¡¡¡!Viva la Constitución!!!
Hoy nuestra Constitución cumplió 31 años. Ciutadans (C’s) volvió a salir a la calle como venimos haciendo los últimos tres años para, en un ambiente festivo y pedagógico, celebrar el aniversario de la aprobación por referéndum de nuestra Carta Magna el día 6 de diciembre de 1978. Y como hay cosas que nunca cambian, como cada año también volvimos a estar solos en esta conmemoración, ya que en Cataluña sus instituciones de gobierno, cuya legitimidad está sustentada en nuestra Constitución, no le rinden el homenaje que merece. Sin embargo esta actitud irrespetuosa no es criticable, si aquellos que la amenazan, violentan, acosan e incumplen cada día actuaran de manera contraria sería una indigna demostración de hipocresía política. Una actitud que, a estas alturas de la película, los nacionalistas y su cómplice necesario, el PSC, ya no creen que sea necesario forzar.
C’s sale a la calle porque celebrar el día de la Constitución Española significa honrar un momento de nuestra historia donde finalmente la concordia triunfó frente a la discordia. El acuerdo frente al desacuerdo. El consenso frente al enfrentamiento. El interés de todos frente a los intereses de una minoría. La fraternidad sobre la desunión. Que por primera vez nos regimos por una norma fundamental elaborada y aceptada por todos, gracias a un espíritu de colaboración y consenso que han permitido una etapa sin precedentes en nuestra historia de expansión de las libertades, del bienestar social y de la democracia.
Celebramos que en un día como este los ciudadanos debemos sentirnos orgullosos de que nuestra Constitución acrisole e integre los valores que han definido la tradición democrática occidental: la proclamación de los derechos fundamentales y las libertades de los ciudadanos, la división de poderes y la soberanía popular. Del pueblo español emanan todos los poderes de un Estado social y democrático de derecho que garantiza sus derechos individuales y los defiende frente a cualquier tentación totalitaria.
Y salimos a la calle porque, como una maldición eterna, los viejos fantasmas que han amenazado la convivencia en nuestro país retornan con fuerza. Después de treinta años de democracia en España, el marco de convivencia creado por sus ciudadanos e instituciones y que tiene en la Constitución su piedra angular, está siendo amenazado por los desafíos que los partidos nacionalistas y sus cómplices están sometiendo a los ciudadanos, a las instituciones democráticas españolas y a la legalidad constitucional.
Esta situación, que busca dinamitar el proyecto de convivencia en común, no es más que el resultado de décadas de ingenua estrategia de integración en el marco democrático y de convivencia común de los partidos nacionalistas. Estos, lejos de responder con lealtad a este esfuerzo integrador, lo han instrumentalizado hasta alcanzar su verdadero objetivo: la secesión. Un nacionalismo que, por fin, se ha quitado la máscara y muestra definitivamente lo que siempre ha sido: una nueva forma de totalitarismo político que la inercia post-franquista y el amparo de una izquierda incapaz de descubrir su verdadera ideología reaccionaria habían ocultado.
El escenario que vivimos en nuestro país es especialmente grave porque este pensamiento único totalitario ha calado profundamente en las comunidades gobernadas por los partidos nacionalistas y sus cómplices, y ha saturado la vida pública hasta envenenar la convivencia. En estas comunidades se ha impuesto una lógica en la que todo aquel que no comparte las coordenadas identitarias definidas por el nacionalismo se convierte automáticamente en un en enemigo. Porque para los nacionalistas el enemigo no sólo es España, sino también todos aquellos que siendo sus conciudadanos no comparten sus ideas políticas ni sus criterios identitarios. Estos ciudadanos “rebeldes” son doblemente peligrosos, porque cuestionan desde la individualidad su proyecto totalitario. Porque rompen el esquema simplista y reduccionista del “nosotros” contra “ellos”. Porque ese “nosotros” homogéneo y mitificado deviene heterogéneo, plural, poliédrico, y eso es un peligro que no debe ser tolerado, porque puede derrumbar lo que tan cuidadosa y obstinadamente han construido: el “otro” como enemigo.
Esta es una situación que una democracia no debe ni puede tolerar. Al amparo de “la construcción nacional”, el nacionalismo político ha utilizado sistemáticamente el descrédito y ataque directo a las instituciones democráticas y sus símbolos, la manipulación de la educación y de los medios de comunicación públicos como instrumentos de difusión de una doctrina nacionalista impregnada de una pedagogía del odio a lo español, la creación de un lenguaje preñado de perversiones semánticas con el fin de generar asimetrías afectivas, la persecución lingüística y la exclusión de los castellano-hablantes de los circuitos oficiales y amenazado la libertad política del individuo desde la coacción, el hostigamiento público y las amenazas directas.
Todo ello de mano de unos políticos moralmente enfermos que ocultan su mala gestión bajo la coartada del victimismo perpetuo, que denuncian un supuesto expolio económico cuando drenan del erario público millones en comisiones, corruptelas y subvenciones multimillonarias para organizaciones que defienden ideas políticas irredentistas, el neo-imperialismo cultural, el monolingüismo de tintes xenófobos o directamente la lucha violenta contra las instituciones democráticas.
Una clase política éticamente miserable que ha creado un sustrato de odio donde fermentan elementos que ponen en riesgo los pilares básicos de la convivencia y que no duda en sacrificar la libertad de sus conciudadanos para conseguir sus objetivos políticos totalitarios creando un nuevo tipo de régimen totalitario y totalizante. Un régimen que quiere dominar y controlar la sociedad moldeándola a la fuerza a una realidad inexistente que se ha impuesto entre nosotros, silenciosamente, a lo largo de los últimos 30 años, que controla los resortes de poder y los medios de comunicación y que ha generado una democracia tutelada.
Sin embargo, en días como el que celebra nuestra Constitución, tenemos que conseguir que de la amenaza no surja la desesperanza. No debemos permitir que la opresión totalitaria que quiere destruir nuestro marco de convivencia triunfe. No renunciaremos a la libertad por propia voluntad. Resistiremos. Los nacionalistas pensaban que de la amenaza nacería la sumisión, pero se han equivocado. De la sociedad que quiere convivir en paz y libertad, ha surgido un movimiento de ciudadanos dispuestos a convertirse en un baluarte de la democracia. Para nosotros justicia, igualdad y libertad son algo más que palabras, son metas alcanzables dentro de nuestra Constitución y no renunciaremos a ellas. No debemos asumir y confiar en que las cotas de libertad individual no tienen retorno. Sabemos que para los nacionalistas el individuo se supedita a la nación inventada, el ciudadano debe ceder sus derechos frente a un colectivo fantasmal, ya que el propietario de derechos no es el individuo, sino el territorio desarrollado como sujeto, y es ese el motivo por el que los ciudadanos libres son un escollo en el logro de sus objetivos. La historia pasada y reciente nos alerta del peligro de esta supeditación del individuo al concepto, y nos recuerda que desandar el camino andado es fácil y siempre trágico. Algunos vemos los signos que identifican que ese peligro habita entre nosotros y que está creciendo, y no vamos a dejar que consiga sus objetivos sin oponerle resistencia. Por responsabilidad cívica. Por obligación moral. Porque defender la libertad siempre ha sido cosa de unos pocos. Porque merece la pena intentarlo.