Jueves, 30 Septiembre 2010...9:26 pm

Libertad para los demás

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OPINIÓN

La noche del 1 de noviembre de 2006 trescientos militantes de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía (C’s) celebraron su entrada en el Parlamento de Cataluña con gritos de “¡Libertad, libertad!”. Fue una reacción espontánea y cargada de emoción que reflejaba apropiadamente el momento histórico: por primera vez en Cataluña un partido nuevo, ajeno al sistema, sin apenas apoyo mediático y nulo respaldo institucional, conseguía colarse con tres diputados en el Parlamento. Sin embargo, algunas personas quedaron desconcertadas. ¿Acaso no vivimos en un régimen de libertades? ¿Es que no votamos cada cuatro años a nuestros representantes? Para esas personas nuestro sistema democrático garantiza suficientemente la libertad de todos los ciudadanos y su participación en las decisiones políticas.

Cuatro años más tarde los mismos gritos se han repetido en un contexto bien diferente: el de la plaza de toros de la Monumental en Barcelona. Los aficionados reaccionaban así, también de manera espontánea, ante la prohibición decretada por el parlamento, que impedirá la celebración de corridas de toros a partir de 2012, una decisión legítima y democrática, pero que recorta libertades. La ovación iba dirigida a Albert Rivera, presidente de C’s, a quien el torero catalán Serafín Marín brindó el último toro de la tarde. Viendo a cientos de personas puestas en pie, aplaudiendo y gritando “¡Libertad!”, uno no podía dejar de recordar la escena del 1 de noviembre.

Probablemente, ni Rivera ni algunos de los miembros de C’s que estábamos allí hubiéramos asistido nunca a una corrida de toros de no haber sido por la prohibición. Esta vez no se trataba de defender la libertad para nosotros, para poder desarrollar nuestras aficiones o nuestros gustos, algo que por otra parte no tendría ningún mérito. Se trataba de defender la libertad de otras personas, la de quienes pueden tener unos gustos y unas aficiones muy distintas a las nuestras, incluso opuestas, desde la convicción de que nadie tiene derecho a imponer su sensibilidad y sus gustos sobre los demás.

Una sociedad no es libre si todos sus ciudadanos no lo son. Del mismo modo que nadie puede imponer a otros su propia moral, un parlamento democrático no puede legislar en base a criterios morales o culturales, sino que debe ser neutral y permitir a la sociedad que evolucione.

El estribillo de la famosa canción de Labordeta (“Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad”), sintetiza el anhelo que animaba a la generación que construyó la democracia hace treinta y cinco años. Hoy vivimos en una democracia que cada vez se parece más a una dictadura de la mayoría, en la que todo lo que no sea obligatorio estará prohibido.

Koldo Blanco
Subsecretario de Acción Política

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