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Para nuestros niños: libros, internet, fuentes de información

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Entro con mi hija de ocho años en la biblioteca municipal del nuevo barrio donde vivimos ahora. La bibliotecaria apenas levanta la cabeza para constatar que todo es normal. La sala está en silencio, a pesar de las mesas llenas de estudiantes, de los lectores de revistas que ojean sus publicaciones favoritas, de los niños sentados en mesitas llenas de cuentos desordenados. La niña y yo echamos una mirada codiciosa a todos los libros que atisbamos desde la puerta: qué gusto da entrar en las bibliotecas desde que casi todo ha pasado a estar en libre acceso. Reprimimos nuestro primer impulso de lanzarnos hacia los libros y mi hija me lleva tirando de mi mano a la terminal del ordenador, como antes me llevaba a los ficheros de madera con sus cartoncitos bien ordenados. «Mamá, vamos a ver si tienen el que yo quiero», me dice. Con lentitud introduce las palabras precisas en el campo adecuado, consultándome de vez en cuando cómo se escribe o se deja de escribir un apellido o un título —y es que sabe cuán importante es decir Vázquez y no Bázquez, porque el ordenador no es muy intuitivo y hay que darle las palabras exactas—. No hace ni dos años, mi hija todavía llamaba a este edificio videoteca (la relación entre biblos y libro es difícil para un niño) y me decía que quería alquilar un cuento.

Lo maravilloso es que disfruta yendo allí, escogiendo su libro, ya sea buscando en el catálogo —opac, lo llama imitándome, sin saber qué significa (on line public acces catalog)—, ya deambulando entre los estantes. Se siente importante cuando presenta su carnet de la biblioteca para tomarlo en préstamo. Se siente feliz de devolverlo semanas más tarde y contestar a la amable bibliotecaria que le pregunta si le ha gustado. Lo maravilloso es que no necesita comprar, consumir ni pagar —sé que es difícil de creer, yo misma a menudo he ido a echar mano a la cartera.

La otra cara de esta moneda (sí, siempre hay dos) es la de una anécdota que pone de relieve cuán poco sabemos transmitir a nuestro niños la alegría de la lectura o la maravilla del tiempo pausado, de la lectura reflexiva, del placer de perder el tiempo con un libro.
Cuando veo los cuentos actuales de los niños coinciden muchos en una cosa: son cortos. Un best-seller para adultos puede ser largo, incluso para adolescentes: se puede consumir en el metro. Pero un cuento hay que contarlo y para eso se necesita tiempo y saber disfrutar leyéndole al niño. El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, Pinochio, Winnie-the-Pooh, La sirenita, Blancanieves... hoy en día sólo los encuentro adaptados para el consumo rápido de niños y padres que tienen poco tiempo y que están acostumbrados a tener que empezar siempre algo nuevo: seguir una historia larga —seguir, continuar, retomar, volver a... qué bonitas palabras—, volver a lo mismo supone un esfuerzo inconcebible a niños criados a la sombra del huevo Kinder (al que reconozco el mérito de ser una obra perfecta de ingeniería). El niño quiere el huevo, ¿por el chocolate?, ¿por el juguete?, ¿por la sorpresa? Reconozcámoslo: hay chocolates de igual calidad que se comen con más alegría, porque el del huevo Kinder no da para una degustación; el niño nunca se sorprende de lo que viene dentro, se decepciona o se alegra un segundo; tampoco juega con el juguete más allá de una hora, ni establece con él ningún lazo afectivo, si cuando le mandas recogerlo lo tira en un baúl o incluso a la basura. Lo que le encanta al niño es poner en marcha el juego de desear, poseer y, por último, desechar.

Y eso es precisamente lo que les hace acudir a internet para solucionar cosas que tardarían menos en buscar en una biblioteca: el tener una tecla que rápidamente le lleva a lo raudamente deseado y que en un segundo le lleva de nuevo, a través del hipertexto, al nuevo sitio deseado: lo de la continuidad no es asunto baladí.

Muchos compañeros de mi hija mayor no conocen una biblioteca, ni lo necesitan. No, no es que sean autosuficientes en asunto de almacenamiento de libros, es que no recurren a ellos por placer, pero tampoco lo hacen para solucionar sus dudas ni realizar los trabajos que con ese propósito (el de aprender a utilizar diferentes fuentes de información, quiero creer yo que es) les mandan sus profesores. Y es que todo lo buscan, y lo tienen, en la internet. ¿Que el trabajo es sobre una fiesta de un pueblo de un país remoto? Al Google. ¿Que es sobre los ríos de Europa? No importa, al Google. Si el trabajo fuera sobre fuentes de información (no, no es necesario especificar científicas o humanísticas), ya conocen la respuesta, ¿no? Pues claro, Google.

Que conste que uso internet muy a menudo; sólo tienen que ver dónde están leyendo este artículo. Pero como las ventajas de internet están tan claras, no voy a entretenerme en explicarlas. Sí, en cambio, me molestaré en explicar qué otros recursos culturales deberían manejar o intentar manejar para aprovechar todo lo que la cultura nos brinda, incluida la internet.

Si el niño sabe cómo se clasifican los libros, cómo se buscan y cuántas posibilidades de búsqueda tiene en la biblioteca, encontrará el libro que desea, y quizá otros que no buscaba. Aprenderá la variedad inmensa que hay de cultura escrita: novelas, poesía, teatro... (que encontrará en N o I / J con tres mayúsculas debajo que provienen del apellido del autor y tres minúsculas del título), textos en los que leer sus derechos, por ejemplo (que encontrará en el número 3 de la CDU, con las consabidas mayúsculas y minúsculas), o el reglamento de baloncesto que prueba que él no cometió falta (en el pasillo del número 7). Poco a poco, irá aprendiendo a buscar y luego podrá hacerlo en internet, porque no olvidemos que internet contiene cosas nuevas pero, sobre todo, es el libre acceso universal a mucha información y muchos documentos que ya existían.

No voy a abordar el tema eterno de lo libre, lo completo y lo feliz que le hace a uno la lectura, porque ya hay estudiosos, escritores, lectores, bibliotecarios, panaderos... en fin, miles de personas que lo cuentan o han contado mejor que yo: si lo desean, acérquense a esos enlaces del margen derecho de su pantalla que se recomiendan en este blog.

 

Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid, Madrid, España.

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«Por la dignidad del corrector»

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Resulta tan extraño encontrar en los medios palabras de elogio y apoyo al papel del corrector, que forzosamente esta bitácora ha de recogerlas en su integridad y agradecerlas de todo corazón.

Ojalá las instituciones que supuestamente se encargan de velar por la lengua española tuvieran con los baluartes del idioma que somos los correctores de español un gesto comparable al que tuvo Màrius Serra en La Vanguardia o ha tenido ahora Miguel Ángel Román en Libro de Notas.

Por la dignidad del corrector

28.02.06

El pasado 23 de febrero saltaba a esta bitácora un enlace sin comentarios, humilde, lejos de las ostentosas y estentóreas polémicas que cruzan como fugaces destellos el firmamento de la información. El mismo (aún andará por el margen derecho de nuestra primera plana) refería a un Manifiesto de los Correctores de Español. Desde esa página perdida en el océano internético un grupo de profesionales “como la copa de un pino” reclaman un derecho que la ignorancia les viene negando: el de elevar su rancio oficio a la categoría de profesión reconocida, moderna, titulada, reglada y avalada por una formación coherente y acreditable.

El corrector es un sujeto oscuro al que uno le coge cierto asco. A nadie que se dedique a juntar letras le apetece que tras parir con esfuerzo una frase que contiene un sublime mensaje expresado en geniales términos, le sea devuelta esposada bajo la acusación de flagrante error de concordancia, anorexia de signos de puntuación y bulimia de adverbios, firmando la denuncia alguien que ha tomado nuestro texto con un distanciamiento emocional que no habríamos sospechado en un ser dotado de alma.

Sin embargo, tras haber disparado tiros en ambas trincheras (tres si contamos la de lector, que no es banal) no puedo sino defender y ensalzar la labor de estos peritos de la lengua.

Como lector irredento me extasío en ocasiones ante la perfección estructural mostrada en las construcciones sintácticas de los grandes de nuestra literatura, las mismas citas que luego enarbolan los académicos para tirarnos de las orejas y plantarnos el ejemplificador texto ante nuestras nescientes narizotas, sentenciando: “así se escribe el español”. Y en ocasiones me he llegado a preguntar ¿qué porcentaje del poderío léxico y gramático de Galdós, Borges, Azorín, Rulfo o Larra fue tal cual cincelado por sus plumas y cuánto fue, sin desdoro suyo, bruñido por la inestimable profesionalidad de sus anónimos correctores de texto y estilo?

¿Cuántos barbarismos fueron naturalizados, cuántas redundancias desterradas, cuántos calcos maquillados y laísmos normalizados por estos profesionales antes de constituirse en gemas engarzadas en las joyas de nuestra literatura? Me temo –o más bien celebro– que muchos más de los que la mitomanía quisiera reconocer.

El idioma es un tesoro, una herencia de incalculable valor acrisolada durante siglos y que constituye, por encima de la etnia, la historia y aun de la geografía, la más íntima amalgama de un pueblo. Los hablantes del español, que nos contamos por centenares de millones, haríamos bien en formar una guardia pretoriana diestra en el manejo del diccionario, experta en las añagazas de la gramática, leal a los dictados académicos, profesionales dignos –en reconocimiento y salario– que velen por la pureza lingüística de nuestros testimonios orales y escritos y confiárselos antes de echarlos a volar hechos una germanía descoyuntada e ininteligible.

Por todo esto, y más argumentos que sería ocioso presentar aquí, estampé mi apoyo virtual al pie del enlace antes citado. Tal vez, y al precio baldío que están estos respaldos cibernéticos, sirva solo testimonialmente, pero mi conciencia no me permitía salir de allí sin dejar mi registro.


¿Y esta publicidad? Puedes eliminarla si quieres

Mi primera consulta al DPD en línea

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He aprovechado que ya puede accederse a la tan reclamada y esperada versión en línea del Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española para hacer unas consultas que tenía pendientes para mi trabajo y que aún no había podido resolver.

Consulto la palabra geisha para saber: 1) si el DPD propone una adaptación; 2) cómo recomienda escribirla si no la adapta, 3) y, en este último caso, si permite pluralizarla (geishas).

Me responde esto:

geisha. 1. ‘Joven nipona instruida en diversas artes con el fin de entretener a los hombres’. Voz japonesa (pron. [géisha]) que contiene un grupo consonántico sh ajeno al español, por lo que debe considerarse un extranjerismo crudo y escribirse con resalte tipográfico. Es incorrecta la pronunciación [jéisha], así como la grafíaMarca de incorrección. gheisa.

2. Aunque es palabra asentada en el uso internacional con la grafía geisha, podría adaptarse fácilmente al español en la forma gueisa.

¡Fantástico! Ahora no sé si debo usar «gueisa» —sólo me dice que podría adaptarse (no que debería), dejando la decisión a mi libre albedrío e incluso permitiéndome un margen para crear mis propias alternativas— o «geisha» —esta última con no se sabe qué resalte tipográfico; ¿negrita, cursiva, versalita...?— ni si, en caso de optar por el extranjerismo, puedo pluralizarlo en «geishas», forma muy frecuente, por otra parte. Pero ¿no se suponía que el DPD era una obra normativa que pretendía orientar al hablante sobre el empleo de la lengua española?

Luego he querido aclarar las dudas que me suscita el DPD —ya han hecho bien en llamarlo «diccionario de dudas»— acudiendo al servicio de consultas de la RAE, con la intención también de hacerles notar estas carencias y ambivalencias, y me encuentro con esto:

Con el fin de acometer una reestructuración encaminada a mejorar su funcionamiento, el servicio de consultas lingüísticas permanecerá temporalmente cerrado.

Se pone en conocimiento de todos los usuarios que está disponible, para su consulta en línea, el Diccionario panhispánico de dudas, donde podrán obtener respuesta directa a la mayor parte de sus consultas.


 

¡Hale, otra vez a esperar!

Silvia Senz (Sabadell, Cataluña, España)

Mi estreno con el DPD en línea

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Yo también he decidido estrenarme y he consultado el DPD. Quiero advertir que traduzco textos de hoy, no del futuro, por si a alguien se lo pudiera parecer.

Necesitaba saber si la Real Academia Española había tomado alguna decisión respecto al término inglés router, pero no está, como tampoco están las formas espontáneamente creadas por los hablantes, como enrutador o encaminador. Tampoco está firewall, y el DPD me dice que lo más cercano es pavo real; obviamente, no me sirve. Quizá sí que incluya cortafuegos, pero no. Y digo yo: ¡Qué sería de la red de la RAE sin un router y sin un firewall!

Decido que quizá tendré más suerte y saldré de dudas si busco un término informático más básico; por ejemplo, software. El resultado es el siguiente:

software. Voz inglesa que se usa, en informática, con el sentido de ‘conjunto de programas, instrucciones y reglas para ejecutar ciertas tareas en una computadora u ordenador’. Puede sustituirse por expresiones españolas como programas (informáticos) o aplicaciones (informáticas), o bien, en contextos muy especializados, por soporte lógico (en oposición al soporte físico;hardware): «La Ley de Protección Jurídica de Programas de Ordenador [...] contrarrestará la piratería de programas informáticos» (Vanguardia [Esp.] 14.1.94); «El equipo mínimo aconsejable para poder ejecutar aplicaciones multimedia» (Bustos Multimedia [Esp. 1996]).

¡Uy, vayamos por partes! Me interesa lo de soporte lógico, pero no acabo de ver claro este significado de la voz soporte. Veamos qué acepciones recoge el DRAE:

soporte. (De soportar). 1. m. Apoyo o sostén. 2. m. Heráld. Cada una de las figuras que sostienen el escudo. 3. m. Quím. Sustancia inerte que en un proceso proporciona la adecuada superficie de contacto o fija alguno de sus reactivos. 4. m. Telec. Material en cuya superficie se registra información, como el papel, la cinta de vídeo o el disco compacto.

Descartadas las tres primeras, solo me queda reflexionar sobre la adecuación de la última (que debería ser la segunda si la RAE decidiera de una vez ordenar sus acepciones por frecuencia de uso y no por otros criterios, a veces insondables). Así, la posible definición que resultaría de aplicar la cuarta acepción al compuesto soporte lógico sería algo como ‘material lógico en cuya superficie [....]’. El resultado es un puro engendro: el software no es un material, no tiene superficie y en él no se registra información. Vaya, que la solución que me ofrece el DPD no es correcta según el DRAE.

Por otra parte, no está de más advertir que, según esta cuarta acepción, el papel pertenece al campo semántico de las telecomunicaciones (Telec.). ¡Qué cosas pasan!

Interesante también es la opción presentada para hardware: soporte físico, solución redundante donde las haya. Si soporte es material, es físico, ¿no? Pues esta tampoco me gusta.

Desgraciadamente sigo con mi duda, o con unas cuantas más que trascienden la simple duda terminológica y que me provocan indignación y decepción. Y decido que prefiero usar software y hardware, y a estas alturas ya en redonda. Demasiado tarde para andar con inventos de tan poca validez.

Montse Alberte (Barcelona, España)

Copyleft, función social del editor y calidad editorial

20060312122612-logo-copyleft.gifMe entero por Barrapunto (¡de cuántas cosas me entero por Barrapunto!) de que, en el marco de las Jornadas Críticas de la Propiedad Intelectual, se ha presentado un documento que recoge las preguntas más frecuentes sobre edición y copyleft (también en pdf) elaborado por Traficantes de Sueños y orientado al ámbito editorial.

En esas PMF (o FAQ) se habla de manera bien estructurada, concisa y clara para el profano del concepto copyleft, de sus plasmaciones en el sector editorial (licencias Creative Commons), de cómo puede beneficiar a editores y autores aplicar esta filosofía de liberación total o parcial de derechos a su modus vivendi, a la rentabilización de sus productos y a la difusión y el enriquecimiento cultural, y sobre todo se habla de la historia y contenido ideológico de las actuales leyes de propiedad intelectual y de las funciones sociales del creador y el editor, en virtud de las cuales su obra y producción también debería —según postula el copyleft— ser copropiedad del receptor/lector.

Confiaría en que el copyleft pudiera llegar a extenderse en las prácticas editoriales si no fuera porque apenas se produce comunión entre los conceptos de autor y sobre todo de editor que defiende esta filosofía y la realidad del editor moderno. Para muestra, el contraste con las políticas imperantes en la industria de la edición que provoca la respuesta a la pregunta 7 de estas PMF:

 

7 ¿Cuál es la finalidad de la edición y la razón de ser de los editores?

La edición es un medio de garantizar que las obras científicas y artísticas lleguen al gran público con unos estándares de calidad que normalmente no están al alcance ni del público ni de los autores. La difusión de Internet facilita la distribución de las obras escritas, pero no elimina las necesidades de edición: composición, corrección ortotipográfica, corrección de estilo, traducción de las obras en caso de que no estén en lengua vernácula, etc.

Es legítimo que la edición, que tiene costes de inversión, de formación y de tiempo, a veces enormes, esté remunerada o sea una forma de negocio que permita vivir a quienes se dedican a ello. Sin embargo, la labor editorial tiene la exclusiva finalidad de facilitar el acceso a la cultura y al conocimiento en formatos de calidad suficiente.

Atacar las tecnologías de distribución digital, restringir su uso, penalizarlo incluso, es algo que va en contra de la primitiva función social de los editores. Proteger a una industria contra los medios que facilitarían su función social de forma más eficiente y barata es destruir su razón de ser y, por ende, es contrario a los principios del oficio editorial.


¡Qué lejos estamos de este horizonte, si muchos buques navegan justo en rumbo contrario!...

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

RAE, autoridades y dilemas del corrector americano

20060314155556-pepe.jpgEn un intercambio con colisteros de una lista de distribución decíamos, medio en broma y medio en serio, que esperábamos el tercer diccionario de la Real Academia Española (RAE): el que aunara la versión normativa del Diccinario de la lengua española (DRAE) con la normativo-descriptiva (por llamarla de algún modo) que propone el Diccionario panhispánico de dudas (DPD).

«Tenemos que consultar ambos diccionarios», seguimos diciendo, y es un hecho que nos toca doble tarea. O triple: porque con algunas dudas, que tienen áreas en común, ya no sabemos por cuáles de las versiones optar: si por el DRAE, si por el DPD o si por los libros de José Martínez de Sousa (don Pepe).

Desde Uruguay, admito que me era más fácil (en el sentido de más pobre) la vida antes de descubrir a don Pepe. En el año 2004, al ingresar en la lista Editexto (actualmente administrada por Silvia Senz y Montse Alberte), se me despliega un mundo inimaginado y fascinante: las listas de correctores, traductores y editores. Hago una primera consulta boba y hete aquí que me responde, con un buen reto, don Pepe. Respondo que mis conocimientos del idioma parten de mi medio; él me replica que los tales conocimientos —en otras palabras— son insuficientes. De acuerdo. A partir de los intercambios en las listas, me he comprado más y mejor bibliografía y comprendo que para la mayoría de los temas lingüísticos las propuestas de don Pepe son las mejores: las más lógicas, las más estudiadas, las más completas. Para un mínimo de casos me remito a la RAE (no utilizo su Ortografía, pero sí su Diccionario...) y al DPD. Como diccionario descriptivo, el de Seco, Andrés y Ramos me es imprescindible.

Aclaro que los libros de don Pepe no se distribuyen en mi país; solo quienes estamos en una lista podemos conocerlo. Eso hace que seamos correctores más actualizados quienes contamos con una computadora, su banda ancha y la capacidad de poder mantenerla. De lo contrario, los correctores de este lado del Atlántico se decantan, y es inevitable, por las normas de la RAE. Y las editoriales hispanoamericanas, también. Esto conlleva a que quienes conocemos a don Pepe tengamos una tarea difícil: convencer a un editor, a un autor, o incluso al encargado de ingresar las correcciones en una editorial, de que nos guiamos por la mejor opción. Ellos responden: «¿Quién es José Martínez de Sousa? No es la RAE, ¿cómo vamos a dejar de lado lo que indica la RAE?».

Lanzo una triple pregunta que ronda en mi cabeza desde hace ya mucho tiempo: ¿Por qué no está don Pepe en la RAE? ¿Por qué está donde está y en solitario? ¿Por qué sus libros no se distribuyen en mi país? Espero una respuesta que no remita a los personalismos.

Lo que más daño me hace, hoy por hoy, es este antagonismo entre la RAE y sus normas (cada vez más necesariamente flexibles) y un grupo de conocedores de la lengua que la critican sin pausa y con entera razón.

 

María del Pilar Chargoñia Pérez, correctora de estilo (Montevideo, Uruguay)

Democratizar la Real Academia Española

Tras el fallecimiento del buen dialectólogo y escritor Alonso Zamora Vicente surge en la Real Academia una vacante que, a juicio de este traductor, nadie podría cubrir mejor que don José Martínez de Sousa, autor de los más valiosos diccionarios de dudas y manuales de estilo que se han publicado hasta ahora en España. (Aclaro, ante posibles dudas, que no lo conozco personalmente y que vivo en un pueblo de interior; pero la utilidad de sus obras es palmaria para mí y otros muchos traductores y correctores.) Pero cuando uno escribe a los correos de la Academia para proponer su nombramiento, recibe esta respuesta, firmada por su secretario, don Guillermo Rojo: «Pongo en su conocimiento que, de acuerdo con la legislación vigente, las vacantes son convocadas en el Boletín Oficial del Estado y las propuestas de candidaturas deben ser realizadas por tres Académicos numerarios».

Pues bien, señores académicos (no veo yo razón para la mayúscula): ya no vivimos en el siglo de su fundación, el benemérito siglo xviii de las luces y el Despotismo, sino en el siglo xxi. Creo que ha llegado la hora, por fin, de reemplazar el elitismo por la democracia y de abrir los oídos de la casa a las palabras de los profesionales que cada día trabajamos con y en pro de nuestra lengua común.

Javier Gutiérrez Casado (San Fernando de Henares, Madrid, España)

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Ciberbitácoras, un nuevo filón para la edición

20060320130505-lulu-price.jpgHace poco (12/03/2006) comentaba José Antonio Millán la oferta de Editorial Premura, dirigida a blogueros, de editar y publicar en libro una selección de los artículos aparecidos en sus bitácoras, que podía —según se sugería— servir tanto para rentabilizar la labor del bloguer como para promocionarse (a modo del book que utilizan las maniquís) como articulistas —sin olvidar la función de souvenir o de pura satisfacción de la vanidad.

Premura es la primera editorial española en darse cuenta del filón para el editor que supone adaptar la producción de los blogs a formato libro. Las ciberbitácoras son, hoy por hoy, espacios muy prolíficos de creación literaria y de compilación más o menos articulada de opiniones y contenidos, y no es de extrañar que cada vez más se contemplen no sólo como una fuente de generación y difusión de nuevo pensamiento, tendencias e incluso sinergias, sino también de negocio puro y directo. En el mundo de la edición anglosajona ya se ha instituido incluso un premio para las mejores novelas basadas en ciberbitácoras escritas en inglés: el Lulu Blooker Price, como reseñaba recientemente el suplemento El Navegante de El Mundo.

¿Qué editorial española o hispanoamericana será la primera en llevarse el gato al agua con un nuevo premio de novela o de ensayo bloguero? Se admiten apuestas.

 

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

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El dígrafo ortográfico italiano zz y su transliteración en las obras de la RAE

20060323163043-rae.gifEste dígrafo representa en italiano dos sonidos: el africado dental sonoro (como el dígrafo tz en la palabra catalana tretze) y el africado dental sordo (que se obtiene pronunciando en una sola emisión los sonidos representados en castellano por la t y por la s).

Representaré el sonido africado dental sonoro con /dz/, y el africado dental sordo, con /ts/. Representaré las vocales abiertas con acento grave (por ejemplo, è, ò) y las cerradas, con acento agudo (por ejemplo, é, ó). Indicaré la sílaba tónica con un apóstrofo que la preceda.

Han penetrado en el español algunas palabras italianas que se escriben con zz. Las obras académicas las recogen sin atenerse a un criterio sistemático y no explican el porqué. Es acaso probable que esta ensalada no responda a una decisión científica, sino a los criterios distintos de los distintos redactores.

Tomo en consideración las indicaciones del DRAE 2001 y del DPD.

MOZZARELLA. Esta palabra italiana suena /mó-tsa-‘rèl-la/. El DRAE 2001 la escribe con cursiva por considerarla voz extranjera, pero sin indicar su pronunciación. El DPD propone mozarela como adaptación gráfica.

Mal servicio se ha hecho al italiano: el hablante español, al ver esta grafía, pronunciará la típica z española; el hablante latinoamericano, una sibilante sorda. Desaparecen la /ts/, la /è/ y la geminación de la l del italiano, con lo que se produce un monstruito fonético.

PIZZA. Esta palabra italiana suena /’pi-tsa/. El DRAE 2001 la escribe con cursiva como palabra extranjera, sin indicar su pronunciación. La misma obra registra en redondo pizzería, como voz castellana.

Aquí se hace buen servicio al italiano y mal servicio al castellano, puesto de que una palabra extranjera (pizza) se hace derivar una palabra castellana (pizzería). ¿Habrá que pronunciar la primera a la italiana y la segunda a la hispana o a la latinoamericana? Si pizza es palabra extranjera que debe escribirse en cursiva, ¿qué sucede cuando se escribe pizzas? Porque el caso es que pizzas es un monstruito: un plural castellano de una palabra extranjera. Propongo escribir pizzas (s de redonda). EL DPD, taimadísimo, no registra ni la una ni la otra. Ahora bien, si el DPD propone mozarela, ¿por qué no ha de proponer piza y pizería? Se habrán olvidado o no se habrán atrevido con dos palabras de difusión mundial.

ATTREZZO. Esta palabra italiana suena /at-‘tré-tso/. El DRAE 2001 registra atrezo y dice, erróneamente, que deriva del italiano atrezzo (en italiano, se escribe attrezzo). El DPD corrige la etimología errónea del DRAE 2001 y preceptúa: «Es inadmisible la grafía atrezzo, que no es italiana ni española».

Es verdad, pero esto debía tenerse en cuenta al redactar el DRAE 2001. Con la castellanización de attrezzo se pierden la geminación de la t y la /ts/ y se imponen pronunciaciones lejanísimas del original.

MEZZO. Esta palabra italiana se pronuncia /’mè-dzo/. El DRAE 2001 la registra en cursiva como palabra extranjera, sin indicar su pronunciación. Remite a mezzosoprano. El DPD no registra mezzo.

MEZZOSOPRANO. Esta palabra italiana es de género masculino y se pronuncia /‘mè-dzo-so-prà-no/. El DRAE 2001 la registra en cursiva como palabra extranjera, sin indicar su pronunciación. El DPD dice que es «extranjerismo crudo», pero señala que, si bien esta forma está «asentada en uso internacional, se puede adaptar al español en la forma mesosoprano, puesto que el elemento compositivo meso- significa, precisamente ‘medio o intermedio’».

Esta propuesta es de lo más chusco, ya que el elemento compositivo meso- es exclusivo de la terminología científica. Naturalmente, el DPD no introduce meso como sinónimo de mezzosoprano. Parecería lógico que lo hiciera, puesto que el DRAE 2001 da mezo como sinónimo de mezzosoprano.

PAPARAZZI. Esta palabra es el plural italiano de paparazzo, nombre inventado por Federico Fellini para un fotógrafo de su La dolce vita. En italiano se pronuncia /’pa-pa-‘ra-tsi/. El DRAE 2001 no la registra. El DPD propone paparazi, lo que, como en los casos anteriores, impone pronunciar de modo muy distinto del original. No es anormal que un plural entre en castellano como singular. Sin entrar en detalles, puede decirse que al fenómeno se remonta a la época de la formación de la lengua. Ahora bien, acaso pueda decirse que los sustantivos masculinos singulares terminado en –o suenan mejor que los terminados en –i.

PIZZICATO. El DRAE 2001 y el DPD registran la palabra en cursiva. Contrariamente a lo que hace con las palabras italianas de las cuales no indica la pronunciación, en este caso el DPD siente el deber de explicarse: «Por tratarse de un extranjerismo crudo, conserva su pronunciación originaria [pitsikáto]».

JACUZZI. Así aparece registrada en el DRAE 2001. Los académicos dicen que es voz inglesa. No, señora: es palabra italianísima registrada como marca comercial en los Estados Unidos. Dejemos de lado cómo se pronuncia esta palabra en italiano y consideremos cómo se hace en inglés: la j representa el sonido que esta letra representa en inglés; las zz representan una sibilante sonora (como, por ejemplo, la z en la palabra francesa azimut).

El DPD pone las cosas en su sitio proponiendo yacusi. Se ve que los académicos no osaron proponer yacuzi ateniéndose a lo hecho con las otras palabras italianas, ya que la z pronunciada a la española es muy lejana de la sibilante sonora de los ingleses. Ahora bien, la z pronunciada a la española en una palabra como mozarela también está muy lejos del sonido representado en la palabra italiana mozzarella con zz.

RAZIA. El DRAE 2001 y el DPD dicen que esta palabra deriva del francés razzia. Naturalmente, para los franceses esta palabra es aguda y zz representa el sonido sibilante sonoro (el mismo que en la palabra azimut) o bien la africada dental sonora /dz/.

La z de la palabra castellanizada razia conduce muy lejos de la pronunciación original a los hablantes de España. Digamos que el uso castellano ha convertido la palabra en llana. Ahora bien, ¿por qué la sibilante sonora de la palabra francesa razzia se representa con z en la castellanización y la misma sibilante de jacuzzi se representa con s al castellanizar la palabra en yacusi?

No he intentado pedir explicaciones a la RAE sobre su incoherencia. A mí me basta observarlas y actuar en consecuencia. O sea: tomando poco en serio a la RAE.

Jordi Minguell Roselló, periodista (Roma, Italia)

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Ediciones, sorpresas y carreras

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El uno de febrero, esta misma bitácora se hacía eco de las palabras de Jesús Badenes , director general de librerías del grupo Planeta, sobre lo desconocidos que eran los escritores de best-sellers de ahora y lo conocidos que eran los de antes. Bueno, señores, yo no sé si es que antes nacían, no con el pan, sino con el contrato bajo el brazo o si su relación desde pequeños con el mundo de la cultura era, según Badenes, determinante; la verdad es que nunca se me había ocurrido. Lo cierto es que los desconocidos tampoco lo son tanto, al menos a mi entender.

El fenómeno boca-oreja, andar de boca en boca o como se quiera llamar existe y existió, pero es como en todo: primero va la moda y luego los amigos que nos lo recomiendan. Aunque es cierto que siempre hay —gracias al cielo no somos tan previsibles— algo que se escapa a toda regla y triunfa o fracasa sin que nadie de márquetin o mercadotecnia, de sociología, de riesgo económico ni de psicología de masas logre explicarlo.

La sombra del viento bien pudo ser una sorpresa para sus editores, que quizá a pesar del premio no esperaban tantas ventas ni que el libro se vendiera en el extranjero —y es que hoy en día hablar de un best-seller o un superventas es hablar de cifras millonarias de ventas, en una competición de cien metros lisos, y no de fondo, entre millones de aspirantes, porque se publica todo—. El libro tiene un comienzo precioso y ensoñador; si uno ama los libros, además, no puede evitar enamorarse de ese muchacho y de ese mundo en donde un libro te elige en una biblioteca con la que todos hemos soñado y ambos os pertenecéis el uno al otro hasta que la muerte os separe. Pero ni el libro se mantiene en este estilo ni esto es una crítica de libros. El caso es que en 1993 Ruiz Zafón fue ganador del premio Edebé con El príncipe de la niebla, novela destinada a un público juvenil. Escribió, dirigidos al mismo público, El palacio de la media noche, Las luces de septiembre y Marina. Por cierto, todas de intriga y un amor no muy típico. Ah, y mucha maldad. Léanlos, o lean alguno de ellos; si eligen El palacio de la media noche encontrarán un cierto personaje inmortal y pirómano, ¿les recuerda a alguien? Bueno, a lo que íbamos; en el 2001, Carlos Ruiz Zafón queda finalista del premio Fernando Lara con La sombra del viento. Vaya, no me parece que hablemos de un desconocido que publica su primera obra en una pequeña editorial.

Conste que he elegido a este autor porque me he leído su best-seller y sus libros, que saqué para mi hija de la biblioteca municipal, a la que por cierto le han encantado. No sé si será así con los demás desconocidos, me figuro que sí. Si no recuerdo mal, antes de que La hermandad de la Sábana Santa o La biblia de barro hicieran de Julia Navarro una superventas o bestsellariana —¿se puede, al estilo de la redonda de pizzería?—, ya había publicado libros como Nosotros, la transición, Entre Felipe y Aznar, 1982-1996, Señora Presidenta...

Digo todo esto para que no piensen los pobres autores inéditos que tener un libro circulando gracias a una gran editorial y llegar a tan extenso público es así de fácil: España es ahora la tierra de las oportunidades; uno llega, escribe, manda el original y hala, a otro libro, mariposa. Bueno, pues no. De esos sueños que nos intentan vender, uno entre un millón (a lo mejor Dan Brown es ese uno), pero no creo yo que a Carlos Ruiz Zafón, a Julia Navarro y a tantos más que se quedan por el camino, o que no se quedan, que simplemente llegan a otro público, haya que quitarles el mérito de su trabajo y su persistencia.

El último premio Ramon Llull lo ha ganado Màrius Serra —¿conocen Verbalia?— con Farsa, que ya está en catalán, pero que no aparecerá en castellano hasta septiembre. El pasado veintidós de marzo, en La Vanguardia, Jordi Galves reseñaba el libro y resumía así el tema de la novela:

Intentaré resumir lo que esta novela quiere decir. En plena celebración de los fastos del denominado Fòrum de les Cultures se quiere agasajar a un grupo incontrolado de inmigrantes sin papeles que pretendía encerrarse en el museo del Barça hasta lograr regularizar su situación. Uno de ellos, significativamente «un moro», acabará tras una rocambolesca peripecia formando parte de un número de prestidigitación de un mago henchido de vanidad, el Gran Morelli, quien le transformará en la quintaesencia del cliché del buen inmigrante: catalanohablante, con acento de Osona, que conoce el Virolai y Els segadors, viste como un empleado de La Caixa, posee Visa y Mastercard, carnets del RACC, del Caprabo, del Barça y de Amics del Zoo. El lector percibe de inmediato que lo que se nos cuenta es una astracanada, una exageración a partir de una realidad muy concreta.

No sé ustedes, pero yo estoy deseando que se publique en castellano. Lo publicará Planeta, la misma editorial que publicó La sombra del viento. A lo mejor se llevan una sorpresa, a pesar del premio; a lo mejor no, quién sabe. Quizá digan que era un desconocido.

Si los editores tuvieran más tiempo para leer, cribar, elegir... para ser editores y no sólo empresarios, que también, quizá no se llevarían tantas sorpresas porque de la línea de meta no partirían tantísimos y la carrera sería de fondo, como venía siendo y como algunos editores independientes intentan mantener. Y claro, así no haría falta dopaje.

Ana Lorenzo (Rivas Vaciamadrid, España)

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Nórdica: compromiso con la calidad

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Llegó a la redacción de esta bitácora la noticia de la creación de una nueva editorial, Nórdica, especializada, como su nombre ya indica, en la edición de autores de los países nórdicos.

Su cuidada página principal, de una sencillez y elegancia exquisitas, ya anuncia un gusto por el buen hacer que su carta de presentación se encarga de confirmar:

Nórdica Libros quiere ser la editorial de referencia en España de las diferentes literaturas de los países nórdicos. En su catálogo irán apareciendo autores clásicos y autores menos conocidos, escogidos por su calidad literaria. Intentaremos editar las obras fundamentales de estos países, algunas editadas antes en España pero que por criterios comerciales han ido desapareciendo de los catálogos actuales. Somos conscientes de la aportación fundamental de los autores nórdicos a la literatura universal y por ello intentaremos, en la medida de nuestras posibilidades, elegir los títulos guiándonos por criterios de excelencia literaria más que por su rentabilidad en términos económicos.

Las obras serán editadas con el mayor cuidado. Creemos que la aportación de las nuevas tecnologías no supone, obligatoriamente, la pérdida de los oficios que hacen que el libro sea el mayor elemento de transmisión cultural tanto por su contenido como por su presencia. Cuidaremos la elección de los textos y las traducciones pero también su rigurosa corrección, la selección de los papeles y tipografías más adecuadas (por su legibilidad y belleza), así como de las mejores encuadernaciones que aseguren la conservación del libro.

En Addenda et Corrigenda siempre hemos pensado que la calidad literaria no puede disociarse de la calidad formal y lingüística y del compromiso del editor con su papel de difusor de cultura, y que ningún editor que pretenda la una puede soslayar lo demás. En Nórdica parecen entenderlo también así.

Esperemos que su declaración de principios se refleje en sus obras y se conviertan no sólo en la editorial de referencia en literaturas nórdicas que quieren ser, sino en una editorial de referencia, sencillamente.

La corrección y la edición: una senda desconocida hacia el lector

Hace algunos días tuve la oportunidad de hojear un nuevo libro de arqueología. A simple vista, y sin ir más lejos, encontré algunos «horrores» que no habrían pasado desapercibidos para cualquier corrector: errores ortográficos, ortotipográficos, líneas sin justificar, entre otras. Le digo a uno de los involucrados en las ediciones de estos libros: «Oye, consigan al menos un corrector de pruebas» y, evidentemente, recibí como respuesta una mirada de esas que matan y la frase: «No hay dinero para eso».

«Eso»… La palabrita me quedó dando vueltas en la cabeza desde entonces. ¿«Eso» no es parte imprescindible de cualquier proceso de producción de libros? En mi país, resulta muy caro producir libros según los caminos tradicionales; por eso, algunas personas han optado por la producción informal, entendiéndose esta por «me convierto en editor, diagramador (maquetador), corrector, compaginador, distribuidor y vendedor de mis libros». ¿Y el control de calidad de la producción? Tener educación universitaria y leer libros no es sinónimo de saber hacerlos. Ya es bastante tedioso leer largas descripciones sobre arquitectura, tipos de cerámica, componentes de basurales, etc. como para tener que sobrellevar otros elementos que restan méritos a los trabajos que se publican y dificultan su lectura.

Tal vez esto se deba a que la profesión de corrector no existe en el Perú… y, por tanto, se desconoce su papel en la producción de libros en círculos más amplios que los medios editoriales.

Mi primera reacción fue indignarme, la segunda fue el asombro y la tercera es… ¿cómo revertir esto?

Glenda Escajadillo (Lima, Perú)

«Manda huevos»: malsonancias, lenguas y culturas en contacto, y publicidad

20060330125842-turbo-cojones.jpgConocidos son ya los casos de adaptación de otros nombres de modelos automovilísticos que sonaban de fábula en otros lares, pero que ningún hispanohablante habría tenido narices de conducir (¿quién no recuerda el Nissan Moco, el Mazda Laputa o el Mitsubishi Pajero?). Pero lo de tener que retirar un eslogan publicitario por la desnaturalización de un préstamo lingüístico entre lenguas en contacto (inglés y español) es algo nuevo...

Las quejas obligan a Volkswagen a retirar un anuncio destinado a los hispanos de EE. UU.

LA VANGUARDIA - 22/03/2006
Agencias. MIAMI

Volkswagen se ha visto obligada a retirar en Estados Unidos un anuncio publicitario de su nuevo Golf GTI tras recibir quejas de la comunidad hispana por el eslogan escogido en español: "Turbo-Cojones". El anuncio, que podía verse en vallas publicitarias de Nueva York, Los Ángeles y Miami, mostraba una foto del nuevo Golf, acompañada del lema "Turbo-Cojones", en un intento de sublimar la virilidad de los conductores hispanos.

Cojones se ha convertido en un término usado por los anglohablantes de Estados Unidos con la connotación de valiente o visceral, pero para los que tienen el español como lengua materna sigue siendo una palabra malsonante. El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define el término en sus páginas como malsonante en su primera acepción

cojón. (Del lat. colĕo). 1. m. malson. testículo. cojones. 1. interj. U. para expresar diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o enfado.


Por eso, cuando en uno de los barrios hispano del país, la Pequeña Habana de Miami, aparecieron en las vallas publicitarias carteles con el lema de marras, la empresa automovilística alemana empezó a recibir llamadas y cartas de protesta.