerrona parecida. Esto es un atraco a mano armada . Lo confieso en la absoluta certeza de que un juez blanducho me pondrá en la calle al cabo de unos meses –risotada-. La ley y el orden es uno de los muchos problemas que nos disponemos a atacar en el próximo mandato, con sentencias más severas para los delincuentes, penas fijas de prisión para quienes cometan tres veces la misma falta, más policías en las calles, más cárceles, más vigilancia electrónica, restricciones al asilo y la inmigración... –una ovación cerrada-. Ahora mismo, mientras disfrutamos de este menú a precio fijo –risas-, el ministro del Interior redacta las leyes que presentará al parlamento dentro de un mes... Anuncios como este –señala con el brazo la pantalla gigante, donde Tony y Cherie continúan sonriendo- cuestan mucho dinero, y son fundamentales para llegar a todos los hogares en el descanso de "Operación Triunfo" –el presidente del partido hace una pausa, esperando una risotada que no llega-. Las arcas de la campaña electoral están vacías, y necesitamos un último empujón para que el barco llegue a buen puerto y los conservadores sigan en el dique seco -aplausos-. Contamos con vosotros. El padre Gordon Black y sus monaguillos pasarán el cestito después del postre...-murmullos-. Pero antes tengo una agradable sorpresa para todos ustedes. Nuestro invitado de honor es el hombre que lleva cuatro años en una cruzada para cambiar este país, desarrollar una economía flexible, combatir la rigidez de los mercados, atraer las inversiones extranjeras, impulsar el crecimiento... Señoras y señores, les presento a Anthony Blair...

Los quinientos comensales se alzan al unísono y estallan en un clamor. Suena otra vez Queen, y la sonrisa congelada de Tony en la pantalla de televisión es reemplazada por una auténtica, más perfecta si cabe. Andrew Brotherton aprovecha para abandonar discretamente el Gran Salón de Banquetes. A la entrada curiosea la lista de invitados –cincuenta mesas, diez en cada una de ellas-. Presidentes de consejos de administración, ejecutivos de firmas importantes, banqueros, directores de cadenas de supermercados... Se detiene en el umbral y observa por un instante el espectáculo. Tony Blair habla desde el estrado con su tradicional carisma y convicción, como si de verdad se lo creyera. Parece el novio de la boda. El matrimonio entre el nuevo laborismo y la City...

Sale a la calle. Diluvia. El portero del hotel Hyde Park ayuda a bajarse del taxi a un grupo de turistas, ofreciéndoles protección con un enorme paraguas negro. El pavimento brilla con las luces de los escaparates y de los coches. Deja pasar un autobús de dos pisos y atraviesa Knightsbridge esquivando los charcos. Le apetece una copa en el bar del "Fifth Floor" del Harvey Nichols. Las chicas más guapas de la ciudad están allí.

INVIERNO

Los tres permanecen abrazados a la orilla del estanque, inmóviles, silenciosos, con la mirada fija en la finísima película de hielo que cubre el agua y distorsiona el reflejo de sus figuras. El hombre, la mujer y en el medio la niña, de unos doce años, el pelo negro y lacio recogido en dos trencitas atadas con gomas de color verde. Hace mucho frío pero luce un sol radiante como pocas veces se disfruta en el invierno de Londres. La niña rompe el abrazo, se descuelga la mochila de la espalda y saca de ella una foto arrugada, amarillenta, doblada en las esquinas. También un pequeño ramo de flores envueltas en un cartucho de celofán, lo único que han podido encontrar un día de Año Nuevo, temprano por la mañana, cuando las tiendas están cerradas a cal y canto y no se ve un alma por la calle. Un ramillete de claveles mustios más cerca de la muerte que de la vida, eso es todo lo que han conseguido en la tienda de comestibles del paquistaní Aziz en Swiss Cottage, abierta las veinticuatro horas. No es lo que querían, pero lo importante es el gesto.

- ¿Lo hago ya?, pregunta la niña con un hilito de voz, tiritando de frío.

- Adelante.

El hombre se lleva las manos a la boca, echa un par de bocanadas de vaho, y se las frota con fuerza. La radio del coche anunció hace un rato que estaban a dos grados bajo cero. El sol invernal es muy bonito, pero apenas calienta. La mujer rubia, mucho más jóven que el hombre, contempla la escena sin decir nada, muy tiesa, arrebujada en su anorak negro.

La niña contempla la fotografía, se la acerca a los labios y le da un beso muy largo. La guarda de nuevo, deja la mochila sobre la hierba cubierta de escarcha y arroja el ramillete de flores al estanque helado. Debajo de la capa de hielo asoman los nenúfares. Hay muchos, por eso es conocido como el "estanque chino".

-No se hunden –exclama la niña preocupada-. Cualquiera puede venir y llevárselas.

- No te preocupes –la tranquiliza el hombre-. Parece que la ola de frío terminará esta noche, y el hielo se derretirá. Además, ¿quién va a meter los pies en el agua para coger un ramo de flores?. Anda, vámonos.

- ¿Me puedo quedar sola un momento?. Un ratito nada más...

El hombre y la mujer se retiran, y se sientan en un banco, cogidos de la mano sin decir nada.

- Brrrrrrrr –se queja el hombre-. Hace tiempo que no pasaba tanto frío.

Sólo ven la espalda de la niña, unos metros delante, al borde del estanque, con los dedos entrelazados. No saben si reza, y si lo hace, a quién. Observan que saca otra vez la foto de su mochila, vuelve a darle un beso, más breve, y la aprieta contra el pecho con las dos manos. Pasan unos minutos. Cinco, tal vez diez, es difícil medir el tiempo en momentos así, cuando lo único que cuenta es la emoción, el amor, el respeto. Parece que el mundo se detuviera, y la escena se convirtiese en una diapositiva. El hombre y la mujer saben que recordarán siempre este instante, que si su vida queda reducida a una serie de imágenes, no cabe duda de que ésta de hoy, día de Año Nuevo, será una de ellas. La niña tampoco olvidará pero es demasiado pequeña, le pasarán cosas y el recuerdo quedará difuminado. La memoria, selectiva, lucha contra el dolor, y casi siempre gana.

El tiempo es prisionero del hielo, como el agua del estanque. El aleteo de una bandada de pájaros que se desplaza de un árbol a otro rompe el silencio. A lo lejos, hacia el este, se atisba el torreón de la iglesia de Highgate. Los hombros de la pequeña se contorsionan ligeramente, tiembla de frío. Oyen unos sollozos reprimidos y se dan cuenta de que está llorando. El hombre se levanta de un salto y se acerca corriendo.

-Ven aquí, corazón –dice abrazándola-.

La niña da rienda suelta a su pena y rompe a llorar a moco tendido. No puede parar. Llora y llora. La mujer se acerca hasta ellos, pero no dice nada. No tiene derecho a hablar. No quiere ser protagonista de una historia a la que llegó tarde.

-Llora todo lo que quieras, amor mío –la consuela el hombre, acariciándole el pelo lacio-. Y cuando termines te sentirás mucho mejor, ya lo verás.

-Lo siento –dice la niña, haciendo pucheros-. Imagino a mi madre solita, ahí en el agua, helada,.... ¿Estaba ya muerta cuando la tiraron al estanque?.

- Sí, cielo. En el agua ya no sentía nada.

Al hombre le gustaría decir algo más para aliviar el sufrimiento de la pequeña, pero no le salen las palabras.

-Perdón –dice la niña cuando se calma, avergonzada por la llantina-. Veía el cuerpo de mi madre flotando en el agua, sin nadie que la ayudara... Aquí la encontraron ¿verdad?. ¿Crees que sufrió?.

El hombre no responde. No quiere mentir. La verdad es demasiado brutal. Sigue acariciando la cabecita que tiene apoyada en su pecho. Intenta contener el llanto, pero no puede más. No quiere que la mujer y la niña lo vean llorar. Saca discretamente el pañuelo del bolsillo del abrigo y se seca los ojos. La mujer se acerca, le coge la mano y se la aprieta con fuerza. Sin decir nada. No recuerda la última vez en que lloró. Hace mucho tiempo, desde luego. Mucho tiempo.

- ¿Crees que mi madre tiene miedo y se siente abandonada? –insiste la niña-. ¿Crees que me puede ver, que me está viendo ahora, que sabe que le he dado un beso y regalado unas flores?. ¿Crees que sabe que la quiero, y que pienso todos los días en ella?. Por lo menos una vez, al acostarme, pero casi siempre más veces.

El hombre continúa callado.

- Claro que sí –dice la mujer-. Tu madre está tranquila y ya no sufre. No tiene miedo, ni frío, ni se siente sola. Sabe que la quieres mucho y está contenta cuando te ve feliz. Lo que más quiere en el mundo es que seas feliz.

La niña mira por última vez el estanque, y el ramillete de flores pochas que no se hunden. Se despega del hombre y da un abrazo a la mujer.

- ¿Podemos ir ahora a tomar un helado?. Me lo prometisteis...

Marchan cogidos los tres de la mano por una avenida embarrada que atraviesa el parque. Los árboles, completamente pelados, no oponen resistencia alguna al sol tímido y enano de los inviernos del norte. Ya se divisa el pueblo de Hampstead, detrás de un bloque de apartamentos de ladrillo rojo, The Pryors, que se alza fantasmagórico como una casa encantada en lo alto de la colina.

- ¿Es verdad que ya te puedo llamar papá? –pregunta la niña de repente-. ¿Es ya seguro que eres mi papá?.

- Sí, me temo que ya no tiene remedio. En buen lío te has metido –contesta el hombre dándole un cariñoso tirón de orejas-. Aunque siempre te puedes divorciar de mí...

- ¡Ay! –grita la niña, y sale corriendo en zig-zag, dando saltitos-. ¿Creeis que estará abierto el Haagen Dazs?.

Pasan por delante de un pub, todavía cerrado. Es demasiado pronto. Es Año Nuevo.

(1) Nota del autor: Gordon Ramsay es uno de los chefs de cocina más reputados de Londres, con tres estrellas en la guía Michelin
 
 
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También de Rafael Ramos, el Diario de Londres
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