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El drama de los avales

Jordi Alberich
31-01-2014

Muchas son las caras de esta crisis, desde la del trabajador que se hunde en el paro a la del joven que renuncia de por vida a encontrar un empleo digno, pasando por muchos otros perfiles de afectados. Y, entre ellos, el de no pocos pequeños y medianos empresarios que, tras intentar lo imposible, no han podido evitar el cierre de sus empresas.
En este sentido, recientemente he conocido el caso concreto de aquel empresario que no solo pierde su empresa sino que, al tener avalados sus créditos, se ve abocado a una situación de práctica miseria para el resto de su vida. Ello plantea el sentido de determinados tipos de avales. En épocas de bonanza, o de simple normalidad, ha sido habitual que un emprendedor haya garantizado con su patrimonio personal los créditos, principalmente bancarios, que la empresa necesita para su buen funcionamiento. Así, lo que en su momento puede parecer poco arriesgado conduce, a medida que las circunstancias varían o la empresa crece, a una situación trágica: si quiebra no solo se pierde la empresa, sino que los acreedores se agarran a los avales para recuperar sus créditos, lo que da inicio a una agonía prolongada, de final conocido y dramático. Además, a menudo, el patrimonio personal del empresario solo representa una pequeña parte del riesgo que ha avalado, por lo que tampoco sirve para mucho.
No se puede obviar el argumento de que quien avala lo hace libremente y le corresponde conocer y asumir las consecuencias de sus actos. Pero hay actos mercantiles que, pese a su legalidad e incluso legitimidad, conducen a escenarios incomprensiblemente dramáticos. Se ha hablado mucho del caso de aquellas familias que, al no poder hacer frente al pago de la hipoteca, entregan su vivienda a la entidad financiera, y aún les queda una deuda que pueden arrastrar de por vida. De la misma manera, carece de sentido que un empresario se vea abocado al cierre de su empresa y, sin haber cometido ilegalidades, sus avales personales le persigan para siempre. La cuestión no es sencilla porque, al final, estamos poniendo en cuestión el mismo sentido de la deuda.
Parece que las empresas españolas son de las más bancarizadas del mundo. El futuro pasa por una mayor capitalización de las empresas, lo que sería una excelente noticia. En este nuevo marco, debe considerarse el sentido de ciertos avales. Si una empresa no merece crédito por si misma pues, sencillamente, que no se le otorgue y no se recurra al aval personal de su empresario. Y si este quiere más recursos para su empresa, que hipoteque su patrimonio y amplíe capital. Pero ciertos avales ilimitados no tienen sentido alguno. Alguien debería dar voz a estos dramas. Claro que tampoco ha servido para mucho el ruido de los desahuciados.


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