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Se muestran los artículos pertenecientes a Febrero de 2006.

Resumen

01/02/2006

Nuevo número de DosDoce y herramientas digitales de la edición

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La revista sobre comunicación, arte y literatura DosDoce acaba de publicar un nuevo número, con un sumario del que destacaría dos artículos especialmente vinculados a los temas de esta bitácora.

En el primero de ellos, La digitalización de libros, se hace una reseña del seminario «Archivo de la Internet española. Webs y archivos personales» (Madrid, 12/12/2005) dirigido por J. A. Millán, donde se planteó la necesidad de establecer políticas de recopilación y conservación del patrimonio digital, encaminadas a preservar, para su consulta y estudio, las obras y las webs en lengua española de interés, una tarea en la que deberían implicarse los productores de cultura en español, mediante la conservación de copias digitales de las obras de sus autores.

En el segundo, Estudio: La comunicación en la promoción del libro, se recogen las principales conclusiones a las que llega el estudio El papel de la comunicación en la promoción del libro, realizado por la Revista Cultural Dosdoce en colaboración con la agencia de márquetin y comunicación Blue Creativos a partir de los datos facilitados por 56 editoriales españolas. De este estudio, centrado exclusivamente en el uso estratégico de los medios digitales de promoción que las editoriales bibliológicas tienen a su alcance, se desprende una constatación que puede extenderse a otros campos de la edición española: la falta de adaptación del sector del libro a las facilidades que ofrecen las nuevas tecnologías para buscar autores; hallar medios flexibles de explotación de los derechos de edición y reproducción; mejorar los procesos de realización y producción sin perder calidad ni sacrificar procedimientos necesarios; publicar en diversos formatos paralelos, y difundir una obra usando mecanismos de comunicación que establezcan un diálogo directo con el lector al que va dirigida —un feed-back, por otra parte, muy necesario para retroalimentar la cadena de creación-producción-publicación.

 
Silvia Senz Bueno
(Sabadell, Cataluña, España) 

Los más jóvenes tiran del carro de la edición hacia el futuro

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Como bien apunta el estudio sobre estrategias de comunicación del sector editorial publicado en el último número de DosDoce, saber qué y cómo publicar es sinónimo de conocer al lector para quien se publica.

El último número monográfico (Jóvenes y lectura) de la Revista de Estudios de Juventud, publicada por el Instituto de la Juventud , del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (España), está dedicado a los hábitos lectores de los jóvenes y a las tendencias que sigue la lectura entre este segmento social, claramente ligadas a las nuevas tecnologías. A direcciones parecidas apuntaba el estudio realizado por el Consell Català del Llibre per a Infants i Joves, Hàbits de lectura dels infants i joves de Catalunya/Hábitos de lectura de los niños y jóvenes de Cataluña (marzo del 2005; descargable en el apartado «Documentación: Estudios» de la web del CCLIJ), donde se señalaba que «la lectura es una práctica que atañe a diferentes productos culturales y medios de comunicación. El fomento de la lectura de libros no ha de plantearse de forma aislada del resto de productos/soportes (papel, digital, etc.)».

Tomen nota los productores de cultura escrita de la imperante necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos.

Silvia Senz Bueno

(Sabadell, Cataluña, España)

Los responsables del Grupo Planeta nos deleitan con su sabiduría

En La Vanguardia de hoy , Xavi Ayén resume los comentarios más relevantes de la intervención de Jesús Badenes, director general de librerías del grupo Planeta, en la conferencia inaugural del máster de edición de la Universitat Autònoma de Barcelona (Cataluña, España). Tal vez sea por falta de contexto, pero cuesta dilucidar de qué forma se relacionan estos pares argumentales que Badenes establece:

Antes, los autores que más vendían en España eran todos famosos (Antonio Gala, Terenci Moix, Vizcaíno Casas...), y hoy han sido sustituidos por nombres que eran desconocidos hace tan sólo tres o cuatro años, como Dan Brown, Carlos Ruiz Zafón, Julia Navarro, Matthew Pearl...).

Ante esta reflexión cabría preguntarse primero si Gala, Moix o Casas nacieron ya famosos o adquirieron renombre por idénticas vías que Brown, Zafón, Navarro y Peral. ¿No se referiría Badenes al hecho de que, durante mucho tiempo, el fenómeno del superventas no tenía relevo en España? Será eso, porque luego añade esta explicación a este relevo:

El fenómeno se explica porque la gente que hoy compra libros es distinta, entre otras cosas porque los puntos de venta también son distintos: hace cinco años nadie iba a comprarse una novela al Carrefour.

Parece que la clave del éxito de estos autores son los nuevos hábitos de compra de los lectores, que ahora pueden incluir libros en su carrito del súper. Pero todos estos nuevos medios de explotación del éxito no son, propiamente, su causa, sino su continuación. La mayor parte de los autores superventas no son el resultado de ninguna estrategia ideada por los genios del márquetin editorial; son, por lo general, fruto de la casualidad, del buen olfato de alguno de los pocos editores que aún cumplen con sus funciones y de la cata selectiva de lectores vocacionales que todavía persisten en la búsqueda de productos de su gusto (no precisamente en el Carrefour) y que difunden sus hallazgos mediante la conocida técnica del boca-oreja, independiente de cualquier estrategia comercial.

El máximo ejecutivo editorial del grupo Planeta combatió la idea de que los grandes grupos y las editoriales independientes son maneras distintas de entender la edición: «Un gran grupo, en realidad, no es otra cosa que una federación de editoriales independientes. La única independencia real es la independencia económica, y ésa la persiguen todos».

Poco tiene que ver la independencia económica de una empresa con su categorización dentro del concepto de edición independiente, definido por una filosofía de la edición centrada en el mantenimiento del delicado equilibrio entre promoción cultural-calidad-negocio. Cierto es, sin embargo, que no siempre las pequeñas editoriales son, en este sentido, independientes, pero sí tienen al menos libertad para regirse por criterios editoriales distintos de las políticas generales de maximización de beneficios que marcan la pauta en los grandes grupos.

Tras realizar un repaso de la evolución de los hábitos lectores a lo largo del siglo xx, Badenes admitió que «hoy ha bajado la calidad media de lo publicado, sin ninguna duda, porque es más fácil editar y existe mucha más demanda».

¿Está culpando a las nuevas tecnologías de la baja calidad de los productos editoriales? ¿Puede acaso una máquina decidir qué y cómo se publica? ¿Y acaso el señor Badenes tiene en su poder un estudio secreto sobre índices y hábitos de lectura que explique ese crecimiento de la demanda que menciona? ¿O es que contrapone la demanda actual de libros con la de hace un siglo, tal vez? No, la demanda de libros no ha variado sustancialmente en los últimos 20 años. Sí lo han hecho las políticas de edición marcadas por los grandes grupos, que concentran todas sus energías en la venta del producto (el que sea) y la generación de un beneficio (a costa también de lo que sea) que no corresponde a este sector de la industria cultural. Afortunadamente, el propio Jesús Badenes acaba proporcionando las claves para entender las causas de ese descenso de la calidad:

[...] tras el proceso de reforma que ha sufrido su grupo, está creciendo a un ritmo del 20 % anual en cuanto a facturación, y en el 2005 ha vendido el doble que en el 2001.

Badenes no especificó a qué tipo de reforma se refería. Sería interesante saber en qué ha consistido, aunque todos los que trabajamos o hemos trabajado para su grupo sabemos por dónde van los tiros: recortes presupuestarios de edición y producción, reducciones de plantillas, sueldos paupérrimos de los cargos intermedios, exceso de exigencia a los trabajadores en plantilla o externos, subcontratación o deslocalización incluso de los servicios mínimos que debería mantener internamente una editorial, y descenso de tarifas de colaboradores y proveedores (entre otras maravillas).

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

Opción Libros: bibliodiversidad en Argentina

20060201152732-opcion-libros.gifOpción Libros es una selección de calidad que permite encontrar los mejores libros en las mejores librerías de la Ciudad de Buenos Aires.

Opción Libros es una iniciativa de la Subsecretaría de Gestión e Industrias Culturales, de la Secretaría de Cultura del GCBA, que responde a una política pública a favor de la diversidad cultural. Nace, por un lado, a partir de una inquietud concreta del sector editorial argentino: la falta de visibilidad de los libros en las librerías y la falta de prensa. Por otro lado, teníamos en el horizonte de expectativas la experiencia madrileña de Bibliodiversidad: una iniciativa de editoriales y librerías independientes que se asociaron para promover la difusión de las obras de editoriales independientes en distintas librerías.
El objetivo de Opción Libros es fomentar y promover las ediciones de calidad de las pequeñas y medianas editoriales a través de la creación de espacios destacados de venta en las librerías y una importante difusión de prensa. El fomento de las editoriales y librerías PyMEs garantiza la diversidad de la oferta editorial e impulsa a un sector industrial que crea múltiples puestos de trabajo.

El programa también apunta a beneficiar a las librerías adheridas a través de toda la campaña de difusión que realiza el programa que incluye vía pública, pauta publicitarias en diarios, revistas, radio y televisión. Además, las librerías se identifican a partir de la colocación de stickers en vidriera, sus datos figuran en las piezas gráficas (señaladores y catálogos) y el espacio dedicado al programa se encuentra destacado por una señalética que lo resalta. A la vez, los libros se destacan mediante la colocación de una faja que los identifica.

El público lector se beneficia mediante una más rica oferta editorial y una importante sugerencia de lectura, dado que la confección del catálogo de Opción Libros fue armado por cinco grandes lectores, el Consejo Asesor del programa.

Esperamos que este tipo de programas contribuya efectivamente a garantizar la diversidad de la oferta editorial, aunando los esfuerzos conjuntos de los sectores implicados: editoriales, librerías, público lector y el Estado.

Cecilia Mosteiro

Buenos Aires (Argentina)

02/02/2006

De premios, entrevistas y palabras

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Víctor García de la Concha recibió un nuevo premio, esta vez el Emilio Castelar por su labor en la «unificación del castellano –como lengua viva– en ambas orillas del océano», de lo que podría deducirse que el español estaba necesitado de esa «unificación» a ambos lados del ¿único océano existente en este planeta?

Ya sabemos que las entrevistas tienen el don de la inmediatez y padecen de los avatares de la transcripción, pero los textos impresos están y en ellos se basan estos comentarios que tienen en cuenta la insigne procedencia de las declaraciones y el cargo que ocupa el entrevistado.

La entrevista fue publicada el miércoles 1 de febrero de 2006 en el Diario de Cádiz.

Nos dice el director de la Real Academia Española:

Bueno, por ahí comienza mi discurso, recordando una frase de Steiner, en la que se dice que San Juan afirma: «En el principio era la palabra», pero no nos dice que ése era el final. Vivimos en una civilización preferentemente visual y audiovisual, y ello afecta en buena medida al empobrecimiento de los modos de hablar.

Diría yo que el empobrecimiento procede menos de lo «visual y audiovisual» y más de un arrinconamiento de lo poético en un sentido amplio, pues la poesía, según fray Luis de León (recordado por Ángel Valente en La experiencia abisal) nos había sido dada «para que las palabras y las cosas fuesen conformes».

Pero el señor García de la Concha continúa:

Y por tanto merece la pena reflexionar qué función tiene la palabra. Efectivamente, en el principio fue la palabra y la palabra fue creadora. Y la palabra nace como necesidad de comunicación, pero también es la que da sentido a las cosas. Antes de que el primer hombre, utilicemos el mito bíblico, usara las primeras palabras y fuera poniendo nombre a las cosas, éstas simplemente estaban ahí. El hombre les da sentido cuando las nombra y eso es lo que las pone en relación, de manera que la palabra nace para crear la relación y para crear el sentido.

La verdad es que no sé cómo usa nuestro académico el mito bíblico, porque según el mito la palabra es divina y no humana, no es el «primer» hombre el que nombra. En el Evangelio de San Juan se lee: «En el principio era el Verbo / y el Verbo estaba con Dios / y el Verbo era Dios». Y no parece descabellado decir que San Juan hace alusión a las primeras líneas del Génesis en las que Dios nombra y crea: «Entonces dijo Dios “Haya luz”, y hubo luz».

Por tanto, el mito hace a la palabra creadora, según el mito las cosas «simplemente NO estaban ahí. Si utilizamos el mito la palabra es creadora, pero hay que utilizarlo bien, y sin utilizar el mito la palabra sigue siendo creadora, aunque no es que las cosas sean creadas por las palabras: «La palabra es la creadora no sólo del mundo, sino de todos los mundos», dice usted, y eso es algo que puede quedar muy brillante en el discurso, es cierto que la palabra puede ser creadora de mundos, pero lo es porque es interpretadora del mundo y la interpretación es una recreación sin límites marcados.

Después dirá el filólogo:

Hoy se habla poco. No es nuestra época especialmente propicia al diálogo, la televisión nos hace estar callados, comiendo, etcétera. Falta esa dimensión de la lectura asimilada, de la palabra cultivada. Aparte de eso, hay épocas en las que el común de las gentes se preocupa más por el cuidado del decir, por lo que llamamos guardar las formas, respetar las convenciones, y hay otras épocas de la historia que son, en ese sentido, muy destructivas. Hoy se han roto las convenciones, y tampoco hay ese cuidado en el decir ni ese respeto por unas formas convenidas que antes existían. Y eso lleva a una etapa en la que el lenguaje se ha vulgarizado en el peor sentido de la palabra.

En cambio, yo diría que hoy se habla mucho y se dialoga poco, para no establecer esa proximidad reductora que hace que hablar sea lo mismo que dialogar, oír lo mismo que escuchar, y ver lo mismo que mirar. Al margen del desliz en la «palabra», ahora ya «término», resulta que a Don Víctor se le escapa el hálito (literariamente hablando) elitista con reminiscencias decimonónicas. Me pregunto si en algún momento de la Historia, la gente de la calle, aquello a lo que algunos se refieren como las masas, se ha preocupado realmente por el «cuidado del decir» o si el «cuidado del decir» no es la marca comercial que distingue a algunos como un triste «carné», mientras se beben un «güisqui»o  escuchan la música de un «cederrón». ¿Quién vulgariza?

Sigo yo saboreando los matices del whisky y escuchando cedés sin que se me caigan los anillos, ¿puede alguien decirme en qué calle se escuchó lo de cederrón antes de que lo incluyese la Academia en su flamante y normativo Diccionario? Sin embargo nos dice el académico:

Acabamos de publicar el Diccionario Panhispánico de Dudas, y ha sido un éxito de difusión y de interés. No somos guardias de la circulación del idioma, pero la gente sí quiere que las academias señalen, describan lo que es la norma, que es el buen uso acordado por los hablantes.

Yo le recordaría que el citado diccionario estaba en la Red y fue quitado en nombre de no sé qué problemas técnicos. El nombre de esos problemas técnicos es muy sencillo: negocio, hay que vender muchos ejemplares. No sé si la gente quiere que las academias señalen la norma, pero sí que lo que desean es que la información sea accesible y que esté bien documentada. A los señores académicos, entre los que hay más de un filólogo, se les olvidó citar las fuentes consultadas, algo que también pertenece a ese «guardar las formas» y al rigor que se le supone a quienes pertenecen a tan prestigiosa entidad.

El gusto de la lectura en voz alta, de la expresión en voz alta, de la declamación, de la escritura, de aprender a expresar por escrito lo que uno quiere, lo que prefiere, lo que busca, hay que cultivarlo en la escuela.

¿Y la lectura en voz baja? ¿No será ésta la que realmente ayuda a pensar y a comprender, a integrar las palabras en una dimensión más completa que la de su sonido, la que abre el camino a la escritura como cómplice necesaria de la memoria? También habla de esto el académico, pero desde el barullo mental. Yo quisiera saber si la Academia colabora de alguna forma con la escuela o sólo dialoga con los entendidos, no suelen ser sus diccionarios un ejemplo de flexibilidad o de adaptación a la docencia, y no me digan que lo hacen con el Diccionario Escolar, porque entonces no conozco a los escolares de nuestro tiempo.

Dice María Zambrano: «El conocimiento puro, que nace en la intimidad del ser, y que lo abre y lo trasciende, “el diálogo del alma consigo misma” que busca aún ser palabra, la palabra única, la palabra indecible; la palabra liberada del lenguaje».

La palabra no es algo concreto, y nuestro académico mezcla en su discurso muy distintas acepciones del término palabra, empezando en San Juan y acabando en el DRAE. Todo queda muy bonito, pero no esconde la confusión de criterios, el no saber muy bien cuál es hoy día la función de la Academia, el ir corriendo al encuentro de un mundo real decorado con palabras que no están en el DRAE, tal vez porque la RAE se convirtió en un mundo de palabras cada vez más aisladas.

Por no hablar de un español de América reivindicado más, no nos engañemos, por su potencial económico que por un convencimiento real.

Víctor García de la Concha se ha instalado en lo políticamente correcto y en el «recorta y pega», y es premiado por ello, como tantos otros, uno ya se cansa de este mundo de apariencias y de salones anacrónicos. Nuestros académicos no dejan de parecerse a nuestros políticos, en su voz de premiada oratoria la palabra es todo menos palabra creadora. Y la intención podrá ser buena, pero es y será siempre otra cosa, sólo hay que mirar el diccionario. Les recomiendo el de María Moliner, a quien, por cierto, no aceptaron en la Real Academia Española.

Francisco Javier Cubero

Un pulso insostenible por la cultura sostenible

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El cada vez más frecuente el choque de intereses entre la industria cultural —que exige protección ante prácticas que le suponen un perjuicio económico—, los creadores —que reclaman sus legítimos derechos a percibir los réditos que les corresponden por su trabajo (y que les permiten seguir creando)— y la demanda, cada vez más extendida, de los consumidores/usuarios de vías de libre acceso al conocimiento.

Todas estas reclamaciones parecen, en un principio, razonables, si no fuera porque en todos los casos existen sombras de sospecha que desvirtúan su legitimidad. Por una parte, existe entre los directivos de las industrias y los creadores una visión apocalíptica del papel que desempeñan en su pervivencia ciertas prácticas de consumo, que no es capaz de discriminar lo que realmente es una violación de los derechos de autor de aquello que simplemente supone una transformación de los hábitos de consumo, de las tendencias socioculturales y de las exigencias del cliente. En el mundo del libro, esta visión deformada y tremendista se lleva a tal extremo que incluso una práctica tan necesaria para la difusión del conocimiento y el acceso de los autores a sus lectores potenciales como es el préstamo bibliotecario es vista como una amenaza, a la que se pretende poner coto por la fuerza de la ley y la imposición de un gravamen (el canon por préstamo bibliotecario) que ha desencadenado en el usuario y en los organismos culturales un efecto de rebote y ha generalizado la idea de que los productores culturales y las agrupaciones corporativas de creadores no son más que mercaderes, sin más intereses que los meramente lucrativos.

En una línea parecida, los editores estadounidenses se lamentaban recientemente del volumen de ventas de libros usados (que no devengan regalías al autor ni ganancia suplementaria al editor) en librerías como Amazon, EBay o Alibris, y reclamaban protección legal ante esta nueva competencia, que consideran desleal y rayana en la ilegalidad. La venta de libro de segunda mano es una práctica legal, pero las facilidades para su adquisición que permiten estas librerías internéticas han disparado las cifras. Los editores argumentan que Amazon y EBay suelen poner a la venta ejemplares usados a muy bajo coste casi simultáneamente al lanzamiento de la obra como novedad, lo que bloquea las ventas de los ejemplares nuevos. En contrapartida, estas modernas librerías de viejo sostienen que los libros usados son la única posibilidad de acceso a títulos para ciertos segmentos de la población, que de este modo tienen a su alcance obras y autores que de otra manera nunca habrían conocido ni adquirido. Y los consumidores defienden de nuevo su derecho a adquirir obras a un precio razonable y el papel de almacenes de fondo que estas librerías realizan con obras que al poco tiempo ya no podrían adquirirse en las propias editoriales, cada vez más reacias a mantener un catálogo permanente.

En esta confrontación, el baile de cifras es constante: unas estadísticas que unos (autores y productores) entienden como prácticas de consumo cultural que los condenan a la ruina y la desaparición son, para los otros (consumidores, bibliotecarios, librerías de viejo…), irrelevantes, porque, según sostienen, se equilibran por la capacidad de retroalimentación de la industria que permite el aumento progresivo del número de lectores y del acceso a nuevos autores; no existe, para ellos, amenaza, sino un proceso de transformación del reparto de ganancias, que dejarían de concentrarse en pocas manos.

No obstante, si sobre las quejas del productor y el autor y sus intentos desmesurados de buscar protección legal se cierne la sombra de la codicia, no menos oscura es la que proyecta sobre el consumidor defensor del libre acceso al conocimiento la fina línea que separa esta filosofía de la violación pura y dura, mediante prácticas de piratería, de los derechos de autor y de los derechos de reproducción, una línea que, en el sector del libro, demasiado a menudo se atraviesa tanto entre segmentos de población juvenil sin problemas adquisitivos pero criada en la cultura de la fotocopia y la libre reproducción, como en países donde sí existen verdaderas dificultades de acceso a la cultura; situaciones, una y otra, que propician el desarrollo de un negocio editorial paralelo, completamente exento de garantías para el consumidor.

Enrocados, creadores e industria editorial, en la teoría de que facilitar el acceso a los productos culturales supone abonar el terreno para las prácticas delictivas y propiciar el fin de la industria cultural, y haciéndose fuertes, tanto el consumidor como las entidades de carácter cultural, científico o educativo sin ánimo de lucro e instituciones docentes públicas, en la idea de que es necesario promover y garantizar el libre e ilimitado acceso al conocimiento, este litigio no puede resolverse de otro modo que mediante un pulso sostenido, que mida la capacidad de presión y condicionamiento de unos y otros sobre los organismos políticos y legislativos para que legislen según sus intereses.

Como necesario contrapunto a esta confrontación de fuerzas surgen de vez en cuando vías de solución alternativas, como las nuevas licencias Creative Commons (adaptadas desde octubre del 2004 a la legislación sobre propiedad intelectual del Estado español), una organización sin ánimo de lucro que ofrece un sistema flexible de derechos de autor para el trabajo creativo, que abarca un amplio abanico de licencias, desde el tradicional sistema de derechos de autor hasta el dominio público, pasando por diversas opciones de licencia de uso o modificación por terceras personas entre las que el creador puede escoger según su conveniencia. Por desgracia, son iniciativas que apenas suponen un parche en la brecha que se está abriendo entre productores, instituciones culturales y consumidores, que difícilmente podrá cerrarse si los organismos que establecen políticas culturales y de protección de derechos intelectuales no propician un diálogo y una negociación entre las partes, encaminada a establecer prácticas de consumo y legislaciones que satisfagan las exigencias más irrenunciables de unos y otros.

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

06/02/2006

Carencias graves de las bitácoras sobre libros y edición

20060206120248-cajista2.gifHay una cuestión que siempre echo de menos en los blogs sobre edición, libros y lectura que suelo visitar, y es la habitual omisión de cualquier aspecto de la realización y fabricación de los libros, una laguna que no deja de traslucir un cierto desconocimiento de su historia y una falta de reflexión sobre su esencia.

El libro no es un producto industrializado; no es una media que haya pasado de tejerse en casa para uso propio o manufacturarse y venderse en mercadillos, a tejerse mecánicamente y a comercializarse en volúmenes industriales por vías diversas y con apoyo de nuevas técnicas de mercado. El libro, tal como lo conocemos, nació con la imprenta, se desarrolló gracias al ingenio y el arte de impresores y tipógrafos, permitió (y permite) fijar el lenguaje escrito por medio de los códigos que contribuyeron a establecer regentes y cajistas correctores, y perfeccionó y diversificó sus contenidos de la mano del editor moderno, mediante el engrase de procesos de edición extraordinariamente afinados y eficaces y la participación de profesionales muy especializados. El libro, como objeto cultural y vehículo de pensamiento, no es obra exclusiva de un autor, de sus promotores ni de sus mercaderes, sino de todos aquellos que lo crearon, que lo desarrollaron y que siguen construyéndolo; de especialistas mucho más vinculados al libro que los propios editores, de los que probablemente un autor autoeditor podrá acabar prescindiendo. ¿Qué sentido tiene, entonces, que sólo se dé voz a autores, promotores y mercaderes, cuando la relación de estos dos últimos con el libro es más bien coyuntural?

Parecido olvido de los profesionales del libro (asesores científicos o literarios –lectores–, ilustradores, fotógrafos, traductores, redactores, escritores por encargo, editores de texto, revisores de traducción y técnicos, correctores de estilo y tipográficos, grafistas, diseñadores y componedores, responsables de producción, impresores, encuadernadores...) se observa en los medios de comunicación tradicionales, por no mencionar el que manifiestan los editores más ajenos al oficio de editar (la mayoría de ellos, hoy en día, independientes o no), cuya política más habitual (siempre omitida) suele ser la de explotación o marginación de muchos de estos especialistas.

Debería empezar a recordarse que, sin todos ellos, sin su participación en condiciones dignas en el trabajo de edición, ya no es que no haya libros: es que no hay buenos libros.

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

07/02/2006

La doble vida (o doble moral) d’alguns editors independents

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El 19 de gener va tenir lloc la presentació del llibre Sóc convergent, i què? del més que polèmic articulista de l’Avui Salvador Sostres. Ja no el llibre, sinó el preludi a la presentació que en Sostres va fer en un article («Parlar del meu llibre») publicat per aquest diari, va generar-ne curiositat i tota mena d’expectatives per una obra que l’autor presentava com «un recull d’articles publicats a l’Avui [...]» editat per Proa (Grup Enciclopèdia Catalana), per la portada del qual —coberta, s’entén, que Sostres trobava espantosa i d’origen incert («vés a saber qui l’ha fet»)— demanava disculpes al lector. Del llibre parlava en termes de pur interès mercantil, gens acostumats en el mitjà literari i editorial, dient-ne sense cap mena d’embuts: «aquest llibre l’he publicat per guanyar la molta pasta que l’editor Cònsul ha tingut la gentilesa de pagar-me. Hi ha dos tipus de llibres: els bons i els ben pagats. I quan no treballes a la tele i vas fluix de diners has de fer 1 i 1. Un llibre que no t’importi gaire el dónes per guanyar pasta i que surti com Déu vulgui, fins i tot amb aquesta merda de portada, i laltre, el que m’importa i que publicaré a la primavera amb l’Ernest Folch, a Ara Llibres, la millor editorial per publicar llibres de no-ficció en català. Entre d’altres coses, saben fer portades».

En Sostres fa un gran favor a l’Ernest Folch promovent una imatge idíl·lica d’un editor que, com el propi Sostres, practica una política de publicació de doble joc, tot i que, a diferència d’en Sostres, se’n guarda molt de fer-la pública en tot el seu abast.

Creador al 2002 del segell independent Ara Llibres, posat com un dels exemples del creiexent i prestigiat cercle d’editors independents de llibre en català, que pretesament opten per la selecció, l’especialització i la qualitat com a línia editorial, crític ell mateix amb l’estil productiu de «fàbrica de xurros» dels grans grups («Un llibre no és una llauna de conserves, ni un ordinador, ni una torradora. Un llibre no es pot fer a l’engròs, ni es pot pensar com una part d’una cadena gegant de producció. Cada llibre és diferent, cada llibre s’ha de pensar i s’ha de mimar») i defensor d’una política editorial de cura del llibre i el lector, basada en la figura de l’editor tradicional («ha arribat l’hora dels segells editorials petits i independents. Perquè no n’hi ha prou amb ser petit per sortir amb èxit de la situació actual. És necessari no estar en cap gran estructura, ser autònoms, ser independents. El nostre paper és el de sempre, però amb una diferència: del moment actual en sortirem necessàriament reforçats, perquè s’ha demostrat que la manera d’entendre l’edició dels petits segells és ara més adequada que mai. [...] després d’uns quants anys de bogeria col·lectiva, amb les grans editorials plenes d’executius i buides d’editors, ha passat el que molts ja havíem pronosticat i més d’un no tenia ganes d’escoltar»), l’Ernest Folch és alhora, des del maig del 2003, el director editorial de Grup 62, ara com ara un exemple clar de com la lògica financera i les polítiques productives desfermades de les grans editorials que en Folch critica poden diluir i àdhuc pervertir completament l’essència d’una editorial senyera de la cultura en català com ho va ser Edicions 62. Entre d’altres meravelles, Grup 62 ha comencat a desplaçar la seva prou minvada plantilla d’edició i redacció de llibres al taller de composició Víctor Igual, on els pocs supervivents de l’antiga Edicions 62 han hagut de renunciar fins a 30 anys d’antiguitat com a treballadors per tal de garantir el seu lloc de treball, i on tot el personal d’edició ha de treballar en condicions de precarietat i sota pressions productives encara més fortes de l’habitual, sense el contacte directe i permanent amb els editors que garanteixi la necessària comunicació bidireccional dels criteris i les incidències de l’edició de cada obra, i amb un molt deficient sistema, doncs, de control de qualitat de les edicions.

¿Com lliga la descura del procès de realització d’un llibre amb aquesta filosofia de l’editor vocacional que predica en Folch?

¿Potser creuen els anomenats editors independents que «l’edició AMB editors» consisteix només a fer retornar els editors a les editorials, sense que hi tornin els professionals d’edició i producció més imprescindibles o, fins i tot —quin cinisme— deslligant-se d’ells, bé desempallegant-se’n, bé desplaçant-los i arraconant-los com fa Grup 62?

¿Hem de creure, davant exemples com el seu, que l’edició independent serà la panacea de l’edició de qualitat, o potser haurem de pensar que sovint es fa servir el terme edició independent com una marca que permet deslligar-se de la mala imatge que comença a anar associada als grans grups d’edició, i adquirir automàticament un prestigi que difícilment es posarà en dubte mentre la crítica no valori els llibres —suposant d’antuvi que se’ls llegeixi— segons criteris globals de qualitat?

Per dir-ho clar i català: ¿l’Ernest Folch creu sincerament en allò que defensa per Ara Llibres, amb totes les conseqüències, o Ara Llibres és només una manera de garantir-se la pervivència en el sector, aixoplugant-se sota un segell personal a recer de les tempestes del sector?

[Per obtenir una traducció aproximada d’aquest text: http://traductor.gencat.net/]

Silvia Senz (Sabadell, Catalunya, Espanya)

 

07/02/2006 10:19 Enlace a esta entrada.Tema: Malas prácticas/Mala praxi No hay comentarios. Comentar.

Un espantajo en la Historia de la filosofía, de Frederick Copleston

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Un espantajo me escandalizó hace años, cuando era estudiante. En el primer volumen de la famosísima Historia de la filosofía, de Frederick Copleston (Ariel, Barcelona, trad. de Juan Manuel García de la Mora, seis ediciones, 1966 a 1981; 3.ª reimpr. mexicana: México, 1987), aparece citada en varios lugares una obra de Aristóteles: Metafísicos, llamados así —explica, en plural, el texto de la traducción— «por la posición que ocupan en el Corpus Aristotelicum». Parece obvio que el traductor vio la forma en inglés Metaphysics y «tradujo» Metafísicos. Después, un corrector más avisado debió de sobrescribir Metafísica, pero no lo hizo en todos los casos. No me quejo. En esos días, sin la famosa herramienta de reemplazar de Word, hacer las cosas a pie era garantía de errar (también las herramientas de Word vienen con esa garantía). Pero ocurre que la primera edición en español del Copleston, como lo han llamado siempre los estudiantes, es de 1969. Todavía vi el mismo descuido en la tercera reimpresión mexicana, de 1987. Ahora, cuando en una librería me topo con el libro, me pica la curiosidad y busco un ejemplar que no esté retractilado. Les confieso que no sé bien qué quiero encontrar. Mi conciencia me dice que ojalá por fin se haya corregido ese error tan feo. Mi diablito me murmura, al oído contrario, que se acerca otra posibilidad de escandalizarme, como cuando era joven y feliz y creía que la vida era perfecta.

Javier Dávila (Ciudad de México, México)

08/02/2006

Dificultades y errores de los planes de fomento de la lectura en Hispanoamérica

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Los planes institucionales de fomento de la lectura, que de por sí han de hacer frente a importantes retos en países europeos como España, con bajos índices de lectura, se enfrentan en Hispanoamérica a la dificultad adicional que plantea una población con gran diversidad lingüístico-cultural y con niveles culturales, educativos y adquisitivos muy inferiores a los europeos, y a las restricciones de una industria cultural mucho menos desarrollada, poco incentivada y de rasgos muy elitistas y clasistas.

Pese a ello, los políticos de los países en vías de desarrollo latinoamericanos van adquiriendo consciencia de que, para garantizar su presencia —en igualdad de condiciones— en un mundo (y un mercado) globalizado, necesitan equiparar sus circunstancias a la realidad de sociedades con niveles culturales y educativos muy elevados. Con ese horizonte en sus miras, han empezado a elaborar desde los años ochenta programas y proyectos encaminados a erradicar de manera definitiva el analfabetismo y promover la lectura entre todos los sectores de la población. Por desgracia, los alcances de estas políticas no han logrado cubrir en mínima medida las necesidades reales de una población culturalmente heterogénea, con escasa cultura lectora, graves deficiencias educativas y condiciones económicas cada vez más adversas.

Conviene, pues, analizar minuciosamente los planteamientos que fundamentan estas políticas para descubrir qué aspectos han podido ser la causa de su parcial fracaso. Este es el objetivo del interesantísimo y reciente trabajo de Katya Butrón Yánez, «Lecturas incompletas: 25 años de políticas lectoras en México», cuyas conclusiones pueden hacerse extensivas a otras políticas de fomento de la lectura de países hispanoamericanos con una idiosincrasia social, económica y cultural parecida a la mejicana.

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

Ecosistema editorial, ecosistema mundial

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Una propuesta de Greenpeace España a los autores españoles y al sector editorial, encaminada a salvar los últimos bosques primarios del planeta:

 

 

 

LIBROS AMIGOS DE LOS BOSQUES

La industria editorial española es una gran consumidora de papel, entre otras, de cuatro regiones con bosques primarios del mundo: Finlandia, Canadá, Rusia y países asiáticos, como Indonesia. Más del 80% de los bosques primarios del mundo han sido destruidos o degradados, y la mayor parte de lo que queda está amenazado por la tala ilegal y descontrolada.

Aunque algunas editoriales españolas ya están aplicando políticas ambientales, estas no son lo suficientemente fuertes para acabar con la compra de papel procedente de estos lugares. Pero las cosas pueden ser diferentes. Algunos escritores y escritoras han acordado trabajar con Greenpeace en el proyecto Libros Amigos de los Bosques, para asegurarse de que sus próximos libros se imprimen en papel que no procede de estos lugares.


El papel de los libros españoles

En el año 2002 la producción de libros en España alcanzó los 275,6 millones de ejemplares, con una facturación en el mercado interior de 2.674 millones de euros. Greenpeace estima que para ello se han consumido 25.505 toneladas de papel para el que ha sido necesario cortar 357.081 árboles.

La gran mayoría del papel utilizado para publicar novelas se ha producido usando pasta procedente de madera virgen en vez de fibra reciclada. Y con los datos oficiales de las importaciones se deduce que una parte de esta pasta procede de madera virgen originaria de zonas con bosques primarios.

Finlandia es el principal país proveedor del sector editorial español y es el país que exporta una cuarta parte del papel de impresión y escritura que se consume en todo el mundo. Sus bosques primarios representan un 5% de los 20 millones de hectáreas de los bosques de este país, estas áreas tienen un alto valor para la conservación y son el sustento de cientos de especies importantes que incluyen algunas en peligro de extinción, muchos de ellos también son cruciales para el pueblo indígena sami, que depende de los bosques para continuar con su forma de vida tradicional como pastores de renos.

A pesar de la importancia ecológica y cultural de estos bosques boreales, el Gobierno finlandés sólo ha designado la mitad de estos ecosistemas como áreas protegidas, es decir, sólo un 2,5% del área forestal del país. Aunque el Instituto Finlandés del Medio Ambiente, la Universidad de Helsinki e, incluso, el Ministerio Finlandés de Medio Ambiente están de acuerdo en la necesidad de aumentar la protección, la empresa forestal estatal, Metsähallitus, continúa las grandes talas de bosques que constituyen hábitats de especies en peligro de extinción y en superficies de especial valor cultural. Además Finlandia es, a su vez, uno de los mayores importadores de madera rusa, con más de 11 millones de metros cúbicos al año, que suponen un 10% del total talado en los bosques rusos, y el 50% de la madera rusa se tala de forma ilegal.

Por ello Finlandia es especialmente importante para el proyecto Libros Amigos de los Bosques porque la destrucción de los bosques primarios rusos y los suyos propios, está siendo alimentada, en parte, por la demanda de la industria editorial española.

 

¿Qué pide Greenpeace al sector editorial?

Que tome medidas para eliminar progresivamente el uso de papel procedente de la destrucción de bosques primarios y la adopción de políticas de abastecimiento respetuosas con la sociedad y el medio ambiente.

 

¿Cómo pueden las editoriales hacerlo?

Cambiando progresivamente su política de suministros de papel de manera que tiendan a usar papel fabricado a partir de fibras recicladas, para ayudar a disminuir la presión a la que los bosques están sometidos, y/o certificadas por FSC, para asegurarse de que la fibra de madera virgen de la que está hecho proviene de bosques bien gestionados según estrictos criterios ecológicos y sociales.

 

¿Qué editoriales y escritores apoyan el proyecto?

Treinta y cinco editoriales canadienses, entre ellas Random House Canada y Penguin Canada, se comprometieron formalmente a eliminar de manera progresiva, en un período de tres años, las fibras de bosques primarios de sus publicaciones, lo que ha provocado un cambio sin precedentes en la demanda. Hoy en día, se han diseñado ya cinco papeles reciclados para el mercado canadiense, y todos contienen al menos un 60% de residuos post-consumo.

En España el proyecto Libros Amigos de los Bosques comenzó en septiembre de 2004 con la presentación de la novela de Isabel Allende El Bosque de los Pigmeos. El último libro que forma parte del proyecto es La Tierra Herida, de Miguel Delibes y Miguel Delibes de Castro (padre e hijo). Hasta la fecha los resultados del proyecto han sido estos:

* El proyecto cuenta con 5 títulos de los que han sido impresos más de 380.000 ejemplares: 274.000 copias en papel reciclado y 107.000 en papel certificado por un organismo internacional creíble y avalado socialmente, como el FSC.

* Los Libros Amigos de los Bosques editados en papel reciclado han conseguido un ahorro de 1.900 árboles (una superficie equivalente a más de cuatro estadios de fútbol), casi un millón de litros de agua (2/3 de una piscina olímpica), 822.800 kWh (el consumo doméstico medio de 250 ciudadanos españoles en un año) y ha evitado la generación de 190 toneladas de residuos.

* Greenpeace se ha reunido con una buena parte del sector editorial español y ya están trabajando en el proyecto algunas editoriales; como Destino (Grupo Planeta), Areté y Montena (Grupo Random House Mondadori), Blume, Icaria, Trotta, etc.

* El proyecto se desarrolla en Reino Unido, Holanda, Canadá, EE.UU., Italia, Francia, Alemania, Bélgica y España; contando con el apoyo de 250 escritores/as, entre los que cabe destacar a Günter Grass, José Saramago, Margaret Atwood, David Suzuki, J.K. Rowling, Niccolò Amanniti, Andrea De Carlo, Philip Pullman, Alice Walker, Barbara Kingsolver o Isabel Allende.

* En España apoyan el proyecto autores como José Saramago, Manuel Rivas, Álvaro Pombo, Rosa Regás, Isabel Allende, Joaquín Araujo, Javier Moro, Soledad Puértolas, Fernando Sánchez Dragó, Jorge Riechmann, Antonio Orihuela, Luis Pancorbo, Dionisio Cañas, Miguel Delibes de Castro, Juan Luis Arsuaga, Clara Janés, Javier Reverte, Espido Freire y Luis Sepúlveda.


 

(Noticia relacionada: «Madera de editores».)

 

09/02/2006

Ventajas y riesgos de la interacción lector-productor/autor

Hablábamos hace unos días del estudio El papel de la comunicación en la promoción del libro, realizado por la Revista Cultural Dosdoce en colaboración con la agencia de márquetin y comunicación Blue Creativos, cuyas conclusiones se recogían en el último número de Dosdoce y que ponía de manifiesto el escasísimo uso estratégico de los medios digitales de promoción por parte de las editoriales bibliológicas.

Como ya viene siendo habitual, los negocios relacionados con el libro y el acceso a la información y el conocimiento que se desarrollan en la Red están tomando la delantera a los editores, especialmente a los editores de libros, estancados en estilos de publicación obsoletos o francamente renovables. Un nuevo paso en este sentido lo ha dado Amazon, que permite a los autores de libros que comercializa escribir sus propios blogs y comunicarse directamente con sus lectores mediante la herramienta Amazon Connect.

Desde la edición tradicional, raramente se dan respuestas a estos retos que plantea la Red más allá del habitual desdén —cuando no hostilidad—. El caso de Harper Collins, que ha iniciado un programa que permitirá consultar gratuitamente el texto completo de algunas obras seleccionadas de su catálogo como respuesta a la biblioteca virtual que desarrolla Google al que se acusa de estar digitalizando libros que no son de dominio público, es una excepción.

En el caso de Amazon, sin embargo, las editoriales bibliológicas lo tendrían muy fácil: bastaría con ofrecer a sus autores y clientes herramientas similares a Amazon Connect. Aunque eso supondría que sus cargos ejecutivos comprendieran finalmente las ventajas de generar interacción con el lector.

Conociendo el panorama actual de la edición española, a veces me pregunto, sin embargo, si las editoriales de libros realmente no entienden la conveniencia de poner al día sus técnicas promocionales y establecer lazos de comunicación con el lector, o más bien es que temen crear esos canales de interacción. A lo mejor sospechan que la información crítica que recibieran de sus lectores no les iba a gustar. Y a sus autores tampoco. Es probable que, si el lector tuviera acceso al autor y al productor de libros, el volumen de quejas emitidas arreciara. Y eso pondría aún más en evidencia la mala calidad (formal y de contenido) de muchas de las producciones editoriales, de lo que se derivarían nuevas necesidades estructurales y legales que dieran garantías de consumo al lector; a saber:

1) la creación en todas las editoriales de verdaderos servicios de atención al cliente y de reclamación;

2) la creación, promovida por los gremios del sector, de una norma de calidad para la edición y producción de libros, que permitiera certificar los productos que la cumplieran y dar al cliente garantías de excelencia y control;

3) la institución, también promovida por los gremios, de la figura del Defensor del Lector, que recogiera y gestionara las quejas recibidas por los clientes sobre la atención y el servicio dispensado por las editoriales,

4) y la modificación de las leyes de consumo, de tal modo que fuera posible devolver y obtener el reintegro del precio de un libro en malas condiciones formales (lo cual incluye la calidad lingüística y tipográfica del texto).

Evidentemente, propiciar una comunicación con los lectores tiene no pocos riesgos para los editores.

Silvia Senz (Sabadell, Cataluña, España)

10/02/2006

Oficios por proteger, oficios que conocer: el Forum des métiers du livre

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Hace escasos días nos lamentábamos del olvido de los profesionales del libro que se observa tanto en las secciones de cultura de los medios de comunicación tradicionales, como en las supuestamente más perspicaces, innovadoras y actualizadas bitácoras sobre libros, reflejo sin duda del a veces desconocimiento, a veces clamoroso desdén que muestran por los profesionales de la edición los editores más ajenos al oficio de editar (hoy, la mayoría de ellos, independientes o no).

No obstante, no seríamos justos si no reconociéramos también la parte de responsabilidad (o de falta de reacción) de los propios profesionales del sector con respecto a esta situación. La incapacidad manifiesta de algunos colectivos (particularmente nosotros, los relacionados con la traducción, la edición y el control de calidad del texto) de combatir organizadamente la marginación y el ostracismo a los que nos han condenado medios y productores es también clamorosa. Y no menos decepcionante es la ausencia de sinergias entre profesionales de distintas especialidades, encaminadas a crear zonas de intercambio de opinión, estructuras de apoyo y plataformas comunes desde las que darnos a conocer, defender y promover nuestros oficios.

Afortunadamente, esta no es la tónica en todos los países. El 7 de noviembre del 2005 tuvo lugar en París (Francia) el primer Forum des métiers du livre (Foro de los Oficios del Libro), organizado por el nodo Fontaine O Livres, una red local de recursos, servicios y promoción de los profesionales de la cadena del libro y de la edición independiente, nacido en el barrio Fontaine au Roi, del Distrito XI de París.

El Forum des métiers du livre, cuya primera edición, abierta a todos los públicos, tuvo un carácter fundamentalmente informativo y educativo, es un reflejo de la filosofía que promueve Fontaine O Livres: «el libro que un lector tiene en sus manos es el fruto del trabajo de numerosos profesionales» y « en un momento en que la supervivencia de algunos de estos oficios está en peligro y en que se está señalando a la cada vez mayor concentración en el campo de la edición, parece más oportuno que nunca que se cree un foro de las profesiones del libro, a fin de que estos numerosos oficios, de realidades ricas y muy diversas, sean valorados y más conocidos». En virtud de ello, y con el objeto de darlos a conocer al lector, el Forum acogió, en su primera convocatoria, a más de una veintena de profesionales del libro (escritores, biógrafos, editores, editores de mesa o auxiliares de edición, redactores, traductores, correctores, infógrafos, ilustradores, grafistas, maquetistas, fotograbadores, jefes de producción, impresores, encuadernadores, tipógrafos, grabadores, publicistas, agentes literarios, lectores, distribuidores..), así como a los oficios que sirven de puente entre el libro y el lector: bibliotecarios, promotores y dinamizadores culturales...

Esta bitácora, que nació precisamente para despertar conciencias sobre las indisociables interdependencias de todos los eslabones que componen la cadena de la cultura escrita, no puede por menos que rendirse, en este caso, a la grandeur de la France. Chapeu!

 

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

11/02/2006

La piratería y la edición de libros en el Perú (1.ª parte)

Las editoriales formales de libros atraviesan una grave crisis. Una crisis provocada, en líneas generales, por una inadecuada legislación de propiedad intelectual y tributaria, lo que a su vez creó el contexto ideal para el desarrollo y la evolución de la piratería.

1. El libro formal y el pirata

En noviembre del 2003, el editor Germán Coronado Vallenas (presidente de la Comisión de Lucha contra la Piratería de Libros de la Cámara Peruana del Libro) dictó la conferencia La industria editorial peruana frente a la piratería de libros: análisis y propuestas. Como reza el título, el autor hace un análisis sobre el origen, causas y consecuencias de la apremiante crisis de piratería que agobia al sector editorial en el Perú.

Un libro formal es aquel que ha pasado por un riguroso control de calidad —al menos ese es el ideal— desde la concepción, corrección, maquetación (diagramación por lares peruanos) impresión y distribución, pagando las correspondientes tasas tributarias y sueldos a sus trabajadores. Un libro pirata se salta alegremente cualquiera de esos pasos, generalmente utilizando técnicas reprográficas (aunque ya se tienen noticias de un uso más depurado, casi a la par del de las editoriales tradicionales).

La Alianza Internacional para la Propiedad Intelectual (IIPA, por sus siglas en inglés) estimó en 8,5 millones de dólares las pérdidas que el Estado sufrió por el sector editorial pirata en el 2004, como puede leerse en el informe Una aproximación al mercado de informal de la industria pirata editorial de la misma Cámara Peruana del Libro (CPL). Asimismo, Coronado afirma que las ventas de este sector ascienden a 13,5 millones de dólares.

¿Cómo es que el Perú ha llegado a estos extremos, convirtiéndose, incluso, en exportador de libros piratas a los países vecinos?

Según Coronado, los detonantes fueron:

· La suspensión del régimen de privilegios de los que gozaba la importación de libros (dólar MUC).

· La implantación de aranceles (15 %) a la importación de libros en 1990, (ajustados a 12,5 % hoy en día), y la aplicación por primera vez del Impuesto General a las Ventas (18%).

· La obsolescencia de la legislación especializada en propiedad intelectual.

Asimismo, en otro informe de la CPL, La piratería editorial y los determinantes de su demanda se lee: «Durante la década del ochenta nuestro país no se hallaba abierto al libre comercio y la piratería encontró un aliciente en la dificultad de acceder a las obras protegidas que provenían del exterior. Esto se vio ampliamente magnificado por el alto costo del ejemplar lícito y por el tardío ingreso de la obra al mercado. En la década del noventa, cuando se liberalizó el mercado en nuestro país, se accedió a avances tecnológicos que disminuyeron muchos de los costos relacionados a la reproducción, impresión, grabación, etc.».

Es así que, al diferenciarse los precios de los libros formales, quedó automáticamente fuera del alcance de las grandes mayorías. La piratería había encontrado un adecuado caldo de cultivo.

Aunque, actualmente, la obsolescencia legislativa ha sido superada con la dación del Decreto Legislativo N.º 822 de 1996. Asimismo, la Ley de democratización del libro y de fomento de la lectura del año 2003 busca dar mayores alicientes al sector, lo cual debe significar en un plazo mediato una disminución en el precio final de los libros formales.

(Continúa aquí. )

 

Fernando Carbajal Orihuela (Lima, Perú)

13/02/2006

La piratería y la edición de libros en el Perú (2.ª parte)

2. Lectores y redes de distribución

Aún aceptando que el más grave problema por afrontar es la piratería, Coronado no puede dejar de reconocer que las «Sucesivas décadas de inestabilidad económica nacional han debilitado a los agentes que en el Perú intervienen en los distintos campos de la actividad editorial y librera. Esa situación se refleja en lo reducida que hoy se encuentra la red comercial del libro en nuestro país y en el escaso volumen de ventas que anualmente alcanza el sector editorial y librero.

»El 55 % de las librerías del país se concentra en los distritos capitalinos de Miraflores y San Isidro y, en el territorio nacional, no son más de cuarenta los locales especializados. La crisis del sector editorial y librero peruano responde también a la ausencia de políticas de fomento del hábito de la lectura, lo cual se origina en la postergación, durante más de quince años, de una Ley del Libro como la que acaba de promulgarse y que pronto entrará en plena vigencia, y de la cual se espera que impulse el desarrollo de la actividad editorial y librera en nuestro país».

Así, en el artículo «Emergencia lectora, un país no lector» León Trahtemberg afirma: «Los peruanos leen menos de un libro al año. La mayoría, porque no sabe leer y tiene dificultades de sostener una lectura fluida que les permita comprender un texto más allá de algunos titulares y notas periodísticas. Otros, porque su condición de pobreza les impide tener acceso a libros. Y otros más, porque aún teniendo acceso a ellos no gozan de leerlos porque nunca aprendieron a encontrarle sentido a la lectura». Tremenda sentencia no hace sino confirmar una carencia educativa que se ha venido dando desde hace muchas décadas a lo largo y ancho de la gran mayoría de escuelas estatales del Perú. Según los resultados de la encuesta Hábitos de lectura y ciudadanía informada en la población peruana-2004, llevada a cabo por la Biblioteca Nacional del Perú y la Universidad Nacional de Ingeniería al 90 % de los peruanos les gusta leer. «La cifra es alta y puede crear confusión. Los datos de la misma encuesta nos indican que los peruanos leen poco más de un libro al año: 1,3. La Comisión Nacional de Educación señalaba una cifra menor: 0,89.

»[…] Acerca de qué es lo que leen los peruanos: el periódico ocupa el primer lugar (71,6 %), le siguen los libros (55 %), revistas, (36 %), Internet (24,2 %). La Biblia (20 %) es el texto más leído, seguido por enciclopedias (7,1 %), y chistes, historietas y folletos (3,8 %)».

Mencionaba Coronado que el 55% de librerías se concentraban en los distritos limeños de San Isidro y Miraflores. Esta situación se traduce en una imposibilidad material de conseguir un libro en alguna zona alejada de la capital, demanda que es atendida por la piratería. En palabras del representante del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe CERLALC-Unesco, José Luis Acosta, recogidas en el artículo «El libro en el Perú», de Jack Martínez: «[…] La distribución es una de las causas. El libro original no llega donde sí lo hacen los piratas».

Una posición relacionada con este vivir de espaldas a los «otros», en el campo de la producción literaria la tenemos en Marcel Velásquez Castro: «[…] lo que pasa con la escena literaria contemporánea: no es sólo que un pequeño grupo de escritores, editoriales y académicos sigue constituyendo un poder hegemónico que oculta y minimiza las escenas y producciones literarias de los márgenes, márgenes que se construyen con las variables regionales, étnicas, sociales e incluso de género; sino que ahora las instituciones literarias tradicionales están siendo plenamente desbordadas por esos márgenes. El asalto se produce desde múltiples lugares: la novela de masas, la novela escrita por mujeres, las novelas populares, los relatos étnicos, etcétera. El canon narrativo peruano ya no se puede construir sobre la opinión de fosilizados académicos y el índice de venta en las lujosas librerías de Miraflores y San Isidro. Sin embargo, la miopía de la mayoría de los críticos literarios sigue atendiendo preferentemente a los textos legitimados por los medios de comunicación masiva y las políticas de lobby de las grandes editoriales transnacionales». En esta línea, es sintomático el descontento que puede apreciarse en una entrevista realizada por el poeta Miguel Ildelfonso a varios jóvenes escritores del Perú, quienes denuncian sin pelos en la lengua la existencia de clientelajes y de otras taras que aún siguen enquistados en la escena editorial limeña.

3. Perspectivas

Tuvimos la presencia de una institución como CERLALC-Unesco hasta octubre del año pasado. Aunque, como dicen en su misma página: «Esta oficina se abrió como una experiencia piloto en la región, vislumbrando posibilidades de desarrollo institucional a partir de las alianzas y trabajos conjuntos con instituciones locales, pero que por situaciones coyunturales de la realidad peruana en el sector del libro, no permitieron el rápido desarrollo de estas alianzas, razón por la cual el CERLALC se vio en la necesidad de efectuar el cierre». Sería bueno saber cuáles son específicamente esas situaciones coyunturales. (La lectura atenta de la entrevista de Jack Martínez a José Luis Acosta resulta, en este sentido, aleccionadora.)

La creación de Promolibro que ya ha presentado un plan de fomento a la lectura debe ser complementada con acciones estatales en materia política educativa, lingüística y económica que atiendan ciertos males endémicos del Perú (la informalidad, la baja calidad educativa, etc.). Asimismo, se debe buscar un real compromiso con todas las instituciones involucradas (desde la Policía hasta los centros educativos).

Es de notar que la Cámara Peruana del Libro ha estado reclamando el cumplimiento de las penas prescritas por ley para los que cometan delitos de piratería editorial, clamor que hasta ahora no ha sido escuchado.

Se espera que el descenso de la carga impositiva al sector editorial redunde en un descenso de los precios de los libros formales y que se abran nuevas redes tanto para la publicación de autores no conocidos en el circuito tradicional, como para la venta de libros.

Fernando Carbajal Orihuela (Lima, Perú.)

14/02/2006

Màrius Serra y los correctores (historia de un desamor)

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En La Vanguardia de hoy, el articulista, escritor premiado y verbívoro Màrius Serra reseña la muestra de deslices y errores lingüísticos en los medios Morderse la lengua, del Centro Virtual Cervantes, recurriendo a lo meramente anecdótico (la evocación de los programas televisivos sobre lengua española que él mismo solía ver de niño y joven —ya que Morderse la lengua surge de un programa de estas características— y la enumeración temática de los gazapos) y evitando analizar el problema de fondo que revela este catálogo de errores en los medios escritos: la deplorable y cada vez más generalizada calidad lingüística de las producciones escritas, estrechamente vinculada al desplazamiento de las redacciones hemerológicas y bibliológicas que han sufrido en los últimos veinte años figuras tan puntales de la edición como los correctores y los editores de mesa.

Desde hace ya unos meses, algunas de las personas que componemos el grupo Addenda et Corrigenda mantenemos una correspondencia más o menos fluida con Màrius, al que procuramos tener bien informado sobre las vicisitudes de los profesionales de la cadena del impreso, particularmente de los avatares de aquellos que nos ocupamos de procesos de edición y corrección. Nos consta, por ello, que Màrius conoce perfectamente la situación de los editores y correctores de texto españoles (de cualquier lengua de España: español, gallego o catalán al menos) y americanos. Probablemente también conozca la dura realidad de otros editores y correctores (de la cercana Francia, por ejemplo, o de EE.UU.).

Màrius Serra sabe bien en qué condiciones trabajan (o, lo que es peor, no trabajan) los correctores y editores de texto de prensa y libros. Lo sabe, y por esta razón resulta especialmente decepcionante que haya desaprovechado una ocasión de oro (y no es la primera) para enlazar la profusión de erratas descomunales en los medios con este vaciado de profesionales del cuidado del texto de las redacciones, y para hablar por fin, en un diario de gran prestigio y difusión, de estos temas sobre los cuales «oficialmente» se mantiene la ley del silencio.

Màrius sabe también que en este cuaderno de bitácora no nos duelen prendas a la hora de decir las cosas por su nombre, con apellidos incluso. Así que esta crítica directa no le sorprenderá a él tanto como a nosotros su omisión.

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

18/02/2006

Tópicos y verdades, o mentiras, a medias (1.ª parte)

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El 18 de enero de este año el suplemento Cultura de La Vanguardia publicó un artículo titulado «No más tópicos, por favor», de Ricardo Artola, director literario de no ficción de Editorial Planeta, en el que rebatía lo que él consideraba los nueve lugares comunes sobre el sector editorial y retaba a los lectores a aceptar una apuesta: «aquí dejo un correo electrónico: nomastopicos@hotmail.com. Si me convencen de que la mitad de lo que he dicho es mentira, me como el sombrero».

Y como la idea de que un director de Editorial Planeta se comiera el sombrero me pareció sumamente interesante, le transmití mi opinión y todavía sigo esperando, yo y unos cuantos compañeros sufridores más del sector editorial. Pero, al parecer, nuestros mensajes se habrán perdido por el ciberespacio, porque no sé de nadie que haya recibido respuesta. Aunque también puede ser que el señor Artola se esté comiendo el sombrero, y, claro, responder mensajes comiendo un sombrero no debe de ser tarea fácil.

Quiero que mi carta al señor Artola esté en esta bitácora, y lo quiero por dos razones: porque los medios de comunicación tradicionales, generalmente ya fagocitados por un gran grupo o surgidos de él, nos están cerrando la boca y porque este es el lugar en el que debe estar, aparte de en el buzón de correo de nuestro aspirante a comedor de sombreros.

El señor Artola, «harto de escuchar siempre las mismas obviedades sobre el mundo del libro», atacaba contra el primer tópico:

1. Las grandes editoriales SÍ publican buenos libros. Me limitaré a citar algunos libros que hemos publicado en el sello Planeta (el más grande de todos), en 2005: Rubicón, de Holland; la reedición del Hitler, de Fest; el Atlas de Historia de España, de García de Cortázar, o La mujer desnuda, de Morris. Me atrevería a decir que, para cualquier editor español, grande, mediano o pequeño, habrán sido objeto del deseo.

A lo que yo (correctora, por cierto, de uno de los libros que Ricardo Artola citaba: el Rubicón) le respondí: «Usted dice que sí, que las grandes editoriales publican buenos libros, y yo quiero decirle, por mi experiencia, que a menudo son buenos por casualidad. Si tenemos en cuenta los plazos de tiempo de los que disponen los profesionales que intervienen en el proceso de edición (traductor, correctores, maquetadores, editores...) y las tarifas con las que se les remunera su trabajo, que un libro esté bien traducido, bien corregido y bien editado roza el milagro. Y el milagro se produce porque confluyen en esa obra profesionales preocupados por su trabajo, que dan mucho más de lo que deberían dar, que se entregan y se preocupan por la calidad de lo que están haciendo, aunque nadie se lo esté pagando. Cuando esto no es así, cuando un traductor, por ejemplo, decide que ofrece la calidad correspondiente a lo que se le está pagando, la traducción es una auténtica birria, y si esta traducción birriosa cae en manos de un corrector que se guía por la misma filosofía («me pagan una porquería, yo entrego una porquería»), la obra es un puro desastre. Y obras de este tipo las hay montones, y dado que las grandes editoriales publican mucho, es fácilmente deducible que las grandes editoriales también publican desastres.»

Y seguía Artola argumentando:

2. Los libros son baratos ¿Con qué se compara?, ¿de qué libros se habla?, ¿para quién? Estamos hartos de oír: "Un libro cuesta como dos copas y dura toda la vida". Será verdad, pero ese argumento nunca ha convencido a nadie. Para mí casi todos los libros son baratos y, como decía un amigo, "nadie renuncia a la cultura a priori, los que dicen que son caros es porque necesitan una coartada para no leer" (Teo Marcos, Campaña Alianza 100). Pues eso...

A lo que yo le respondí: «Libros caros o libros baratos. Pues mire, depende. Cuando en un libro que cuesta 20 euros, por ejemplo, me encuentro párrafos mal traducidos, que no se entienden; erratas y errores de todo tipo —léxicos, gramaticales, sintácticos y tipográficos—, el libro no solo es caro, es un timo. ¿Y sabe qué? Que cada vez me pasa más. Los Reyes Magos tuvieron a bien regalarme un libro. El libro está mal. Quien se ocupó de la traducción se despistó en más de ocasión y ahí están las frases sin sentido, quién se ocupó de introducir las correcciones del corrector no prestó demasiada atención a lo que hacía, quien se ocupó de la corrección tipográfica necesita repasar algún buen manual de la materia... Pero supongo que corría prisa que saliera al mercado. En fin, que bien podrían los Reyes Magos ir a reclamar que se les devolviera el dinero porque el producto es defectuoso, ¿no le parece? Al menos con una lavadora que no centrifugara, por ejemplo, cualquiera lo haría; ahora bien, como los libros también sirven para ocupar espacio en la estantería del salón...».

Y sobre un supuesto tercer tópico, comentaba Artola:

3. Viva Dan Brown. Contra los que se pasan la vida quejándose de los libros que se venden mucho pero que, según ellos, son despreciables, reivindiquémoslos de una vez por todas, porque son un pilar fundamental de esta industria. No sólo dan beneficios a quien los publica, sino que aumentan los niveles de lectura más y mejor que cualquier campaña de fomento de la lectura que conozca. Soy radical: es más fácil que un lector de Dan Brown acabe leyendo a Proust a que lo haga quien nunca ha cogido un libro ni para calzar una mesa. Además, yo leí este verano La conspiración y me divertí mucho... ¿o es que leer tiene que ser un sufrimiento?

Y yo le respondí: «¡Ay, Dan Brown y los best-sellers! Serán autores y obras importantes para las economías de las editoriales y seguro que favorecen el aumento de los índices de lectura, pero, ya puestos a preocuparnos por las economías editoriales y por los índices de lectura, también podríamos preocuparnos un poquito por seleccionar lo que se edita. Quizá si las editoriales no publicaran tanto, es decir, cualquier cosa, las editoriales podrían dedicar más recursos a lo que vale la pena editar, los libreros podrían asesorar mejor a los lectores (no se perderían entre montañas de libros o de cajas de novedades que ni llegan a abrir) y los lectores tendrían en sus manos mejores libros. Por suerte o por desgracia he tenido que corregir libros que nunca deberían editarse, ni bien ni mal, simplemente no deberían editarse porque son una completa memez. Digo yo que los dineros que se invierten en este tipo de libros bien podrían destinarse a otro tipo de obra, así quizá esta ganaría en calidad».

(Continúa aquí.)

Montse Alberte (Barcelona, España)

Tópicos y verdades, o mentiras, a medias (2.ª parte)

En su línea de combatir lo que él creía lugares comunes de la edición de libros con argumentos igualmente tópicos, Ricardo Artola añadía este cuarto contratópico:

4. Todo libro tiene su lector. Ya está bien de hacer racismo con los libros (algunos nos aconsejan con celo exterminador no contaminarnos). ¿Quién determina lo que es bueno o malo? ¿En función de qué criterio científico irrefutable? Y, sobre todo, ¿por qué estorba tanto a la alta literatura y su devenir cósmico la existencia de libros inútiles? Si a mí me cambió la vida un libro que para otro es detestable, ¿tengo que hacerme una lobotomía? Todo libro tiene su lector, y hay lectores en lugares que nunca imaginaríamos.

Y yo le respondí: «Estoy de acuerdo en que todo libro tiene su lector, por supuesto. Pero ¿y el papel de las editoriales en el ámbito de la cultura? ¿No cree que si las editoriales cribaran con buen criterio el material que editan —como hacían antes los editores— estarían fomentando que los lectores fueran más cultos?». (Aunque ahora me doy cuenta de que a lo de la lobotomía no le respondí. Igual mi despiste le molestó y por eso decidió no escribirme...).

Sus siguientes argumentaciones perdieron el poco norte que podían tener, y soltó cosas como que la razón de que las mujeres lean más que los hombres podía ser porque «simplemente, las mujeres viajen más en metro», y que las editoriales tampoco publicaban tanto; total si bajo los 60.000 libros al año «se esconden todas las reediciones (que sí, son muchas), las publicaciones oficiales, los libros de texto y hasta algunos folletos. Luego aseguraba que si prohibiéramos los libros, «habría colas de yonquis intentando chutarse libros en los parques» y que «lo mejor son los lectores. Sin ellos nos seríamos nadie».

Pero el mejor ataque contra el tópico era, sin duda, el séptimo:

7. ¡Y dale con la crisis! Llevan décadas amenazándonos con el Apocalipsis editorial. ¿A quién le pasamos la factura de todo el lexatín que hemos consumido para poder ir tirando?

Ataque directo a la yugular, al bolsillo, a la supervivencia. Y aquí mi respuesta: «Quizá usted no sienta la crisis, pero le aseguro que los profesionales autónomos que participamos en el proceso de edición no solo la sentimos, sino que la sufrimos. Las tarifas que las editoriales están pagando hoy en día por una página de corrección de estilo son inferiores a las que pagaban en el año 1993, cuando me inicié en mi actividad profesional. Sirva de ejemplo la tarifa por ustedes pagada por corrección de estilo: 1,41 euros/pág. brutos, que netos son, redondeando, 1,2 euros/pág. Con suerte (no siempre el estado del texto lo permite), el corrector puede hacer 5 páginas en una hora; por tanto, la hora le sale a 6 euros (perdone el tópico, pero las señoras de la limpieza cobran más y piensan menos). Para que un corrector pueda ganar 1200 euros, por ejemplo, ha de corregir 1000 páginas, que a 5 págs./hora le suponen 200 horas. Dato importante: de los 1200 euros se le han de restar los 229,58 euros de la cuota mensual de autónomos. Total: un corrector trabaja 200 horas al mes (frente a las 160 habituales) para ganar 970,42 euros. ¿Esto no es crisis, señor Artola? Y aquí, ya lo dejo. Además, he de ponerme a trabajar, que si no, las 200 horas se me convertirán en muchas más, y yo también tengo derecho a vivir».

A los quince días, y por si no hubiera bastado, La Vanguardia publica un artículo en el que Xavi Ayén resume algunos de los comentarios de la intervención de Jesús Badenes, director general de librerías de Grupo Planeta, en la conferencia inaugural del máster de edición de la Universitat Autònoma de Barcelona. Pero de esto ya hablamos en su día.

Dos artículos que no deben pasar desapercibidos a los que nos dedicamos a dar calidad a la edición, aunque muchas veces lo hagamos por puro amor al arte y pese a las verdades, o mentiras, a medias que unos tengan a bien soltar, y otros, publicar.

Montse Alberte, Barcelona (España)

22/02/2006

Hacernos pagar lo que ya está pagado: la RAE y el DPD (1.ª parte)

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Hace poco me llegó a través de la lista Iwetel, que a su vez recogía la información de Barrapunto, la noticia de una directiva europea que está en su fase final de elaboración, cuya aplicación, según su redactado actual, conllevaría la sujeción a copyright de la información geográfica pública, lo que implica cobrar a los ciudadanos por una información que ellos mismos han costeado con sus impuestos.

Hablando de información pública por la que quieren hacernos pagar, uno de los casos que más de cerca nos toca a los profesionales de esta ciberbitácora es la más que sospechosa decisión de la Real Academia Española de bajar de su página de Internet el avance del Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD), hasta entonces de acceso gratuito por línea, pocos meses antes de su publicación, y sus increíbles excusas técnicas para justificar que, una vez a la venta la versión impresa del DPD, no se haya subido inmediatamente su versión electrónica a la Red, para su consulta gratuita.

Probablemente mucha gente cree que la Academia está en su derecho de permitirse un margen de explotación comercial de sus obras, aun siendo hoy posible ponerlas a libre disposición de los hablantes. De hecho, como fundación sin ánimo de lucro, la RAE puede, según la ley 49/2002, del 23 de diciembre, de Régimen Fiscal de las Entidades sin Fines Lucrativos y de los Incentivos Fiscales al Mecenazgo, realizar explotaciones económicas de acuerdo con las actividades propias de su objeto o finalidad estatutaria e incluso explotaciones económicas ajenas a su objeto o finalidad estatutaria, siempre que su volumen de negocio no supere el 40 % de los ingresos totales de la entidad.

La explotación comercial del DPD entra dentro de la primera prerrogativa. El problema es que, cuando hablamos de fundaciones sin ánimo de lucro, patrocinio y labor cultural panhispánica, existe otra dimensión, la moral, que no debe perderse de vista. Veamos a continuación hasta qué punto la política académica de publicación y difusión de su obra hace caso omiso de esta dimensión.

Financiación y margen de negocio de la RAE como entidad sin ánimo de lucro

La Academia, como entidad sin ánimo de lucro con fines culturales y educativos (véase La fiscalidad en las entidades sin ánimo de lucro: estímulo público y acción privada, pp. 25-27), es beneficiaria de mecenazgo (o. cit., pp. 173-174), en virtud de lo cual se financia parcialmente, a través de la Fundación pro Real Academia Española (cuyo patronato preside el rey Juan Carlos I), mediante las aportaciones de donantes y patrocinadores como Telefónica (que sufragó el coste del Panhispánico), el Grupo Vocento, el Grupo Prisa, Caja Duero, IberCaja, Caja Madrid, Santander Central Hispano, Repsol YPF, Banco Bilbao Vizcaya Argentaria, Fundación Endesa, El Corte Inglés, IBM, Iberdrola, Grupo Leche Pascual, Endesa, Fundación La Caixa, Espasa Calpe, Editorial Castalia, SM Ediciones, Fundación Santillana o Círculo de Lectores. Estas empresas, a su vez, se benefician de la aplicación de beneficios fiscales por estas donaciones. El resto de los fondos que recibe la RAE proceden, al menos en un 50 %, del Estado (es decir, de los contribuyentes).

Así pues, podemos decir que, cuando estas ven la luz, el coste de todas las obras académicas está ya cubierto, bien mediante donaciones de sus patrocinadores, bien con fondos públicos. ¿Por qué, entonces, no permitir inmediatamente su acceso gratuito a los hablantes? (Y cuando hablamos de acceso gratuito nos referimos sólo a su consulta en línea. Ya ni se espera de la Academia una postura de liberación como la que está llevando a la práctica el Termcat, que permita al usuario descargar gratuitamente el DPD.) ¿Tan grave es la merma de los ingresos que percibe la Docta Casa y las empresas editoriales que publican la versión impresa de los textos académicos, que no pueda contemplarse una publicación paralela de ambas versiones? Probablemente sí; las cifras hablan por sí solas.


Beneficios y beneficiarios de la explotación comercial de la obra académica

Como entidad financiada con fondos públicos, podría esperarse que las adjudicaciones de contratos de la RAE a empresas privadas tuvieran que realizarse a partir de la convocatoria de concursos públicos. Pero, legalmente, las ocho reales academias son «corporaciones científicas de derecho público», lo que las exime de cumplir la legislación de contratos de las administraciones públicas. Por tanto, la RAE elige directamente a las empresas que más pueden convenirle para publicar sus obras y acuerda con ellas las condiciones de explotación libremente.

Según un artículo publicado por El Mundo el 23 de noviembre del 2004, durante casi ochenta años la Academia publicó en Espasa Calpe (Grupo Planeta) sus obras, la venta de las cuales llegó a generar hasta el 40 % de la facturación anual de esta editorial en un año de lanzamiento. En el 2004, la RAE rompió esta larga relación para otorgar el derecho de publicación de la edición popular de El Quijote, del Diccionario del estudiante (DE) y del Diccionario panhispánico de dudas (DPD) al Grupo Santillana (propiedad del Grupo Prisa).

Curiosamente, el actual director de la Docta Casa, Víctor García de la Concha —que acaba, por cierto, de lograr que se modifiquen los estatutos de la Academia para garantizarse un tercer mandato—, compaginaba hasta el 2003 su cargo académico con los de director de la colección Austral y de la revista Ínsula (ambas de Espasa), que ejercía ya antes de ingresar en la institución. También el actual director de Ediciones Generales del Grupo Santillana (GS), Juan González Álvaro, fue director editorial de Espasa Calpe desde 1996 hasta 2000. Y recientemente contrató a la antigua responsable del Área de Referencia y Educación de Espasa y más tarde codirectora editorial de Espasa Calpe, Marisol Palés Castro, con quien trabajó en la histórica editorial. Es decir, tanto el director de la Academia como algunos de los principales ejecutivos de Espasa Calpe abandonaron la empresa poco antes de la concesión a Santillana de los derechos de publicación de las nuevas obras citadas, en algunos casos para pasar a ocupar cargos en el propio Grupo Santillana. Sin embargo, y aunque este trasvase de directivos de Espasa a Santillana pueda haber propiciado la nueva relación contractual de la RAE con Santillana, parece ser que la principal razón de que la RAE publique sus obras con este grupo es la red estructural y comercial que GS tiene en Latinoamérica (20 países de Latinoamérica, incluidos Brasil y Estados Unidos ), que ofrece excelentes perspectivas para la explotación de la obra académica más reciente, regida por la oportunamente aireada política panhispánica que sigue hoy la RAE, con su director como principal abanderado. Una política de unidad y de hegemonía lingüística compartida que parece servir sólo para vender libros. Cuando se trata de explotar el negocio de la enseñanza del español a extranjeros con la creación del Centro Internacional de Estudios Superiores del Español, (v. tb. la noticia publicada por la Fundéu el 22/02/2006 ) o de la Fundación de la Lengua Española, los académicos de uno y otro lado del charco se apresuran a dejar claro qué territorio es el propietario de la lengua castellana.

(Continúa aquí: http://tinyurl.com/pxubu)

 

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

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23/02/2006

Hacernos pagar lo que ya está pagado: la RAE y el DPD (2.ª parte)

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(Viene de aquí: http://tinyurl.com/zlagv )


La tarta, bien decorada y servida en bandeja: la campaña promocional del DPD

En cuanto a las posibilidades de negocio que ofrecían los posibles socios editoriales de la RAE, visto está que si el pastel que tradicionalmente preparaba Espasa ya era tremendamente apetecible, la tarta que les cocina y sirve Grupo Santillana es de varios pisos.

Pero, por prometedoras que sean las expectativas de distribución con GS, ningún proceso de comercialización a gran escala puede dar todos los réditos necesarios si se da margen a algún tipo de competencia (publicar en línea y gratuitamente el DPD podía serlo) y si no se despliegan todas las estrategias de difusión que una operación de esta envergadura requiere. En este sentido, la Academia —a la que sólo le ha faltado vestir a sus representantes con la correspondiente camiseta DPD, al estilo Santiago Segura—, no ha ahorrado los necesarios despliegues mediáticos para proclamar las excelencias de su «impresdindible» obra. El bombardeo promocional ha sido apabullante, y no ha habido reseña en prensa que no pueda calificarse de puramente promocional. Es más, a pesar de que otras obras anteriores, como la Ortografía de la lengua española y la edición del 2001 del Diccionario de la lengua española, recibieron múltiples y severas críticas por parte de la prensa, de numerosos lingüistas y especialistas, en el caso del Diccionario panhispánico de dudas la recepción de los medios ha sido generalmente entusiasta, hasta el punto de que muchos de ellos, en todo el ámbito hispanohablante, se han comprometido con la Academia a adoptarlo como norma básica de referencia —aunque el propio García de la Concha niegue al DPD esta condición, al declarar que el DRAE sigue siendo el instrumento normativo por excelencia—. Las críticas a esta obra en la prensa han sido anecdóticas y la única reseña crítica, tan amplia y rigurosa como certera, ha salido de la pluma de un especialista de cuya obra bebe en buena parte el Panhispánico, entre otras fuentes bibliográficas (fuentes de las que el DPD, por cierto, se apropia sin citarlas y cuyo uso la RAE no reconoce oficialmente, pero que casualmente resultan visibles en el vídeo promocional del DPD, «DPD en imágenes»).


La necesidad de adquirir el DPD

Esta misma actitud crítica mantienen en España muchos de los principales destinatarios del DPD, que, contrariamente a lo que quiere hacer creer la campaña publicitaria de venta del Panhispánico, no está destinado a cualquier hablante de español. El Diccionario panhispánico de dudas es, por su contenido, registro léxico, construcción y redacción —e incluso por su incongruencia con diversos criterios expresados en el resto de obras académicas, incluido el recientísimo Diccionario del estudiante—, un texto cuya consulta requiere un buen nivel de formación lingüística y de conocimiento de las fuentes descriptivas y normativas de la lengua, y por ello resulta útil más bien a las personas capacitadas para descifrarlo y ponerlo incluso en cuarentena: los profesionales de la lengua (traductores, correctores, profesores de español, lexicógrafos, filólogos y lingüistas), la escritura (autores y redactores), la comunicación y la edición, de los que precisamente se recoge una variada muestra en el vídeo promocional del DPD (donde no aparece, por cierto, ningún hablante de a pie).
Sin embargo, entre algunos de estos especialistas españoles (editores de libros, correctores, lingüistas y lexicógrafos, particularmente), tanto la obra académica como sus trabajos lexicográficos (CREA y CORDE) están ya muy desprestigiados, y no es de extrañar que no cunda su uso.

En América, en cambio, a falta de otros recursos y autoridades más eminentes y de una corriente más crítica con el papel y la labor de la RAE, la obra académica sigue siendo la principal fuente de consulta lingüística y lexicográfica. Esta situación aboca a muchos profesionales hispanoamericanos de la educación, la edición, la comunicación y el lenguaje a una situación paradójica: pese a disponer de menos recursos que sus colegas españoles para acceder a cualquier material formativo, cultural y documental comercializado, se ven en la obligación de adquirir el DPD de inmediato.

 

Corolario y reflexión final

 
El artículo primero de los estatutos de la RAE dice:
 

La Academia es una institución con personalidad jurídica propia que tiene como misión principal velar por que los cambios que experimente la Lengua Española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico. Debe cuidar igualmente de que esta evolución conserve el genio propio de la lengua, tal como ha ido consolidándose con el correr de los siglos, así como de establecer y difundir los criterios de propiedad y corrección, y de contribuir a su esplendor.

Para alcanzar dichos fines, estudiará e impulsará los estudios sobre la historia y sobre el presente del español, divulgará los escritos literarios, especialmente clásicos, y no literarios, que juzgue importantes para el conocimiento de tales cuestiones [...].


Como entidad sin ánimo de lucro, además, ha de procurar perseguir fines de interés general en lugar de dar prioridad al interés propio.

Por desgracia, la ley no es ni lo bastante restrictiva ni lo suficientemente clara sobre el alcance lucrativo de las actividades que pueden desplegar este tipo de entidades, y la RAE puede permitirse, sin contravenir ninguna disposición legal, explotar como quiera y con quien quiera el DPD.
Aun así, la Academia podría al menos haber mostrado un poco más de perspicacia y seguir una política que salvaguardara su imagen sin poner en peligro sus arcas. Podría haber negociado con Santillana una reserva parcial de derechos de reproducción, que permitiera la publicación simultánea para uso no comercial de su versión electrónica en línea; probablemente podrían haberse valido para ello de algún tipo de licencia Creative Commons; no serían los primeros autores ni editores en hacerlo, pero habrían sido un magnífico ejemplo de aplicación. Subir el DPD a la Red, como material de libre acceso a todos los usuarios, a la vez que publicaba y comercializaba su versión impresa no tenía por qué significar renunciar a cualquier posibilidad de negocio. Hay mucha gente que seguiría adquiriendo el DPD impreso, entre otras razones porque un diccionario en papel le permite husmear entre sus páginas, adquirir una idea global de la obra y sus directrices, y descubrir aspectos y planteamientos que en una consulta por línea le pasarían desapercibidos. Pero, claro, renunciar por las buenas al suculentísimo negocio que supone la venta del Panhispánico a toda España y América es regalar una tajada que bien merece un poco más de desprestigio.
Si la Academia aprecia en algo su imagen pública, debería empezar ya a acometer la labor de armonizar el alcance de los márgenes legales de negocio que la ley le permite con el cumplimiento de los deberes morales y culturales que tiene con el hablante.


Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

24/02/2006

Màrius Serra y los correctores (a happy end)

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Hay gestos que no pueden agradecerse con palabras. Aun así, gracias, Màrius (gràcies), por tu generosidad, fair-play, claridad y contundencia. Y por tu compañía.

La Vanguardia

23/02/2006

Otra corrección es posible

NO ES LÓGICO prescindir de los lingüistas y quejarse del empobrecimiento de la lengua

MÀRIUS SERRA

Entre los sobresaltos que provocó la manifestación del sábado hubo uno más bien colateral. En su flamante diario digital, Pasqual Maragall publicó el domingo un post que empieza «Considero raonable que milers i milers de ciutadans expressin la seva actitud» y acaba recordando el bombardeo de Gernika. El presidente rubrica sus reflexiones con un topónimo (es lógico) y la fecha (redundante tratándose de un diario digital). Este domingo debió de escribirlo desde Rupià, porque se leía: «Al Baix Empodrà (sic), diumenge, 19 de febrer del 2006». El error de tecleo en el nombre de la comarca produjo una metátesis espectacular, digna de figurar en los manuales de retórica junto a los clásicos «àguila-àliga, egua-euga o xicallaquitxalla». Al desplazar la R de Empordà, Maragall construyó sin querer una frase inquietante, homófona de «el baix em podrà». Este desliz tipográfico propició un hilarante juego especulativo por parte de los sagaces humoristas del espacio Alguna pregunta més? de Catalunya Ràdio. A las ocho, Carles Capdevila ya se preguntaba por la identidad de esa persona de baja estatura que podría con Maragall. Las hipótesis más verosímiles apuntarían hacia el ministro Montilla, aunque podría haber más candidatos. Descartados por el centímetro tanto Zapatero como Rajoy y apartados de la primera línea Pujol y Aznar, la discusión se centraría en comparar estaturas entre Maragall y sus rivales: ¿Mas? ¿Bono? ¿Carod? El equipo APM volvió a la carga a eso de las diez en su repaso de la prensa. Y entonces, por arte (digital) de magia, la metátesis ampurdanesa se deshizo y «Al Baix Empodrà» devino «Al Baix Empordà».

Ésa es la grandeza de ambos medios. La radio, por su trascendencia social; internet porque, a diferencia de los medios impresos, permite corregir erratas sin dejar rastro. Sin embargo, no se puede corregir con garantías sin contratos dignos para los lingüistas, unos profesionales cada vez más arrinconados que son básicos en el tan cacareado fomento de la lectura. Para que los textos de periodistas, novelistas, ensayistas, traductores, crucigramistas e incluso poetas nos lleguen dignamente los correctores deben ser más valorados. No es lógico prescindir alegremente de ellos en nombre de los costos de producción y luego quejarse del empobrecimiento de la lengua. De cualquier lengua. Debemos exigir el máximo dominio del instrumento a los profesionales del lenguaje, pero nadie es infalible. Un texto debe ser siempre revisado por más de una persona. El lenguaje verbal es un instrumento demasiado complejo. ¿No exigimos controles de calidad en otros ámbitos? ¿No se revisa el trabajo de arquitectos, juristas e ingenieros? Resulta paradójico que, mientras se lava la imagen de los cuerpos policiales, los correctores aún carguen con el sambenito de ser la policía (represiva) de la lengua. Y no. O no siempre. Una buena corrección juega a favor de cualquier texto.

Aparte del weblog presidencial y de las hilarantes antologías de erratas que proliferan en la red, deberíamos visitar más a menudo un weblog que reivindica la figura del lingüista como http://addendaetcorrigenda.blogia.com/. Ya verán que es un espacio combativo, a cuyas críticas por fortuna nadie escapa, como este columnista ha podido comprobar.

MariusSerra@ verbalia. com

[Versión en catalán aquí.]

Edición bochornosa

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Acabo de leer Los ojos de Greta Garbo, relatos, de Manuel Puig (Seix Barral, Biblioteca Breve, Buenos Aires, 1997, segunda edición).

Es un libro de 143 páginas, de las cuales unas 12 tienen fotos a toda página de Greta Garbo, de la colección de Manuel Puig. Son hermosas fotos, que habrían dado lugar a un hermoso libro.

Pero... este libro no tuvo corrector. Aseguro que no tuvo corrector, no que trabajó en él un corrector descuidado o incapaz, porque ni el peor corrector deja con tilde todos los ti.

La primera página termina con un pose- que sigue a la vuelta con la sílaba er, modo en que logra formarse el verbo poseer. A este estrambótico corte de palabras suceden otros como re-alidad, cre-adora, ide-ado, y puntos finales en oraciones que terminan con signos de interrogación o exclamación. Sobran y faltan tildes, por supuesto, y hasta la diéresis en vergüenza. El apellido del traductor y prologuista figura de dos maneras distintas. Y los errores de estilo no los comento.

En definitiva: una edición bochornosa.

El libro cuesta en Buenos Aires el equivalente a 5 dólares. Calculo que tendrá unos 150 000 caracteres. ¿Costo de la corrección? Variable, pero modesto.

Virginia Avendaño (Buenos Aires, Argentina)

viraven@educ.ar

26/02/2006

El lápiz del lector corrector

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El fenómeno de la mala calidad de los libros que se editan últimamente es tan universal, que ya no podemos leer sin el lápiz del corrector en la mano. No me refiero a tomar notas, dialogar con el autor y armar nuestro propio libro, que era el uso habitual del lápiz. Ahora tomamos el lápiz nada más que para tratar de hacer legible el texto, para saber apenas si es que de veras dice algo.

Mal están las cosas si, en lugar de leer, uno corrige. Esa conocida deformación de nuestro oficio, que antes nos obligaba a cerrar el periódico, ahora nos causa sobresaltos hasta con los productos de editoriales serias. Qué difícil es creer que ni siquiera una persona pase los ojos sobre las planas de ciertos libros, cada vez más numerosos. Pero es más difícil pensar que sí se cuidan las ediciones y que la culpa es de los duendes.

Cuando leí el tercer tomo de Harry Potter, observé algo desde el principio. De la página legal se habían caído todas las haches minúsculas cursivas. Todas. Pensé que sería una jugada de último minuto de los modernos sistemas de impresión; esas cosas pasan. Pero más adelante, en la página 11 se cae la e de la lechuza de HP, H dwig, las dos veces que aparece. Y en la 38 faltan todas las ges. Etcétera. No se me ocurrió sospechar que acaso nadie hubiera leído las planas. Más bien pensé que había comprado una edición pirata, pues se sabe que a veces se cuelan a los canales formales de distribución. Pero no: tiene el pie de Barcelona, el sello sobrepuesto del distribuidor de México y lo compré (lleva aún la etiqueta del precio) en una tienda Sanborns de la ciudad de México.

Esto, que debería quedarse en anécdota, es nada más otro ejemplo de un fenómeno cada vez más común para el lector.

Por tanto, propongo la hipótesis siguiente: los grandes editores aspiran a hacer libros piratas. En su pérdida de contacto con la realidad, han concebido la idea de imitar a los piratas del mundo para ganar más dinero: ninguna calidad, ningún amor por el detalle, ningún respeto por el lector, ninguna consideración con el librero, ningún interés por el trabajo de los que en efecto hacen el libro.

Tal es la causa de que ya no podamos leer, de tanto que tenemos que corregir.

Javier Dávila (Ciudad de México, México)

Addenda hilarante

20060226013944-silvio.jpgCuando un espontáneo corrige la realidad ficticia. (Gracias, Jordi Minguell.)

Lo que sea por vender

Los grupos editoriales han de vender libros, y cuantos más, mejor. Los comerciales son espoleados para vender, vender y vender, y es necesario ingeniárselas todas para saciar las ansias del director comercial, ahora sales manager, que, por lo visto, con el cargo en inglés se cobra más.

Ha caducado ya el vendedor de enciclopedias que arriesgaba cada día varias veces su pie dejándolo casualmente entre el quicio y la hoja de la puerta que el ama de casa de los setenta cerraba con rabia, porque se le quemaban los calamares. No son ya originales las reuniones en hoteles céntricos de las grandes ciudades, en las que si compras la enciclopedia, te regalan el mueble para colocarla —de una madera que combina que es una delicia con la encuadernación de la obra—, un juego de whisky —porque con unas copitas de más cualquier dato ya te parece bien— y los diez últimos premios concedidos por la editorial en el concurso literario de rigor —que probablemente ya tengas a base de coleccionar cupones del periódico del mismo grupo—.

Es de sobras sabido que el público objetivo de cada vez más campañas de venta es el de los niños. A los adultos ya nos han sobresaturado de todo y más; a los jóvenes les han dado las nuevas tecnologías y van que se salen. ¿Qué queda? Niños, solo niños.

Y ahora, además de venderles vídeos, revistas, cuentos, pegatinas, tatuajes, gominolas y cualquier muñecote que nos podamos llegar a imaginar, hay quienes han llegado a asaltarlos mientras estaban en el colegio.

El Diario de Ibiza en su edición de hoy, sábado 25 de febrero, recoge el siguiente titular: «Vendedores de enciclopedias se cuelan en un colegio para recoger datos de las familias». Los vendedores eran de la Editorial Salvat y entraron en el colegio sin invitación; por lo que, obviamente, la directora los puso de patitas en la calle. Pero ellos, comerciales donde los haya y para sacar tajada de sus merodeos en días anteriores por los alrededores del colegio, lograron enjaretarles a los alumnos unos folletos en los que se hablaba de un premio por comprar la enciclopedia, que incluían un cuestionario de nueve preguntas, algunas tan complejas como qué vocal falta en la serie «A-I-O-U». Y no contentos con esto, consiguieron que los alumnos dieran sus datos: nombre y apellidos, edad, número de hermanos, dirección, teléfono y nombre de uno de sus progenitores.

Los niños, muy susceptibles a las tretas comerciales, no dudaron en rogarles a sus padres que les compraran la enciclopedia esa. Un alumno del centro le aseguró a su padre que le regalarían una videoconsola, y otro argumentaba que el vendedor le había dicho que la enciclopedia la subvencionaba el Gobierno balear con el objetivo de frenar el fracaso escolar. La enciclopedia cuesta 1300 euros. Tal subvención no existe.

Cabe preguntarse qué opina a todo esto la Editorial Salvat. Pues poca cosa. Según otro titular del mismo periódico, son varios los padres que, tras haber contactado con el servicio de atención al cliente de la editorial, siguen esperando la prometida llamada de respuesta por parte de Salvat.

Será interesante seguir la noticia, quizá algún día nos encontremos a un comercial ansioso de vender enciclopedias en la sala de partos, alerta a la coronación de nuestro hijo, presto a enseñarle la elegante encuadernación del último refrito enciclopédico que tendrá en casa antes de que salga de la maternidad, junto con la completa canastilla que todo bebé que se precie debe tener.

Violeta Nadal (Ibiza, España)



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