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Se muestran los artículos pertenecientes a Junio de 2006.

Sobre el mercado del español en EUA, el prestigio social de la lengua, la calidad lingüística de los medios y la capacitación profesional

 

Hablábamos hace poco del seminario «El español en los medios de comunicación de los EE.UU.», organizado por la Fundéu y la Fundación San Millán y celebrado en los primeros días del pasado mes de mayo en San Millán de la Cogolla (La Rioja, España).

El tema del español en los medios estadounidenses no es novedoso; ya fue objeto de debate en el simposio organizado por el centro del Instituto Cervantes en Chicago a finales del 2002, donde se planteó la conveniencia de una política lingüística encaminada a lograr un español unitario en los medios de comunicación hispanos. Las razones en que se basaba esa propuesta eran el papel dinamizador de los mercados que tienen los medios de comunicación y la idea de que una mayor uniformidad lingüística, basada en el modelo normativo que emana de instituciones socialmente prestigiosas como la RAE y las academias hispanoamericanas asociadas, permitirá cohesionar el diverso y disperso español de la comunidad hispana en Estados Unidos —que no siempre es monolingüe española, sino de lengua materna indígena—, conferirle la imagen positiva y el prestigio social del que carece entre los anglohablantes, hacer frente a la presión del inglés dominante (que ha emprendido el camino hacia la oficialidad exclusiva en EUA) y salvaguardar el prometedor mercado del español en ese país, en el que la industria editorial española ya ha empezado a tomar posiciones.

Al hilo de esa necesidad de unificar el español de los medios hispanos de EUA, en el citado seminario de la Fundéu —donde se sentaron las bases organizativas para la preparación de la segunda edición del Manual de Estilo de la National Association of Hispanic Jounarlists/Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ/ANPH), futuro libro de estilo común para todos los medios que en el mundo publican o emiten en español—, la presidenta de la NAHJ lanzó la idea de crear un certificado de calidad en el uso del español para los profesionales estadounidenses, un certificado que «vendría avalado por el Instituto Cervantes o la Fundación del Español Urgente [Fundéu] y tendría que renovarse cada cierto tiempo, aunque no de manera obligatoria», y que serviría para certificar «el buen uso del idioma por parte del periodista, además de que le aportaría un plus de calidad al medio de comunicación que lo contratase».

Sin duda que ese certificado permitiría implantar el modelo unitario y de prestigio que la Fundéu dispusiese, que no podría ser otro que el académico, y no sería de extrañar que se empezara a trabajar ya en ese sentido. Quizá un primer paso sea el curso en línea «El uso correcto del español en los medios de comunicación», que organizan conjuntamente la Fundéu y la Ceddet, dirigido a periodistas latinoamericanos, y cuyo equipo directivo y docente lo integran miembros destacados de la Fundéu y profesionales de su entorno, conocedores de la norma española y de los modelos de lengua internacional usados por los medios audiovisuales. Este curso no tiene, que sepamos, precedentes en América, aunque sí se imparte en Cataluña (España) un posgrado de Asesoría Lingüística en los Medios Audiovisuales en catalán, organizado por el Grup Llengua i Mèdia de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), estrechamente ligado — por ser ambos requisitos para acceder al Máster en Corrección y Asesoría Lingüística— al posgrado Corrección y Asesoría Lingüística, de formación de correctores profesionales de catalán oral y escrito.

Son muchas las diferencias entre el curso que acaba de iniciar la Fundéu y estos otros de la universidad catalana: la duración, el carácter presencial o virtual, el programa, el nivel académico, el grado académico de la titulación, los requisitos de acceso... No obstante, hay una que resulta especialmente relevante para esta bitácora: el perfil de los destinatarios. Mientras el curso de la Fundéu se dirige a periodistas latinoamericanos en activo de medios escritos, que no necesitan acreditar previamente ningún nivel de conocimiento de la lengua, el posgrado de asesoría en los medios audiovisuales de la UAB va destinado a licenciados en filología catalana, traducción, periodismo u otras carreras que acrediten o demuestren un nivel superior de dominio del catalán normativo. Suponemos que los fines de uno y otro curso son esencialmente tan distantes que no hay punto de comparación posible, pero aun así sería deseable que la Fundéu progresara hacia estudios de capacitación y especialización profesional que tuvieran en su mira niveles de conocimiento y dominio de la lengua como los que se exigen en los mencionados posgrados de la UAB. De otro modo, su trabajo formativo difícilmente va a plasmarse en una mejora del español de los medios escritos latinoamericanos —que exigiría la intervención de profesionales expertos (asesores lingüísticos y correctores)—, suponiendo que sea eso lo que se proponen.

[Sigue aquí.]

 

Silvia Senz (Sabadell)

Artículos relacionados:

«Norma, libros de estilo, cultura escrita y monopolios lingüísticos»

«Diversidad lingüística hispanoamericana, español como recurso económico y políticas lingüísticas institucionales»

«Hacernos pagar lo que ya está pagado: la RAE y el DPD (1.ª parte)»

«Hacernos pagar lo que ya está pagado: la RAE y el DPD (2.ª parte)»

«La fijación del español internacional (y de la edición en español) en EE. UU. , ¿una cuestión de prestigio, imagen, medios y libros de estilo? (1.ª parte)»

 

 

 

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Prestigio y calidad lingüística: el futuro del mercado de la edición... en EUA

[Viene de aquí.]

Vivimos una época de profunda crisis del purismo y el prescriptivismo normativo español, fruto de un obsoleto modelo de norma culta única y hegemónica, que ha dado paso a una política académica de diplomática defensa de la diversidad (o norma policéntrica piramidal), y fruto también de la actual aceleración del proceso de cambio lingüístico, propiciado por un creciente mestizaje de lenguas y culturas y por el efecto amplificador de nuevos usos lingüísticos que tienen los medios de comunicación de masas .

La lengua española tiene ya un alcance y una variedad de usos tan inabarcable, y su difusión está hoy en tantas manos, que establecer medios dinámicos de criba, regulación y fijación de los usos, con el fin de conformar una norma común, resulta una labor compleja que exige nuevos métodos. Parece que el único que se plantean hoy las autoridades normativas al respecto es sentarse a esperar que fructifiquen en el terreno neutral de los medios de comunicación hispanos de EUA las semillas de la norma mediática panhispánica que van sembrando, con ayuda de los mecanismos de autorregulación de la propia lengua y del abono que procuran los imperativos de la sociedad de la información, la mundialización y el papel del español como activo económico (esto es, la necesidad de emplear un español internacional para la comunicación, el desarrollo de tecnologías de la lengua y la enseñanza del E/LE). Se diría que no confían en que haya otros medios que permitan a la unidad del español —y a sus valedores— sobrevivir a su diversidad dialectal, a la pluralidad de su norma culta, a su ineludible descastellanización, a la mala imagen de un modelo excluyente y eurocentrista de norma culta, y a las razones secesionistas andaluzas, de viabilidad legal abierta por procesos de secesión hasta hace poco refrenada (pero ya efectiva), que afectan a otras lenguas de España.

Atrás parecen quedar los días en que el control de los restringidos medios de expresión de una lengua permitieron, sobre la base del purismo idiomático, de determinados criterios de corrección y de la ejemplaridad, separar el grano de la paja y establecer claramente un modelo de lengua homogénea y genuina, cuya prevalencia se ha garantizado mediante la asociación de ese modelo a la expresión —sobre todo escrita y, por tanto, más fija— propia de hablantes de un elevado nivel cultural, y a los conceptos de prestigio y distinción social. Hoy, cualquier uso parece aceptable —o no rechazable en principio—, siempre que permita una comunicación eficaz, y de que no derribe las paredes maestras del español o altere su código ortográfico. (No olvidemos que la ortografía es la plasmación de la unidad del idioma y, por puramente convencional, la parcela más inasequible al cambio lingüístico; salvo, claro, que unánimemente se decidiera simplificarla para facilitar su aprendizaje y mejorar su uso; o reformarla para que represente los rasgos fonéticos y fonológicos mayoritarios del español, que están más próximos a los que refleja la propuesta de ortografía andaluza que a los del habla que fundamenta la actual ortografía.)

Esta crisis del prescriptivismo ha modificado sustancialmente la percepción general de la corrección lingüística, como todos los correctores de español (escrito, especialmente) un poco bregados hemos ido observando en nuestra práctica profesional; y no sólo por el principal efecto que este nuevo punto de vista ha tenido en nuestro trabajo (la progresiva supresión de los procesos de corrección y de la figura del corrector profesional en los medios escritos y orales), sino por el cambio de actitud en las demandas de los autores, lectores y editores que siguen exigiendo un texto correcto. Lo que cuenta a ojos de muchos de ellos ya no es tanto nuestra labor censora como nuestra mediación para hacer un texto más comprensible y legible. Lo relevante de una corrección no es cazar esas irregularidades de la lengua que reflejan una evidente fase de transformación de usos y paradigmas (impropiedades léxicas o extranjerismos mínimamente establecidos, solecismos generalizados...), sino procurar que los usos sean uniformes para no marear al lector; que —sin sobrepasar los difusos límites entre escritura y corrección de textos— el texto esté bien articulado; que el registro y el nivel de lenguaje sean los adecuados al texto y al destinatario; que la ortografía sea impecable, y que las convenciones ortotipográficas y la puntuación sirvan para mejorar la construcción y comprensión del texto.

Parece que corregir ya no equivale, pues, a conferir prestigio a un texto, sino a acercarlo al lector. No obstante, parece también que la vieja (o no tan vieja) idea de que la lengua correcta y ejemplar, «el buen escribir y el buen hablar», imprime un marchamo de calidad y distinción social a quien la usa no ha sido completamente desechada y pervive —por necesidad— en el terreno de las relaciones públicas y empresariales y en el asentamiento del español en Estados Unidos.

Hace poco me topé con un curso organizado por la Fundación Canaria Empresa de la Universidad de La Laguna (Tenerife), titulado «Norma lingüística y prestigio social (la lengua española en las relaciones sociales y laborales)». Los objetivos de este curso, dirigido a universitarios canarios (de habla canaria, se supone) en situación de desempleo, son: «a) Concienciar a los alumnos de la importancia que tiene el correcto uso del idioma en las relaciones sociales y laborales. b) Informarles de conceptos lingüísticos fundamentales relacionados con la unidad y la variedad idiomáticas: dialecto, sociolecto, registro, norma lingüística. c) Proporcionarles la información y los recursos fundamentales para que puedan afrontar y resolver con buen criterio los distintos problemas lingüísticos».

Se diría, pues, que la noción de que el uso correcto y apropiado del lenguaje es sinónimo de «saber estar» y de cultura y que contribuye a mejorar la imagen pública pervive en la conciencia de los hablantes. ¿A qué se debe esta mentalidad que equipara dominio de la norma lingüística con nivel social y cultural elevado? Sin duda, como hemos señalado, a que el criterio de corrección que, de manera general, se ha aplicado a la confección de la norma común está referido al nivel culto, puesto que se considera que el hablante de este nivel es el más capacitado para la comunicación eficaz y que el nivel culto de la lengua, por su riqueza expresiva, es el más eficaz como vehículo de pensamiento y cultura. Por esta razón, la corrección del habla sigue teniendo entre los hablantes un papel determinante en la aceptación y promoción social de un individuo; pero no sólo en la de un individuo, sino en la de toda una comunidad de hablantes, como ocurre con el español de los hispanos de Estados Unidos de América.

En el caso del español que se habla en Estados Unidos, el muy diverso origen social y geográfico de la inmigración hispana, y sus enormes diferencias en cuanto a nivel educativo y de dominio del español (no siempre lengua materna en ciertos grupos de inmigrantes) generan una imagen social de rechazo del español como lengua de cultura y pensamiento. A ese rechazo se suma, como bien apuntaba Rainer Enrique Hamel, la resistencia de la sociedad anglohablante a una quebequización del país y nuevas políticas fronterizas y lingüísticas proteccionistas, de «combate del español en los ámbitos de prestigio, sobre todo en la educación, la academia y en otras instituciones públicas, reforzando una política monolingüe de Estado. Por esta razón, el futuro del español en EE. UU. está estrechamente relacionado con su penetración y aceptación en los ámbitos de prestigio y el desarrollo o la adaptación de una norma estándar. Mientras las variedades o la posible koiné emergente permanezcan como “dialectos sin techo”, su estabilidad será probablemente limitada».

La conciencia, pues, de que el futuro del español en Estados Unidos depende de la mejora de su imagen pública, lo que a su vez exige un uso correcto y elevado, sumado al hecho de que no hay mejor caldo de cultivo de una nueva norma de alcance hispánico que el de un español poliforme aún por cohesionar, y a las grandes expectativas de negocio que abriría la pervivencia del español en EUA (ya una lengua cada vez más presente en medios y publicaciones), ha llevado a diversas institucionales lingüísticas y culturales españolas a promover esa mejora del uso del español en los medios de comunicación hispanos. (Otro asunto es que lo hagan con mejor o peor fortuna.) Nada se sabe, sin embargo, de políticas lingüísticas institucionales encaminadas a promover la calidad lingüística de los libros en español que se comercializan en Estados Unidos, pese a que no hay mejor medio que el del impreso eminentemente vehículo de cultura para asociar la lengua española de Estados Unidos a esa necesaria imagen de cultura y excelencia. Quizá los editores españoles, preparados, con ayuda de las instituciones culturales españolas, para dar el gran salto al mercado estadounidense, deberían recapacitar sobre este punto y plantearse la conveniencia de recomponer los ya muy corruptos procesos de control de calidad del texto sobre la base de que calidad, prestigio y mercado se retroalimentan. Al menos en Estados Unidos.

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

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Políticas lingüísticas de las academias de la lengua hispanoamericanas (o la falta de ellas). Primera parte: ¿Prescripción o descripción?

20060628134758-rio-plata.jpgLa Academia Nacional de Letras uruguaya fue fundada en 1943 para, como toda Academia, promover el mejor uso del idioma español a través de la investigación, la enseñanza y el asesoramiento lingüístico. En la misma época de su fundación, la lingüística moderna concluía afirmando que cualquier lengua servía para expresar cualquier contenido, que no existían diferencias entre las lenguas, ya que todas eran aptas como continentes de la cultura en la que habían surgido y se habían desarrollado. Un concepto tan drástico como este promovió, en la década de 1950, la contemporización de que si bien no hay lenguas mejor o más perfectas que otras, sí hay diferencias dentro del contexto social. Y si hay «diferencias sociales», y de otro tipo, entre lenguas, entonces hay conflicto. Y si hay conflicto es que hay desigualdades, y estas desigualdades deberían minimizarse con la planificación lingüística. La planificación lingüística puede darse sobre el corpus de la lengua o sobre su estatus; o, dicho de otro modo, sobre el aspecto formal de la lengua o sobre su relación con los agentes sociales. Al condenar un uso determinado, por ejemplo, la Academia está incidiendo sobre el corpus de la lengua; al emitir opinión y aprobar acciones concretas sobre la situación del idioma español en la frontera uruguaya con Brasil, está planificando sobre el estatus.

¿Realmente se puede planificar el lenguaje? La respuesta no es fácil. Digamos que el lenguaje admite ser modificado desde fuera porque, privilegiado instrumento de comunicación que pertenece a un tiempo y un lugar determinados, es variable por causa de su contingencia humana. Esta variable social es la que permitiría (atención al condicional) que la lengua pudiera sujetarse a normas o planificarse. Estas planificaciones crearían un «ideal de lengua». El resultado de este proceso de planificación será la lengua estándar. Toda lengua estándar cuenta con tres herramientas elementales: una gramática, un diccionario y un atlas lingüístico. La gramática elige los elementos formales que le parecen mejores e implícitamente condena al resto; lo mismo hace el diccionario, con el léxico, y el atlas lingüístico muestra las variaciones geográficas de la lengua (geolingüística). A su vez, este lenguaje estándar, resultado de un proceso de planificación básico cimentado en la gramática, el diccionario y el atlas, adopta los cambios inherentes a su contexto social. La sociolingüística opone estas lenguas a las que carecen de historicidad, estandarización, vitalidad y homogeneidad. Las funciones más importantes de una lengua estándar son las de unificar (servir de lazo de unión entre sus hablantes y por tanto forjar una identidad común), separar (establecer diferencias aislando a los usuarios de una lengua con respecto a los de otra), prestigiar (conferir estatus de prestigio a unas lenguas en detrimento de otras que no vivieron este proceso) y servir de marco de referencia (al contener una norma codificada en la cual contrastar usos particulares).

El idioma español de España, desde la Real Academia Española, cumple estas funciones para los países hispanoamericanos. Pero... la situación americana es muy rica y compleja, debido a la difusión del idioma en su gran extensión geográfica y a sus más de 300 millones de usuarios. Por esta razón es que hoy día la estandarización no puede funcionar con tan solo un centro de irradiación. En este sentido, el Río de la Plata debería ser otro de esos centros de estandarización. El panhispanismo, la fusión del trabajo en común entre la Real Academia Española y la Academia Americana de la Lengua, ya lo tiene más claro. El resultado, desde la Real Academia Española, es la evolución hacia un carácter cada vez más descriptivo de su gramática, diccionario y atlas. Asimismo, incluye la aceptación creciente de autores hispanoamericanos en sus ejemplos de uso de la lengua.

Exagerando la dicotomía, podemos expresar que mientras los lingüistas aceptan los usos de los hablantes, los académicos se rigen por las normas. Entre estos extremos está el equilibrio: la autoridad es necesaria, sobre todo en el lenguaje escrito que se toma como modelo en la educación, pero las variaciones de las lenguas no deben desconocerse.

La prescripción, por tanto, no emana de las academias sino de los usos cultos del lenguaje, tanto oral como escrito. O dicho de otro modo —idea presente ya en Andrés Bello—, las academias, oscilando en la disyuntiva entre descripción y prescripción, deberán documentar las prescripciones tomando en cuenta la descripción del uso. La Escuela de Praga, a mediados del siglo XX, introduce dos conceptos plenos de contenido en este sentido: intelectualización y estabilidad flexible.

La que suscribe piensa, pobrecita ella, que estos cambios hacia otro centro de estandarización rioplatense van muy lentos. Pero este es un comentario recalcitrantemente subjetivo; por ahora, aquí quedan estas ideas, basadas en el discurso de ingreso del lingüista Adolfo Elizaincín a la Academia Nacional de Letras del Uruguay, en Montevideo, agosto del 2003.

[Sigue en: « Políticas lingüísticas de las Academias de la lengua hispanoamericanas (o la falta de ellas). Parte II: La relación entre la planificación lingüística y el contexto sociohistórico uruguayo».]


Pilar Chargoñia, correctora de estilo. Montevideo, Uruguay

valchar@adinet.com.uy



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