Viernes, 26 Febrero 2010...3:15 pm

Las ferias de artesanía en Barcelona y la crisis

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         OPINIÓN

La presencia en las calles de vendedores ambulantes y mercantes de oficios diversos forma parte de la historia de la ciudad. Esto ha sido así especialmente en las regiones meridionales de Europa, donde la suavidad del clima durante la mayor parte del año favorece la estancia fuera de las casas. Las fotos más antiguas de ciudades como Barcelona muestran la extraordinaria variedad de actividades que se desarrollaban al aire libre. La venta era una de de las más importantes, puesto que las ciudades son, fundamentalmente, centros de intercambio. La desamortización de las propiedades de la Iglesia permitió en el siglo XIX la creación de los grandes mercados cubiertos, como el de la Boquería en las Ramblas. La venta ambulante ha continuado hasta hoy, fomentada en muchos países porque vivifica la vida urbana, favorece la actividad económica y prestigia la producción local.

 

Algunas asociaciones, como la textil o la cerámica, cuentan con siglos de antigüedad porque se remontan al nacimiento medieval de los gremios. Su contribución al paisaje urbano es insustituible, aunque no ha sido reconocida suficientemente. Desde el punto de vista municipal, los puestos y las ferias de artesanía han servido para reactivar comercialmente determinadas zonas donde el flujo de paso de transeúntes era escaso. Por desgracia, una vez cumplida esa función, en virtud de un concepto excesivamente rígido del orden urbano, pasan a ser consideradas una molestia y se trata de expulsar dicha actividad de las calles. Así ocurrió hace unos años con la Feria de Santa Lucía, que hasta hace bien poco se instalaba alrededor de la catedral. Con la excusa de ordenar la zona, el Ayuntamiento obligó a los comerciantes a abandonar las calles laterales y trasladarse a la plaza, reduciendo drásticamente el número de puestos, de los ciento cincuenta que había inicialmente se pasó a sólo cincuenta. Lo mismo sucedió con los puestos de los ceramistas en el Portal del Ángel, que se redujeron de cuarenta a veinte. Y más recientemente, los once puestos que se montaban en la Plaza de la Villa de Madrid han sido expulsados como consecuencia de las obras que se realizan para cambiar el pavimento, sin que aún hayan sido reubicados y con la amenaza de quedarse sin trabajo si no aceptan el lugar que el Ayuntamiento quiere imponerles. Cambiar el pavimento de esta plaza no era una prioridad porque no se encontraba en tan malas condiciones. Otras calles de la ciudad necesitan mayores arreglos. En cambio, asegurar el sustento de estos artesanos y comerciantes es lo que debería preocupar al Ayuntamiento, especialmente en un momento tan difícil para los autónomos, cuando el sostenimiento de la economía española está dependiendo casi exclusivamente de la demanda externa y Cataluña se ha convertido en la mayor fábrica de parados de España. Una reubicación inmediata y digna es lo mínimo que estos trabajadores merecen, así como que se les abonen las ayudas que se les concedieron en 2007 y que todavía están esperando cobrar.

 

Los autónomos, que han visto disminuir sus ventas de productos y servicios, y que no pueden acceder a la financiación que necesitan, lo están pasando muy mal para sobrevivir a una crisis cuya duración es una incógnita. El Ayuntamiento de Barcelona debería ayudarles en lugar de ponerles las cosas más difíciles. Lejos de contribuir a solucionar los problemas, la administración local, dedicada a tareas inútiles y lastrada por una burocracia excesiva, está resultando ser un obstáculo para la recuperación de muchas economías familiares.

 

Koldo Blanco

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