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Congas hacia la séptima planta

Cuando llegó la medianoche del 20-N y los técnicos de las televisiones apagaron sus cámaras, los trabajadores de la oficina de prensa descorcharon unas botellas de cava y bailaron la congaentre mesas

Día 22/11/2011 - 04.58h

Cuando llegó la medianoche del 20-N y los técnicos de las televisiones apagaron sus cámaras, los trabajadores de la oficina de prensa descorcharon unas botellas de cava y bailaron la conga entre mesas, ordenadores, cables y focos, fiel ejemplo del júbilo que reinaba a esa hora en la sede central del PP.

«Arriba el ambiente es más de alegría contenida», me dijo Miguel Arias dentro de la línea de lo políticamente correcto, que él se saltó cantando lo de «ahí viene… caminando». Efectivamente, en la séptima planta no se bailaba nada, según pude comprobar cuando subí, detrás de los de la conga, que decidieron trepar cinco pisos de escaleras para reclamar una foto con el próximo presidente del Gobierno, que muy gustoso se prestó a ser besado, aplaudido y fotografiado por ellos. Se le veía tan feliz como un niño al que los Reyes Magos acaban de dejar junto a su zapato una preciosa bicicleta después de pedírsela, en vano, durante muchas Navidades.

En su despacho es que no se podía bailar ni un chotis. Allí estaban sus hermanos, la madre de Viri y varios familiares de esta y la panda de amigos de Pontevedra con los que los Rajoy celebran las grandes ocasiones. Por allí habían pasado muchos dirigentes del PP presentes y hasta pasados, incluidos los Aznar y Rodrigo Rato. Sobre las mesas quedaban los restos de fiambres y canapés (del mismo catering con que se había obsequiado a los periodistas) y las copas de cava vacías.

Brindando con cava catalán

Aprovechando mi presencia accidental en el sancta santórum de esa séptima planta que solo pisan habitualmente los privilegiados, algunos de los cuales aún rondaban por allí, intenté averiguar en qué momento de la noche Mariano Rajoy se había servido un cava (catalán, por supuesto), había brindado con los presentes y había demostrado abiertamente su alegría. Desmadrado, vaya.

No había nada que averiguar. Y, por supuesto, ni el menor síntoma de desmadre. «Es que no ha sido una sorpresa, hace dos meses que sabíamos que esto iba a ocurrir», me explicó el próximo presidente del Senado, Pío García Escudero.

«Se ha pasado la noche entrando y saliendo del despacho para atender a Sarkozy, Kirchner, Van Rompuy, Cameron... y no ha tenido tiempo de nada más», confesó Jorge Moragas, el director del gabinete de la Presidencia. «Ya sabes, es el estilo Pontevedra de hacer las cosas», remató una persona, de La Coruña, muy allegada al líder popular.

Los signos visibles de emoción corrieron esa noche a cargo de las dos mujeres en las que más confía Mariano Rajoy. Tanto María Dolores de Cospedal como Soraya Sáenz de Santamaría no se molestaron en controlar sus lágrimas cuando se asomaron al balcón de la calle Génova y ambas seguían aún con los ojos húmedos una hora después.

Saenz de Santamaría, que está dando el pecho al pequeño Iván, se fue corriendo: «Es que se me pasa la hora de la próxima toma», aceleró, aunque se paró un momento para mostrarme la foto del bebé —«¿verdad que es guapo?»— que lleva en el Iphone.

Cospedal, la secretaria general que tiene fama de mujer de hielo, se tomó su tiempo para despedirse de muchos de sus colaboradores y con cada abrazo derramaba unas pocas lágrimas más. «Es que han sido unos años muy duros, muy duros…», se disculpaba.

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