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Se muestran los artículos pertenecientes a Enero de 2007.

Pasión y compromiso de la edición artesanal

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Hace ya unos años, desde el 2003, que en Buenos Aires (Argentina), Lima (Perú) y La Paz (Bolivia) circulan libros fabricados con cartones. Pequeños grupos de editores, Eloísa Cartonera, Sarita Cartonera y Yerba Mala Cartonera, compran el material a los cartoneros o hurgadores ambulantes y lo transforman en libros encolados, con tapas de cartón dibujadas y pintadas manualmente, y hojas con textos fotocopiados, preferentemente cuentos o poesías de autores latinoamericanos.

¿Libros hechos con cartones desechados? ¿Por qué? Se intenta paliar una situación preocupante y cada vez más extendida en las calles de nuestras ciudades: los carritos de hurgadores que pululan buscando cómo subsistir. Es una realidad que duele y a la que no le cabe un comentario superficial. No es fácil evitar la sensiblería o caer en el cómodo mirar hacia el costado; el tema tiene demasiadas aristas que contemplar, sin las cuales no se podría dar una información que sea confiable y respetuosa de esa realidad.

 

Los talleres de edición artesanal permiten sacar de la calle a los chicos cartoneros.

 

En los enlaces a esta nota incluimos los datos que figuran en la Red sobre cada uno de los elementos de la propuesta: las razones y el funcionamiento (1) de esta iniciativa de edición alternativa, ecológica, comunitaria y solidaria en tiempos de globalización del capital; los grupos que la llevan adelante (2, 3, 4, 5); la realidad del colectivo cartonero (6); las opiniones y comentarios de los ciudadanos (7), los autores que ceden los derechos de reproducción de sus textos a estos editores artesanales (8 y 9); los artistas que pintan sus tapas (10)…

Los libros artesanales no son nuevos, sin embargo. Sólo es nueva su aplicación para el desarrollo social de grupos marginales.

Permítanme una anécdota al respecto de estas manufacturas: uno de los mejores regalos que recibí me lo hizo Victoria, amiga del alma en los buenos tiempos de la adolescencia. Dentro de una bolsita de arpillera al natural, un libro con tapas de cartón corrugado y veintidós hojas de papel de estraza, bien planchaditas, enlazadas a la tapa con un cordel de hilo sisal. La impresión parece de máquina de escribir eléctrica (y sí, el librito ya tiene sus años). Se trata de Carta a un joven escritor, de Ernesto Sábato, por Ediciones El Mendrugo (3.ª edición, Argentina, mayo 1975), con el copyright de la Editorial Sudamericana e impreso en los Talleres Gráficos Torres (Bartolomé Mitre 1370, Buenos Aires, Argentina). Con la mente puesta en el espíritu de los libros cartoneros, no puedo evitar releer este fragmento:

Hay una reiterada dialéctica entre la vida y el arte, entre la verdad y el artificio. Una manifestación de aquella enantiodromia de Heráclito: todo marcha hacia su contrario en el mundo del espíritu. Y cuando la literatura se vuelve peligrosamente literaria, cuando los grandes creadores son suplantados por manipuladores de vocablos, cuando la gran magia se convierte en magia de music-hall, sobreviene un impulso vital que la salva de la muerte. Cada vez que Bizancio amenaza con terminar con el arte por exceso de sofisticación, son los bárbaros los que vienen en su ayuda: los de la periferia, como Hemingway, o los autóctonos, como Céline; tipos que entran a caballo, con sus lanzas ensangrentadas, en los salones donde marqueses empolvados bailan el minué.

No es el único libro artesanal que tengo frente a mí. Hace pocas semanas me llegó Epidermis, de Claudia Morassi, cuarenta hojas de formato pequeño, tiraje de cien ejemplares producidos artesanalmente, primera edición de julio del 2006, Montevideo, Uruguay. Con impresión de computadora, hojas F4 subdivididas en cuatro partes, engrampadas en dos mitades y encoladas a una tapa de cartón común. La tapa lleva una banda de tela gamuzada color rosa viejo y letras pintadas en témpera, leo: «MANTRA / la última palabra de tu boca / un mantra en mi cabeza / Hipócrita / un grito en mi cabeza / y el golpe seco de la sílaba / en mi cabeza / Hipócrita / la gota cae / un millón de veces / repetida / la gota estalla / en mi cabeza / en mi cabeza hipócrita / mientras te miro / por última vez / antes de irme».

¿Podría, por amor a la escritura —la propia, la ajena—, tomarme el mismo trabajo que Claudia o los editores «cartoneros»? Me dan calambres de sólo pensarlo. Pero está visto que la edición también puede hacerse así: artesanal y apasionadamente.

Pilar Chargoñia (Montevideo, Uruguay)

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05/01/2007 12:29 Enlace a esta entrada.Buenas prácticas/Bona praxi No hay comentarios. Comentar.

Lecturas y ediciones recomendables: «El último encuentro», de Sándor Márai

20070109163330-el-ultimo-encuentro-marai-sandor-310548.jpgEn varios sitios he leído la información de que los blogs suelen dar recomendaciones de lecturas, que funcionan como un boca a boca, con opinión tan —o más, o menos— autorizada e influyente como la crítica literaria que se lee en publicaciones especializadas o en la sección del diario de turno. Me sorprendió, era una función que no había percibido hasta el momento. Son tantos los blogs y los blogueros, son tan variadas las áreas que se puede cubrir desde ellos… Escribir en un blog es un tema de comunicación por escrito. Sí, se me dirá, pero para esto están también los foros, las listas. No es igual, el blog exige un compromiso diferente, diario y convencido. ¿Compromiso? Sí, compromiso con el otro, con la relación establecida. En los foros, grupos cerrados de interlocutores con gustos similares por una disciplina equis, el compromiso comunicativo es relativo, puedo pasar meses sin decir esta boca es mía, puedo ocultarme detrás de matorrales virtuales y espiar sin ser visto, puedo transformarme en quien no soy; puedo, en definitiva, dejar de decir «este soy» o, mejor, «aquí estoy y este soy». En un blog ese compromiso es la base de la escritura. Este soy y aquí estoy y esto es lo que digo. Como el que tiene boca se equivoca, pues me equivocaré; el riesgo del error es secundario frente al intercambio de tú a tú que me propone este medio (después me agarra el insomnio, y no me suelta, cuando me pongo a repasar las cosas que escribí).

Quería —apenas se trataba de esto— recomendar una vez más la lectura de El último encuentro, del húngaro Sándor Márai. En Ediciones Salamandra, 1.ª edición de noviembre de 1999; 30.ª edición de julio del 2006.

Una novela impecable (188 pp.), de estructura firme. Nada de narradores no fiables al modo de las novelas con personajes adolescentes que no pueden captar el mundo adulto al que asoman porque no tienen los códigos necesarios y nada tampoco de novelas de «alta biografía» (descarto las mayúsculas y uso las comillas por el estupor que me causa el nombre) de que habla Martin Amis en su novela Experiencia. Es la búsqueda humana de la verdad —palabras muy hondas—, en un enfrentamiento entre dos amigos, al cabo de los años.

El autor desarrolla el argumento en un racconto o flash back que escapa a los modos habituales. Sin artificios literarios, de aquellos que exigen al lector una búsqueda denodada de las claves que no siempre están presentes cuando y donde debieran estar. Los personajes son seres completos, con prontuarios sin fisuras; podemos verlos, psíquica, física y moralmente. Y, claro, la historia nos pide un esfuerzo de comprensión y sensibilidad de nuestra parte y nos da a cambio un espejo más, una iluminación que alimenta nuestro espíritu. ¿Qué más se puede pedir a un libro? ¿Que esté bien corregido? Lo está. ¿Que esté bien traducido? Obvio que también, si nos cala tan hondo.

Una recomendación de lectura, cuando es adecuada, da las razones de quien las emite para hacerla. No distrae con el argumento ni con la resolución de la historia que se narra. Habla de estructura, pacto ficcional, punto de vista, esas cosas…

Si después de leerla quieren comentarla, ya saben dónde encontrarme (comunicarnos, comunicarnos, comunicarnos).

Pilar Chargoñia (Montevideo, Uruguay)

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¿Y esta publicidad? Puedes eliminarla si quieres

Dosdoce presenta un buscador y un agregador culturales

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Pilar Chargoñia venía hace pocos días comentando el relevante papel que ha adquirido la red en la difusión cultural, y la autoridad creciente que están adquiriendo los blogs y páginas sobre el libro en la valoración de la producción editorial. Una función, por cierto, en la que esta bitácora cumple la modesta pero necesaria labor de aportar una visión profesional sobre la calidad formal y textual de las publicaciones españolas y latinoamericanas, en cualquiera de nuestras lenguas, y de analizar cómo afecta la pujante expansión del español al mercado mundial de la edición.

Atentísimos a la trascendencia de la red en la difusión cultural, el equipo de Dosdoce nos anuncia en su estupendo blog sobre cultura, comunicación y márquetin, Comunicación Cultural, que celebran su tercer aniversario con la puesta en marcha de dos nuevas herramientas de gestión de información cultural para editores y profesionales del libro: un buscador cultural y un agregador cultural, creado este último en colaboración con Grupo Evoluziona.

Ambas tienen como objeto facilitar a los profesionales del mundo del libro la gestión de la abundante información sobre libros en la red y permitirles a un editor y a su jefe de prensa mantenerse al día de cualquier noticia publicada en internet sobre sus libros.

El buscador cultural rastrea los contenidos publicado en más de 150 blogs literarios y medios digitales que habitualmente publican reseñas de libros o elaboran artículos de opinión y estudios sobre temas relacionados con el sector del libro. Paralelamente, este buscador identifica todos los contenidos publicados en los sitios web de más de 3000 editoriales y librerías independientes de toda España. En febrero, el buscador ampliará su campo cultural añadiendo otros 2000 sitios web de museos, galerías de arte y bitácoras culturales a la base de datos de este buscador especializado.

En Dosdoce invitan a todas aquellas personas que consideren que su blog, editorial, librería, etcétera, debería estar en este buscador cultural que les envíen un e-correo a con el nombre de su sitio web, su URL, y un par de párrafos descriptivos de la bitácora, web o empresa, a fin de contar con ellos para próximas actualizaciones.

El agregador, que se presentará próximamente en Madrid, incluye 50 blogs especializados en el sector del libro y la edición. La presentación tendrá lugar el martes, 23 de enero, a las 10.30 horas, en el Salón de Actos del Centro Cultural Conde Duque de Madrid. La entrada es libre pero el aforo limitado, por lo que es conveniente reservar plaza en incluyendo datos personales (nombre, entidad cultural, e-correo de contacto).

Actualización (24/01/2007): el agregador está ya listo para descarga y uso aquí.

 

Silvia Senz (Sabadell)

 

 

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Panegírico de Arrigo Coen

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Este viernes 12 de enero se murió Arrigo Coen. Había nacido en Pavía, en mayo de 1913, de modo que ya tenía 93 años. Su madre fue una contralto mexicana, Fany Anitúa, que en gira constante por el mundo desde antes de la Primera Guerra Mundial, tenía por esas fechas su base en Italia.

Como buen autodidacta, Arrigo Coen había seguido sus intereses a grandes saltos y había llegado a abarcar campos extensos del uso de la lengua, de la parsimonia de la corrección de textos al vértigo de la publicidad y el periodismo. Así, fue un filólogo en el sentido lato del término, hecho en el amor y el ejercicio diario del idioma, y fue sobre todo un maestro, siempre listo para enseñar lo que sabía. En ese carácter de maestro, llegó a muchísima gente a través de la televisión y la radio.

Precisamente en la televisión, si no recuerdo mal desde la segunda mitad de la década de 1970, participaba en un programa, Sopa de Letras, que llegó a ser célebre como pocos y que cumplió una importantísima función educativa y divulgadora que nadie ha podido repetir en los 30 años que han pasado.

Escribió algunos libros. Uno de ellos, Para saber lo que se dice, fue muy leído, uno lo veía a la venta hasta en los supermercados, y llevó a Arrigo a escribir el segundo volumen, que creo que no corrió con tanta suerte. En los últimos años tuvo un programa de radio, daba clases en la escuela de escritores y fungía como asesor de dependencias el Gobierno.

A veces se desesperaba. Por ejemplo, cuando alguien le pedía sus datos para buscarlo, a él le parecía increíble que la gente no fuera capaz de mirar el directorio telefónico. No entendía en qué estribaba la dificultad de abrir cualquier libro de consulta, fuera un diccionario o el directorio telefónico. Si uno abría el directorio y buscaba la página correspondiente, veía ahí su teléfono y su dirección, en una zona de clase media sin pretensiones.

No sé por qué me infundía tanto respeto, que en las pocas ocasiones en que lo tuve cerca nunca me atreví a saludarlo. Lo vi varias veces en la calle Cinco de Mayo, en el centro de la ciudad de México. Le gustaba meterse a La Ópera, un bar de esa calle que hace esquina con Filomeno Mata. Ahí mismo está el restaurante del Club de Periodistas. Una vez, hace por lo menos 20 años, me lo encontré a unos pasos de ahí, frente a la puerta del Banco de México, hablando con el epigramista Francisco Liguori. Pensé que era mi oportunidad. Como Pancho Liguori frecuentaba la librería donde yo trabajaba, me imaginé que me reconocería y de algún modo me presentaría con Arrigo. Elucubré este plan mientras caminaba hacia ellos, pero en el momento apropiado no detuve mis pasos y ni siquiera volteé la cabeza. Lo cuento ahora lleno de arrepentimiento. Años después me encontré de nuevo a Pancho Liguori, en otra librería. Se acercó a mí con sus grandes zancadas, me tendió la mano y me dijo: «Tú me conoces». «Claro —le contesté—. Lo conozco muy bien.» Detrás venía una mujer muy guapa, entiendo que su hija. Quise preguntarle por Arrigo Coen, del que no había vuelto a saber nada. Pero tenían prisa y corrieron los dos rumbo a otra sección de la librería. Hasta el día de hoy guardo la imagen del maestro y la muchacha hermosa.

Liguori murió años más tarde, en el 2003, creo que el mismo día que otro estudioso de nuestra lengua, Nikito Nipongo. Ahora se murió Arrigo Coen. Yo me pregunto si seremos dignos del lugar que dejan vacante. Ya lo dirán nuestros hijos.

Javier Dávila (Ciudad de México)

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Esther Benítez y mi viejo (y nuevo) amigo Nicolás

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Yo leí todos los libros del pequeño Nicolás que cayeron en mis manos hace ya mucho tiempo. Y cayeron todos, claro, porque si combinamos a un niño que da la lata a sus padres para conseguir un libro, con unos padres confiados en que los libros siempre son una buena inversión con un hijo lector, el resultado es que, uno tras otro, en el cumpleaños, en el día del libro o porque sí, los libros reclamados acababan llegando.

Recuerdo que me reía a carcajadas. Se los prestaba a Blanca, una amiguita mía, y también se reía en voz alta. «Majencio, ¡qué idiota es!», nos decíamos y nos echábamos a reír como tontas.

Era la etapa del pequeño Nicolás. Hubo otras, claro, que compartimos también. Sin embargo, ésta fue la única en la que reímos así, tanto y tan ruidosamente.

Por eso el otro día, en la biblioteca, aunque no pensaba sacar ningún libro, no pude resistirlo. Estaba ahí, con el pequeño Nicolás en la cubierta, con una banda en diagonal que me decía «26 historias inéditas», ilustrado por Sempé, escrito por el siempre llorado René Goscinny, editado por la misma editorial donde me había leído todos los demás: Alfaguara. ¿Quién iba a resistirse? Hasta eché de menos no saber nada de Blanca. Tenía que conseguir encontrarla para volvernos a reír juntas.

En cuanto llegué a casa lo abrí. Comencé. Prólogo de la hija de Goscinny. Le agradecí haber descubierto y sacado a la luz estas historias y me enteré de que me esperaban dos volúmenes más: uno con veintiséis también y otro con veintiocho, todas ellas publicadas ya en Francia, en dos volúmenes.

Corrí al primer capítulo. Me sonreí con «El chiste». Seguí sonriendo con los demás. Y notaba un ritmo extraño y algunas expresiones que, no sé, no recordaba de mi Nicolás.

Fui a la habitación de mi hija mayor, cogí Los recreos del pequeño Nicolás, Madrid: Alfaguara, 1979. Nada más empezar a leerlo me reía como una tonta.

Entonces miré el nombre del traductor: Esther Benítez en todos los que tenía; Miguel Azaola en el que había sacado de la biblioteca. Ah, era eso.

«¿Pero qué narices le pasa a Alfaguara con Esther Benítez?», me pregunté. Y como no tenía ni idea ni sabía a quién preguntar, hice lo que hago cuando no sé qué hacer: buscar en Google. A mi búsqueda respondió en pocos segundos y así descubrí que a Alfaguara no le pasaba nada, que era a Esther a quien le pasaba: había muerto, y de hecho, cuando esto ocurrió, salieron muchísimos compañeros traductores a homenajearla con su pluma, e incuso instituyeron un premio en su nombre; pero yo no me enteré de nada, como no me había enterado de que cuando me reía tanto no se lo debía sólo a Goscinny y a Sempé, sino también a ella.

Miguel Azaola es un traductor magnífico, bregado en la traducción de LIJ del más endiablado y fino humor, como los Cuentos en verso para niños perversos, de Roald Dahl. Gracias a él muchos hemos disfrutado de mil y una historias. Y sin embargo, y sin querer hacerle de menos, cómo me gustaría recuperar mi risa.

Eso sí, Miguel es un hombre valiente. Tras una traductora brillante, como es Esther Benítez, hay que ser muy valiente para traducir otras historias del pequeño Nicolás, como ha hecho Miguel Azaola. Pero las traducciones de Esther no eran sólo correctas: eran maravillosas, insuperables. Uno se partía de risa con el pequeño Nicolás en Alfaguara. En la misma Alfaguara, hoy, con El chiste, sólo me sonrío. Algo no me funciona.

Esther no pondría nunca «querido mío» en boca del papá de Nicolás. Es una expresión muy francesa, pero a mí no me cuela en español. Es muy correcto también el traducir el pretérito perfecto simple escrito en francés por el pretérito perfecto o compuesto en español, y sin embargo, qué bien quedaba que Esther lo mantuviera casi todo el texto en sus traducciones de Goscinny.

Hasta al empollón lo he tenido que buscar con lupa: ya no es Agnan, es Aniano. Será mucho más adecuado, pero lo cierto es que echo de menos a Agnan; hasta me parece que ahora no estudia tanto ni le hace tanto la pelota a la maestra.

No sé... Tal vez aproveche que el pequeño Nicolás tiene un blog (en francés, claro) para contarle a él, directamente, cómo Esther Benítez logró convertirlo en uno de mis amigos de la infancia más queridos y añorados.

Ana Lorenzo, Rivas Vaciamadrid (Madrid), España

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Superventas grande, ande o no ande

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Me ha llamado la atención un artículo reciente del crítico de Motor Juan Manuel Pichardo, que reflexiona sobre la incoherencia de diseñar coches con poca visibilidad trasera para luego incorporar toda clase de sistemas de mejora de la visibilidad, como las cámaras de visión trasera. La explicación estaría en el hecho simple de que esos coches se crean como artículos de consumo, no como medios de transporte.

He denominado a Pichardo crítico porque cumple una función esencial en la sociedad de la abundancia: la de utilizar la capacidad de discriminación, el buen juicio, para orientar a sus lectores. No se me ocurre ahora qué término peyorativo regalar a los que, en lugar de utilizar la cabeza, reproducen los comunicados de prensa de los responsables de mercadotecnia (¿o será mercadominio?) del sector de la automoción.

Puede parecer que esto no tiene nada que ver con el fomento de la lectura entre los más jóvenes, que es de lo que quiero hablar. Sin embargo, sí guarda relación: en el (escaso) eco que la literatura infantil y juvenil halla en la prensa, predomina, incluso en medios especializados, el elogio del superventas por encima de la crítica. La crítica de la literatura de adultos adolece del defecto contrario: por pose, jamás concede aprobación a los superventas (salvo cuando la editorial y el periódico pertenecen al mismo grupo, claro). Pero en el caso de la LIJ, por un lado, la prensa adulta la desprecia, y le parece más interesante el lugar de vacaciones de la Rowling que un libro extraordinario como el Chamario de Eduardo Polo; y en cuanto a mucha de la prensa especializada, vive bajo el yugo de la publicidad. Yugo, servidumbre, esclavitud, no lo sé: el hecho es que hay reseñas que sonrojan, contrastadas con la calidad real de los productos.

La crítica es un ejercicio complejo, dudoso e imprescindible. Se escribe desde un punto de vista concreto (siempre discutible) y se contrasta el despiece de la obra (siempre discutible) con toda una serie de virtudes o ideales (siempre discutibles). Pero también es discutible si una viga debe ir más aquí o más allá, de qué material debe ser y cómo deben ser sus puntos de apoyo, sin que eso signifique que sea preferible construir las casas sin vigas. Entiendo que el ideal de la sociedad literaria pasaría por un conjunto de críticos con perspectivas diversas y espacio suficiente para que, con la suma de su diálogo y el nuestro, pudiéramos hacernos una idea lo más objetiva posible de una selección de libros. Nadie puede leer todo lo que se edita, no todo lo que se edita merece leerse... La criba es necesaria y al final siempre se hace, pero es preferible que la hagan los críticos, antes que los publicistas o los responsables de ventas.

En el fondo hay una vieja polémica: si los malos libros acercan a la literatura o no. Si eliminamos la capa de oropel con que nuestra cultura ador(n)a al Libro, podemos hacer la pregunta de otra manera: ¿la televisión basura nos acerca a la buena televisión? ¿Aquí hay tomate nos anima a ver Al filo de lo imposible? Al hilo de no importa ahora qué libro, el crítico Gustavo Puerta resumía así su valoración: «una fácil lectura que se erige como un obstáculo más entre el no lector y la literatura». Una bibliotecaria me decía también, ya al filo de su jubilación, que hacía un tiempo que había renunciado a comprar libros comerciales pero malos, porque no creaban lectores, sino espejismos. Probablemente no todo es tan negro; pero sí creo que un mal libro, un producto, una cosa, no cala como un buen libro y, por tanto, es mejor no confundir el gato con la liebre.

Otra cuestión evidente es que los escritores necesitan —necesitamos— a los críticos, que pueden leernos desde una postura externa y por lo general mucho más amplia, para así darnos una perspectiva distinta de nuestros libros. De sus defectos, pero también de sus virtudes. En el caso de los autores superventas, imagino que eso es más necesario aún, para unir el calor cerrado de un club de fans a la valoración razonada de un buen lector. (Porque está claro que habrá malos críticos, pero también hay malas panaderías. En los casos ciertamente mohosos, basta con comprar en otra panadería u otro medio de comunicación. Parte de la mala fama de los críticos, no nos engañemos, está en su función de árbitros, y todo aficionado al fútbol sabe que no hay penalti claro que se pite en nuestra contra.)

Quiero despedirme con dos recomendaciones. (Es mi último artículo en esta bitácora.) Una es el sitio web de Luis Daniel González, Bienvenidos a la Fiesta, que recoge críticas (siempre discutibles) claras, razonadas, sinceras y útiles. Entre ellas, no hay que pasar por alto la que dedica a un superventas como Memorias de Idhún, que tal vez no sea un mal libro, pero tal vez sea mejorable. La otra es un artículo también a contracorriente aparecido en el último número de CLIJ: «Jóvenes adictos a la lectura. Estrategias de venta y de escritura», de Gemma Lluch. Puede leerse una versión anterior en «Mecanismos de adicción en la literatura juvenil comercial», Anuario de investigación en literatura infantil y juvenil, n.º 3, 2005, pp. 135-156.

Cuídense.

Gonzalo García (Moratalla, España)

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La importancia de la localización

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Aunque esta bitácora está formada por profesionales del libro, el texto y la gestión documental (traductores, correctores, editores, documentalistas...), o quizá precisamente por eso (porque nuestra especialidad es el libro), apenas hemos hablado de la importancia que tiene la adaptación de un producto a la cultura y la lengua de los lugares donde se va a comercializar, una tarea que se inscribe dentro de los procesos de localización y cuyo fin es, en palabras de Juanjo Arevalillo, «asegurar el funcionamiento correcto del producto» en diversos mercados.

Los casos más populares de localización (o de su carencia) tienen que ver con la malsonancia, en determinados entornos lingüísticos, de algunos modelos o eslóganes de productos industriales (1, 2, 3 y 4). Pero raros son los que rizan el rizo sumando a ese efecto malsonante el contraste del nombre de la marca o modelo con su eslogan.

Entre estos casos, resulta especialmente reseñable (por lo cómico) el de los productos plásticos Tontarelli, una empresa italiana que lleva el nombre de su fundador y que extiende su red comercial por buena parte de Europa. En la casa Tontarelli están tan orgullosos de su excelencia y su capacidad emprendedora e innovadora en el ramo —que, como consumidora, certifico— que exhiben por doquier y sin pudor el lema, enseña de la casa, «Tontarelli, intelligenza plastica».

Es evidente que, en España al menos, la intelligenza del señor Tontarelli brillaría mucho más con la ayuda de un buen localizador.

Silvia Senz (Sabadell)

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Lectura fácil, o la edición inclusiva (I)

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Publicar no es lo mismo que editar

Como ya hemos comentado en innumerables ocasiones, pese a que lo corriente, hoy en día, es hablar del papel del editor en términos exclusivamente mercantiles e industriales, lo cierto es que, según creemos en este blog, la principal función del editor, la que define su esencia, es la de mediador cultural. El sentido de la existencia del editor genuino —no del mercachifle de churros encuadernados, profesión bien distinta— está en seleccionar obras y autores que, a su juicio, poseen algún rasgo de interés cultural, científico, lúdico o formativo, y ponerlos (de la mejor manera posible y sin arruinarse en el intento) al alcance del lector a quien cree que pueden convenir.

Téngase en cuenta que, cuando digo «poner al alcance», no me refiero a buscar los canales de venta más adecuados para comercializar una obra, ni a darla a conocer mediante las estrategias de comunicación más certeras, por necesario que sea planificar correctamente ambas cosas. Es decir, no me refiero (sólo) a publicar, sino (sobre todo) a editar, ese arte —que no es de magia, aunque muchos crean que los libros se hacen solos— del que se habla tan poco.

Probablemente uno de los mayores problemas a la hora de valorar la edición de libros actual es la perenne confusión de estos dos conceptos, incluso entre las personas con nociones de edición. Una confusión que lleva a que el primero acabe eclipsando por completo al segundo.

Así pues, para delimitar campos y evitar superposiciones, y para dar la relevancia que se merece al buen trabajo de edición (principal finalidad de esta bitácora), conviene que los definamos con precisión:

Por editar se entiende (o debería entenderse): «Someter un original de texto (y de ilustración en obras ilustradas) a una serie de procesos que tienen por objeto darle forma tipográfica, adecuándolo al uso y al lector al que irá destinado». En el sector del libro, existe un proceso previo a este, el de la preedición, que, siguiendo a Martínez de Sousa (Manual de edición y autoedición) puede definirse como el «Conjunto de estudios, gestiones y pasos necesarios para decidir sobre la conveniencia de editar y publicar una obra (libro o revista) o un conjunto de obras (colección)».

Por publicar se entiende, fundamentalmente, «Sacar a la luz pública una obra ya editada, para lo cual es necesario darla a conocer al lector y ponerla a su alcance, por diversas vías».

 

El trabajo de edición (en teoría)

Según esto, el trabajo de edición tiene como principal meta convertir un documento en bruto (con o sin ilustración) en un documento con forma tipográfica, pero no de cualquier manera. El editor debe procurar siempre adaptar la obra a su función y a su destinatario, y para ello debe cuidar que todos los elementos del proceso de edición, humanos y materiales, se apliquen a ello, de tal modo que tanto la apariencia gráfica, como el lenguaje (léxico y construcción del texto) y el contenido de la obra se adecuen a las características del lector al que va dirigida (edad, nivel de formación, especialización, lengua materna...), al registro del discurso (obra científica, académica, técnica...), y al tipo de obra (obra divulgativa, práctica, de referencia...).

El recurso que con más frecuencia utiliza un editor —un editor que se ocupe de editar— para marcar al autor (si se tercia) y a los distintos profesionales de la edición (traductores, ilustradores, correctores, diseñadores gráficos, maquetistas...) el tratamiento que deben dar a una obra es el libro de estilo.

Un libro de estilo (editorial) no es otra cosa que una guía de trabajo interno, destinada a orientar la tarea de cuantos participan en la creación y edición de una obra, especialmente en lo referente a aquellos aspectos que pueden resultar especialmente dudosos o a los que hay que prestar particular atención.

Los libros de estilo editoriales, tal vez por tener su origen en los códigos tipográficos de los talleres de impresión, suelen reunir pautas referentes a la grafía tipográfica de diversos elementos de un impreso (citas, lemas, folios, notas...), dudas lingüísticas comunes e incluso normas de traducción y adaptación (especialmente de onomástica), no en vano muy buena parte de lo que se produce (al menos en España) son traducciones.

Los libros de estilo de ciertas colecciones y de editoriales especializadas (científicas y académicas) suelen incluir también aclaraciones más precisas sobre el tratamiento ortotipográfico de terminología específica, convenciones ortotécnicas, e incluso, para los autores, normas deontológicas y doctrina sobre el trabajo documental, la cita y el plagio.

Todos los libros de estilo, sin excepción, coinciden además en el propósito de comprometer a todos los profesionales de la edición en la consecución de un trabajo de edición uniforme, distintivo y (si son buenos libros de estilo) de calidad.

 

El trabajo de edición en la práctica (o cómo editar de espaldas al lector)

No obstante, la prueba tangible de que el editor (español, al menos) no conoce suficientemente su oficio o no se lo toma lo bastante en serio es la dificultad para encontrar en cualquier libro de estilo editorial orientaciones referidas a las características personales del lector. Escribir y editar una obra pensando en el lector —labores que podríamos denominar «escritura y edición adaptadas»— requieren, por parte del autor, competencias específicas (competencia pedagógica, competencia divulgativa...), amén de una especial eficacia discursiva para ajustar su estilo, en lo posible, al grupo humano al que se dirige; y exigen al editor la aplicación de estilos tipográficos adecuados y de ciertos criterios de adaptación (del léxico, de referencias culturales en la traducción...).

La especial importancia sociocultural que tiene adaptar cada publicación a su lector (esto es, hacérsela particularmente legible y comprensible), y muy particularmente al lector en formación, ha llevado a diversos especialistas en LIJ a definir estilos particulares (ajustados a franjas de edad y niveles formativos) para los textos dirigidos a niños y jóvenes, así como una amplísima tipología textual. Sin embargo, y pese a que buena parte de la producción editorial (libros de texto, obras de referencia y libro infantil y juvenil) va dirigida a este colectivo, estos estilos discursivos específicos no se han plasmado aún en ninguna guía de estilo, ni se les ha asociado, por tanto, ningún estilo tipográfico.

(Sigue aquí.)

Silvia Senz (Sabadell)

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Lectura fácil, o la edición inclusiva (y II)

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(Viene de aquí.)

La escritura y la edición inclusivas

En medio de ese descuido del lector por parte del editor, y precisamente a causa de él, llama la atención que haya quien sea capaz de plasmar en un estilo discursivo y tipográfico normalizado la progresiva atención que nuestra sociedad dispensa a las personas con discapacidad o desventaja, y de acuñar para tal fin un término que es todo un sello de identidad: la Lectura Fácil (LF), o Fácil Lectura.

La idea es bien sencilla: facilitar el acceso a la lectura (y promover con ello la alfabetización) de personas con diversos niveles de discapacidad lectora y de desventaja lingüística, adaptando lingüística y tipográficamente un texto (y transcribiéndolo en algunos casos a códigos especiales, como el braille) para hacérselo más comprensible.

¿Quiénes son los destinatarios de las obras distinguidas con este sello?

* Personas con minusvalías o disfunciones que tienen una necesidad intrínseca de productos de LF: discapacitados mentales de diverso grado; disléxicos; personas con trastornos de concentración, motrices y de percepción; autistas; sordos de nacimiento o con sordera precoz; sordos-ciegos; afásicos; personas de edad avanzada o parcialmente seniles.

* Lectores con suficiencia lingüística (en la lengua oficial o predominante) y/o habilidades lectoras transitoriamente limitadas: inmigrantes recientes y otros hablantes de lengua no nativa; analfabetos funcionales y personas en desventaja educativa, y niños.

Pensando en ellos, la IFLA (International Federation of Library Associations/Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones Bibliotecarias) promovió unas directrices destinadas a escritores y editores, redactadas por Bror Ingemar Tronbacke (del Centrum för Lättläst/Easy-to-Read Foundation, de Suecia, con más de treinta años a sus espaldas difundiendo el concepto LF), válidas para la edición digital y la impresa, y para diversos géneros textuales y tipos de publicaciones.

¿Quién promueve la lectura fácil en España?

Los más veteranos son los miembros de la Asociación Lectura Fácil, una entidad sin ánimo de lucro con sede en Barcelona (Cataluña), integrada por personas vinculadas a la docencia y a otras actividades profesionales, que comparten la voluntad de impulsar y dar apoyo a la producción y difusión de materiales de LF. La ALF otorga el logotipo a todas las publicaciones en cuya realización ha colaborado, a fin de garantizar que se ajusten a las directrices de la IFLA. La ALF cuenta con numerosos colaboradores en el fomento de la LF, y la creación, distribución y evaluación de los libros y materiales de LF. Entre ellos, destaca el Grupo de Trabajo Lectura Fácil del Colegio Oficial de Bibliotecarios y Documentalistas de Barcelona, en cuya página, precisamente, puede leerse la traducción de Àngels Massissimo (profesora de la Facultad de Documentación de la Universidad de Barcelona) al catalán de las Diretrices de la IFLA sobre materiales de lectura fácil (también disponibles en la red en francés y en alemán). Con la ayuda del Grupo del COBDB, la ALF administra una lista de distribución en la RedIris, Lectfácil, que sirve como medio de comunicación entre todos los profesionales y organizaciones que trabajan en el tema.

En la Universidad Autónoma de Madrid desarrolla su trabajo el grupo de investigación UAM-Fácil Lectura, un equipo multidisciplinar integrado por investigadores del lenguaje y sus trastornos, que cuenta con la colaboración y asesoría de diversos expertos, organismos públicos y entidades. Según puede leerse en este reportaje sobre Lectura Fácil (o Fácil Lectura) del boletín del CERMI de marzo del 2006, este grupo puso en marcha en el 2004, bajo el auspicio de la Fundación General de la UAM y promovido por su director, Bernardo Díaz Salinas, el Programa UAM Fácil Lectura. Los principales resultados del programa hasta hoy son la adaptación a FL de la Constitución Europea y del primer capítulo del Quijote (con una extensa y minuciosa introducción a la metodología usada en esta adaptación). El equipo UAM-FL ha emprendido, además, una investigación sobre las capacidades lectoras de las personas con y sin discapacidad y sobre la validez empírica de los métodos de facilitación lectora. Este trabajo permitirá definir las variables que hacen fácil la lectura en español y, sobre la base de las directrices de la IFLA y de Inclusion Europe —de las que hablaremos luego—, elaborar la Guía de redacción para la facilitación de la lectura en español, una especie de libro de estilo de FL específico para el castellano, que la FGUAM publicará probablemente con la ayuda de la Fundación Caja Madrid en la primavera del 2007. Ente sus proyectos futuros, se encuentra la adaptación de otros tres títulos de la literatura clásica española (probablemente, El Lazarillo de Tormes, El Buscón de Quevedo, y tal vez La Celestina), que se presentarán en la próxima Feria del Libro de Madrid.

En Pontevedra (Galicia), la BATA (Baion Asociación Tratamiento del Autismo) ha creado y publicado con Kalandraka Editora la colección Makakiños (sólo en español, por el momento), pensada para facilitar la lectura a niños con necesidades educativas especiales (parálisis cerebral, trastornos del desarrollo, autismo, síndrome de Asperger, trastornos de la comunicación...). La lectura, según precisaba este artículo del diario de Oaxaca Noticias, se apoya en un sistema pictográfico basado en los dibujos y los colores denominado SPC (símbolos pictográficos para la comunicación [no vocal]), desarrollado en la década de los ochenta en EE. UU. por Roxanna Mayer-Johnson. En este sistema, los pictogramas que se refieren a sustantivos figuran enmarcados en color naranja; los verbos, en verde; los adjetivos, en azul, y los pronombres, en amarillo. El texto ha sido adaptado para facilitar la lectura, reduciendo las palabras con carga simbólica, las metáforas y evitando en lo posible términos abstractos. Las ilustraciones también se han hecho buscando la máxima concreción y mejorando la comprensión del lenguaje plástico. Los títulos disponibles son La ratita presumida,El conejillo blanco, El patito feo, y Chivos chivones.

En Extremadura, la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, y la Asociación Regional de Universidades Populares de Extremadura (AUPEX), con el apoyo de numerosas entidades, acaba de poner en marcha el proyecto Vive la Fácil Lectura, que se inscribe dentro del Plan de Fomento de la Lectura de la región. Va destinado a colectivos con más dificultades para la lectura y el hábito lector. Pretende garantizar que el libro y la lectura lleguen a todos sin exclusiones y atendiendo a las diferentes capacidades de comprensión lectora, con especial atención a los colectivos más vulnerables, esto es, a las personas que tienen más dificultades de acceso.
Una de las primeras concreciones de este proyecto es el lanzamiento de la colección de libros Biblioteca de Cabecera, destinada a los enfermos hospitalizados en la red del Servicio Extremeño de Salud. La colección sigue el estilo de los libros de LF, con textos sencillos, breves, con glosarios finales si es preciso, y está pensada para facilitar el placer de la lectura a lectores que, por su enfermedad, tienen mayor dificultad de concentración. Del primer título, Relatos, del poeta y narrador extremeño Jesús Delgado Valhondo, se editarán 15 000 ejemplares.

¿Quién promueve la lectura fácil en la Unión Europea?

Partiendo también de las diretrices emitidas por la IFLA, la Asociación Europea ILSMH (International League of Societies for Persons with Mental Handicap, hoy redenominada Inclusion Europe) ha acometido el proyecto de desarrollar una directrices más amplias para la información de fácil lectura y de traducirlas a todas las lenguas de la UE. Aunque tiene su sede central en Bruselas (Bélgica), Inclusion Europe agrupa las organizaciones europeas (la FEAPS en España) miembros de la federación Inclusion International, que trabaja en favor de los derechos de las personas con discapacidades intelectuales.

En la página del SIDAR puede leerse la versión en español de estas normas, elaboradas por diversos expertos europeos, publicadas en 1998 y tituladas El camino más fácil. El texto ilustra sobre qué se entiende por información de fácil lectura, qué necesidades de información tienen las personas con discapacidad intelectual, cómo adecuar el diseño de publicaciones y cómo elaborar un texto de fácil lectura, así como dibujos, ilustraciones y símbolos, y otros materiales (casetes, vídeos y medios interactivos). Puede consultarse también esta versión abreviada.

Para saber más

Todo aquel que quiera conocer más a fondo las ideas y propósitos que implica el concepto lectura fácil, puede leer la ponencia del padre de las directrices de la IFLA, Bror I. Tronbacke: «Easy-to-Read - An important part of reading promotion and in the fight against illiteracy».

Quien desee explorar los abundantes recursos y documentos publicados en la red sobre LF (al margen de los que aquí presentamos), encontrará muy útil esta compilación hecha por Josep Turiel: «Recursos web sobre lectura fàcil i serveis especials».

Para conocer la importancia de facilitar la lectura cuando, no ya la cultura y la educación, sino la salud anda en juego, merece la pena echar un vistazo a los análisis y directrices sobre la legibilidad en la escritura científica («Legibilidad de la literatura médica: ¿se entiende lo que escribimos?») y la información sanitaria («Legibilidad de los folletos informativos», «Muchos de los folletos que se entregan a los pacientes resultan ilegibles» y «La mayoría de la gente no entiende bien los prospectos de los medicamentos»), a las pautas de escritura biomédica que cumplen las directrices de lectura fácil («Cómo escribir materiales de salud que sean fáciles de leer», «Directriz de legibilidad de material de acondicionamiento y prospecto (circulares 2/2000 y 1/2002)», y a estas muestras de textos generados según estos principios («Todos los documentos de lectura fácil»).

Yendo un paso más allá y entrando de lleno en el campo de la ergonomía cognitiva, merece la pena seguir los trabajos, avances e investigaciones centrados en facilitar la accesibilidad y legibilidad de la información a las personas con minusvalías físicas. Particularmente recomendable es la visita de la página del Grupo Informática y Discapacidades de la ATI, y la lectura de la recopilación de directrices que hace Javier Cubero en Eldígoras y de esta tesis de Andrea Ferraz Fernández: «Ergonomía de la información para estudiantes universitarios con discapacidad».

 

Conclusión

A riesgo de haber abrumado al lector con toda esta avalancha informativa, espero que este artículo sirva al menos para que cada vez sean más los autores y los editores que sigan la estela de las directrices de LF, verdadera punta de lanza del estilo inclusivo. De hecho, espero (esperamos todos en A&C) que cada vez sean más los autores y los editores (y los libreros, y los bibliotecarios, y los animadores culturales, y...) que, sencillamente, hagan su trabajo pensando en el lector, el fomento de la lectura y el acceso universal al conocimiento.

Silvia Senz (Sabadell)

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A&C: un año al pie del cañón

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Hoy estamos de celebración. No hay para menos: cumplimos un año tratando de hacer realidad nuestro propósito de reivindicar la calidad en la edición, las buenas prácticas sectoriales y la diversidad lingüística y cultural, y de hacer visibles los eslabones más ignorados e invisibles de la cadena del libro y la cultura escrita: los profesionales del texto y la edición.

Si lo conseguimos, ya se verá. Cuestión de perseverancia... y de buenas dosis de fe, para qué engañarnos. Al menos, tenemos la opción de alzar la voz; de alzar cada uno su propia voz, según su sentir y su entender, siempre buscando la eufonía del buen hacer.

En este año se han oído (esperamos que escuchado) muchas voces, muy distintas, todas entusiastas, todas comprometidas aunque no todas permanentes. En un sector tan inestable como el de la edición, la traducción y la corrección editorial, de trabajo diario a destajo, cuesta sudores encontrar el hueco para hablar de lo que nos inquieta. Si lo hacemos, es porque quienes conformamos la redacción estable de Addenda et Corrigenda podemos permitirnos aún mantener este blog (y su espíritu plural, arriesgado y combativo) entre nuestras prioridades.

No ha sido el caso de gente que nos ha ido acompañando (desde Madrid, Barcelona, Montevideo, Lima, Buenos Aires, Murcia, Roma), a menudo con perseverancia, siempre con su ánimo y su apoyo, desde un principio. Gente tan querida como Ana Lorenzo, Pilar Chargoñia, Ricardo Soca, Javier Cubero, Virginia Avendaño, Amanda Paltrinieri, Glenda Escajadillo, Ana Cristina Misenta, Cecilia Mosteiro, Gonzalo García Darabuc... y Màrius Serra incluso. Gente desconocida, también, como Carola Clavo, la diseñadora gráfica que tan espontáneamente nos escribió para regalarnos la hermosa cabecera de esta bitácora. 

En cuanto a los que seguimos siempre en la brecha... quizá haya llegado la hora de presentarnos. Como diría Pilar Chargoñia, «Estos somos y aquí estamos y esto es lo que decimos»:

Montse Alberte

Javier Dávila

Jordi Minguell

Mar Rodríguez

Silvia Senz

 

 

Grupo A&C

 

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Grupo A&C: Montse Alberte

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Filóloga, lexicógrafa, correctora y traductora.

Me licencié en filología hispánica por la Universidad de Barcelona, en 1990. A los pocos meses formé parte del equipo investigador de Carlos Subirats (Universidad Autónoma de Barcelona) y me encontré sumergida entre palabras y rodeada de diccionarios; entonces me convencí de que la lexicografía institucional no le hacía ningún favor a la lengua española y que, para mí, quienes se merecían todos los honores eran María Moliner y Joan Coromines, figuras a las que admiro profundamente.

Como lexicógrafa he participado en proyectos interesantísimos, que me permitieron aprender cómo deben hacerse las cosas, pero también he quemado unas cuantas neuronas en proyectos vanos, que nunca debieron llevarse a cabo y que me sirvieron para conocer cómo no deben hacerse las cosas y, sobre todo, para sobrevivir.

Pero como de diccionarios no vive el hombre, tuve que reciclarme y sumergirme en el sector editorial, en el de calidad, donde el filólogo es tenido en cuenta, y en el de cantidad, donde el filólogo pinta poco, incluso ya casi ni pinta.

Ante el mercantilismo editorial que impera en estos tiempos, y con el deseo de que algún día se recupere el sentido común y la edición vuelva a regirse por el parámetro de la calidad, aquí estoy, junto con grandes compañeros, poniendo mi granito de arena para defender la figura del corrector, denunciar los abusos que se cometen y hablar de lo que me interesa, con libertad.

Montse Alberte

(Continuará con Javier Dávila.)

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Grupo A&C: Javier Dávila

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Nací y vivo en la ciudad de México. Siempre he trabajado con libros, primero como librero y después como editor. Actualmente me gano la vida como traductor, principalmente de libros de texto universitarios.

A pesar de que nuestro medio se ha vuelto ingrato, no me imagino lejos, haciendo otra cosa. No sé si es vocación o terquedad, supongo que un poco las dos.

No tengo una formación filológica universitaria ni creo que la tendré. Me he formado estudiando lo que hacen los maestros de nuestro oficio con los que he trabajado.

Estoy convencido de que si la aportación de cada uno es insignificante, la de todos juntos es decisiva no sólo para la lengua, sino para la civilización.

 

Javier Dávila (Ciudad de México)

(Continuará con Mar Rodríguez.)

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28/01/2007 17:36 Enlace a esta entrada.¿Quiénes somos?/Qui som? No hay comentarios. Comentar.

Lecciones de lengua, traducción, edición y consumo cultural (a cargo de Javier Marías)

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Ayer, en El País, Javier Marías comentaba así el segundo de dos reportajes (1 y 2, este último puntualizado posteriormente en una carta al director) publicados, respectivamente, en el suplemento Babelia y la sección «Cultura» del diario, acerca del arte invisible de la traducción y de la precariedad laboral que afecta a los traductores de libros. En el más reciente de estos reportajes, «Traducciones crecientes, dinero menguante», se recogían con particular detalle los resultados de un reciente estudio socioprofesional realizado por la ACEtt sobre las condiciones de trabajo de los traductores de libros en España, en la línea del estupendo Libro Blanco de la Traducción en España (reseñado aquí: 1, 2, 3 y 4), que esta misma asociación publicó en 1997 y que aún puede adquirirse solicitándolo en la asociación y consultarse en bibliotecas universitarias.

De lo que denuncia Marías —que no es la primera ni la segunda vez que critica la situación de la traducción y la edición en España— entresaco este párrafo:

Más de una vez he hablado del lamentable estado de nuestra lengua y de nuestras traducciones en particular, de las cuales nos nutrimos tanto o más que de lo escrito en español (¿o es que no son traducción innumerables noticias de prensa y televisión, o los subtítulos de las películas y las series?). Pero es que el círculo vicioso ya está creado, gracias en buena medida a los editores iletrados y avaros: éstos dan el trabajo al más pringado, éste aplica la ley de la jeta y no se molesta en mejorar, los críticos casi nunca enjuician las traducciones, para bien ni para mal, de modo que esos editores a los que se les debería caer la cara de vergüenza por ofrecer productos defectuosos cuando no infames, jamás son reprendidos por nadie ni ven disminuir sus beneficios, como merecerían; y a los lectores, por último, parece darles todo igual, o ya no saben distinguir. Hoy hay muchos que creen estar al día y haber leído a los mejores autores extranjeros, cuando lo único que han leído es un burdo simulacro, patoso y lleno de infidelidades y errores, de lo que originalmente escribieron. Así como uno no compra la leche Tal o los embutidos Cual, la nevera X o el ordenador Z porque sabe que son una porquería, a estas alturas deberíamos ya saber que de la editorial H o V uno jamás debe adquirir un libro traducido. Yo mismo podría darles aquí una pequeña lista, pero esa no es mi misión. Lo sería de los críticos, en primer lugar, y de los propios lectores a continuación. Y sólo así, al cabo del tiempo, podría acabarse con lo que expresaba un veterano traductor en el reportaje mencionado: «Hasta que podamos demostrar que las traducciones, las buenas y las malas, afectan a las ventas, a las editoriales les importarán un comino». Las traducciones también conforman —cada vez más— nuestra lengua, y ésta, francamente, jamás debería importarnos un comino a ninguno de los que la hablamos.

Poco que comentar a esta andanada de Marías. Lo que se dice es lo que hay, bastante lo sabemos. Sólo añadir que todas las asociaciones profesionales que, como ACEtt y Unico, realizan estudios de este tipo, deberían trabajar coordinadamente, compartir datos y experiencias, no en vano todos los profesionales del libro y de la producción textual formamos parte de una misma cadena y estamos a merced de una misma filosofía y una misma política de producción cultural. A estas alturas, el propio Javier Marías debería saber —no ya como traductor que ha sido, sino como autor y editor que es— que una edición esmerada pasa por muchas manos. Como académico de la lengua y flagelo de los malos usos ajenos, Marías debería, además, plantearse si a su libérrima interpretación del léxico y la gramática —puesta en evidencia por sus críticos más feroces— le corresponde un sillón en una institución que supuestamente no persigue ya un ideal lingüístico (pureza) y estilístico (elegancia), basado en modelos ejemplares de la lengua escrita (los doctos y los buenos escritores), sino que tiene como objeto velar por la unidad del idioma, observando el uso diario y recogiendo las manifestaciones comunes y generalizadas en una propuesta de español estandarizado: la norma culta panhispánica.

 Por otra parte, si, como señala Marías, el libro es un producto, es responsabilidad de los lectores reclamar por un producto defectuoso, llevando su queja a las últimas consecuencias. (En esta bitácora ilustraremos en breve sobre los pasos que hay que dar en este sentido.) Atañe sólo al lector exigir a las editoriales servicios de atención al cliente como es debido, reclamar a la crítica valoraciones formales de cada obra, y solicitar a las instituciones culturales y de defensa del consumidor la creación de leyes que amparen estas quejas y de la figura de un defensor del lector de libros, que ponga coto al negocio a costa de la educación y la cultura —del que hemos tenido ejemplos bien recientes precisamente en ese diario en el que escribe Marías.

 

Silvia Senz (Sabadell)

 

 

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Los clubes de lectura, una experiencia personal e intransferible

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Lo confieso, soy adicta a la lectura... y ahora a mi club. Cuando escucho a los «grandes» llenándose la boca con cifras de ventas, millones obtenidos, miles de libros publicados, ganancias y pérdidas, premios y descréditos, derechos de reproducción y de (im)propiedad intelectual —porque, a ver: las ideas no salen de la nada, por lo tanto...— y lo comparo con los hechos, con cuántos lectores más han conseguido, con cuántos libros realmente se han corregido e impreso con primor... me entran ganas de enviarles (a franquear en destino, claro) las teorías económicas sobre «rentabilidad» o de espetarles, como dirían por acá, «Pa’ este viaje no hacían falta tantas alforjas». Porque más que fomentar la lectura, quitan las ganas de leer. A ver quién es la guapa que aguanta la lectura de libros escritos con una sintaxis infumable (e ilegible, e intragable), libros con argumentos que se sostienen con alfileres de latón y que podían haberse perfectamente quedado en el cajón, hasta que alguien recogiera el tocho y lo enviara a reciclar.

Las iniciativas gubernamentales, como el «Plan de fomento de la Lectura» (sic) por otra parte, están completamente obsoletas: el «Pasaporte de Lectura» es para... el curso escolar 2002/2003. Una visita a algunos enlaces, para tratar, sencillamente, de encontrar alguna actividad para fomentar la lectura me da error, «Server not found». Buscando la dirección de la biblioteca de mi barrio, me sale la información de hace al menos diez años y la referida a clubes de lectura es, por decir algo, anticuada.

Y, sin embargo, los clubes de lectura están aquí, con un poco de suerte y si no se entrometen mucho las instituciones, para quedarse.

¿Cómo se define un club de lectura? La definición del Ministerio de Cultura es restrictiva y bastante errónea (para empezar), pero sirve de punto de partida:

Un club de lectura es un grupo de personas que leen al mismo tiempo un libro. Cada uno lo hace en su casa, pero una vez a la semana, en un día y a una hora fijos, se reúnen todos para comentar las páginas avanzadas desde el encuentro anterior.

¿Por qué digo que inexacta y restrictiva? El club de lectura en el que participo, por ejemplo, se reúne una vez al mes. La mayoría trabajamos y los que están jubilados participan en dos mil actividades de apoyo comunitario que llenan su tiempo, además de tener una rica y activa vida familiar y social. No leemos por páginas, sino libros enteros de un mes para otro (aunque a veces pueda ocurrir que alguno no lo acaba o que no le apetezca leer el libro de ese mes).

En lo que sí acierta la definición es en que un club de lectura es «un grupo de personas que leen [...] y se reúnen para comentar» lo que han leído. Aciertan también en las razones de los clubes de lectura: el acto íntimo y personal de la lectura se complementa con el comentario con otras personas; el punto de vista propio se complementa con el punto de vista de los demás.

El resto (clasificación, características, composición) ya son especificaciones varias que, también, varían: se considera ideal un grupo de entre veinte y veinticinco personas, pero si muchas son participativas, es mejor que haya menos; hay clubes muy diferentes según sus objetivos, etcétera.

Un aspecto que no se menciona en el estudio-clasificación-intento de definición es el crecimiento y la evolución de los clubes de lectura. No conozco más que el club en el que participo, pero va cambiando desde que empezó. El primer año fue más bien una toma de contacto de los miembros del club: nos conocimos, escuchábamos la introducción y las explicaciones preliminares sobre libro y autor, opinábamos desde el estómago y el corazón y, básicamente, terminábamos contextualizando el libro y a su autor (el autor en su momento histórico, y el libro en relación al resto de su obra y en relación con otros libros) y dando una serie de opiniones sobre ambos.

Este segundo año los participantes en el club de lectura hemos evolucionado: ya no es cuestión de escuchar a la coordinadora, sino que ahora estamos tomando la responsabilidad de preparar nosotros algún libro. A finales del año pasado escogimos un tema que nos interesaba; a partir de esa selección personal, hemos tratado literatura africana, nos disponemos ahora a leer a Stefan Zweig y está en el aire una sugerencia de una obra de ciencia ficción y también de un escritor asturiano. Y en eso andamos.

Los clubes también pueden intentar colaborar con la comunidad. El nuestro tiene ahora un cuaderno de bitácora en internet, para compartir qué leemos, por qué nos ha gustado o por qué creemos que no merece la pena lo que hemos leído. Colaboramos con la biblioteca sugiriendo exposiciones de libros, y también estamos intentando organizar encuentros con los autores. El 1 de febrero será Pepe Monteserín (del que leímos Matómelo Dumas) el encargado de reunirse con nosotros en la biblioteca, y probablemente se haga algún encuentro más.

La iniciativa no siempre parte de la biblioteca; en nuestro caso (creo que ya lo expliqué en una ocasión) fue la Consejería de la Mujer la que intentó implicar a la mujer rural en la lectura. Acabó implicando a mujeres y hombres, rurales y urbanos, jóvenes y jubilados, gente que lleva años leyendo y gente que ha leído su primer libro al incorporarse al club.

Volviendo a lo que decía al principio, la receta del MCE no está completa: se necesita dinero institucional para el club (los libros no son gratuitos y el espacio que se utiliza es un espacio público; los informes sobre los libros se fotocopian con material público también) y, en nuestro caso, la liberación de una bibliotecaria de sus tareas habituales durante algún tiempo, para conducir el club por los vericuetos del comentario de los libros (aunque el tiempo que acaba sustrayendo a sus horas libres también es considerable).

La conclusión: soy parte interesada y subjetiva. Me gusta la iniciativa, por las posibilidades de apertura de la lectura a personas que no suelen leer demasiado, por las posibilidades de escuchar nuevos puntos de vista... y porque siempre se puede ir a tomar un café después de las reuniones, para acabar de perfilar la opinión. ☺

Mar Rodríguez (Asturias)

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Grupo A&C: Mar Rodríguez

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Nombre: Mar Rodríguez

Ubicación: Gijón, Asturias (España)

Profesión: Traductora, editora y correctora de textos. Madre.

Trayectoria: Como casi todo, primero me tiré a ello y luego adquiero los conocimientos, que voy puliendo a los pocos, con ayuda de muchos que comparten la sabiduría.

Comencé traduciendo, me formé como traductora y voy especializándome en los campos que me gustan. Después me pidieron que corrigiera traducciones... y yo voy haciendo camino al corregir, consulto, investigo... y me pregunto por qué cuánto más conocimiento se requiere para hacer la labor, menos se paga.

Qué hago ahora: Aprendo sobre China y su idioma, amplío conocimientos en edición y corrección. También ando ayudando en el club de lectura del barrio, doy la chapa a mi marido y le hago estilos de trenzas variadas a mi hija. ☺

 

 

Mar Rodríguez (Gijón)

(Continuará con Silvia Senz.)

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