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Tampoco habría que sorprenderse tanto si finalmente en la próxima temporada se anunciaran festejos de este tipo en una Comunidad plagada de complejos políticos
Día 08/11/2011 - 09.37h
El anuncio hecho la pasada semana por la Generalitat en el sentido de que las indemnizaciones que conlleven la prohibición de las corridas de toros en Cataluña no llegarán —si finalmente llegan— hasta 2013, abre una nueva deriva en el conflicto. La prohibición aprobada por el Parlament en julio de 2010 entrará en vigor el próximo primero de enero. Se abre pues un año en blanco: 2012, ¿sin toros y sin compensaciones por la actividad prohibida?
Puede que sí, puede que no. La Monumental vacía de enero a diciembre, y quién paga todo lo que eso conlleva. Raro, raro, raro, a no ser que se esté planteando la posibilidad de que sobre la arena del coso barcelonés se practique una nueva Fiesta. ¿Se opondrían desde la Generalitat a una corrida de toros ligth? Un festejo a la portuguesa, vamos; o peor aún, una corrida a imagen y semejanza de las organizadas en Las Vegas, aquellas del velcro para sujetar las banderillas.
Tampoco habría que sorprenderse tanto si finalmente en la próxima temporada se anunciaran festejos de este tipo en una Comunidad plagada de complejos políticos. Al fin y al cabo fue la propuesta de Esquerra Republicana en su primer envite a la Fiesta, cuando quería suprimir la suerte de varas, las banderillas y la muerte a estoque del toro en la plaza.
Hace unos años, en un congreso que organizó la extinta Plataforma para la Defensa de La Fiesta en el Ateneu de Barcelona, el nieto de Don Pedro Balañá, Pedro Balañá también, apuntó que el espectáculo podría tomar esa dirección. Ha sido una de las pocas declaraciones públicas en los últimos años de un miembro de la saga empresarial propietaria de la Monumental.
Pues a ver qué pasa. A ver si alguien se pierde por Barcelona ofreciendo una corrida de toros a la catalana o un circo o una mezquita. Lo que no me cuadra es que la plaza permanezca un año cerrada y sin indemnizaciones que llevarse a la «butxaca». A esperar.
