El anuncio que las últimas tropas españolas desplegadas en la provincia afgana de Herat se retirarán antes del 31 de Octubre, y que los oficiales en la capital Kabul lo harán antes de finales de año, han ido acompañadas del recordatorio de una cifra: 99 caídos, más dos intérpretes locales. Puede parecer una simple estadística, y hasta un número no excesivo, pero no deberíamos olvidar jamás que detrás de cada una de estas muertes hay una familia, mucho dolor, y alguien que ya no volverá.
Hasta ahora los catalanes hemos podido ignorar estas cuestiones. Ventajas de no tener un estado propio, sino uno que juega en nuestra contra. Como ocurre siempre en esta vida, sin embargo, todo tiene dos caras, y ese mismo estado que no invierte en Cataluña, que bloquea nuestras infraestructuras, y que se alimenta de una “solidaridad” sin parangón en el mundo entero, tampoco nos llama a luchar y morir en Afganistán. Desde los tiempos clásicos la profesión de las armas ha sido característica de los hombres libres, vetada a los esclavos. Ha corrido el tiempo, pero la estructura de España sigue respondiendo a los mismos esquemas: a Afganistán va el núcleo duro castellano del estado, mientras los habitantes de los territorios incorporados a la fuerza hace tres siglos se quedan en casa, calladitos, trabajando, pagando impuestos, y sin rechistar.
Afganistán también es Ítaca. La imagen muestra un soldado del Primer Batallón, Coldstream Guards, en una montaña cercana a Kabul el año 2014.
El problema, visto desde Madrid, es que una mayoría de catalanes ha roto ya mentalmente con este esquema. Se han cansado, y ya no aceptan pagar y callar. Se han cansado de querer compartir el poder, y al ver que era imposible, han decidido decir adiós. Si no pueden tener una porción del poder en el estado donde viven, prefieren (re)crear el suyo propio. Así podrán proteger su lengua, gestionar y ampliar sus infraestructuras, garantizar sus pensiones, y legar a sus hijos un país más próspero y justo.
Libertad y responsabilidad son, sin embargo, dos caras de la misma moneda, indisolublemente unidas. Volver a la comunidad internacional supone asumir las responsabilidades que ello conlleva. Y esta frase, que tan bien suena, poco consuelo es para las 99 familias que han visto perder un ser querido. Igualmente, poco consuelo será cuando las cajas de madera que vuelvan de Afganistán, o de dondequiera les lleven las obligaciones internacionales del nuevo estado, lleguen a El Prat cubiertas con las cuatro barras. Sin embargo, no hay marcha atrás. El 27 de Septiembre los catalanes votaremos por la libertad, la justicia, la prosperidad, y por tanto también por la responsabilidad. Forma todo ello un paquete único, indivisible. A menudo, refiriéndose al largo camino hacia la libertad, los líderes catalanes hablan de Ítaca. El 27 de Septiembre, estaremos más cerca, plenamente conscientes que Afganistán forma parte de Ítaca.
Hasta ahora los catalanes hemos podido ignorar estas cuestiones. Ventajas de no tener un estado propio, sino uno que juega en nuestra contra. Como ocurre siempre en esta vida, sin embargo, todo tiene dos caras, y ese mismo estado que no invierte en Cataluña, que bloquea nuestras infraestructuras, y que se alimenta de una “solidaridad” sin parangón en el mundo entero, tampoco nos llama a luchar y morir en Afganistán. Desde los tiempos clásicos la profesión de las armas ha sido característica de los hombres libres, vetada a los esclavos. Ha corrido el tiempo, pero la estructura de España sigue respondiendo a los mismos esquemas: a Afganistán va el núcleo duro castellano del estado, mientras los habitantes de los territorios incorporados a la fuerza hace tres siglos se quedan en casa, calladitos, trabajando, pagando impuestos, y sin rechistar.
Afganistán también es Ítaca. La imagen muestra un soldado del Primer Batallón, Coldstream Guards, en una montaña cercana a Kabul el año 2014.
El problema, visto desde Madrid, es que una mayoría de catalanes ha roto ya mentalmente con este esquema. Se han cansado, y ya no aceptan pagar y callar. Se han cansado de querer compartir el poder, y al ver que era imposible, han decidido decir adiós. Si no pueden tener una porción del poder en el estado donde viven, prefieren (re)crear el suyo propio. Así podrán proteger su lengua, gestionar y ampliar sus infraestructuras, garantizar sus pensiones, y legar a sus hijos un país más próspero y justo.
Libertad y responsabilidad son, sin embargo, dos caras de la misma moneda, indisolublemente unidas. Volver a la comunidad internacional supone asumir las responsabilidades que ello conlleva. Y esta frase, que tan bien suena, poco consuelo es para las 99 familias que han visto perder un ser querido. Igualmente, poco consuelo será cuando las cajas de madera que vuelvan de Afganistán, o de dondequiera les lleven las obligaciones internacionales del nuevo estado, lleguen a El Prat cubiertas con las cuatro barras. Sin embargo, no hay marcha atrás. El 27 de Septiembre los catalanes votaremos por la libertad, la justicia, la prosperidad, y por tanto también por la responsabilidad. Forma todo ello un paquete único, indivisible. A menudo, refiriéndose al largo camino hacia la libertad, los líderes catalanes hablan de Ítaca. El 27 de Septiembre, estaremos más cerca, plenamente conscientes que Afganistán forma parte de Ítaca.