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Periodismo a pesar de todo

Antonio Orejudo

Antonio Orejudo (Madrid, 1963) es autor de cuatro novelas. Ha sido colaborador de El País, Público y Cadena SER. Doctorado en Estados Unidos, durante siete años trabajó como profesor de Literatura española en diferentes universidades de aquel país. Ha sido investigador invitado en la Universidad de Ámsterdam. Desde 1997 es profesor titular en España.

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La esquela de El País

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El País, el periódico que nació a la vez que mi conciencia política, el que me enseñó a leer la prensa; El País, el diario que leían las chicas que me gustaron en mi adolescencia, cuando los adolescentes todavía leían prensa; El País, el periódico que cuando hice la mili poco después del 23-F llevaba bajo el brazo, bien visible, al entrar en el cuartel como quien muestra una identificación, un expediente de sangre; El País, el periódico que he dejado de comprar definitivamente veinte o treinta veces, indignado por la soberbia de sus redactores jefes o decepcionado por sus posiciones ideológicas hacia la derecha y más allá; El País, el periódico que después de los cabreos siempre he vuelto a comprar como quien regresa a casa; El País, el periódico donde salió la primera reseña de mi primera novela; el periódico donde siempre quise colaborar y donde empecé a escribir columnas, el primero que me contrató y el que más cartas al director me ha rechazado...

El País, antes diario independiente de la mañana y ahora diario global en español, falleció en Madrid el día 10 de noviembre de 2012, víctima de la mala gestión económica de su primer director metido a empresario, el señor Juan Luis Cebrián, gacetillero procedente del franquismo, periodista astuto aunque de torpe sintaxis, que ha conseguido construirse cierta fama de intelectual, ganar el premio literario que convoca la empresa que dirige, ingresar en la Real Academia y amasar una fortuna con la muerte de la criatura que ayudó a nacer: un caso apasionante para la psiquiatría, una vida que recuerda a la de Charles Foster Kane, el personaje de Orson Welles, aunque el idealismo y el servicio social no hayan sido nunca, ni siquiera al principio, motores de su comportamiento; una vida que resume mejor que cualquier libro de historia el verdadero espíritu que alentó la Transición: homologar a los cachorros franquistas con unos brochazos de barniz “La Democrática” para que les resultara más fácil mantener el poder que heredaban de sus padres.

Los lectores de las diferentes generaciones que han seguido el diario con una mezcla de amor y odio desde que se publicó por primera vez el 4 de mayo de 1976 lamentan tan sensible pérdida, y se unen al dolor de los más de cien trabajadores despedidos en el último ERE —algunos, excelentes periodistas— y a la rabia de sus familias.

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La decadencia de los políticos no cae del cielo

El primer capítulo del libro imaginario El perfecto izquierdista llevaría por título “Cómo abrenunciar a los Estados Unidos y a las pompas de Satanás”. En mis tiempos un verdadero progre no debía beber Cocacola ni sentir simpatía por una sociedad que era la quintaesencia del capitalismo más salvaje. Los grupos musicales eran otra cosa, te podían gustar. Y el cine también, siempre y cuando fuera independiente (sic). Pero en política... en política no se podía hablar con admiración de aquel país sin levantar sospechas.

Un amigo irlandés, emigrante hace mucho tiempo en Nueva York, me decía que el estadounidense medio está convencido de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge en uno de sus puntos el derecho a tener gasolina barata. Se trata, claro, de una exageración, aunque no creo que esté muy alejada de la realidad: un estadounidense puede soportar cualquier restricción salvo la del combustible, lo que explica muchas guerras modernas.

El paso del huracán Sandy por la costa Este ha destruido infraestructuras, ha arrasado barrios enteros, ha inundado el metro de Nueva York, y ha dejado sin electricidad a un montón de gente. Pero lo que más está irritando a los ciudadanos son las restricciones en el suministro de la gasolina sin plomo.

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Irrelevancia

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No siento ninguna simpatía por el político Rubalcaba, pero no creo que su salida del PSOE arreglara el lamentable estado en que se encuentra el partido. ¿De verdad que Patxi López es una alternativa? Las personas influyen, no me cabe duda, pero cuando un partido se convierte en una empresa, las estructuras, las inercias y las deudas contraídas con los bancos deben de dejar poco margen de maniobra.

Hace tiempo que el PSOE dejó de ser una respetable formación de centroizquierda para convertirse en el partido de nuestra derecha civilizada, en un club de señores provectos y gorditos como Felipe González o Juan Luis Cebrián. Promover la independencia de la radiotelevisión pública o llevar al Parlamento una inaplicada ley de dependencia no basta para obtener una patente de corso izquierdista.

Nadie espera que los socialistas españoles defiendan la abolición de la propiedad privada, pero si de verdad quieren recuperar a los millones de votantes que se han dejado en el camino de su derechización, necesitan hacer una pequeña revolución ideológica.

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Fascismo blando

Como mis hijos pensaban que los recortes de Wert también afectaban a los hijos del ministro, les expliqué que aquí los políticos, empezando por el Jefe del Estado, suelen preferir la escuela privada. Los encargados de legislar sobre la enseñanza pública no sufren sus males y no sé si conocen su verdadero estado. Quizás sí, y por eso no ponen mucho interés en mejorarlo. Una enseñanza pública mediocre produce los ciudadanos ignorantes y silenciosos que le gustan a Rajoy.

No hay cosa que más tema un Gobierno que las protestas estudiantiles, siempre imprevisibles y ruidosas. Los estudiantes no tienen nada que perder y son incontrolables: ni se les puede imponer unos servicios mínimos abusivos, ni se les puede disuadir descontándoles la paga. Por eso la carcunda ha pasado directamente a su descalificación.

Han comparado a la CEAPA con ETA, han relacionado al Sindicato de Estudiantes con Batasuna y se han burlado de la “indigencia intelectual” de los que la semana pasada protestaron contra Wert. Es una huelga política, llegó a decir el ministro, como si pudiera haber huelgas de otro tipo. Se quejan de su desprestigio, pero son ellos quienes  deprecian la política, un viejo tic fascista que muchos ministros actuales han debido de aprender en casa, oyéndoselo a sus padres. Franco lo decía mucho.

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La gallinita ciega

La desaparición de ETA ha sido una catástrofe para el PP. Cuando estaba activa, a los dirigentes populares les bastaba con recurrir a la teoría del entorno para identificar al independentismo con el Mal y restarle votos. La teoría del entorno dice que el culpable de un asesinato no es sólo quien aprieta el gatillo, sino todo el que piensa como él y hasta el pensamiento mismo. Ahora, sin terrorismo, ya no basta con recurrir a ella para sacar un buen resultado en las elecciones; ahora hay que argumentar.

Sin el problema vasco enfrente, el nacionalismo español corre el riesgo de convertirse en una fuerza política insignificante. Y a la inversa: nada les ha venido mejor a los abertzales que esa coalición españolista que ha mantenido hasta ahora al lehendakari. PPSOE en Ajuria Enea y Rajoy en la Moncloa han contribuido con generosidad al previsible éxito del independentismo. Lo sabe muy bien Jaime Mayor Oreja, que en una maniobra desesperada por invertir la tendencia está intentando resucitar el miedo a ETA que tan rentable les resultó en tiempos pasados.

Pero ETA está muerta, definitivamente muerta, y los más listos del PP saben que lo sensato es dar por perdido el País Vasco, no gastar más energías allí, e inventar cuanto antes un nuevo enemigo nacional, un nuevo demonio periférico que mantenga unidas las filas del Bien. Pero para eso necesitaban ayuda. Y ahí es donde aparecen Mas y la Diada: el nacionalismo catalán, como otras tantas veces, ha salido al rescate de la derecha española.

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Pijos y macarras

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La histérica reacción del diputado popular explica por sí sola el desprestigio de los políticos. Si de verdad les preocupara su fama, los parlamentarios marginarían a tipos tan exaltados, los retirarían de la primera línea.

En el grupo popular tiene que haber otras personas más capaces para el puesto de viceportavoz. Personas más educadas, que sepan hablar con propiedad, que digan a la primera lo que quieren decir, y nos ahorren el cansino capítulo del desmentido posterior.

Y lo más importante: tiene que haber personas que sepan leer, seguro. Porque si algo ha demostrado el episodio del miércoles es que además de ser vocinglero, Hernando tiene un problema de comprensión lectora. Al menos con los textos jurídicos. Y eso que en el temario de COU se les dedicaba un capítulo aparte.

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El zorro

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Nuestro hombre ha reducido el gasto en educación eliminando las horas de refuerzo, reduciendo la plantilla de profesores, aumentando sus horas lectivas, recortando las subvenciones a las guarderías, cancelando las becas de comedor y cerrando escuelas.

Nuestro hombre ha rebajado el gasto sanitario después de prometer que no lo haría. Se opuso al copago porque sólo afectaba a los pensionistas, pero ha terminado por cobrar un euro en cada receta.

Nuestro hombre ha cerrado ambulatorios, ha desmantelado servicios de urgencias, ha parado la construcción de hospitales, y ha provocado lógicamente un aumento en las listas de espera.

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Cachondo

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No importa que un fontanero gane más que un filósofo. La FP ha sido siempre una enseñanza de segunda categoría, cursillos para los pobres que no podían estudiar, para los torpes que no daban más de sí y para los zánganos a los que nos les gustaba abrir un libro.

Que yo sepa, ningún padre ha soñado nunca con darle a su hijo un ciclo dorado de Formación Profesional. La FP no suele aparecer en los sueños de grandeza. Aquí somos todos hidalgos, y como tales primero hacemos el bachillerato y luego nos matriculamos en la universidad.

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Julio Anguita y la fiesta de los bronceados

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Carrillo me caía bien, pero Anguita siempre me pareció un comunista demasiado ortodoxo, mitad monje, mitad soldado, regañón, intransigente y aguafiestas. Recuerdo que una vez, en plena campaña electoral, la Selección Española jugaba un encuentro decisivo para la clasificación del Mundial, y el periodista le preguntó que dónde iba a ver el partido.

—No, no voy a verlo, no me gusta el fútbol —respondió Anguita.

—Ya, bueno, pero tendrá un favorito —insistió el periodista.

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Independencia

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Estamos tan apenados por la destrucción de nuestra sanidad pública que últimamente lo vemos todo en términos infectocontagiosos. La Diada, por ejemplo. Casi todos los comentarios políticos que he leído sobre la manifestación del otro día en Barcelona señalan el sorprendente avance del independentismo, que en muy poco tiempo se ha extendido por toda Cataluña. Los comentaristas, tanto de izquierdas como de derechas, piensan en el independentismo como en un proceso infeccioso, un virus que ha estado latente en el cuerpo social de una Cataluña seropositiva, pero que afortunadamente no se había manifestado hasta ahora.

Al analizar las causas, los de derechas achacan la infección a la poca salud de los catalanes, a su endeble sistema inmune, a su maldad intrínseca. Los de izquierdas echan la culpa a la medicina preventiva: a las desastrosas políticas del Gobierno central en las últimos años, a la supuesta hostilidad que despiertan los catalanes y al empeño en no cambiar un sistema de financiación que los perjudica.

A mí lo que me hubiera sorprendido de la manifestación independentista del día 11 es que no hubiera sido multitudinaria. Soy yo, que no tengo nada de catalán y que no siento demasiada simpatía por los nacionalistas, y os aseguro que me habría gustado estar en aquella cabecera pidiendo la independencia de la rancia España emergente que está ganando esta última edición de la Guerra Civil, la que estamos librando estos días, afortunadamente en versión incruenta.

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