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Resumen

06/09/2006

Academias y académicos: qué lejos de los profesionales de la lengua

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Admiro a Alicia Zorrilla por muchas cosas. Por su trabajo en el ámbito lingüístico, sobre todo. Leo ahora —qué tarde, dirán ustedes; pues sí, supongo— su discurso de entrada en la Academia Argentina de la Lengua. Y, quizá por estar acostumbrada a esos discursos eruditos que no se casan con nada, que no son nunca la declaración de intenciones a la que nos tienen acostumbrados nuestros académicos, los de la RAE, éste de Alicia Zorrilla me atrae y me produce a la vez mucho rechazo. Pero, como dice mi hija pequeña —imitando seguramente a su abuela, que gusta mucho de refranes—, «quien tiene boca se equivoca». Vamos, que el discursito tiene tela, pero también es cierto que esta señora se moja, y hay otros que ya quisiera uno que se mojaran un poco.

Como varias partes del discurso me encienden un poco y no sé si mi autocontrol llega a tanto, vayan por delante, a la manera de un sabio escritor que conozco, mis disculpas.

Habrán oído ustedes muchas veces las historias de los niños criados en el más absoluto aislamiento por los faraones, por los reyes, por Napoleón..., con la intención tan absurda como pretenciosa e inútil de que, al echarse a hablar, la primera palabra diera con el habla de Dios o de los dioses, que, claro está, todos creían firmemente la suya propia. Bueno, nunca me ha gustado que nadie trate de apropiarse de nada en nombre de lo sagrado —bien es sabido que eso ha dado lugar a muchas guerras y sigue haciéndolo—, y tampoco me gusta que la señora Zorrilla afirme al comenzar su discurso:

El hombre de nuestros días parece espiritualmente solo, con las raíces en el aire, y esa soledad, fruto de tantas carencias y de tantas penumbras, lo obliga a salir de sí y a atraer hacia sí un ídolo material que se disfraza con las mil máscaras del oportunismo para encantarlo con la frivolidad y con la ignorancia, para vaciarlo de principios y de convicciones, para arrancarle, uno a uno, sus valores; para despojarlo del orden y de su dignidad en el decir. Se aleja de la verdad —ésta ya no es un bien, sino un mito— y, desnudo de fe, se refugia en el vacío de su incertidumbre, donde no encuentra demasiados espacios para crear ni para depurar su creación imprescindible. Y esa ausencia de verdad, que es olvido de Dios, se transforma en espejo de su expresión rota, enviciada de muletillas, de verbos descarriados que responden a la desintegración de los tiempos, de sustantivos a medias, de adjetivos débiles, descoloridos, y de preposiciones perturbadas, cuya omisión es también metáfora de tantas ausencias. En esa sintaxis del desasosiego, un vocablo devora a otro, y los que permanecen confunden sus arquitecturas y desangran sus significados. Todo pesa. No podemos decir con Octavio Paz: «Un espacio hecho de aire y en el que todas las formas poseen la consistencia del aire: nada pesa».

No creo que el hombre descreído sea un fenómeno de la sociedad de hoy; creo que ha existido desde siempre. Pero achacar la falta de cuidado por el lenguaje y la pobreza en el uso de la lengua a una falta de creencia en Dios, es como reclamar el buen escribir para los justos. No cabe en cabeza alguna que una bondad sea patrimonio de unos pocos, y que el discernimiento de qué pocos lo merecen sea llevado a cabo por un criterio como el de la religión: el que es católico (pues parece que en las primeras líneas Alicia se identifica como tal) lo único que tiene a su lado es la fe que posee; ni más ni menos, señora mía, y eso ya es mucho. Pero deje al César lo que es del César: ni Teresa de Calcuta reclamó para sí y para las suyas la bondad y la abnegación en el cuidado de los enfermos. En una entrevista dijo que ellas vivían para Dios y que sus actos eran para ellas secundarios; que mucha gente acudía a Calcuta con la intención de hacer el bien tanto o más que ellas, y en esto ella les aclaraba que si lo que querían era ayudar al prójimo, sin fe ninguna en Dios, montaran una ONG, que ella los ayudaría. Ya ven, ni la bondad y la generosidad son patrimonio de nadie: sólo la fe es algo que uno tiene o no. Achacar a la falta de valores la incorrección en el lenguaje es simplista; no creo que esas crisis cíclicas que se denuncian a menudo de desarraigo y de falta de creencias (hace mucho decía un autor, no recuerdo cuál, aunque un amigo me apunta que se le atribuye a Chesterton: «When Man stops believing in God, he doesn't then believe in nothing, he believes anything» [Cuando el hombre deja de creer en dios es capaz de creer en cualquier cosa]) se traduzcan en un empobrecimiento del lenguaje y de la expresión: el hombre sigue escribiendo y creando y buscando, y cambiando la lengua, como siempre.

Habla Alicia Zorrilla de que se ha perdido el afán de hablar bien y de escribir bien; estoy de acuerdo, lo constato en el mil veces oído «Si, total, se entiende». Pero cabría preguntarse si las Academias no han sido en parte culpables de esto: por no haberse unido antes en ese hispanismo que tanto echamos de menos para no encontrar a España siempre como la pauta; por no dejar claro su carácter normativo; por no alcanzar un consenso argumentado y permanente en sus decisiones, tantas veces contradichas en sus propias publicaciones; por hacer que esas publicaciones vigentes se desdigan las unas a las otras; por no tener esa transparencia ni esa gratuidad en la elección de sus miembros, en la elección de sus editores, en la distribución de sus publicaciones... (sobre esto hay varios artículos en este mismo blog).

Habla también Alicia Zorrilla de que «El desposeimiento de la palabra es intolerable; el exceso de palabras también, sobre todo, cuando se apartan de lo justo y lo sensato». Esto me parece peligroso: es fácil decir lo que es correcto e incorrecto, lingüísticamente hablando —ya, ya sé que a veces no es nada fácil—, pero desde luego sólo conozco pocos casos de gentes que se han atrevido a discernir entre lo que era justo o sensato y lo que no, y lo han llevado a sus últimas consecuencias: Fidel Castro, Franco..., dictadores que se creen que los demás no saben qué es lo justo o sensato y que ellos tienen que decidir por los demás. Es terreno pedregoso. No me parece acertado y quiero entender que lo que intenta decir es que la gente ya habla por hablar, sin el menor cuidado, y mete la pata. Un desacierto en su expresión.

Ay, el humor. Cuando habla de los errores que causan risa y no los entiende y se mete con no sé cuántos escritos que estudian la risa... Menos pensar y más sentir: esas erratas son las que por una hermosa forma de ser que tiene la lengua (la doble articulación), que establece pares mínimos (¿se acuerdan ustedes de formar pares mínimos para ver qué es fonema y qué alófono en una lengua?), el error hace que estos pares, a veces con una simple errata, se intercambien y la errata confiera un nuevo sentido a toda la frase, pero dejando traslucir lo que quiso decir el autor, apareciendo así un puro chiste. Como ese que cita el discurso del periodista que quiso «dedicar un cumplido a la hija del dueño del diario, quiso decir: “Basta escribir su nombre, Mercedes, para que se sienta orgullosa la tinta”, pero se publicó “la tonta”». Esto es lo mejor de las erratas, o lo único bueno.

Habla de que no hay tiempo para la cultura y en eso coincidimos todos, supongo, pero es también labor de las Academias, en su deber de velar por el idioma, la de llamar la atención a los medios, las editoriales, las instituciones... para que se tomen ese tiempo y ese dinero. Tienen además que proponer soluciones: en España aún no se ha hecho nada por las exigencias de los correctores; y los correctores son una de las mejores —cuando no la mejor— herramientas con las que cuentan para que estos errores (todos los que Alicia Zorrilla recoge y lamenta) no aparezcan, o aparezcan muchísimo menos.

En cuanto a su «se yerra porque no se sabe», es lo que menos me preocuparía: hay que corregirlo con una educación gratuita de calidad, con libros, revistas, medios, etcétera, editados con cuidado y corrección. Y aquí de nuevo hablamos de tiempo y dinero que deberían reclamar las Academias o los ministerios de educación para no horrorizarse con los resultados: exijan correctores, reconózcanlos, cuídenlos, fórmenlos. Se corregiría con un permanente cuidado y atención de las instituciones a la base del español: el español lengua de aquí; si el E/LE es una inversión fácil y a corto plazo, el E/LA es una inversión a largo plazo básica para la otra y, además, moralmente exigible a todas las instituciones que cuidan de esta lengua y viven de ella, cuánto más a las Academias.

Más adelante:

Según el doctor Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española, «la norma lingüística se establece sobre la base de lo que es el “uso normal que de ella hacen los hispanohablantes de formación media culta”. [...] Cuando un hecho gramatical se convierte en un hecho de costumbre de ese conjunto de personas, la Real Academia Española y las hispanoamericanas consagran lo que es normal como norma lingüística».

Es muy bonito lo de que las normas las establecen los hablantes y las academias las consagran; yo ahí pediría un poco más de valentía, como hacía un artículo en este blog y hemos pedido tantas veces. Además, no encuentro tan holgada la manga de la Academia, ni me gusta encontrarla así: recuerdo que Lázaro Carreter defendía que el uso que no empobrecía la lengua era el que merecía imponerse. ¿Qué quieren?, yo estoy de acuerdo con Lázaro Carreter más que con Alicia Zorrilla y su cita de García de la Concha.

En «Cada norma culta es tan valiosa como la de Madrid», el título me chirría. Primero, porque, aunque vivo en Rivas, soy de Madrid y estoy un poco harta de que aludan a Madrid como si fuera ¿qué?, ¿acaso es la lengua culta? ¿Han oído ustedes hace poco hablar aquí? ¿Y hace mucho? Porque en Madrid, hace veinte años, nadie era de aquí; y ahora, ya nadie es de aquí. Bueno, paro con esto. Me chirría porque no es tan valiosa: es más, simplemente por número de hablantes; en España somos ¿cuántos?, de los cuáles usamos el fonema zeta ¿cuántos? Pues eso, minoría absoluta. Yo creo que lo del hispanismo las Academias empiezan a catarlo, de forma titubeante: el DPD no deja de ser una muestra que un autor envía a su editor con la promesa de elaborar una obra, ¿o no? Falta un diccionario hispánico real, trabajo monumental. Falta una gramática hispánica, que incluya, por ejemplo, el voseo. La ortografía, sin embargo —aparte de la tarea pendiente de enmendar sus errores y contradicciones, y a no ser que se proponga una simplificación (no una complicación), tipo pasemos del minoritario ceceo e instituyamos el seseo—, no creo que presente problemas hispánicos más allá de la separación silábica del consabido tl en los dos tipos de pronunciación (en dos sílabas/en una sola). (Sobre el asunto de España como principal foco de irradiación y la necesidad de que esto cambie, se pueden leer, además de los artículos referidos, otros publicados también en este blog.)

Y, nada más, sólo que yo, si me atacara un atacante, en vez de usar el FIRST DEFENSE, le daría el alto y le sacaría el folleto explicativo: no tiene desperdicio, es desternillante. A lo mejor con el humor, que todo lo puede... Lo malo sería que no entendiera el español; mala suerte.

«Planiando para defensa personal. Quizas el aspecto más importante para el plan de defensa personal es aprender a confiar en sus presentimientos-si las cosas no parecen correctas, seguro que no están. Salgase inmediatamente de donde estás. FIRST DEFENSE ni cualquier otro producto puede garantizar su seguridad personal. [...]. Posesión de los productos de FIRST DEFENSE no es substitución para sentido común. [...]. Nunca usa FIRST DEFENSE como una arma ofensiva. Una técnica importante para usar si eres amenazado por un atacante es poder, dominar con aseveración. Muchos atacantes se desaniman cuando la víctima muestra fuerza y confidencia. Con el rostro hacia el atacante, levante la mano que no es dominante (usualmente la izquierda) con la palma señale al atacante ALTO, después grite lo más fuerte y agresivo que puedas “ALTO... Mantengase Atrás!”. Estudios han muestrado que personas que tienen tensión o ansiedad aumentado no oyen lo que se dice. Armonice la intensidad de lo que diga y como lo dices. Haga SU demanda fuerte y recio, no pasivo como “no me hagas daño” o “que quieres?”. [...] NO, siempre, significa NO! Practique gritar regularmente estas palabras poderosas. Si el atacante continúa, esté preparado a usar FIRST DEFENSE. [...]. Agarre firme su unidad personal de FIRST DEFENSE con cuatro dedos y pulgar. [...]. Tambien si el chorro está más corto de cuando era nueva es tiempo para reemplazarlo. [...]. Cuando estés confrontado con un atacador tenga y tome una posicion con los pies seguros y que sea facil de mover. Acuerdas... que si no encuentras el producto no puedes usarlo».

Ana Lorenzo (Rivas Vaciamadrid, España)

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12/09/2006

El presidente de México veta el régimen de precio único del libro

En una nota anterior me referí a la promulgación en México de la nueva Ley de Fomento de la Lectura y el Libro, que instituía el régimen de precio único. Entonces hablaba de las bondades del régimen y señalaba como siguiente tarea superar dos obstáculos inmediatos: la centralización excesiva y problemas de distribución.

Pero en estos días el presidente Fox vetó la disposición del precio único (no toda la ley) basándose en una opinión de la Comisión Federal de Competencia, según la cual, para citar las palabras del director de la comisión, Eduardo Pérez Motta, «el esquema del precio único impediría a todos los participantes en el mercado de los libros ofrecer a los consumidores precios más bajos, aunque estuvieran en condiciones de hacerlo por operar eficientemente, debido a que esta práctica quedaría fuera de la ley». Hace un año, el 5 de octubre de 2005, la CFC ya había hecho pública su oposición, así que no es ninguna sorpresa su postura.En cambio, sí sorprende la metodología que siguió para fundar su opinión. Explica José Ángel Quintanilla, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, que todo lo que hizo la comisión fue consultar en el sitio electrónico de Amazon el precio de dos libros en seis mercados, tres de precio único y tres de precio libre. Con esa «muestra», la comisión concluyó que el precio único aumenta el costo para los consumidores hasta treinta por ciento.

No es el único pecado de la Comisión Federal de Competencia. También pasó por alto la opinión casi unánime de libreros y editores, que viven a diario la concentración del mercado y que tienen que enfrentar la presión de las empresas más grandes por conseguir descuentos que nunca están al alcance de las librerías pequeñas, tanto las especializadas como las que atienden a lectores de ciudades alejadas o poco pobladas. Ignoró también la opinión de intelectuales cercanos al medio editorial. El resultado, como era de esperar, ha sido la reprobación general (para tres ejemplos accesibles, véase el artículo del periodista Fernando Escalante, que da un repaso al veto del presidente, la nota de la poeta Coral Bracho, en la que revisa el régimen del precio único en otros países y el comentario de Alberto Ruy Sánchez, sobre la debilidad de las explicaciones del presidente y sus consejeros).

Las editoriales y las librerías no compiten con precios, sino, por ejemplo, con su catálogo. En las situaciones ideales, compiten también en el terreno de la calidad y el cuidado editorial. El veto del régimen de precio único es una de esas equivocaciones bien intencionadas de las que es difícil retractarse. Por si fuera poco, México empieza estos días la transición del gobierno federal, de modo que no se avizoran cambios en varios meses. Llegará, sin embargo, la hora del arrepentimiento. Seguramente retomaremos el régimen de precio único y, con suerte, daremos otros pasos mejor encaminados. Esperemos que sea pronto.

Javier Dávila, ciudad de México

13/09/2006

La patria común del español

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Gregorio Salvador, vicepresidente de la Real Academia de la Lengua, ofrece hoy una conferencia en el Instituto Leonés de Cultura dentro del ciclo de la Fundación Hullera Vasco Leonesa Académicos de la Española en León. En esta entrevista, el catedrático de Lengua Española habla acerca del futuro del español y del desarrollo de las lenguas vernáculas.

—Usted dijo en una ocasión que la función del idioma es entenderse, no crear identidades. ¿Cuál es entonces hoy en día la función de las lenguas vernáculas?

—Convertir el lenguaje en bandera es prescindir de él. Fíjese que la función del abanderado en las guerras era esgrimir la enseña para que las lanzas no pudieran tocarle. El valor de la lengua, para empezar, no siempre es el mismo, es mensurable. De ahí que idiomas internacionales como el español o el inglés no se utilicen como bandera.

[Extracto de una entrevista al vicepresidente de la RAE, publicada en El Diario de León.]

Resultaría difícil encontrar mejor introducción que esta para el artículo «La lengua, patria común. Política lingüística, política exterior y el posnacionalismo hispánico», del sociolingüista José del Valle , originalmente publicado en libro, y hoy ya en la red, a disposición de cualquier lector interesado en la actualidad de la planificación lingüística del español.

No podría resultar más llamativo el contraste entre estas y otras declaraciones anteriores del polémico académico, y el preciso y riguroso análisis que el profesor José del Valle realiza «de las políticas lingüísticas llevadas a cabo (o proyectadas) en España, de la estructura conceptual del nacionalismo lingüístico y de la presencia implícita de esta ideología en la actual promoción de una lengua trasnacional como el español».

Cabe matizar que la lectura de este artículo permitiría una visión más amplia, si cabe, de estos temas si se hubiera escrito tras la creación y puesta en marcha de la Fundéu, hoy una de las piezas clave de la política económico-lingüística española, de la conformación y extensión de un español global —necesario para el desarrollo del español como recurso económico y de la promoción del español en Estados Unidos—, y del traslado a los medios de comunicación de la tarea de difundir un modelo normativo unitario y ejemplar. Como decía Alberto Gómez Font, coordinador general de la Fundéu, en una ponencia reciente: «Hay que tener presente que los verdaderos maestros del español son los medios de comunicación, que se encargan de difundir los nuevos usos de la lengua; hasta tal punto es evidente ese papel de la prensa que la Real Academia Española, al redactar la última edición de su diccionario (22.ª, 2001), utilizó los textos de la prensa como referencia y les dio la misma importancia, o quizás más, que a los textos surgidos de las plumas de los grandes escritores».


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18/09/2006

Escribir en español latinoamericano

20060918121049-el-reino-de-las-indias.gif Desde nuestra separación política de los países colonizadores europeos, en América Latina se han escrito diferentes historias, muchas de ellas paralelas y algunas no tanto (comparemos, por ejemplo, a Bolivia con Surinam). Estos mismos paralelismos y divergencias los encontramos en nuestras economías o políticas aplicadas y, de la misma forma, en las lenguas habladas.

Para nadie es un misterio que en este campo las diferencias locales, regionales o nacionales son marcadas, no solo en el aspecto léxico sino muchas veces en lo sintáctico y morfológico. Estrictamente, fuera de romanticismos y de políticas lingüísticas o educativas tendientes a la homogeneización, en algunos casos con pleno derecho (y apelando a criterios de inteligibilidad) se podría reclamar el estatus de lengua para una «variante» del español hablado, digamos, en Argentina. La heterogeneidad lingüística del español en América (y en general de todas las lenguas que ocupan un territorio amplio) es un asunto arduo de estudiar, de analizar y de deslindar.

Pero dejemos esos apasionantes problemas a los dialectólogos y ocupémonos de algo que podría ser más asible: «escribir en español latinoamericano». Se dice que la escritura es un «método de intercomunicación humana que se realiza por medio de signos gráficos que constituyen un sistema». Además, ese sistema puede ser «completo» cuando «puede expresar sin ambigüedad todo lo que puede manifestar y decir una lengua determinada por medio de la oralidad» (Enciclopedia digital Encarta). Esta conceptualización no acarreó mayores problemas teóricos a lo largo de los años, pero el número de estudiosos que iban llamando la atención sobre las divergencias de correlación entre estos dos modos de expresión (oral y escrito) ha ido en aumento. Veamos lo que nos dice Walter Ong (Oralidad y escritura. Fondo de Cultura Económica. México D. F., 1987) sobre esta diferenciación:

La escritura, consignación de la palabra en el espacio, extiende la potencialidad del lenguaje casi ilimitadamente; da una nueva estructura al pensamiento y en el proceso convierte ciertos dialectos en «grafolectos» (Haugen, 1966; Hirsch, 1977, pp. 43-48). Un grafolecto es una lengua transdialectal formada por una profunda dedicación a la escritura. Esta otorga a un grafolecto un poder muy por encima del de cualquier dialecto meramente oral. El grafolecto conocido como inglés oficial tiene acceso para su uso a un vocabulario registrado de por lo menos un millón y medio de palabras, de las cuales se conocen no solo los significados actuales sino también cientos de miles de acepciones anteriores. Un sencillo dialecto oral por lo regular dispondrá de unos cuantos miles de palabras, y sus hablantes virtualmente no tendrán conocimiento alguno de la historia semántica real de cualquiera de ellas.

La misma situación sucede con el grafolecto denominado «español general» o «lengua española general». Y aquel grupo que en grado superlativo ha estado en relación directa con las letras (el grafolecto español, inglés u otro) son seres tan notables, que a su dialecto se le dirá «culto» y servirá como referente que imitar. Este dialecto en su forma escrita puede ser visto y leído en muchos textos académicos y literarios y escuchado en programas de televisión por cable muy interesantes, pero sin muchos televidentes. Y aquí sucede una simpática paradoja: si bien la influencia del habla y escritura «culta» puede sentirse en todos los estratos sociales, esta influencia queda desdibujada/deformada por la carencia de referentes directos cuyo ejemplo seguir (al menos, esto sucede en mi Perú natal). La gente sabe que «hay» una forma de hablar y escribir «correctas» y cada uno intenta (consciente o inconscientemente) hablar «mejor». Los profesores de educación primaria y secundaria desempeñan un papel preponderante en esta situación, pues «su» dialecto español será casi copiado por sus alumnos (en especial, el del profesor de lenguaje, lengua, gramática, comunicación o cómo llame la moda al curso donde se trata de nuestra lengua). Este tira y afloja de la norma española, con el habla y calidad de enseñanza de los profesores, el entorno de los alumnos y otros factores más, tiene un correlato dramático en los niños, cuyos hábitos de lectura en español y conocimiento consciente de la gramática resultan muy pobres (y nuevamente estoy hablando de mi Perú y de Lima, en especial). Pero otra vez nos estamos desviando del tema y hemos de regresar. Creo que actualmente ningún normativo enunciará que tal dialecto hablado en aquella zona de América no pertenece a la lengua española. Me parece percibir, como nunca antes, una intención de «abarcamiento» y de considerar a las variantes y distintos léxicos como «riqueza» y parte del acervo español y ya no como «deformaciones» de la norma, condenadas al ostracismo y la ley del hielo. No queda otra además, so pena de que surjan las lenguas peruana, mexicana, argentina, boliviana y etc. Aun así, la heterogeneidad no ha sido mayor en estos últimos tiempos, por efectos de la globalización económica y de los medios de comunicación masiva, que han venido en auxilio de los normativos para mantener una unidad idiomática. Claro está, unidad con fines de comunicación, y no por la preservación de la «pureza idiomática». Es así que los comunicadores han creado un léxico y reglas gramaticales que, al fin y al cabo, son utilizados solo por ellos. Si los normativos se mesan los cabellos al ver cómo se maltrata la lengua culta en casi todos los estratos sociales, los comunicadores se solazan del éxito «panamericano» logrado, importándoles muy poco las consecuencias que pudiese ocasionar su artificial construcción. Y tan artificial como esa gramática «comunicativa» son todas las gramáticas invariables con fines homogeneizantes. Y, por efecto contrario, esa «gramática» estructurada, aunque no simétrica y con gran cantidad de alternancias fonológicas, léxicas, semánticas y morfosintácticas, y que incluya todas pero todas las variantes hispanoamericanas (y yo no sé si seguirá llamándose en última instancia «gramática») sería la única que podría reclamar para sí el «español latinoamericano». Y pues, escribir en español latinoamericano es tanto el producto de alguien influenciado por alguna lengua originaria de esta parte del continente y que escribirá «del Fernando su casa», como quien escribe desde alguna universidad manteniendo una rigurosidad nacida en la península ibérica. Hay que pensar mucho sobre la «legitimidad» de un autor, si luego de soslayar un buen número de reglas normativas, y si claramente esa escritura es contraria a la norma culta, y sin embargo, sirve a los propósitos que el autor se propone (comunicativos o expresivos) y, además, es regocijadamente captado por sus lectores. Alguien diría que todo vale si el mensaje es captado. La estética y la literatura es un asunto diferente, pero no ajeno. Todo escrito vale por su mensaje y su construcción, y en la medida en que los lectores aprecien, distingan y se sientan impresionados por la combinación exacta de ciertas palabras, entonces, hablamos ya de belleza, placer o estética, en suma, de literatura.

 

Fernando Carbajal (Lima, Perú) 

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18/09/2006 11:57 Enlace a esta entrada.Tema: Lengua y cultura/Llengua i cultura No hay comentarios. Comentar.


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