Trailer

Fotogramas de la película

Sinopsis

Desde que terminó su última misión, John Rambo vive retirado en Tailandia trabajando en una lancha en el Río Salween. Muy cerca de allí, en Birmania, se vive una guerra que dura ya 60 años, pero Rambo prefiere mantenerse ajeno al combate. Cuando unos misioneros piden su ayuda para llegar a territorio birmano, el ex- soldado acepta sólo llevarles. Dos semanas después, Rambo se entera de que el grupo solidario no ha regresado y decide ponerse al mando de unos mercenarios para acudir a su rescate.

La moda de recuperar a mitos del cine vuelve a dar sus frutos. Después del exitoso regreso de Silvester Stallone en "Rocky Balboa", ahora le toca el turno al icono por excelencia del cine de acción, Rambo. "John Rambo" supone la cuarta entrega de la saga que se inició en 1982 con "Acorralado" bajo la inspiración de la novela "First Blood" de David Morrell. Tras ella llegaron "Acorralado II" y "Rambo III", que contribuyeron a hacer del personaje de Rambo todo un héroe por su compleja personalidad, en continua lucha entre su humanidad y sus traumas como ex-combatiente de Vietnam. Al igual que hizo con "Rocky", Stallone ha querido cerrar esta aventura poniéndose al frente del guión y la dirección de "John Rambo". La película tiene lugar en la guerra civil birmana, uno de los conflictos más sangrientos y largos de la historia, que aún sigue vigente.

Silvester Stallone vuelve a desafiar al tiempo, como en "Rocky Balboa" (2006), dando vida a un cada vez más caricaturizado John Rambo. Le acompañan Julie Benz, protagonista de la serie "Dexter" y Paul Schulze (Zodiac). Completan el reparto Matthew Marsden (Dead or Alive), Graham McTavish (Chica buena, chica mala) y Tim Kang (Misteriosa obsesión).

Crítica

Inaudita la respuesta de indignación esgrimida por un amplio sector de la crítica europea ante la postura ideológica de la cuarta entrega del impresentable apagafuegos paramilitar fascistoide que responde al nombre de John Rambo. Que el testosterónico armario mata amarillos, colega de los talibanes en un tiempo en que en EE.UU. quedaba cool enaltecer su iluminada rebeldía, es un producto colateral y cinematográfico de la posguerra fría, de la América henchida de patriotismo y proselitismo civilizatorio de Ronald Reagan, es tan cierto ahora como entonces. Y que el matón hormonado en cuestión, corpoerización de la fazmás histriónica y hortera del viejo ideal del gendarme americano, representa una idea rancia de la América de la justicia a tiros, miembro distingido del santoral pagano de la Asociación del Rifle o la Iglesia Baptista de Westboro (esa que planeaba boicotear el funeral de Heath Ledger), era así ayer y lo seguirá siendo pasado mañana. Llevarse las manos a la cabeza a estas alturas del curso por las barrabasadas de ese americanismo resentido y rebanacuellos que encarna Rambo es un ejercicio de ingenuidad. No está de más profundizar en el valor intrínseco (menor o más menor) de las imágenes más allá del discurso político preasumido -y de perogrullo- antes del visionado de la cinta.

No es cuestión de engañar a nadie, "John Rambo" no es una buena película ni quiere serlo, como tampoco lo eran ni querían serlo "Rambo" y "Rambo III" (excluimos del baúl innoble "Acorralado") y su posicionamiento ideológico es susceptible de provocar arcadas, pero, hablemos claro: ésta es una película de Rambo no un drama liberal-progresista de George Clooney o Robert Redford. Ya sabemos de que pie cojea Stallone y si alguien titubeaba dejará de hacerlo uniendo los puntos de la línea recta que propone su nueva película. La moraleja de la misma es de traca: abajo solidaridad, cooperación internacional y el estéril buenismo de las ONG. Para solucionar líos y desajustes internacionales no hay más medicina que el bazoka y el fusil de asalto.

Quien tenga cosas mejores que hacer probablemente se deje sorprender por la honestidad generacional con que Stallone trata al personaje. Un sujeto envejecido, hundido en la miseria de sus excesos balísticos que malvive más solo que la una en un rincón oscuro de Tailandia dedicado a empeños no menos oscuros. Rambo se ha convertido en un perro viejo poco presentable, un sujeto acabado, consciente de ser un fosil del post Vietnam que ya ni siente las piernas ni siente nada de nada. Ese punto de renegado trasnochado que el actor-director endosa al personaje demuestra que Stallone tiene perfectamente asumido que se le pasó el arroz y que no está para vender apologías laudatorias de sí mismo. Rambo nunca ha sido más despreciable de lo que es en esta cuarta entrega. He ahí el estímulo morboso de ésta, por otra parte, tremenda ración de gore bélico, carnaza fresca para los amantes de la acción en bruto y fuera borda. Stallone se lo guisa y se lo come, y su película, muy burra, que reivindica un cine de mamporros y tiro limpio en desuso desde hace década y media (que no obsoleto, tristemente, habida cuenta de cómo anda el patio) vuela en un suspiro con una colección de secuencias muy eficientes de una brutalidad visceral (y muy facha, cierto) sin precedentes. Ahora bien, quien tenga la cabeza en su sitio y añore el cine de hombre solo contra el mundo de los 80, habrá de reconocer después de noventa minutos no haber mirado el reloj ni una sola vez para reconocer, quizá con remordimientos, después de limpiarse la sangre de las gafas, que a lo mejor la película no es tan mala después de todo, a pesar del deleznable discurso que airea y resucita.