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Precio único para los libros mexicanos


Por estos días dos sucesos han marcado cambios en el panorama del libro en México. Uno es la inauguración, el 25 de abril, de la librería Rosario Castellanos en los predios donde estuvo un legendario cine de la ciudad de México, el cine Lido. Además de sus grandísimas dimensiones, tiene los anexos habituales de toda librería de buen tamaño: sala de cine y de usos múltiples, sala infantil y juvenil, sección de venta de discos y películas, sección de exposiciones temporales y la infaltable cafetería. El conjunto pertenece al Fondo de Cultura Económica. No voy a detenerme aquí ahora, porque si como colaborador del FCE he sufrido durante varios años los inconvenientes que trajo la construcción de un proyecto tan caro, como lector aún no he visitado el sitio, y es fácil adivinar que quien se asome se sentirá maravillado. En cambio, haré un comentario sobre una nueva ley.

El 26 de abril, la Cámara de Diputados de México aprobó una Ley de Fomento de la Lectura y el Libro. Del conjunto de la ley, lo que causó una polémica sorda y constante durante varios meses fue la institución del sistema de precio único.

En general, los opositores a la nueva norma se quejan de que el precio único va a acabar con los descuentos que ofrecen las grandes librerías y las ferias y que se sustrae al libro de la economía real de la oferta y la demanda. No estoy de acuerdo. Me parece que el verdadero problema está en que los legisladores no consideraron un problema lateral: el mal sistema de distribución que tenemos. En particular, dos aspectos de este sistema estorban las bondades del precio único. El primero es que la red nacional está centralizada al grado de ser obsoleta. Una pequeña librería de alguna ciudad que esté a más de dos o tres horas de la ciudad de México (digamos, Xalapa al este o Morelia al oeste) paga más por recibir sus libros y, sin embargo, tendrá que venderlos al mismo precio. Como se ve, el precio único debería ser una ventaja para el lector de esas ciudades, pues ya no tendría que cubrir el costo del transporte; pero si los costos ahorcan a la pequeña librería, al final nuestro lector hipotético pagará carísimo su libro.

El segundo obstáculo de la distribución es que las editoriales acostumbran fijar un límite mínimo a los pedidos de las librerías, lo que nuevamente lastima a las librerías pequeñas.

La mayoría de los libreros están de acuerdo con la ley, porque termina definitivamente con la guerra de precios que beneficiaba a ciertos títulos y a las grandes cadenas. Sin embargo, para muchas librerías pequeñas la desaparición de un problema les traerá otro. ¿Cómo se resuelve? Hay dos medidas inmediatas. Una, que las propias librerías tracen canales de distribución comunes que por lo menos les den más fuerza a la hora de hacer pedidos a las editoriales. La otra es un programa oficial de beneficios fiscales. La ley exige que se establezca una comisión de fomento a la lectura. Si esta comisión se deja de iniciativas cosméticas y ocasionales, acaso vea que facilitarles la gestión de su empresa a las librerías pequeñas es una forma práctica y sensata de que sobrevivan.

Tendremos, pues, un sistema más ordenado y racional. Es también un buen momento para abordar los problemas más imperiosos y resolverlos.

 

Javier Dávila, ciudad de México

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Locura por la lectura: propuestas imaginativas para que los niños lean

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Cuando hablamos de programas para fomentar la lectura, muchas veces olvidamos esa «brecha» que todo el mundo recuerda cuando nos referimos al mundo digital, pero en la que no caemos cuando atañe al mundo alfabetizado, más en concreto al mundo del acceso material, físico, al libro.

En «Yo sí puedo», una experta pedagoga cubana, Leonela Reyes, ha creado un método para enseñar a leer y a escribir, fácilmente adaptable a diferentes lenguas y culturas: se propone con él alfabetizar a los analfabetos, comenzando por las mujeres, porque, dice, «una madre que sabe leer y escribir no permite que los hijos sean analfabetos y sembrará en su hogar el interés por la lectura, por entender el mundo a través de los libros».

Leía yo hace poco en el suplemento dominical de El País, en el consabido artículo de Javier Marías, titulado esta semana «Los defensores contraproducentes», que sería buena idea presentar la lectura «[...] como algo envidiable que no está al alcance de cualquiera (sí económica, pero no intelectualmente), y hasta atreverse a compadecer a quienes no lo frecuentan, pobres y disminuidos diablos. Nada atrae tanto como lo que se muestra indiferente y aun desdeñoso, se hace de rogar, se pone difícil. No sé, tal vez esto tampoco sirva, pero, vistos los efectos de la actitud contraria, de la pedigüeña, tristona, resentida y sórdida, es al menos una idea. Aunque sea antigua». Pues señores, sólo tengo un pero; bueno, dos. Que no se aplique a los niños, como no se les aplican las multas ni la responsabilidad de ponerse ellos solitos el cinturón de seguridad —y menos aún si los adultos de su familia no usan el cinturón ni han abierto nunca un libro— y que tampoco se lleve a cabo esta campaña en los lugares en que el analfabetismo o los recursos económicos la conviertan en inútil, aparte de grosera. Por lo demás, si es en zonas ricas, con bibliotecas suficientes, dedicada a los adultos, ¿qué riesgo corremos con probar? Llevamos años probando lo contrario y sí, hay que reconocer que muchas veces, resultados y estudios en mano, dan ganas de tirar la toalla.

Gracias al cielo, hay gente con más moral que el Alcoyano: vean este curioso reto de la alcaldesa de Santa Catarina, México, a los niños de su municipio. «Un total de 238 203 libros leyeron los niños de Santa Catarina que participaron en el reto de lectura “Descubre la Magia”, por lo que este jueves, la alcaldesa, Irma Adriana Garza Villarreal, bajará en rapel de un helicóptero en movimiento.» Menuda locura, ¿no? Pues es el tercer año que lanza el reto a los niños escolarizados para incentivar la lectura y parece que los niños responden año tras año, e incluso van siendo cada vez más los colegios que se apuntan al desafío y los libros leídos por niño. No, no conozco las anteriores pruebas a las que retaron los niños a su alcaldesa, pero espero que se mantenga en forma si sigue con este loco y eficaz programa de fomento de la lectura.

¿Otros programas u otras iniciativas? Abuelas cuentacuentos, en Resistencia, Chaco, y en Posadas. La idea fue de Giardinelli; viajó a Alemania y allí vio que las abuelas iban a los hospitales a leer a los moribundos. «Si la lectura ayudaba a bien morir, ¿por qué no a bien vivir?» Las abuelas están encantadas y las bibliotecas también: después del paso de las abuelas cuentacuentos, los chicos acuden en masa a sus salas.

En las bibliotecas públicas de Roselle o de Monroeville (ambas en Estados Unidos) han decidido montar unos sitios web atractivos con clubes de lectura, para animar a sus usuarios. En la primera, además de recomendaciones y recursos, páginas sobre los autores, el horario de la biblioteca, etcétera, podemos entrar a comentar nuestro libro favorito, a discutir el libro propuesto para ese mes o a proponer nosotros uno. En la segunda nos conformaremos con el club de libros, pero a nuestro comentario y recomendación podrán contestarnos otros usuarios y nosotros podremos hacer lo mismo. ¿Qué leen los adolescentes americanos? Por supuesto no faltan los de Harry Potter, de J. K. Rowling, ni un montón de libros de misterio de Anthony Horowitz, pero también están títulos como The Catcher in The Rye (El guardián entre el centeno), de J. D. Sallinger, o Treasure Island (La isla del tesoro), de Robert Louis Stevenson.

En mi barrio, en mi municipio, mi hija pequeña acude a un programa elaborado por dos personas con paciencia e ilusión infinitas (César y Fernando) en el que participan los niños desde tercero a sexto de primaria. Se llama Las cinco esquinas y se emite los sábados de 11 a 13 horas, y allí aprenden los entresijos de este medio; tiene diversas secciones, en las que cada niño colabora con otros, y una de ellas es «Un león en mi sillón», donde cada cual recomienda un libro, incluso una vez uno de los locutores mayores nos recomendó el de El curioso incidente del perro a medianoche, de Mark Haddon. Mi hija me explicó las reglas de recomendación de libros y el nombre del programa: «Tiene que ser un libro que te hayas leído, tienes que decir el título y el autor, y si tiene dibujos, dices también quién los ha pintado; y no vale decir cómo acaba». En cuanto al nombre, simple y llanamente: león, el animal que más tiene de lector; y el sillón porque ¿dónde va uno a leer mejor?

Y recuerden: nunca es tarde y uno puede empezar cualquier cosa a los setenta, pero cuando mejor y más se lee es en la adolescencia. No esperen a nada, comiencen desde ya a leer a sus hijos, nietos, sobrinos... y sigan hasta que ellos mismos los echen y les pidan silencio para leer en voz baja. Si lo echan de menos, búsquense otro niño, pero siempre pueden sentarse a su lado y compartir esa lectura íntima que hizo posible el libro de bolsillo.

Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid (Madrid), España.


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Norma, libros de estilo, cultura escrita y monopolios lingüísticos

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Hablábamos hace poco de la visible laxitud y dosificada lentitud con la que la RAE y academias asociadas asumen su cometido de autoridad reguladora del idioma, teóricamente centrado tanto en estudiar, encauzar y depurar los usos del registro escrito de nivel culto de la lengua, como en establecer criterios claros de corrección lingüística y un modelo de lengua internacional (una norma culta hispánica común), que asegure la unidad idiomática, la comunicación entre todos los hispanohablantes y el desarrollo de negocios fundamentados en la lengua española. (Dejamos para otra ocasión comentar la falta de una labor divulgativa de lo que es la norma académica y de un enfoque didáctico de las propias reglas de uso de la lengua española, que exigiría textos específicos y comprensibles no sólo para estudiantes, sino para cualquier hablante de a pie, sin o de precaria formación o, sencillamente, no especialista en lenguaje.)

Probablemente sea esta una tarea demasiado vasta para una sola institución (entendiendo el conjunto de las academias como un solo cuerpo) y se requieran sinergias diversas y complejas, que permitan aunar esfuerzos coordinados con otras entidades académicas (universitarias) y estudiosos del lenguaje, pero tampoco parece que haya intención de promover políticas decididas y sobre todo ágiles y eficaces en este sentido.

Tradicionalmente, en las épocas en que los trabajos académicos se han revelado insuficientes para cubrir las necesidades de los hablantes, han sido los productores de textos los que han tomado en su mano la tarea de normativización, creando códigos de escritura que guiaran a quienes trabajaban con el lenguaje, especializado o no. Al margen de las academias, en el mundo de la imprenta nació y se estableció, por ejemplo, la norma ortotipográfica española, heredera de la francesa. Y para llenar el vacío normativo se crearon también los libros de estilo periodísticos y editoriales españoles, los manuales de ortografía y ortotipografía, y los diccionarios de dudas y errores, que han inspirado (y mucho) el Diccionario panhispánico de dudas (DPD) académico. De hecho, la propia proliferación de este tipo de obras de referencia adaptadas a cada tipo de texto (oral o escrito, general o específico...) es indicadora de una labor normativizadora y normalizadora, ambivalente, insuficiente o incluso deficiente, mal establecida y mal divulgada por los organismos generadores de normas (RAE, ISO...).

Precisamente, con la aparición del Panhispánico, la RAE parece haberse propuesto poner freno a esta «competencia lingüística privada» de los productores de texto, publicando lo que, por una parte, es una compilación de dudas de amplio alcance geográfico y de soluciones «no coercitivas» —más que dictarse normas y desecharse firmemente usos, se desaconsejan o recomiendan opciones e incluso se ofrecen soluciones «a la carta» para un mismo problema de grafía, lo que permite en muchos casos amplios márgenes de maniobra (o de nueva duda) al profesional del lenguaje y ataja las discrepancias, porque si uno no está de acuerdo con la primera opción, puede estarlo con la segunda—; y, por otra, una obra de referencia que sirva de modelo común a todos los hispanohablantes pero sobre todo a todos los medios productores de textos en español. Como decía el coordinador general de la Fundéu, Alberto Gómez Font, en el Congreso Internacional de la Lengua Española de Rosario, «[...] en Zacatecas, con el patrocinio del Instituto Cervantes y con José Moreno de Alba y Humberto López como padrinos, Álex Grijelmo y yo presentamos un proyecto, luego conocido como “Proyecto Zacatecas”, en el que proponíamos la redacción de un libro de estilo común para todos los medios de comunicación hispanohablantes. Aquel proyecto se transformó dos años después en el embrión de una gran obra que ayer se presentó oficialmente aquí, en Rosario: el Diccionario panhispánico de dudas». En el caso de algunos medios de comunicación, parece que el DPD se está asumiendo en este sentido: como una referencia común para todos los medios; por de pronto, El País y El Periódico de Catalunya incluirán a partir de ahora en sus libros de estilo las sugerencias de las academias, y la Academia está llegado a acuerdos con otros medios para «librar juntos la batalla por la unidad de la lengua». Incluso la Fundéu, organismo dedicado a «colaborar con el buen uso del idioma, especialmente en los medios de comunicación», que preside el director de la RAE, ha incorporado las recomendaciones del Panhispánico a la última edición del Manual de español urgente y suponemos que esos criterios debe de aplicar en el cumplimiento de sus convenios de examen del lenguaje periodístico de diversos medios de comunicación, de formación de lingüistas especializados en el uso del lenguaje periodístico, y de asesoría de los profesionales de la publicidad, y en la corrección de textos necesaria para obtener el sello de calidad lingüística de pago que otorga.

En estas fechas, justamente, está celebrándose en San Millán de la Cogolla (La Rioja, España) un seminario organizado por la Fundéu y la Fundación San Millán, que reúne a profesionales y periodistas de España y América, dedicado a analizar el uso del español en los medios de comunicación de Estados Unidos. Otro de los objetivos de ese seminario es «la preparación de la segunda edición del Manual de Estilo de la National Association of Hispanic Jounarlists/Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ/ANPH), una guía del buen uso del español para los medios de comunicación de los Estados Unidos y que pretende ser el embrión de un futuro libro de estilo común para todos los medios que en el mundo publican o emiten en nuestro idioma. En este punto del seminario tendrá un papel relevante la Asociación de Academias de la Lengua Española, que estará representada por Humberto López Morales, su secretario general». Es de suponer, pues, que esa segunda edición del manual de la NAHJ (de cuya primera edición es coautor Alberto Gómez Font, autor también del Manual de español urgente) también recogerá las directrices académicas. Si cuaja, además, la idea de la presidenta de esta asociación estadounidense de periodistas hispanos, Verónica Villafañe, de crear un certificado de calidad en el uso del español para los profesionales estadounidenses, un certificado que «vendría avalado por el Instituto Cervantes o la Fundación del Español Urgente y tendría que renovarse cada cierto tiempo, aunque no de manera obligatoria», también los actuales criterios académicos que aplica la Fundéu alcanzarían a los periodistas de Estados Unidos. Habrá que ver si la consecución de este documento, que «certificaría el buen uso del idioma por parte del periodista, además de que le aportaría un plus de calidad al medio de comunicación que lo contratase», equivaldrá a constreñir la libertad estilística del periodista al margen que le permitan los criterios lingüísticos que fundamentan esa certificación; o, por decirlo más claramente, si obligará a usar en exclusiva los criterios de la RAE, plasmados por la Fundéu y la NAHJ en sus libros de estilo y sus avales, sin margen posible de crítica o disensión.

Sea como sea, lo cierto es que va a apostarse fuerte por la promoción del modelo académico de español en Estados Unidos a través de los medios, ya que, en palabras del presidente del BBVA (entidad fundadora, junto con la Agencia Efe, de la Fundéu), Francisco González, «Reforzar el español en los EE. UU. es clave para la economía del siglo xxi. [...] Y para el éxito de esos esfuerzos, el papel de los medios es esencial, como canales para mostrar los logros de la cultura y la sociedad de habla española, como auxiliares eficaces para la educación en español y para el progreso y la mejora de la comunidad hispana de los Estados Unidos. Y, también, para fijar y difundir una norma de español». Estas mismas palabras suscribe el director de la RAE, Víctor García de la Concha, al declarar que «es difícil encontrar en los Estados Unidos aliados mejores para llegar a la gran masa de hispanohablantes, que los medios de comunicación».

(Nuevamente, dejamos para otra ocasión, o para expertos hispanoamericanos independientes, la valoración del grado de hispanidad —las connotaciones históricas del término panhispanismo recomiendan desechar la palabra panhispánico— del Diccionario panhispánico de dudas, que ya se ha planteado en algunos foros —por ejemplo, el seseo se acepta en la pronunciación pero, aun siendo abrumadoramente mayoritario, no ha trascendido a la norma escrita—. Y planteamos simplemente nuestra duda sobre la eficacia real del DPD para asentar un modelo de lengua unitaria —si es que siquiera lo definea través de los medios. Una duda que se fundamenta, entre otras razones, en el hecho de que la producción y consumo de textos diversos en la Red —e incluso de obras de consulta lingüística gratuitas— y los puentes de comunicación entre los hispanohablantes —especialmente entre las clases cultas— que Internet propicia escapan de esta vía de difusión mediática y pueden contribuir a conformar un modelo distinto.)

Por lo que se refiere a las editoriales de libros (españolas al menos), pese a esta expansión del Panhispánico en las editoriales mediáticas, la acogida de esta obra —como de la Ortografía de la lengua española de 1999 y de las últimas ediciones del Diccionario de la RAE— ha sido muy tibia. A pesar de que el DPD ha «tomado prestado» (sin permiso de sus autores ni reconocimiento de sus fuentes en una bibliografía) mucho material de otras obras de consulta anteriores, que, en cierto modo, condensa y amplía, y de que ahora por fin puede accederse al DPD en línea y gratuitamente, las soluciones que aporta se presentan insuficientes y contradictorias para muchos profesionales de España y América. Correctores, traductores y otros profesionales continúan consultando las obras de referencia y los recursos terminológicos no académicos que, antes del DPD, les garantizaban soluciones, y siguen haciendo prevalecer los criterios de otras autoridades sobre los académicos; en el campo de la ortografía, la ortotipografía y el estilo, sin duda, los de Martínez de Sousa, por desgracia insuficientemente conocido en Hispanoamérica y aún marginado de la Academia.

En el campo de la edición de libros tampoco se avista ningún acuerdo entre Academia y productores comparable con el que se ha establecido con los medios de comunicación, y probablemente ni siquiera se llegue a plantear; por diversas razones: 1) las propias editoriales son tradicionales productoras de buenas (y a menudo superiores a las académicas) obras de referencia en materia de lenguaje, y muchas viven justamente de eso; 2) los libros, por su volumen de consumo, no tienen el reconocido papel difusor de un modelo de lenguaje que tienen hoy los medios a través de sus libros de estilo, y no son, pues, una buena plataforma de expansión de la norma académica; 3) salvo en el caso de los libros de enseñanza de español —y sólo si finalmente se acuerda elaborarlos según un modelo unitario de lengua—, el español que se emplea en los libros, por su variedad temática y estilística, por sus muy diversos usos y por los muy distintos perfiles de lector, ha de ser forzosamente diverso y polimorfo, y por esta razón la cobertura normativa académica resulta insuficiente; 4) los ejecutores de normas, esto es, editores de textos y correctores —pese a contar cada día con una formación tipográfica, lingüística y profesional más pobre—, tienen una larga tradición de independencia de los dictados académicos y de autorregulación, entre otras razones porque han de someter a diario las normas a una variedad de casos tan amplia y de tan compleja solución, que sólo las que se basen en criterios consistentes y polivalentes pueden salir airosas.

(He de confesar que esta perspectiva, personalmente, me consuela. Si ya me es difícil tener que aplicar ciertos criterios caprichosos de editores «creativos» en mi trabajo de traducción, edición o corrección de libros, verme obligada a seguir según qué dictados académicos podría acabar por completo con mi moral.)

Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España)

 

 

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¿Qué fuentes usaron Elena Hernández y su equipo para redactar el Panhispánico?

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¿Es el Diccionario panhispánico de dudas (DPD) una obra exclusivamente creada a partir del conocimiento filológico de sus redactores, aplicado a las dudas que enviaban los hispanohablantes de todo el mundo al Departamento de Español al Día de la RAE, o bebe ampliamente de fuentes bien identificables?

 Por de pronto, en los minutos 04:06 al 04:16 del vídeo promocional del DPD se descubren sobre la mesa de Elena Hernández (coordinadora y redactora jefe de la obra) la Ortografía de Martínez de Sousa publicada por Paraninfo y el Diccionario del español actual de Manuel Seco, publicado por Aguilar.

¿Por qué esas obras, realizadas independientemente, con esfuerzos meritorios, producidas por empresas privadas y —por su calidad— más prestigiosas y de uso mucho más extendido que las académicas, no quedan recogidas (y reconocidas) como fuentes del Panhispánico en una bibliografía, como corresponde a un trabajo intelectual honesto?

A la hora de manejar fuentes ajenas en la confección de sus obras ¿gozan la RAE y las academias de la lengua asociadas de alguna prerrogativa especial que les permite acogerse a los límites del derecho de autor cuya finalidad es facilitar el acceso a la cultura y a la educación? Y si la tuvieran ¿es lícito que disfruten de ella mientras explotan comercialmente sus obras?

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Sombras del «panhispanismo»

Por qué las connotaciones históricas del término panhispanismo despiertan suspicacias sobre la nueva política panhispánica de las academias de la lengua y desaconsejan el empleo de palabras afines.

1. Sobre el significado histórico de panhispanismo y su filiación ideológica:

Fernando Ortiz: «El panhispanismo», en: La Reconquista de América. Reflexiones sobre el panhispanismo, París: Librería de Paul Ollendorf, p. 5. (Citado en Mely del Rosario González Aróstegui: «Fernando Ortiz y la polémica del panhispanismo y el panamericanismo en los albores del siglo XX en Cuba», Revista de Hispanismo Filosófico, vol. 8):

El panhispanismo [...] significa la unión de todos los países de habla cervantina no sólo para lograr una íntima compenetración intelectual, sino para, también, conseguir una fuerte alianza económica, una especie de zollverein (asociación), con toda la trascendencia política que ese estado de cosas produciría para los países unidos y en especial para España, que realizaría así su misión tutelar sobre los pueblos americanos de ella nacidos.

Antonio Teodoro Reguera Rodríguez: «Fascismo y geopolítica en España», Cuadernos Críticos de Geografía Humana, año xvi, núm. 94, julio de 1991:

Si [a principios de los años cuarenta del siglo xx] España había tenido un pasado imperial que la elevó a la categoría de “gran entidad geopolítica del Universo”, si conservaba revalorizada una situación geofísica óptima, si estaba implantando un nuevo régimen que imponía la uniformidad del sistema político sobre todos los pueblos peninsulares —incluido Portugal por similitud de regímenes— y era filial de otros que estaban adueñándose de Europa, y si el crecimiento demográfico era un reflejo de la potencialidad biológica del pueblo y del estado, entonces cabía pensar en una nueva versión de una Hispanidad floreciente llamada a cumplir misiones históricas, tal y como se había señalado con insistencia desde la Falange. Estos son precisamente los argumentos que recoge J. Vicens Vives en su tesis del panhispanismo, concluyendo así su obra España. Geopolítica del Estado y del Imperio.

Con el mismo carácter de síntesis que en esta obra, fueron reproducidas las claves de este movimiento panhispanista en la revista italiana Geopolitica, con el título de “Panispanismo”. En una breve presentación que hace la revista se valora esta obra de J. Vicens Vives como “síntesis del pensamiento geopolítico de los geógrafos de la nueva España” (Vicens Vives, 1940b,p. 295). Como tal movimiento de unificación, el panhispanismo apela a la idea de Imperio para extender los valores de la Hispanidad y con ellos la presencia de España en su mundo. Ahora bien, ¿de qué idea imperial se trata? Aquí es donde salen a flote las aspiraciones y las limitaciones, porque J. Vicens Vives habla de Imperio en el sentido clásico y mediterráneo; es decir, el Imperio puede o no ser territorial, ya que se define por el “predominio del espíritu y no de la economía, y en el que la unidad se logra a través de afinidades morales y no por la opresión material”. Los elementos geopolíticos que impulsarían este movimiento de unificación serían, en palabras de J. Vicens Vives, el idioma y la raza, teniendo así el panhispanismo “sólidos puntos de arranque en la Biología y en la Historia”. En términos geográficos, el movimiento de unificación panhispanista debería proyectarse preferentemente hacia América del Sur, “tierras y paisajes de epopeya donde la Hispanidad ha de cumplir de nuevo una misión histórica”. El criollismo y el panhispanismo —sigue señalando J. Vicens Vives en el último capítulo de su obra— habrían de ser los factores de la nueva estructuración del equilibrio americano, reconstruido sobre la base de que el Centro y el Sur de América se emanciparan del “imperialismo del dotar”, protegido por la Secretaría de Estado de los Estados Unidos al garantizar los intereses de las grandes empresas norteamericanas en toda la zona. [...] En la apoteosis final del panhispanismo sentencia J. Vicens Vives—, España no ha de limitarse a ser la cabeza de puente de América y África en Europa, sino que “ha recabar para sí sola, exclusivamente, el honor y la gloria de estructurar la Hispanidad en el Universo” (Vicens Vives, 1940, p. 211). Desde el momento que el panhispanismo no incluye en sus actitudes las reivindicaciones territoriales como cuestión esencial, marca unas diferencias apreciables con otro de los movimientos más conocidos de la misma familia, el pangermanismo. Sin embargo, algo hay que los une en una relación que podría ser de hermandad o de filiación: los principios. Si el idioma y la raza eran las energías geopolíticas que impulsaban el movimiento de unificación panhispanista, según J. Vicens Vives, el objetivo del pangermanismo de agitar el sentimiento nacional alemán se apoyaba en los parentescos raciales y culturales de todos los germanos. Y aun —lo comprobaremos mas adelante— las vinculaciones entre ambos serán más estrechas cuando, para “purificar” las Hispanidad, se hagan algunas propuestas xenófobas.

2. Sobre los peligros del actual panhispanismo académico:

Victoriano Colodrón Denis: «La lengua española veranea en Santander. (Crónica de dos cursos en el Palacio de la Magdalena)», Cuaderno de Lengua: crónicas personales del idioma español, núm. 40, 25 de julio de 2005, Majadahonda (Madrid):

En los últimos años del siglo —explicó el experto en enseñanza del español [Francisco Moreno], ahora en la Universidad de Alcalá— ha irrumpido con fuerza la visión panhispánica del idioma, fundada en tres realidades: la lengua española se siente “como una” en todo el mundo hispánico; no existen graves rechazos por los hablantes de las variedades del español distintas de la propia; y hay una tendencia clara a la homogeneización gracias a los medios de comunicación social. Este panhispanismo es el que inspira la nueva política lingüística de las academias de la lengua, que tuvo su primer fruto en la Ortografía de 1999, continuó con la edición del diccionario de 2001 y pronto mostrará nuevos resultados, como el esperado Diccionario panhispánico de dudas. Francisco Moreno concluyó su charla alertando de los riesgos del panhispanismo: en primer lugar, el empobrecimiento de la lengua, por la posible tendencia a una excesiva uniformización en desmedro de la diversidad; y en segundo lugar, las tentaciones “neoimperialistas” que pueden acompañar a este nuevo modelo de política lingüística (o la sola percepción en algunos países de su existencia, aunque sea una percepción equivocada, es decir, la preferencia de una “unanimidad mal entendida” en lugar de unas “mayorías consensuadas”).

Jaime Otero: «Los argumentos económicos de la lengua española», ARI, núm. 42/2005, 31/3/2005, Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos:

Seguramente es España, entre los países hispanohablantes, el que está en mejores condiciones de obtener provecho económico de la difusión del español, por su capacidad productiva, por el desarrollo de sus industrias culturales, por su posición geográfica intermediaria entre continentes y por un cierto prestigio cultural que conserva entre las naciones de habla hispana. De un modo quizá parecido al de Irlanda, el mayor crecimiento relativo de España en Europa podría relacionarse no sólo con las ayudas comunitarias o los beneficios de una política monetaria favorable, sino también con la pertenencia a una gran área lingüística y cultural que ha favorecido el progreso de algunas de las industrias más dinámicas de la economía dentro del sector de los servicios.

De hecho, los esfuerzos oficiales que se han invertido tanto en la cohesión interna de la lengua como en su promoción internacional —Asociación de Academias, Instituto Cervantes, Congresos de la Lengua— han tenido un marcado protagonismo español, que no se ha producido sin recelos por parte de otros países hispanohablantes. No deja de ser cierto que para los sucesivos gobiernos españoles, la defensa del idioma no ha sido sólo una apuesta comercial, o no principalmente, sino que es sobre todo una cuestión de interés nacional, una causa “que dista de ser estética, y llega a ser decididamente política”, como argumentaba Fernando Lázaro Carreter en la apertura del Congreso de Sevilla.

Si de la comunidad lingüística y de la difusión internacional del español puede España sacar partido político y ganar influencia en el mundo, es asunto de otro debate. En cualquier caso, es claro que, político o económico, el español no es asunto exclusivo de España, donde vive apenas uno de cada diez hispanohablantes, y ni siquiera de los países donde es la lengua oficial o mayoritaria. El mundo de la empresa es libre y en torno a la industria del español se han creado intereses en todos aquellos países donde su enseñanza ha alcanzado cierta difusión. Son pocas las multinacionales de la edición, de la comunicación o de la producción de contenidos culturales que no hayan entrado de un modo u otro en el mercado hispano. Así lo han comprendido autoridades y empresarios españoles, y la misma conciencia ha empezado a extenderse por los principales países hispanohablantes, o al menos esa parece ser la intención de los itinerantes Congresos de la Lengua. [...]

El lema del Congreso de Rosario ha sido identidad lingüística y globalización. El presidente de la Academia Argentina de Letras declaró que los debates del congreso buscarían la integración de dos objetivos: la adaptación de la lengua a los cambios globales sin perder su unidad comunicativa, y el respeto a sus “sustratos aborígenes” y a las distintas expresiones literarias. Una palabra clave en Rosario fue plural. Los hispanohablantes desean verse como una comunidad lingüística en la que caben una amplia variedad de lenguas y culturas. Como dijo el profesor Julio Ortega, de la Universidad de Brown, el español es lo que el quechua y el catalán, el nahuatl y el gallego tienen en común. [...] Trece años después del Congreso cero, en Sevilla, el español sigue teniendo buenas perspectivas, pero también presenta algunas sombras. Los países hispanohablantes tienen en conjunto un índice de desarrollo humano (renta, esperanza de vida y nivel educativo) medio alto, pero aún padecen graves desigualdades sociales y obstáculos institucionales al desarrollo. En muchos países hispanohablantes crece la conciencia del peso internacional de la lengua, y con ella también los esfuerzos por hacer compatibles el aumento de los niveles educativos y de integración social con el respeto a las culturas minoritarias.

 

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«Norma, libros de estilo, cultura escrita y monopolios lingüísticos»

«Diversidad lingüística hispanoamericana, español como recurso económico y políticas lingüísticas institucionales» )

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Tejiendo redes de cultura: las modernas bibliotecas

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Las bibliotecas ya no son ese lugar al que se iba a «sacar libros»… Integradas en centros culturales, se han convertido en el punto que aglutina a personas de diferentes edades e intereses, con el nexo de unión de la lectura.

Algunos avances que he observado como usuaria de las bibliotecas:

  1. Mayor riqueza en recursos para los usuarios: ahora ya no sólo se pueden pedir libros en préstamo, sino también música, DVD y CD-ROM.
  2. Mayor número de salas integradas: hay sala de lectura de revistas, sala para medios informáticos (con conexión gratuita a Internet), sala de estudio y sala infantil, que yo haya utilizado.
  3. Variedad de actividades: la biblioteca, en su función de impulsora de la cultura, ahora ya prepara ciclos de cine relacionados con libros, utiliza diferentes celebraciones para ciclos temáticos de lectura.
  4. Impulso para la lectura: además de una sala infantil adecuada para niños, banco para lectura, posibilidad de sentarse en el suelo, entorno visual de gran riqueza y estímulos (el último, un mapa rompecabezas de África, por el libro del mes)... La iniciativa del libro del mes consiste en una exposición con texto e imágenes de un libro infantil especialmente atractivo por su temática, tipografía, ilustraciones, etc.
  5. Aglutinación de personas interesadas: organizan, por ejemplo, «clubes de lectura» que se reúnen periódicamente, para obtener información sobre autores, comentar lecturas, etc. etc.
  6. Apertura a las posibilidades: las sugerencias son bienvenidas Sonriente. La bibliotecaria ya no es esa señora que te dice que el libro que buscas no está, sino que «el libro que buscas no está... disponible, pero que vamos a buscarlo».
  7. Zonas de intercambio: apenas comienzan a aparecer lugares para dejar libros y revistas, en una especie de liberación controlada de libros, para otros usuarios.


Las campañas de fomento a la lectura harían bien en dedicar dinero y esfuerzos a la promoción de las bibliotecas, un punto inicial de acercamiento a la lectura que a veces parece desaprovechado.

Mar Rodríguez (Asturias, España)

Cuando las barbas de tu vecino veas pelar...

Me llega a través de una amiga el siguiente artículo de Ferran Toutain: «La incorrección de la corrección», publicado en la edición catalana de El País, y es para mí una sorpresa. Constato con admiración, y no sin algo de fascinación y cierto espanto, que o en Cataluña no tienen ni idea de cómo andamos en Madrid (iba a decir el mundo castellanohablante, pero ya no me atrevo a hablar de más allá) o en Madrid no sabemos nada de cómo hablan en Cataluña, por mucho que yo tenga allí familia y amigos, y vaya para allá de vez en cuando.

Parece ser que allí hay catalanes que creen que el fenómeno de duplicar inútilmente... todo: alumnas y alumnos, compañeras y compañeros, amigas y amigos... (porque últimamente lo veo siempre antepuesto, el femenino) es marca de la casa o denominación de origen de la cuna del cava. Pues no, no nos envidie usted, señor Toutain, qué más quisiéramos nosotros. Ayer, sin ir más lejos, le contaba yo a una amiga y mamá que ha estado un año fuera algunos cambios; nos reíamos mucho con uno de ellos. «¿De verdad es el Ampa?», me decía, incrédula. «No, peor —decía yo entre risas—, ahora es la Ampa (Asociación de Madres y Padres de Alumnos), con la, en femenino. Adiós al agua, al águila... Todo en forma femenina, no vayamos a discriminar.» «Pero tendrán que duplicar la a final, por aquello de alumnos y alumnas.» «Dirás alumnas y alumnos.» Más risas. Ya hemos apostado en qué va a parar todo esto. Yo, barruntando, digo que gana AMPTUYTAYA (Asociación de Madres y Padres y Tutores y Tutoras de Alumnas y Alumnos); ella, más puesta en cuestiones de leyes, me advierte: «Olvida lo de tutores; progenitores, Ana, ahora se lleva lo de progenitores» y su apuesta es AMPAPROPROAYA (Asociación de Madres y Padres y Progenitores y Progenitoras de Alumnas y Alumnos). Lindos nombres, ¿no? Al menos en vez de sonar a mafia, se prestan a canciones étnicas.

Muchos esperamos una reacción de los poetas, de los homicidas, de los idiotas ante tanta tontería. «Silencio en la sala. Acusado, si sigue así no tendré más remedio que expulsarle por desacato.» «Es que yo no soy presunto homicida, señora jueza, soy homicido.» «Abogada, ¿qué puede decir a favor de su cliente?» «Con todo el respeto, su señoría, mi cliente es un idioto

Es cierto que el Diccionario Panhispánico de Dudas (RAE: Diccionario Panhispánico de Dudas. Madrid: Santillana, 2005, o en línea en www.rae.es), en su entrada «Género» (n.º 2), en el punto 2, «Uso del masculino en referencia a seres de ambos sexos», deja muy claro que «el masculino gramatical no solo se emplea para referirse a los individuos de sexo masculino, sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: “El hombre es el único animal racional”; “El gato es un buen animal de compañía”. [...] Se olvida que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva [...]». Es un consuelo que el DPD deje tan clara su postura ante un uso que se extiende y que realmente va en contra de esa economía lingüística que muchas veces ha hecho evolucionar a la lengua, no solo a la española o castellana; es tranquilizador ver que esta vez no se limita a aconsejarnos, sino que nos deja ver cuál es la norma que hay que seguir. Pero es una lástima que no se mantenga con ese carácter toda la obra.

¿Norma, sí o no? Yo sí la quiero. Primero, porque la hay, no nos hagamos los tontos, o cuántos de ustedes son capaces de no corregir a su hijo si este le escribe, por ejemplo, «mamá, felizidadesen tu cunple ce cunplas muchoss mas». Bueno, estoy de acuerdo en que se nos cae la baba y lo guardamos con las faltas, con el dibujo, que es más bonito que cuando crecen, y hasta con la mancha de mermelada de mientras merendaba a la vez que pegaba las lentejas para poner los ojos, pero coincidirán conmigo en que más pronto o más tarde le diremos que felicidades es con c, que en es una palabra y que se escribe separada, que esa n- la cambie por una m- siempre antes de la -p, etcétera. No dejaremos que escriba ojo con h ni había sin ella, ¿no? Pues con las mismas, no sé por qué íbamos nosotros a poner y quitar normas al buen tuntún. Claro que la lengua evoluciona, y claro que las normas se adaptan, pero despacito, con tranquilidad, y sin empobrecer la lengua quitándole matices a sus sustantivos y expresiones, o añadiéndole trabajos mecánicos, aburridos y malpagados a la pobre.

Y eso de quitar y poner me recuerda algo que comenzó con la Ortografía (RAE: Ortografía de la lengua española. Madrid: Espasa Calpe, 1999) y que continúa con el DPD y a lo que alude el señor Toutain en el artículo que ha dado lugar a este otro: los acentos diacríticos y la reforma que ha habido en la RAE, que según Toutain ha sido ejemplar, pues, según sus palabras, «La Real Academia ha reformado algunas de sus reglas en los últimos tiempos; ha eliminado, por ejemplo, los acentos diacríticos cuando no resultan imprescindibles, y tengo entendido que en las escuelas adoptan rápidamente este tipo de novedades [...]». Pero yo no tengo más remedio que decir que 1) la eliminación de los diacríticos se ha hecho solo cuando no hay riesgo de anfibología en los casos de solo adj./sólo adv. y los demostrativos este, ese, aquel, aquellos, esta, esa, aquella, aquellas adj./éste, ése, aquél, aquéllos, ésta, ésa, aquélla, aquéllas pron. En cambio, en los casos de sí/si, mí/mi, tú/tu, dé/de, sé/se, té/te... y muchos más, no se aplica esta regla nueva. ¿Es que el riesgo de ambigüedad es menor en solo y en los demostrativos? No lo creo. ¿Se ha facilitado algo con esta nueva regla? Pues... ahora hay gente que ya no pone ningún acento diacrítico, con lo que yo me he encontrado con cosas como: «si, estoy de acuerdo, si vamos a ir por la tarde si deberíamos llevar esa y sí...». También me he encontrado con textos en que el escritor no ha debido de saber qué hacer y ha decidido acentuar uno de cada tres demostrativos que cayera en sus garras, sea o no pronombre y haya o no riesgo de anfibología, así que yo me lío a quitar tildes a *ésta casa y no bendigo a la bendita Real casa por haber causado tanto follón. Pero para embrollo el de los colegios: a ver quién es el guapo que dice ahora a los alumnos que le pongan el acento solo si perciben riesgo de anfibología —antes tendremos que tratar de explicarles que no les estamos hablando de conocimiento del medio, que es como se denomina por estos lares a las ciencias naturales—. Porque ¿y si lo percibe solo un hablante? ¿Y si el hablante que escribe no lo percibe y los que lo leen sí? ¿Y si nadie lo percibe, pero el profesor sí y pone una falta al alumno? ¿Y si nadie, ni el profesor, lo percibe, nadie pone la tilde, llega el cuento a un concurso, gana, se publica, hay ambigüedad, nadie lo entiende, se manda la duda al servicio de consultas de la RAE, esta le pone la tilde...? En definitiva, ¿realmente estos cambios evitan vacilaciones al hablante común, o generan una distinta?

Una norma clara, pues, y las licencias y las rebeliones que a ustedes les dé la gana.

Ana Lorenzo (Rivas Vaciamadrid, Madrid, España)

Ricardo Soca presenta en Montevideo “Nuevas fascinantes historias de las palabras”

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Para los pocos que aún no lo conozcan, Ricardo Soca es un periodista uruguayo, corresponsal de la Agencia France Presse (AFP) en Montevideo, su ciudad natal, donde se radicó en el 2004 después de haber vivido veinticuatro años en Río de Janeiro.

Entre 1988 y 1990 fue corresponsal en Brasil de la agencia de noticias estadounidense United Press International (UPI), y entre 1990 y 1997, del diario madrileño El País. Entre 1997 y 2004 se desempeñó en la corresponsalía carioca de la agencia alemana de noticias (DPA).

En 1996, con la llegada de la internet al Brasil, creó «La página del idioma español», un sitio web sobre nuestra lengua que hoy cuenta con una media de 12 000 visitantes diarios.

Participó en seminarios sobre la lengua española en España y Estados Unidos, así como en el II Congreso de la Lengua Española, celebrado en el 2001 en Valladolid.

En el 2002 inauguró el boletín de divulgación etimológica de su autoría, La palabra del día, que es enviado por correo electrónico y actualmente cuenta con 154 000 suscriptores.

En el 2004 publicó en Río de Janeiro el primer tomo de La fascinante historia de las palabras, en el que recogía los textos ya enviados a través de ese boletín, una serie que se completa con el segundo tomo, Nuevas fascinantes historias de las palabras. Esta segunda entrega será presentada en Montevideo el próximo jueves 25 de mayo, a las 19 horas, en la librería Puro Verso (18 de Julio, 1199, esquina Cuareim) por el escritor uruguayo Carlos Liscano.

Pilar Chargoñia (Montevideo, Uruguay)

No sabemos inglés, pero ya somos políglotas

En lo’ pueblô de mi Andalusía

lo’ campaniyerô en la madrugá

me dêpiertâ con su’ campaniyâ

y con su guitarrâ me hasen yorá.

Villancico popular


Bueno, espero que ustedes hayan entendido y apreciado el comienzo del villancico (por cierto precioso, óiganlo si tienen la oportunidad; lástima que yo no escriba música fácilmente, pero me lo anoto en tareas pendientes y trato de hacerles llegar la partitura). Está escrito según la ortografía andaluza. Como lo oyen. Dice García de la Concha «que considerar el andaluz como una lengua propia, tal y como reivindicó recientemente una nueva asociación, es “un soberbio disparate, porque es español puro”», y estoy de acuerdo con él.

¿Cómo es posible que se quiera hacer de una ortografía un millón? ¿Es que nadie les ha dicho que la ortografía es lo que nos mantiene unidos a pesar de las múltiples pronunciaciones y a pesar de la diferencia del léxico? ¿Es que se muere Lázaro Carreter y ya no hay ningún lingüista que pueda hacer que la gente ponga los pies un poquito en la tierra? Porque miren el diálogo de besugos al que nos enfrentamos: «Qrizao, la eñe no ezîtte n’andalú... ezîtte la ni ete bié la ortografía d’arriba qe ê muxo mâ perfetta qe la tuya...Êtta hexa por êppertô...», le dice uno a otro en los comentarios al pie del sitio donde se expone la ortografía andaluza; y el otro replica: «Pueh ehqribe la ese y si qiereh la pronunsia qomo zeta porqe la grafía máh adequada qisá fuese çe sedilla. De toh modoh la sibilante máh usada en Andalusia eh la apicodental, y el fonema qe máh se le aprossima eh la ese. No podemoh qreá una grafía initelihible: Se trata de fasilitá el abla andalusa, no de asé heroglífiqoh fonétiqoh.
»Otra qosa, no puedeh tradusí un nombre propio. Yo soy Crysaor, el iho de Medusa: C (o K)-R-Y-S-A-O-R
»Finalmente, me sua la poyaq lo qe dise qada ehppeerto (porque no ai qonsenso). Yo pronunsio la eñe i se la ehqusho pronunsiá a toh los seviyanoh qon loh qe ablo. No te deher arrahtrá por la iqonoqlahttia de qeré dehtruí el sinbolo de la lengua ehpañola ¡qoÑo!» (los subrayados son míos).

De todas formas, quizá la cosa no empieza aquí, a lo peor empezó con la maravillosa ocurrencia de no defender que el valenciano no era una lengua independiente del catalán; por si ustedes lo dudaban, o sus corazoncitos pueden más que sus cerebros, no, no lo es: es la misma. Llámenlo catalán, valenciano, llámenlo equis pero, por favor, no hagan de las diferencias políticas leyes lingüísticas; no dejen que la defensa de sus particularidades culturales les lleve a arrojar la cultura por la ventana.

Fíjense ustedes: el portavoz del PP, Rafael Maluenda, defiende en el debate de las enmiendas al estatuto posiciones de ésas que uno dice: «Si no lo veo, no lo creo»: «Maluenda señaló que si el Estatuto de Autonomía “dice que la lengua propia de los valencianos se dice [sic] valenciano y que nuestro idioma es el valenciano, la universidad debe admitirlo así”, de forma que, según manifestó, “nosotros no tenemos que ponerlo en el Estatuto como lo dice la universidad, sino todo lo contrario, porque es nuestra carta magna”». A mí me recuerda un poco a un poema de un autor alemán, Christian Morgenstern, que conocí gracias a Primo Levi en su libro Los hundidos y los salvados. En este poema, La realidad imposible, el protagonista es atropellado en una zona donde el tráfico está prohibido; queda malherido, pero con todo y con eso, tras mucho reflexionar, llega a la conclusión de que lo que no está permitido no puede ocurrir. (Esta teoría utilizada por los psicólogos y traída a colación por Primo Levi para explicar el porqué de la negación del pueblo alemán a la existencia de los horrores del holocausto, pueden consultarla, con poema incluido, en esta bitácora, para empezar.) Bueno, cabezonería la de Maluenda, ¿no? Lo que no está permitido por mi cabeza, no puede existir, diga lo que diga la universidad, con todos los catedráticos y especialistas que tenga.

Pues nada, yo propongo que, en vista de tanta escisión del catalán y del español dentro de la península, la RAE, la Fundéu, el Cervantes y quien quiera apuntarse comience una campaña de traslado de la enseñanza del español como lengua extranjera desde este mismo verano: vayámonos a las Américas, a las Centrales y a las del Sur, que tienen un rico sistema lingüístico que aún se mantiene bajo la misma ortografía y sin tanta tontería y tanta gana de hacer agujeritos molestos, llevando la contraria al sentido común allá donde exista vacío legal.

Por si se han quedado con las ganas de aprender andalú, no dejen de visitar este enlace: curso dandalú. Aprovechen para tomarse un fino y unas tapas de ibérico.

Y como dice un amigo, les propongo lo que él me propuso, en vista de que por aquí no tenemos tanta diferencia que nos permita una escisión así, a lo comunidad autónoma —aunque mi madre diga que sacando el vocabulario y la pronunciación chula del chotís...— :

Mecagontó. A partí de txa i pa lo suncesivo me proclamo lingüít·ticamén independán de cualquié otro ésser umano y pienso de jablá en Angélico, mi own idiómar. Si sus queréi de adherí, proposo de folmá una grupasión de trabaho.

Atentamén,

 

Ana Lorenzo (Rivas Vaciamadrid, Madrid, España); con la inestimable ayuda de Silvia Senz Bueno (Sabadell, Cataluña, España) y Ángel Espinosa Gadea (Alicante, España), que no necesariamente comparten las opiniones de la autora, pero que le han proporcionado enlaces, ideas, documentación y mucho ánimo.

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