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Se muestran los artículos pertenecientes a Enero de 2008.

Resumen

08/01/2008

¿Qué garantizará la supervivencia de la industria editorial: el control de la palabra o los valores del oficio de editor?

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Como ya sabe el lector asiduo de A&C, desde nuestros inicios hemos ido trasladando a esta bitácora variadas muestras de los movimientos «planetarios» (1, 2, 3, 4...), y nos hemos ocupado con especial dedicación a mostrar (1 y 2) la concupiscencia que une a los dos mayores grupos editoriales en español con el principal agente de la política lingüística española.

Quien haya disfrutado de estas notas, no se pierda ahora en el Ojo Fisgón de Martín Gómez «La concentración de la propiedad de la industria editorial y la subordinación de la política de contenidos a los intereses comerciales», un excelente análisis crítico de la exportación a Latinoamérica de las ya habituales prácticas promocionales (a lo Juan Palomo) del Grupo Planeta, que también comparte con su principal competidor y que de hecho son ya comunes a todo conglomerado editorial.

A la vista de todo ello cabe afirmar que, si alguna garantía pueden ofrecer (aún) al lector las reseñas críticas publicadas en la biblioblogosfera —donde se advierte un aumento de la profesionalidad y el rigor crítico—, esta es, sin duda, su independencia de los intereses de creadores y productores. Probablemente sea esta una de las causas de que la crítica digital independiente y el feedback lector-crítico-autor-editor que la red permite no se incluyan entre los recursos y estrategias habituales del márquetin editorial. Como muestra el último estudio de Dosdoce.com, «Tendencias web 2.0. En el sector editorial», la mayoría de las editoriales españolas sigue aplicando un modelo tradicional de comunicación y márquetin, consistente en la «creación de un canal unidireccional [y a menudo controlado, como muestra Martín Gómez] de publicación de información de la editorial: notas de prensa, ruedas de prensa, entrevistas con los autores, etc., que esperan sean publicadas en los medios de comunicación tradicionales (prensa, TV y radio) con el fin de llegar a sus públicos objetivos (lectores, críticos literarios, libreros, distribuidores, otras editoriales, etc.)». Y tan sólo un 22 % de las editoriales analizadas cuenta con una sección de enlaces de interés a blogs literarios, redes sociales y webs especializadas en cultura escrita.

Según el parecer de muchos de los expertos encuestados en el citado estudio, el principal motivo de la reticencia de la industria editorial española a utilizar todos los recursos de la red para su promoción es el recelo —el pavor, creo yo— ante la idea de sumergirse, sin guía ni garantías, en lo que se le antoja una selva digital, que proyecta sombras amenazadoras sobre el control —que el gremio aún detenta— del rendimiento y la difusión de una obra y del acceso al circuito editorial.

Pero no son la democratización de la edición ni la ductilización de las formas y canales de publicación que la red permite lo que debería espantar a los editores, sino la perspectiva de un futuro del libro sin editores de raza, capaces de asumir riesgos. Mal futuro auguro a la edición profesional si el editor que entiende y vive su oficio como una apuesta cultural, como un desafío que puede enfrentar con especial competencia, no sabe entender la crítica sincera (incluso si es negativa) como un estímulo.

Gracias a las TIC y a nuevos modelos de negocio editorial (1, 2...), hoy día todos podemos producir libros y publicarlos sin asumir pérdidas económicas. Por ello, ahora más que nunca, a nadie como a los profesionales de la edición les interesa señalar el enorme abismo que hay entre el productor de libros y el editor, y demostrar que ese abismo sólo puede salvarse con el valor añadido de la excelencia, la inventiva, el olfato, la capacidad de discernimiento, y la voluntad de riesgo y emprendimiento que aporta el oficio de editor.

Silvia Senz (Sabadell)

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09/01/2008

La Wikilengua, a debate

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Aunque personalmente no tenía intención alguna de escribir sobre la Wikilengua de la Fundéu —proyecto coordinado por Javier Bezos—, de una forma espontánea me he visto implicada en el interesante y suculento debate desarrollado a partir de esta nota de El Blog del Futuro del Libro, donde J. A. Millán se hace eco (matizadamente crítico) de la presentación en sociedad de este recurso, y en el debate paralelo surgido de esta entrada de Barrapunto, que recoge y relanza el tiro de Millán.

Por las más que interesantes ramificaciones del tema, recomiendo a los lectores de Addenda el seguimiento de estos hilos.

Silvia Senz (Sabadell)

10/01/2008

La lengua de Cervantes alimenta el puchero

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Todos los que llevamos dos años escribiendo en esta bitácora estamos hartos de repetir (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10...) que, a día de hoy, los responsables de las instituciones políticas, académicas y culturales españolas sólo entienden España (¡y América!) en clave de lengua española y nación monocroma, y la lengua española, en clave económica y geoestratégica.

Y esa interpretación, pese a las muchas susceptibilidades que despierta y a los conflictos que genera en los territorios iberoamericanos, se exhibe, además, con orgullo y total impudor.

Tan hartos estamos de este cambalache que, para descansar y relajarnos un poco, hoy (re)publicamos, sin más, esta entrevista a Carmen Caffarel, actual directora del Instituto Cervantes, que habla por sí sola. Y planteamos un entretenido y edificante reto a nuestros lectores: que den con ese informe de la Unesco, al que alude la entrevista, donde se afirma que en 45 años la cuarta parte de la población mundial hablará español (y lo hará para forrarse):

Expansión.com

“El Cervantes sirve para abrir puertas a las empresas españolas en el exterior”

Publicado el 09/01/2008, por Ana Martínez

Entre los retos que afronta Carmen Caffarel como directora del Instituto Cervantes está el de “conseguir que el español se asocie al progreso económico”. Ayudar a las compañías nacionales a establecerse en el exterior es un primer paso.

Lleva menos de medio año al frente del Instituto Cervantes, una de las instituciones más potentes en la difusión del español y de la cultura hispanoamericana, pero ya se siente como en casa. Al fin y al cabo, es doctora en Lingüística Hispánica. Carmen Caffarel ha cambiado RTVE –dirigió el ente público desde 2004 hasta enero de 2007– por el Instituto Cervantes –sustituyó a César Antonio Molina cuando éste fue nombrado ministro de Cultura–, pero asegura que la labor es similar: “El trabajo de un director es gestionar una empresa o una institución. En ese sentido, la experiencia me vale sin lugar a dudas. Lógicamente, el objeto es muy diferente y también el trabajo que me va a tocar hacer, porque en RTVE era cambiar un marco legislativo, hacer un esfuerzo para la recuperación de contenidos, de pluralidad… Aquí se trata de fomentar la expansión de nuestra cultura y de nuestra lengua. Pero una parte importante de la consolidación del servicio público en RTVE es apostar por la cultura. Curiosamente, ahora estamos desarrollando algunas iniciativas de convenios que se firmaron estando yo allí”.

Más de 500 millones de personas hablan español en todo el mundo. Su imparable expansión –el número de hispanohablantes ha aumentado en 32 millones desde 1998– ha llamado la atención de la Unesco, que prevé que en 45 años la cuarta parte de la población mundial hablará nuestro idioma. Y lo hará no sólo para charlar, sino para realizar importantes transacciones económicas. Caffarel afirma que “hay pistas que muestran que vamos por el buen camino. Los estudios más recientes aseguran que el español supone el 15% del PIB nacional, y en septiembre de 2008 el Instituto Cervantes publicará un informe actualizando estos datos. Pero lo más importante es que cada vez hay más personas que estudian español porque representa una oportunidad laboral, más allá de por una cuestión cultural. En Estados Unidos, la comunidad hispana se ha dado cuenta de que quien habla los dos idiomas, inglés y español, puede acceder a un salario mayor. Y no hay que olvidar a Latinoamérica, un continente con un potencial económico enorme”.

El beneficio de la expansión de nuestro idioma también alcanza a las empresas españolas. “Estamos trabajando con el ICEX para ayudar a las compañías que quieren establecerse en el exterior. Un dirigente de Telefónica nos decía que cuando se implantan en un país donde hay un Cervantes tienen mucho ganado, porque les ayuda a encontrar trabajadores locales que hablan español”.

 

Procesos solidarios

En opinión de Caffarel, el español amplía las oportunidades económicas y, a su vez, el desarrollo económico promueve el interés por nuestra cultura. “Es muy difícil saber qué fue primero. Pero ahora ya son procesos solidarios, que se complementan. En la medida en que seamos más conocidos en el mundo, nuestro peso como país irá creciendo, la economía se verá beneficiada, y un intangible como el español se convertirá en embajador de nuestro país en el mundo”.

La directora del Instituto Cervantes es consciente de que queda mucho –“muchísimo”– por hacer. “Todavía existen numerosos nichos por conquistar. En Europa, sin ir más lejos, el español es una lengua minoritaria, hay que hacer muchos esfuerzos para que tenga la misma categoría que otras lenguas comunitarias. Pero las matrículas para estudiar español se están incrementando muchísimo, y países como Francia, por ejemplo, van a potenciar el español como segundo idioma en las enseñanzas medias. Si hubiera que pensar en la zona más olvidada, diría África subsahariana, aunque aquí habría que penetrar con unas variables distintas a las habituales del Cervantes. Evidentemente porque aquí el orden de prioridades es otro”.

 

Incremento de matrículas

Para Caffarel, un modelo a seguir es el British Council (Instituto Británico), “por volumen de estudiantes, implantación y prestigio. Pero, evidentemente, cada centro tiene sus particularidades. Y en este caso, la lengua inglesa se asocia indiscutiblemente al progreso y al avance económico... Tenemos que seguir trabajando para que con el español ocurra lo mismo”.

De momento, el Instituto Cervantes va por buen camino. En el último año, el número de matrículas se ha incrementado un 22 %, y el presupuesto para 2008 es de 101 millones de euros, un 12 % más que en el ejercicio anterior. A finales de este año, habrá 77 centros en todo el mundo. “En 2008 se va a inaugurar un instituto en Tokio y será la primera vez que estemos en Australia –en Sydney– y en la India –Nueva Delhi–. También vamos a abrir otro centro en Frankfurt (Alemania), donde el interés por el español ha crecido mucho. Nuestro objetivo es consolidarnos en Asia-Pacífico y, por supuesto, en el futuro pensaremos en la posibilidad de expansión en Estados Unidos, que es el continente del futuro para todo lo español”.

 

El reto del futuro: ser la segunda lengua de la Red

Uno de los objetivos irrenunciables del Instituto Cervantes para los próximos años es “conseguir que el español llegue a ocupar el segundo lugar como idioma más usado en el ámbito de Internet”, asegura Carmen Caffarel. Actualmente, nuestra lengua ocupa la tercera posición mundial con 102 millones de usuarios; le preceden el chino (184 millones) y el inglés (366 millones).

Según Caffarel el principal reto es “incentivar el desarrollo tecnológico de nuestra particular sociedad de la información, puesto que hasta ahora sólo hay una tímida presencia de la lengua española en Internet”. En su opinión, la clave está en “facilitar el acceso a los ciudadanos a las nuevas tecnologías y en crear una red de acuerdos y colaboraciones”.

Y en ello está. El Instituto Cervantes y Google España han iniciado conversaciones para consolidar la presencia del centro en Estados Unidos, donde 40 millones de personas hablan español. Actualmente, las búsquedas de libros en nuestro idioma son ya el 24 % del total registrado por Google y es el segundo idioma más utilizado en su biblioteca virtual.

La puesta en marcha de su nueva plataforma multimedia (una radio y una televisión que emiten entrevistas, documentales, tertulias y reportajes sobre la cultura hispanoamericana) y la creación de dos grandes portales bajo los dominios y de los que el Cervantes es titular han sido sus últimas iniciativas. “Internet nos permite llegar allí donde no llegamos presencialmente y captar a un público más joven, a los dirigentes y trabajadores del mañana”, concluye Caffarel.

11/01/2008

Calidad editorial y grandes grupos: un elefante en una cacharrería

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Una de las consecuencias de la concentración editorial, de la mercantilización exacerbada del sector —entregado, en los últimos tiempos, a criterios y prácticas del capitalismo salvaje, impropios del mundo editorial— y de su desprofesionalización es el abandono de las obras de fondo, de aquellas perlas de largo (y a menudo lento) recorrido, cuidadamente seleccionadas y pulidas con mimo, que garantizan la fidelidad del lector a un sello editorial y alimentan su prestigio.

¿Las razones de ese abandono? La codicia, las prisas, la feroz competencia (y consecuente sobreproducción de novedades sin freno), la falta de olfato y de capacidad de riesgo, y la escasez de oficio y respeto al lector que han caracterizado a los desaforados productores de libros —siempre digo que llamarlos editores es una desproporción— de finales del siglo XX.

Muchos se han lamentado de esta situación, que tanto hemos sufrido en nuestras carnes los profesionales que nos dedicamos a cultivar la calidad editorial, y no pocos la han creído irreversible.

No es mi caso. Por la sencilla razón de que siempre ha habido y habrá buscadores de libros buenos y necesarios, y gente dispuesta a proporcionárselos (y a ganarse la vida con ello), he preferido pensar que la recuperación de la calidad, formal y de contenidos, llegaría de la misma mano que la arrinconó: la del negocio. Pero también he tenido la certeza de que para regresar de manera definitiva al panorama editorial y recuperar sus posiciones, la calidad —como flor delicadísima que es— no sólo tendría que procurar negocio, sino sobre todo negocio sostenible, y llevado con oficio y criterio.

Y poco a poco, así ha sido. Aprovechando la desatención de muchos al núcleo permanente de lectores exigentes (grandes impulsores del boca-oreja y fieles consultores del librero profesional) y el progresivo desprestigio de los grandes grupos, un número tímida pero firmemente creciente de nuevas editoriales independientes, que han basado su política en el riesgo controlado, el trabajo denodado de buenos profesionales, el ingenio, la selección, la especialización (paradójicamente, una garantía de variedad de oferta) y en cuidadas elaboraciones, se han ido abriendo un ya reconocido hueco en el mundo del libro, compartido con las supervivientes al proceso de concentración editorial. Y en los últimos años, muchos profesionales de la edición nos hemos refugiado en estos pequeños oasis en medio del desierto, atraídos no por mejores tarifas pero sí por la garantía de un trato más digno y más fiable, y reconfortados por la sensación de no estar elaborando churros incomestibles. Y en esta situación vivíamos confiados.

Pero, como decía, la calidad sólo puede sostenerse en condiciones de acotada proliferación. Y ese reciente florecimiento de una especie tan delicada puede verse de nuevo amenazado por la destrucción que genera la sobreexplotación del terreno donde crece.

Así, el nuevo año nos ha traído la noticia de que, a la vista de la creciente rentabilidad que están teniendo las ediciones literarias, cuidadas y selectas, de sellos como Acantilado, Salamandra o Libros del Asteroide, y de la pujanza del tipo de lector habitual y exigente —que no tiene reparos en pagar la calidad—, los grandes conglomerados se han lanzado tras esa estela con la comercialización de colecciones «para sibaritas», que prosaicamente denominan «de gama media-alta».

En la noticia de El País donde se anunciaban estos oportunistas lanzamientos, la editora de Salamandra, Sigrid Krauss, dibujaba claramente el perfil y orígenes de este codiciado segmento de negocio: «Se ha sobrepublicado sin atender mucho a la calidad, casi pensando en los no lectores. Y eso habría decepcionado a los lectores militantes, que ahora buscarían valores más seguros». Y Jaume Vallcorba, editor de Acantilado, mostraba sus reticencias ante esta irrupción de los grandes en la edición selecta: «No se puede publicar mucho ni todo, o lo vamos a estropear. Sólo las voces que iluminen el presente y en traducciones directas y de ediciones óptimas».

La precoz prevención de Vallcorba no demuestra otra cosa que su conocimiento de la bestia y del peligro que entraña. Y es que poner la calidad editorial, sin más, en manos de los elefantes de la edición actual es como darles la llave de entrada a una cacharrería. Si de repente los grandes grupos se abocan al mercado de la calidad con sus tácticas habituales de sobreexplotación de cada filón que descubren, es evidente que la sobreoferta diseminará a los lectores, que los beneficios se repartirán demasiado, y que en el camino caerán muchos de los que hoy viven de ofrecer lo único, lo especial y lo mejor.

Ante esta perspectiva de nueva devastación, ahora por exceso de calidad, ¿hay alguna prevención posible? Yo diría que sí, que la misma que se aplica a cualquier especie en peligro: la creación de reservas donde se críe y reproduzca en condiciones reguladas y adecuadamente controladas. Lo cual, traducido al lenguaje de la edición y la publicación, puede significar «gremios de editores, distribuidores y libreros independientes», y también «normalización de procesos, productos y servicios, y certificación de calidad». Es decir: la promoción, por parte de los interesados, de agrupaciones donde proteger sus intereses y promover políticas y acciones consensuadas, con fuerza para impulsar sellos oficiales que acrediten que la calidad que un editor, un distribuidor y un librero exhiben no es flor de un día, ni tiene una exuberancia aparente, sino que cumple con exigentes requisitos, y ha sido evaluada y aprobada y será sometida a sucesivas auditorías por una entidad certificadora competente e independiente. Que es, en definitiva, constante y fiable y una garantía realmente exclusiva.

Silvia Senz (Sabadell)

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15/01/2008

La Wikilengua ¿convertirá a los hablantes en notarios del uso y en legisladores y propietarios de la norma?

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Hagamos un tremendo esfuerzo de imaginación. Supongamos que, gracias a la buena y desinteresada voluntad de los hablantes dispuestos a contribuir (como usuarios registrados o como ocasionales comentaristas) a hacer de la Wikilengua un «recurso [serio, riguroso y fiable, añadiría yo] sobre el uso del castellano, donde se pueden consultar, con una orientación esencialmente práctica, dudas frecuentes», este wiki llega a sustituir el servicio de consultas lingüísticas de la RAE y cualquier otra obra académica destinada a despejar dudas sobre la lengua española.

Supongamos también que —dado que finalmente no va a estar supervisada por ningún comité de expertos (ni de la RAE ni de la Fundéu ni de ninguna otra institución) que valide su contenido, pese a lo dicho por la plana mayor de la Fundéu (entidad que impulsa y patrocina la Wikilengua) y por algunos destacados ususarios, y dado que asegura que mantendrá una postura neutral ante argumentos encontrados—, el contenido de la Wikilengua llega a abrir nuevos caminos independientes de consenso normativo.

Supongamos, en definitiva, que los usuarios de la Wikilengua, creyendo a pies juntillas la «aparente» firme convicción de don Víctor García de la Concha (director de la RAE y presidente de la Fundéu) de que «la lengua se hace en la calle», acaban convirtiendo la Wikilengua en el ariete que derribe el portón del elitista caserón neoclásico de Los Jerónimos y democratice definitivamente la Docta Institución. (Y todo con el impulso y el encomio iniciales de la propia Academia.)

¿A qué diantre va a dedicarse entonces la RAE, si es el hablante quien consensúa en la red su propia norma de uso? Al trabajo teórico no, porque en el mundo universitario ya hay suficientes grupos e investigadores que se dedican meritoriamente al estudio de la lengua española y al desarrollo de recursos y tecnologías lingüísticas.

¿Tienen los señores académicos ya previsto un buen plan de jubilación?

No lo creo. Más bien opino que la cúpula académica tiene una nula confianza en el futuro de esta Wikilengua cuya puesta en marcha apoyan en público, y no temen de su desarrollo competencia ni usurpación algunas.

Si creyeran en lo que representa un proyecto colaborativo como la Wikilengua, veríamos entre sus contribuyentes a los académicos con presencia en la organización de la Fundéu y en la hipermediatizada puesta de largo de la Wikilengua. Si creyeran en la democratización de la norma, volcarían en la Wikilengua la obra académica y las respuestas a las consultas que la RAE recibe y atiende.

¿Y lo hacen? No; no lo hacen ni los académicos (Víctor García de la Concha, Valentín García Yebra, Gregorio Salvador Caja y Humberto López Morales), ni los lingüistas y periodistas con obra publicada sobre lengua y norma española (Álex Grijelmo, José Luis Martínez Albertos y Leonardo Gómez Torrego) que participan en el patronato y el consejo asesor de la Fundéu. Basta seguir la autoría de las contribuciones, día tras día, para comprobarlo.

Me da que lo único que tienen claro es que impulsar una web social de esta índole —aun existiendo iniciativas similares, no institucionales, en funcionamiento: 1 y 2— contribuye a dar una imagen modernizada de esta vetusta institución, de la que andan muy necesitados, y a demostrar que hacen lo posible por fomentar la presencia del español en la red, cuando en realidad la Wikilengua no es más que un pequeño grano de arena en un enorme desierto.

No obstante, y por lo que pudiera ocurrir con la siempre imprevisible deriva de la red social, las entidades impulsoras de la Wikilengua se han curado en salud, guardándose un as en la manga: el de la paternidad de la obra.

Para aquellos que aún no lo sepan, la Wikilengua está acogida a una licencia Creative Commons BY-SA (descrita en 1 y 2), no restrictiva en cuanto a derechos de modificación y reproducción de sus contenidos, y que cede los derechos de explotación de sus contenidos a todo el mundo (siempre que se mantengan las condiciones de esta licencia), pero que mantiene la titularidad de la propiedad intelectual de la obra en manos de sus autores. Pero ¿quiénes son sus autores? La información que da al respecto la página de la Wikilengua no da muchas pistas. Se dice:

Licencia

El contenido de la Wikilengua está bajo la licencia Creative Commons en la modalidad BY-SA. Esta es la fórmula recomendada por la propia organización de Creative Commons para wikis, y su objetivo es proteger los derechos de propiedad intelectual que la comunidad de la Wililengua tiene de su contenido, de forma que nadie pueda abusar del esfuerzo voluntario y colectivo de las personas que la integran.

Ello no implica que los autores de forma individual no conserven los derechos de sus colaboraciones en la Wikilengua.

Pero ¿pueden los usuarios-autores, de forma individual, demostrar la autoría de sus aportaciones? En una obra como la Wikilengua que se moldea amalgamando sucesivas contribuciones, comentarios y debates, resulta casi imposible que cada uno de los contribuyentes demuestre la paternidad de sus aportaciones, siendo que la propiedad intelectual de una obra se evalúa en función del resultado de la propia obra y no del análisis de su proceso de elaboración, y siendo que en un wiki cada aportación queda fundida en el todo común. En este caso, podría decirse que la autoría recae sobre la comunidad que compone la Wikilengua, pero resulta que tal cosa no es posible según está formulada la ley de Propiedad Intelectual. Para saber en quién recae la titularidad de la Wikilengua hay primero que averiguar en qué categoría de obra puede encuadrarse, jurídicamente hablando.

Como muy pedagógicamente se explica en este artículo sobre la Wikipedia, extrapolable a la Wikilengua, de todas las obras realizada con el concurso de varias personas (obra en colaboración, obra colectiva, obra compuesta y obra derivada), el tipo al que mejor se acomoda es el de obra colectiva, con lo que la paternidad de la Wikilengua recae, según el articulado correspondiente de la ley, sobre la fundación que la promueve, coordina y ofrece como servicio (esto es, la Fundéu BBVA). Para que no sea así, tal y como expone la LPI en el párrafo segundo del artículo 8Salvo pacto en contrario, los derechos sobre la obra colectiva corresponderán a la persona que la edite y divulgue bajo su nombre»), la Fundéu BBVA debería explicitar una renuncia a la titularidad de esos derechos intelectuales. Y de momento no hace tal cosa. No hay «pacto contrario» visible en la sección informativa de la Wikilengua sobre la licencia empleada. No hay, por parte de esta entidad (integrada por eminentes académicos), renuncia a la paternidad de la nueva doctrina que pueda derivarse del wiki.

Así pues, de mantenerse así las cosas y en el caso hipotético de que la iniciativa prospere, los «wikilingüistas» seguirían sin ser legisladores y propietarios morales de la norma consensuada que de la Wikilengua pudiera desprenderse.

Silvia Senz (Sabadell)

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