• 14May

    Ha concluido el debate sobre el Estado de la Nación. Lo ha hecho como empezó, con las iniciativas propagandísticas de José Luis Rodríguez Zapatero anegándolo todo. Durante tres o cuatro días sus propuestas han llenado las portadas de los medios: desde el ordenador para los niños a la distribución libre de la píldora abortiva concluyendo en la nueva ley del aborto. Fuera de eso, nada más.

    La lógica y la situación política parecían indicar que el debate supondría el fin del mito de ZP. Hasta el más crítico o el más opuesto a Mariano Rajoy pensaba que el presidente sería, en esta ocasión, un bocado tierno. Bastaba con presentarle la fotografía real de España. Con demostrar que el gobierno ha sido manifiestamente incompetente frente a la crisis; con denunciar la ingeniería social socialista. Sin embargo, para asombro de muchos, el presidente ha salido triunfante.

    El debate, que debería haber precipitado la caída demoscópica del socialismo, ha servido para abrir con ventaja la campaña europea socialista. Hasta las encuestas menos amigas hablan de un empate en el debate entre Rajoy y Rodríguez Zapatero, lo que, con lo que está cayendo, equivale a una victoria del presidente.

    El propio Rajoy, de forma indirecta, lo ha reconocido cuando, a la hora de valorar globalmente el resultado del debate, siguiendo las recomendaciones de sus asesores, se ha escudado en resaltar que el socialismo está sólo en la cámara. Pobre justificación para una derrota a la que han contribuido Soraya, Cospedal y Montoro.

    A Mariano Rajoy yo le recomendaría, sinceramente, que cesara a toda la pléyade de asesores y colaboradores que le preparó, durante varias sesiones de trabajo, el discurso que debería significar el fin del mito ZP. El mismo equipo que fue incapaz de contraprogramar el discurso del presidente en el tránsito de la mañana a la tarde. Un equipo que se debió quedar tan alelado como la propia Soraya Sáenz de Santamaría cuando tuvo que responder a la lista de promesas del presidente. Debería echarlos a todos por las escaleras de Génova 13, por ignorar lo que ya es una costumbre de Rodríguez Zapatero: hacer frente a una situación diversificando promesas y objetivos. Debería echarlos porque fueron incapaces de pensar que la realidad del Estado de la Nación es algo más que el monotema de la crisis económica. Y es que las demagógicas y ficticias promesas del presidente apabullaron a una oposición que fue incapaz de preguntar algo tan simple como “¿cuánto nos costará la broma?”