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Se muestran los artículos pertenecientes al tema Agonías profesionales/Patiments professionals.

23/01/2009

Els traductors literaris europeus, uns experts mal pagats

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El Consell Europeu d’Associacions de Traductors Literaris (CEATL) publica els resultats del seu primer estudi comparatiu de la situació social i econòmica dels traductors literaris a Europa, estudi que es va dur a terme entre els anys 2007 i 2008. La principal conclusió és que, enlloc d’ Europa, els traductors literaris no poden viure exclusivament de la seva tasca de traductors en les condicions que els imposa «el mercat». En molts països (fins i tot en els més rics) la situació és francament catastròfica, la qual cosa suposa un gravíssim problema social en un continent que es vanta del seu desenvolupament, del seu multiculturalisme i del seu multilingüisme. Però, per damunt de tot, és també un gravíssim problema artístic i cultural. Com pot comprometre la qualitat dels intercanvis literaris entre les nostres societats el fet que els traductors literaris es vegin obligats a treballar amb precipitació per poder subsistir?

Els resultats de l’estudi poden descarregar-se, en francès o en anglès.

ACE Traductores en farà una versió en castellà per al seu proper número de la revista Vasos Comunicantes i la penjarà també en el seu web. No tenim constància que se n’hagi de fer una versió en català. Tant de bo la nova APTIC se n’ocupi!

 

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13/07/2006

Corrijo, luego no existo

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No descubro nada si digo que los correctores ya estamos acostumbrados a que no se nos reconozca nuestro trabajo; de hecho, ni nuestro esfuerzo ni nuestros conocimientos suelen verse recompensados de ningún modo. Nos podemos indignar más o menos, podemos maldecir a los grandes grupos editoriales y a los no tan grandes, podemos denunciar el mercantilismo de la cultura y podemos sentir repugnancia ante el negocio que unos cuantos se están montando con la lengua española; son reacciones normales, lo mínimo, creo yo, que se puede esperar de un colectivo que está tan maltratado.

Ahora bien, que otro se arrogue nuestro trabajo, esto ya mosquea bastante más. Y justo esto es lo que me ha pasado a mí con el último libro infame que me ha tocado corregir.

Tras un índice plagado de errores (mayúsculas puestas a boleo y la puntuación más aleatoria que jamás haya visto) me encontré con los «Agradecimientos». Ahí figuraba medio país, la virgen y los santos: tres páginas. Pero lo mejor estaba aún por llegar: «Y a Pepito Pérez, corrector, [...]». Ingenua de mí, pensé que sería una corrección sencilla, puesto que ya había pasado por las manos de Pepito Pérez (este nombre es, obviamente, falso; pero qué más da: también es falso que este texto haya pasado por un corrector, por lo menos, por uno de verdad). Pronto me di cuenta de que aquello que tenía entre manos era un puro bodrio y todavía me pregunto si Pepito Pérez es un completo inepto o simplemente un holograma.

La autora, que es periodista, no sabe escribir, eso para empezar, y tiene la poca vergüenza de entregar a la editorial un texto que no es un original, sino un borrador; eso sí, no tiene ningún reparo en destacar la labor de un tipejo que se supone corrector.

Yo me pregunto qué narices he estado haciendo yo con las más de 400 páginas del librucho en cuestión. ¿Quién ha advertido de los cientos de anacolutos que pululan libremente por el texto gracias a la inestimable labor de Pepito Pérez? ¿Quién ha corregido todos los gerundios de consecuencia, todas las recciones prepositivas incorrectas, todas las faltas de concordancia? ¿Quién ha puesto en su sitio las mayúsculas y minúsculas que Pepito Pérez dejó que camparan a su antojo? ¿Quién ha puntuado todo el texto a fin de que fuera legible? ¿Quién ha acentuado las palabras como les corresponde? ¿Quién ha hecho que ese montón de palabras puestas una detrás de otra puedan llegar a significar algo?

También me pregunto en qué pensaba Pepito Pérez cuando se encontró cosas como «mesas para decorar los platos», «un torno para tamizar», «Via san Giovanni de Dios», «anotaciones en los bordes de un papel», «así como, porque no decirlo el cariño que se pone», «Los manteles y servilletas, eran habitualmente de algodón» o «pidió que no le pusieran monumentos», «y un largo etc.». Engendros como estos los hay a montones, y algunos me llevan a pensar que Pepito Pérez, si es que realmente hizo algo, ni le pasó al texto el corrector de Word («Esta situado en la ciudad», «no sólo por ...., si no también ...»).

En fin, que el lector va a creerse que la autora sabe mucho y que Pepito Pérez es un hacha. ¿Y yo? Yo simplemente no existo.

Montse Alberte, Barcelona (España)

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20/03/2006

Democratizar la Real Academia Española

Tras el fallecimiento del buen dialectólogo y escritor Alonso Zamora Vicente surge en la Real Academia una vacante que, a juicio de este traductor, nadie podría cubrir mejor que don José Martínez de Sousa, autor de los más valiosos diccionarios de dudas y manuales de estilo que se han publicado hasta ahora en España. (Aclaro, ante posibles dudas, que no lo conozco personalmente y que vivo en un pueblo de interior; pero la utilidad de sus obras es palmaria para mí y otros muchos traductores y correctores.) Pero cuando uno escribe a los correos de la Academia para proponer su nombramiento, recibe esta respuesta, firmada por su secretario, don Guillermo Rojo: «Pongo en su conocimiento que, de acuerdo con la legislación vigente, las vacantes son convocadas en el Boletín Oficial del Estado y las propuestas de candidaturas deben ser realizadas por tres Académicos numerarios».

Pues bien, señores académicos (no veo yo razón para la mayúscula): ya no vivimos en el siglo de su fundación, el benemérito siglo xviii de las luces y el Despotismo, sino en el siglo xxi. Creo que ha llegado la hora, por fin, de reemplazar el elitismo por la democracia y de abrir los oídos de la casa a las palabras de los profesionales que cada día trabajamos con y en pro de nuestra lengua común.

Javier Gutiérrez Casado (San Fernando de Henares, Madrid, España)

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14/03/2006

RAE, autoridades y dilemas del corrector americano

20060314155556-pepe.jpgEn un intercambio con colisteros de una lista de distribución decíamos, medio en broma y medio en serio, que esperábamos el tercer diccionario de la Real Academia Española (RAE): el que aunara la versión normativa del Diccinario de la lengua española (DRAE) con la normativo-descriptiva (por llamarla de algún modo) que propone el Diccionario panhispánico de dudas (DPD).

«Tenemos que consultar ambos diccionarios», seguimos diciendo, y es un hecho que nos toca doble tarea. O triple: porque con algunas dudas, que tienen áreas en común, ya no sabemos por cuáles de las versiones optar: si por el DRAE, si por el DPD o si por los libros de José Martínez de Sousa (don Pepe).

Desde Uruguay, admito que me era más fácil (en el sentido de más pobre) la vida antes de descubrir a don Pepe. En el año 2004, al ingresar en la lista Editexto (actualmente administrada por Silvia Senz y Montse Alberte), se me despliega un mundo inimaginado y fascinante: las listas de correctores, traductores y editores. Hago una primera consulta boba y hete aquí que me responde, con un buen reto, don Pepe. Respondo que mis conocimientos del idioma parten de mi medio; él me replica que los tales conocimientos —en otras palabras— son insuficientes. De acuerdo. A partir de los intercambios en las listas, me he comprado más y mejor bibliografía y comprendo que para la mayoría de los temas lingüísticos las propuestas de don Pepe son las mejores: las más lógicas, las más estudiadas, las más completas. Para un mínimo de casos me remito a la RAE (no utilizo su Ortografía, pero sí su Diccionario...) y al DPD. Como diccionario descriptivo, el de Seco, Andrés y Ramos me es imprescindible.

Aclaro que los libros de don Pepe no se distribuyen en mi país; solo quienes estamos en una lista podemos conocerlo. Eso hace que seamos correctores más actualizados quienes contamos con una computadora, su banda ancha y la capacidad de poder mantenerla. De lo contrario, los correctores de este lado del Atlántico se decantan, y es inevitable, por las normas de la RAE. Y las editoriales hispanoamericanas, también. Esto conlleva a que quienes conocemos a don Pepe tengamos una tarea difícil: convencer a un editor, a un autor, o incluso al encargado de ingresar las correcciones en una editorial, de que nos guiamos por la mejor opción. Ellos responden: «¿Quién es José Martínez de Sousa? No es la RAE, ¿cómo vamos a dejar de lado lo que indica la RAE?».

Lanzo una triple pregunta que ronda en mi cabeza desde hace ya mucho tiempo: ¿Por qué no está don Pepe en la RAE? ¿Por qué está donde está y en solitario? ¿Por qué sus libros no se distribuyen en mi país? Espero una respuesta que no remita a los personalismos.

Lo que más daño me hace, hoy por hoy, es este antagonismo entre la RAE y sus normas (cada vez más necesariamente flexibles) y un grupo de conocedores de la lengua que la critican sin pausa y con entera razón.

 

María del Pilar Chargoñia Pérez, correctora de estilo (Montevideo, Uruguay)

26/02/2006

El lápiz del lector corrector

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El fenómeno de la mala calidad de los libros que se editan últimamente es tan universal, que ya no podemos leer sin el lápiz del corrector en la mano. No me refiero a tomar notas, dialogar con el autor y armar nuestro propio libro, que era el uso habitual del lápiz. Ahora tomamos el lápiz nada más que para tratar de hacer legible el texto, para saber apenas si es que de veras dice algo.

Mal están las cosas si, en lugar de leer, uno corrige. Esa conocida deformación de nuestro oficio, que antes nos obligaba a cerrar el periódico, ahora nos causa sobresaltos hasta con los productos de editoriales serias. Qué difícil es creer que ni siquiera una persona pase los ojos sobre las planas de ciertos libros, cada vez más numerosos. Pero es más difícil pensar que sí se cuidan las ediciones y que la culpa es de los duendes.

Cuando leí el tercer tomo de Harry Potter, observé algo desde el principio. De la página legal se habían caído todas las haches minúsculas cursivas. Todas. Pensé que sería una jugada de último minuto de los modernos sistemas de impresión; esas cosas pasan. Pero más adelante, en la página 11 se cae la e de la lechuza de HP, H dwig, las dos veces que aparece. Y en la 38 faltan todas las ges. Etcétera. No se me ocurrió sospechar que acaso nadie hubiera leído las planas. Más bien pensé que había comprado una edición pirata, pues se sabe que a veces se cuelan a los canales formales de distribución. Pero no: tiene el pie de Barcelona, el sello sobrepuesto del distribuidor de México y lo compré (lleva aún la etiqueta del precio) en una tienda Sanborns de la ciudad de México.

Esto, que debería quedarse en anécdota, es nada más otro ejemplo de un fenómeno cada vez más común para el lector.

Por tanto, propongo la hipótesis siguiente: los grandes editores aspiran a hacer libros piratas. En su pérdida de contacto con la realidad, han concebido la idea de imitar a los piratas del mundo para ganar más dinero: ninguna calidad, ningún amor por el detalle, ningún respeto por el lector, ninguna consideración con el librero, ningún interés por el trabajo de los que en efecto hacen el libro.

Tal es la causa de que ya no podamos leer, de tanto que tenemos que corregir.

Javier Dávila (Ciudad de México, México)

18/02/2006

Tópicos y verdades, o mentiras, a medias (2.ª parte)

En su línea de combatir lo que él creía lugares comunes de la edición de libros con argumentos igualmente tópicos, Ricardo Artola añadía este cuarto contratópico:

4. Todo libro tiene su lector. Ya está bien de hacer racismo con los libros (algunos nos aconsejan con celo exterminador no contaminarnos). ¿Quién determina lo que es bueno o malo? ¿En función de qué criterio científico irrefutable? Y, sobre todo, ¿por qué estorba tanto a la alta literatura y su devenir cósmico la existencia de libros inútiles? Si a mí me cambió la vida un libro que para otro es detestable, ¿tengo que hacerme una lobotomía? Todo libro tiene su lector, y hay lectores en lugares que nunca imaginaríamos.

Y yo le respondí: «Estoy de acuerdo en que todo libro tiene su lector, por supuesto. Pero ¿y el papel de las editoriales en el ámbito de la cultura? ¿No cree que si las editoriales cribaran con buen criterio el material que editan —como hacían antes los editores— estarían fomentando que los lectores fueran más cultos?». (Aunque ahora me doy cuenta de que a lo de la lobotomía no le respondí. Igual mi despiste le molestó y por eso decidió no escribirme...).

Sus siguientes argumentaciones perdieron el poco norte que podían tener, y soltó cosas como que la razón de que las mujeres lean más que los hombres podía ser porque «simplemente, las mujeres viajen más en metro», y que las editoriales tampoco publicaban tanto; total si bajo los 60.000 libros al año «se esconden todas las reediciones (que sí, son muchas), las publicaciones oficiales, los libros de texto y hasta algunos folletos. Luego aseguraba que si prohibiéramos los libros, «habría colas de yonquis intentando chutarse libros en los parques» y que «lo mejor son los lectores. Sin ellos nos seríamos nadie».

Pero el mejor ataque contra el tópico era, sin duda, el séptimo:

7. ¡Y dale con la crisis! Llevan décadas amenazándonos con el Apocalipsis editorial. ¿A quién le pasamos la factura de todo el lexatín que hemos consumido para poder ir tirando?

Ataque directo a la yugular, al bolsillo, a la supervivencia. Y aquí mi respuesta: «Quizá usted no sienta la crisis, pero le aseguro que los profesionales autónomos que participamos en el proceso de edición no solo la sentimos, sino que la sufrimos. Las tarifas que las editoriales están pagando hoy en día por una página de corrección de estilo son inferiores a las que pagaban en el año 1993, cuando me inicié en mi actividad profesional. Sirva de ejemplo la tarifa por ustedes pagada por corrección de estilo: 1,41 euros/pág. brutos, que netos son, redondeando, 1,2 euros/pág. Con suerte (no siempre el estado del texto lo permite), el corrector puede hacer 5 páginas en una hora; por tanto, la hora le sale a 6 euros (perdone el tópico, pero las señoras de la limpieza cobran más y piensan menos). Para que un corrector pueda ganar 1200 euros, por ejemplo, ha de corregir 1000 páginas, que a 5 págs./hora le suponen 200 horas. Dato importante: de los 1200 euros se le han de restar los 229,58 euros de la cuota mensual de autónomos. Total: un corrector trabaja 200 horas al mes (frente a las 160 habituales) para ganar 970,42 euros. ¿Esto no es crisis, señor Artola? Y aquí, ya lo dejo. Además, he de ponerme a trabajar, que si no, las 200 horas se me convertirán en muchas más, y yo también tengo derecho a vivir».

A los quince días, y por si no hubiera bastado, La Vanguardia publica un artículo en el que Xavi Ayén resume algunos de los comentarios de la intervención de Jesús Badenes, director general de librerías de Grupo Planeta, en la conferencia inaugural del máster de edición de la Universitat Autònoma de Barcelona. Pero de esto ya hablamos en su día.

Dos artículos que no deben pasar desapercibidos a los que nos dedicamos a dar calidad a la edición, aunque muchas veces lo hagamos por puro amor al arte y pese a las verdades, o mentiras, a medias que unos tengan a bien soltar, y otros, publicar.

Montse Alberte, Barcelona (España)

Tópicos y verdades, o mentiras, a medias (1.ª parte)

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El 18 de enero de este año el suplemento Cultura de La Vanguardia publicó un artículo titulado «No más tópicos, por favor», de Ricardo Artola, director literario de no ficción de Editorial Planeta, en el que rebatía lo que él consideraba los nueve lugares comunes sobre el sector editorial y retaba a los lectores a aceptar una apuesta: «aquí dejo un correo electrónico: nomastopicos@hotmail.com. Si me convencen de que la mitad de lo que he dicho es mentira, me como el sombrero».

Y como la idea de que un director de Editorial Planeta se comiera el sombrero me pareció sumamente interesante, le transmití mi opinión y todavía sigo esperando, yo y unos cuantos compañeros sufridores más del sector editorial. Pero, al parecer, nuestros mensajes se habrán perdido por el ciberespacio, porque no sé de nadie que haya recibido respuesta. Aunque también puede ser que el señor Artola se esté comiendo el sombrero, y, claro, responder mensajes comiendo un sombrero no debe de ser tarea fácil.

Quiero que mi carta al señor Artola esté en esta bitácora, y lo quiero por dos razones: porque los medios de comunicación tradicionales, generalmente ya fagocitados por un gran grupo o surgidos de él, nos están cerrando la boca y porque este es el lugar en el que debe estar, aparte de en el buzón de correo de nuestro aspirante a comedor de sombreros.

El señor Artola, «harto de escuchar siempre las mismas obviedades sobre el mundo del libro», atacaba contra el primer tópico:

1. Las grandes editoriales SÍ publican buenos libros. Me limitaré a citar algunos libros que hemos publicado en el sello Planeta (el más grande de todos), en 2005: Rubicón, de Holland; la reedición del Hitler, de Fest; el Atlas de Historia de España, de García de Cortázar, o La mujer desnuda, de Morris. Me atrevería a decir que, para cualquier editor español, grande, mediano o pequeño, habrán sido objeto del deseo.

A lo que yo (correctora, por cierto, de uno de los libros que Ricardo Artola citaba: el Rubicón) le respondí: «Usted dice que sí, que las grandes editoriales publican buenos libros, y yo quiero decirle, por mi experiencia, que a menudo son buenos por casualidad. Si tenemos en cuenta los plazos de tiempo de los que disponen los profesionales que intervienen en el proceso de edición (traductor, correctores, maquetadores, editores...) y las tarifas con las que se les remunera su trabajo, que un libro esté bien traducido, bien corregido y bien editado roza el milagro. Y el milagro se produce porque confluyen en esa obra profesionales preocupados por su trabajo, que dan mucho más de lo que deberían dar, que se entregan y se preocupan por la calidad de lo que están haciendo, aunque nadie se lo esté pagando. Cuando esto no es así, cuando un traductor, por ejemplo, decide que ofrece la calidad correspondiente a lo que se le está pagando, la traducción es una auténtica birria, y si esta traducción birriosa cae en manos de un corrector que se guía por la misma filosofía («me pagan una porquería, yo entrego una porquería»), la obra es un puro desastre. Y obras de este tipo las hay montones, y dado que las grandes editoriales publican mucho, es fácilmente deducible que las grandes editoriales también publican desastres.»

Y seguía Artola argumentando:

2. Los libros son baratos ¿Con qué se compara?, ¿de qué libros se habla?, ¿para quién? Estamos hartos de oír: "Un libro cuesta como dos copas y dura toda la vida". Será verdad, pero ese argumento nunca ha convencido a nadie. Para mí casi todos los libros son baratos y, como decía un amigo, "nadie renuncia a la cultura a priori, los que dicen que son caros es porque necesitan una coartada para no leer" (Teo Marcos, Campaña Alianza 100). Pues eso...

A lo que yo le respondí: «Libros caros o libros baratos. Pues mire, depende. Cuando en un libro que cuesta 20 euros, por ejemplo, me encuentro párrafos mal traducidos, que no se entienden; erratas y errores de todo tipo —léxicos, gramaticales, sintácticos y tipográficos—, el libro no solo es caro, es un timo. ¿Y sabe qué? Que cada vez me pasa más. Los Reyes Magos tuvieron a bien regalarme un libro. El libro está mal. Quien se ocupó de la traducción se despistó en más de ocasión y ahí están las frases sin sentido, quién se ocupó de introducir las correcciones del corrector no prestó demasiada atención a lo que hacía, quien se ocupó de la corrección tipográfica necesita repasar algún buen manual de la materia... Pero supongo que corría prisa que saliera al mercado. En fin, que bien podrían los Reyes Magos ir a reclamar que se les devolviera el dinero porque el producto es defectuoso, ¿no le parece? Al menos con una lavadora que no centrifugara, por ejemplo, cualquiera lo haría; ahora bien, como los libros también sirven para ocupar espacio en la estantería del salón...».

Y sobre un supuesto tercer tópico, comentaba Artola:

3. Viva Dan Brown. Contra los que se pasan la vida quejándose de los libros que se venden mucho pero que, según ellos, son despreciables, reivindiquémoslos de una vez por todas, porque son un pilar fundamental de esta industria. No sólo dan beneficios a quien los publica, sino que aumentan los niveles de lectura más y mejor que cualquier campaña de fomento de la lectura que conozca. Soy radical: es más fácil que un lector de Dan Brown acabe leyendo a Proust a que lo haga quien nunca ha cogido un libro ni para calzar una mesa. Además, yo leí este verano La conspiración y me divertí mucho... ¿o es que leer tiene que ser un sufrimiento?

Y yo le respondí: «¡Ay, Dan Brown y los best-sellers! Serán autores y obras importantes para las economías de las editoriales y seguro que favorecen el aumento de los índices de lectura, pero, ya puestos a preocuparnos por las economías editoriales y por los índices de lectura, también podríamos preocuparnos un poquito por seleccionar lo que se edita. Quizá si las editoriales no publicaran tanto, es decir, cualquier cosa, las editoriales podrían dedicar más recursos a lo que vale la pena editar, los libreros podrían asesorar mejor a los lectores (no se perderían entre montañas de libros o de cajas de novedades que ni llegan a abrir) y los lectores tendrían en sus manos mejores libros. Por suerte o por desgracia he tenido que corregir libros que nunca deberían editarse, ni bien ni mal, simplemente no deberían editarse porque son una completa memez. Digo yo que los dineros que se invierten en este tipo de libros bien podrían destinarse a otro tipo de obra, así quizá esta ganaría en calidad».

(Continúa aquí.)

Montse Alberte (Barcelona, España)

14/02/2006

Màrius Serra y los correctores (historia de un desamor)

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En La Vanguardia de hoy, el articulista, escritor premiado y verbívoro Màrius Serra reseña la muestra de deslices y errores lingüísticos en los medios Morderse la lengua, del Centro Virtual Cervantes, recurriendo a lo meramente anecdótico (la evocación de los programas televisivos sobre lengua española que él mismo solía ver de niño y joven —ya que Morderse la lengua surge de un programa de estas características— y la enumeración temática de los gazapos) y evitando analizar el problema de fondo que revela este catálogo de errores en los medios escritos: la deplorable y cada vez más generalizada calidad lingüística de las producciones escritas, estrechamente vinculada al desplazamiento de las redacciones hemerológicas y bibliológicas que han sufrido en los últimos veinte años figuras tan puntales de la edición como los correctores y los editores de mesa.

Desde hace ya unos meses, algunas de las personas que componemos el grupo Addenda et Corrigenda mantenemos una correspondencia más o menos fluida con Màrius, al que procuramos tener bien informado sobre las vicisitudes de los profesionales de la cadena del impreso, particularmente de los avatares de aquellos que nos ocupamos de procesos de edición y corrección. Nos consta, por ello, que Màrius conoce perfectamente la situación de los editores y correctores de texto españoles (de cualquier lengua de España: español, gallego o catalán al menos) y americanos. Probablemente también conozca la dura realidad de otros editores y correctores (de la cercana Francia, por ejemplo, o de EE.UU.).

Màrius Serra sabe bien en qué condiciones trabajan (o, lo que es peor, no trabajan) los correctores y editores de texto de prensa y libros. Lo sabe, y por esta razón resulta especialmente decepcionante que haya desaprovechado una ocasión de oro (y no es la primera) para enlazar la profusión de erratas descomunales en los medios con este vaciado de profesionales del cuidado del texto de las redacciones, y para hablar por fin, en un diario de gran prestigio y difusión, de estos temas sobre los cuales «oficialmente» se mantiene la ley del silencio.

Màrius sabe también que en este cuaderno de bitácora no nos duelen prendas a la hora de decir las cosas por su nombre, con apellidos incluso. Así que esta crítica directa no le sorprenderá a él tanto como a nosotros su omisión.

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)



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