Inocente, Roberto Batista, de 11 años, pensaba que se iba de vacaciones a Nueva York con su hermano, de nueve, a celebrar la Nochevieja de 1958 con sus padrinos. O eso le dijeron sus padres. Era 30 de diciembre, las milicias dirigidas por el Che Guevara habían iniciado la ofensiva sobre Santa Clara, último reducto antes de La Habana, y el padre de Roberto, el dictador Fulgencio Batista, estaba a punto de caer. Pero él no sabía nada de eso.