Redacción
23/06/2011
Consciente de la sensibilidad social que rodea la guerra de Afganistán en una época de graves dificultades económicas en casa, Obama elegía una declaración televisada a la nación para anunciar un plan de retirada que va más allá de lo aconsejado por sus asesores militares.
Éstos hubieran deseado mantener un año más el grueso del despliegue, de manera a disponer de todos los efectivos para una nueva ofensiva de primavera contra los talibanes en 2012.
Pero Obama ha detectado claros indicios de la creciente impopularidad de la implicación militar en una guerra que parece no tener fin visible y que ya ha mandado de regreso en un féretro a 1.500 norteamericanos. 12.000 soldados han resultado heridos.
Además, la muerte de Osama Bin Laden en una operación encubierta de la CIA en el vecino Pakistán el 1 de mayo, ha cambiado claramente el escenario.
Cuando faltan dos meses para el décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Washington ha alcanzado su principal objetivo para el que a finales del mismo año empezó a desplegar miles de soldados en Afganistán, la cabeza del líder de Al Qaeda.
Muerto Bin Laden, es más difícil de justificar ante las familias que tienen hijos desplazados al Sur de Asia la necesidad de la presencia norteamericana en el área. Es más, Obama se comprometió, tras llegar a la presidencia, a incrementar temporalmente el número de tropas en Afganistán para hacer frente al que en aquel momento era un serio riesgo de caída del régimen de Karzai frente al empuje renovado de los talibanes. Hoy cumple el compromiso adquirido.
La pregunta, sobre el terreno, es saber en qué medida pueden condicionar el futuro inmediato del martirizado Afganistán la muerte de Bin Laden y, ahora, la reducción gradual de efectivos norteamericana.
En primer lugar, la reducción del número de efectivos en un tercio en tan solo un año va a traer asociada una merma de los ingresos de los afganos que prestan servicios a estas tropas, un contratiempo más para la economía.
Y en segundo lugar, pero no menos importante, es dudoso que ya no exista el riesgo de una nueva escalada bélica por parte de los insurgentes, a pesar de las incipientes negociaciones para la reintegración de los talibanes en la vida política.
El hecho es que ningún analista da por seguro que las fuerzas afganas hayan adquirido realmente la capacidad de contener la amenaza yihadista.
En su comunicado de reacción al discurso de Obama, los talibanes han asegurado que combatirán la presencia de las fuerzas extranjeras en suelo afgano hasta que no se haya marchado el último soldado.
Estados Unidos prevé concluir su salida de Afganistán en 2013, siempre que las fuerzas gubernamentales estén en disposición de garantizar la estabilidad sin contribución extranjera, un plazo y un objetivo, hoy por hoy, difíciles de cumplir.
