Viure comparant-se

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Ens mirem el melic contínuament a l’hora que ens volem vendre com l’avançada d’Espanya, la locomotora econòmica, el súmmum de l’emprenedoria, el “colmo” de la innovació. Però tot això no ho podem posar a l’agenda sense comparar-nos. No amb nosaltres. Sinó amb ells. Ells com si fos un contrari, un rival, un enemic. Una mena de serp verinosa que ens impedeix d’expressar-nos. Som la pera. Però no podem ser llimonera perquè ens posen obstacles a tot arreu. Algun estudi diu que els catalans estem perplexos. La perplexitat és la meva esperança. Perplexitat i crisi econòmica seran els elements, conjuntament amb l’autogovern, les palanques del canvi d’actitud i de pensament que han de permetre, per fi, que ens mirem a nosaltres mateixos, els objectius que volem aconseguir i els reptes de futur que afrontem, comparant-nos amb nosaltres mateixos. Les comparacions són odioses, sí. Insuportables si el què tenim davant és un mirall en el qual mirar-nos. De moment; el nou model de finançament ens resta excuses per no voler mirar-nos al mirall. I ara, doncs, què fem? Jo ho tinc clar; mirar-me a mi, i aprendre dels altres. Estiguin al sud, al nord, i sí. De l’oest també se n’aprèn. I molt.
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dimecres 22 de desembre de 2010

"La buena sociedad" de Josep Ramoneda

Article publicat al diari El País el 21 de juny de 2008

La buena sociedad. "La buena sociedad es aquella en que el entorno social y político permite a los individuos desarrollar una identidad autónoma o una relación positiva consigo mismos". La frase es de Axel Honneth, quizás la voz más interesante que tiene hoy la vieja Escuela de Frankfurt. O sea, que en la buena sociedad los ciudadanos deben poder ser lo que quieran ser, sin pasar por las experiencias dolorosas del desprecio y de la negación del reconocimiento.

Los partidos de izquierdas se siguen llamando socialistas cuando a los ojos de la mayoría de los ciudadanos esta palabra representa hoy una idea de sociedad que ni es viable ni es siquiera deseable. Lo primero que tiene que hacer la izquierda, si quiere renovarse, es saber explicar en qué tipo de sociedad piensa. La definición de Honneth me parece un buen punto de partida que pone el énfasis en la plena realización personal. Como recuerda otro filósofo, Kwame Appiah, el cosmopolitismo moderno se basa en que "cada individuo lleva la carga de la responsabilidad definitiva de su propia vida", es decir, de autogobernarse. Crear las condiciones para que esto sea posible y asegurar que seguimos siendo una sola humanidad, debe ser el ideal regulador de las políticas de izquierdas. Dice Avishai Margalit que una sociedad decente es aquella en la que las instituciones no humillan a los ciudadanos. La tarea de la izquierda empieza por aquí: por gobernar para el reconocimiento de todos y con el respeto para todos que exige la más elemental noción de servicio público.

- El liderazgo del cambio. La idea de izquierda sólo tiene sentido si va unida a la idea de progreso y cambio social. La izquierda se vuelve conservadora cuando pierde el pulso del sentido de la historia y siente pánico ante los cambios tecnológicos y científicos. Responde reactivamente y, a menudo, confunde frenarlos con gobernarlos. De modo que la izquierda necesita saber dónde está el progreso, en un doble sentido: ¿qué cambio social es el que nos acerca más a la idea de sociedad que opera como idea regulativa? ¿Cuáles son los agentes sociales de este cambio? La izquierda no puede confundir los instrumentos con los fines. El crecimiento o la competitividad pueden ser el horizonte ideológico insuperable para la derecha, no para la izquierda. La izquierda tiene que preguntarse: crecimiento, ¿para qué?; competitividad, ¿para qué?

La estructura social ha cambiado mucho. Hemos asistido al declive de la noción de clase como factor identitario. Al mismo tiempo, la clase obrera ha dejado de ser una fuerza homogénea capaz de actuar como motor del cambio social. Las mutaciones del capitalismo han pillado a la izquierda a contrapié. Y ésta se mueve hoy en un terreno doblemente ambiguo. En lo social, siente que su suelo es movedizo: las élites urbanas más preparadas para las exigencias del progreso le abandonan a menudo. En lo ideológico, se mueve entre la aceptación incondicional del paradigma liberal y la defensa de su herencia más sólida: el Estado de bienestar. Construir una vía nueva a partir de estas dos bases significa recuperar la iniciativa del cambio, sintonizando con los sectores sociales que pueden devolver a la política la capacidad normativa que ahora está en manos del dinero.

- El reconocimiento. Si el ideal es la plena autonomía del individuo, el reconocimiento debe sustituir a la lógica de la política asistencial. La asistencia es unidireccional, el reconocimiento es transitivo y mutuo y exige políticamente el compromiso de luchar contra todo aquello que obstaculiza la autorrealización individual, es decir, contra los abusos de poder, tanto en las relaciones entre ciudadanos como en las relaciones de los ciudadanos con el Estado y las instituciones.

Las políticas de reconocimiento son esenciales para la izquierda: de ahí la importancia de la ley de matrimonios homosexuales, la legislación de género o las regulaciones masivas de inmigrantes, tres ejemplos del tipo de decisiones de los que la izquierda no se debería avergonzar nunca.

La izquierda ha buscado siempre la manera de encontrar equilibrios sostenibles entre Estado, trabajo y capital. Pero esta contracción del espacio y aceleración del tiempo que llamamos globalización ha generado una sensación extendida de vulnerabilidad, fruto de un desplazamiento masivo de dinero, mercancías, ideas y, en menor medida, personas a través del mundo. Reconocer al ciudadano su derecho a ser como quiera es otorgarle un cierto amparo tanto ante los vértigos de cambio como ante los intentos comunitaristas de determinar su identidad por la vía de la pertenencia a un grupo. Es cierto que la izquierda ha tenido dificultades para entender la complejidad de la economía humana del deseo y, por tanto, para decodificar fenómenos como los nacionalismos o las religiones. También en este terreno tienen que ser efectivas las políticas de reconocimiento, sobre la base del pluralismo y de la crítica a la fractura multiculturalista. Pero la izquierda tendrá siempre inevitablemente una dimensión cosmopolita.

- La radicalidad democrática. Anthony Giddens plantea la renovación de la tercera vía del laborismo inglés a partir de la idea de seguridad. Naturalmente, la sensación de vulnerabilidad que amenaza hoy las distintas condiciones de un ciudadano de identidad polivalente, requiere políticas de seguridad. Pero la izquierda no puede caer en la trampa de explotar el miedo de los ciudadanos convirtiendo la seguridad en ideología como hace la derecha. La seguridad forma parte de las condiciones de desarrollo de una vida autónoma. Y, por tanto, no puede reducirse a la seguridad en sentido policial y militar. Se necesita seguridad jurídica, en el trabajo, para moverse, para asociarse, para la libre expresión, es decir, seguridad de que hay un marco de garantías comunes. La seguridad no puede ser la coartada para un sistema de control social cada día más invasivo.

Años atrás, decíamos que era un régimen totalitario aquél en el que no hay espacio para lo privado. La vida privada está hoy expuesta a la visibilidad, con el consentimiento de los parlamentos democráticos, hasta tal punto que algunos teóricos hablan ya de tiempos posdemocráticos. La izquierda debe ser radical en la defensa de la democracia. Al fin y al cabo, la ley de base democrática es la mejor arma que tienen los ciudadanos para defenderse de los abusos de poder.

- La renta básica. Pero la izquierda, además, no puede abandonar la idea de justicia social. Sin ella, su razón de ser quedaría limitada, convertida en una simple vía complementaria para el proceso de selección de las élites gobernantes. De la idea de justicia social derivan los principios básicos de la tradición socialdemócrata: la igualdad política, de oportunidades, la justicia distributiva. La izquierda no puede hacer seguidismo de la derecha desacreditando el papel del Estado y convirtiendo la reducción de los impuestos en mito ideológico.

Los impuestos no son un fin, son un instrumento. La calidad de servicios y la distribución de la carga impositiva -que no puede pesar sólo sobre los asalariados- es lo que determina el sentido de una política. En este horizonte, el derecho a un mínimo social garantizado, la renta básica, parece la última defensa para que la idea de igualdad tenga todavía sentido.

- El reformismo. Desde que vivimos en un presente continuo, el pasado tiene una función estrictamente mítica y el futuro se ha desdibujado, la izquierda encuentra enormes dificultades para actuar como proyecto de renovación integradora. Cada vez acepta más resignadamente el papel de una de las dos caras de la alternancia en la sociedad democrática, como si su función fuera de actor invitado al juego de las apariencias del cambio para que nada cambie. En este principio de siglo XXI, el espejismo de las aguas tranquilas, que nos dibujaron los discursos de fin de la historia y de la posmodernidad, se ha desvanecido. Estamos en una dinámica de cambio y la izquierda debe intentar orientarla, procurando que ésta no signifique la marginación definitiva de millones de personas. Y haciendo del reconocimiento de todos y cada uno de los ciudadanos su razón política. Por eso, resulta insoportable cuando la izquierda se apunta a las políticas de humillación en materia de inmigración.

El premio Nobel de Economía Robert Solow, analizando las políticas de Reagan, decía que la derecha siempre defiende más poder para los más poderosos y más dinero para los más ricos. En la desorientación actual de la izquierda, a menudo, da la impresión de que esto mismo se podría predicar de ella. Y si seguir hablando de izquierda tiene algún sentido es precisamente para contrarestar esta tendencia. No hay que confundir liderar el cambio social con entregarse en manos de los ricos y poderosos.

"PSC i Catalunya: ara i aquí" d'Ernest Maragall

Article publicat a El Periódico el 22 de desembre de 2010


La pregunta no és quin és el futur del PSC. La pregunta és quin és el present de Catalunya i com pensa el PSC que cal fer-hi front. El present de Catalunya és massa exigent per admetre processos interns que, a més, es plantegen com a termini un congrés a celebrar d'aquí a un any.

És ara que cal afrontar la crisi econòmica més greu de la nostra història recent. És ara que cal formular noves respostes per a l'avenç del nostre autogovern. És ara que cal definir projectes locals amb propostes solvents per a les ciutats i pobles que d'aquí pocs mesos viuran un nou procés electoral.

Les respostes que la ciutadania espera del gran partit del catalanisme progressista no les trobarem en un debat endogàmic ni en enfrontaments caïnites. El PSC les trobarà en la mateixa societat, en l'esforç compartit amb empresaris i treballadors per definir les noves vies de concertació social. Vivim aquest present en un entorn que no admet ingenuïtats ni solucions locals, sinó que exigeix societats fortes i capaces d'assumir sacrificis tant com d'obrir nous camins.

Per al PSC, doncs, la qüestió és de posició. «¡És la política, estúpid!» podríem dir-nos a nosaltres mateixos. És hora de la definició clara davant la ciutadania en totes i cadascuna de les qüestions centrals: crisi econòmica, autogovern, regeneració democràtica.

Fins ara hem adoptat formulacions explícitament reformistes, però, és clar, només en la intimitat. Estan escrites al programa electoral i, fins i tot, impulsades pel Govern de Catalunya. Però mai n'hem fet bandera, ni hem gosat afrontar els riscos que l'ortodòxia electoral els atribueix.

Per cert: ara ho està fent el president Zapatero i, en això, mereixeria quelcom més que recolzament parcial i silenciós. El PSC pot i ha de ser el més disposat, el més avançat en l'adopció de criteris clarament expressius de l'alternativa progressista.

En relació amb l'autogovern català la situació encara és més exigent. ¿Deixarem en mans de CiU l'enèsim capítol del «peix al cove» defensant el pseudoconcert o el dret a decidir? Si realment volem construir una resposta de matriu federalista que contingui els mínims de bilateralitat i plurinacionalitat protegits per la Constitució, vella o nova, haurem de començar per aplicar-nos el concepte a nosaltres mateixos. Ara som federalistes retòrics, de conveniència. Ens costa Déu i ajuda concretar què significa el terme. Haurem de saber explicar als catalans i les catalanes quina nació-Estat volem esdevenir sense negar, per això, els llaços de fraternitat que la història ens ha llegat.

De la mateixa manera, si volem que tot això tingui possibilitats de ser recolzat per la majoria social que diem voler representar, haurem de ser punta de llança de la regeneració democràtica, d'una nova concepció de la relació entre política i ciutadania. Això implica que el PSC deixi d'entotsolar-se i s'atreveixi a revisar hàbits i reglaments interns. Per sortir al camp lliure del contrast d'idees, abandonar la seguretat de l'endogàmia orgànica i buscar les respostes allà on són: a la societat oberta, lliure, de ciutadania individual o organitzada que proposa, crea, arrisca i contribueix .

El més absurd es continuar discutint si el debat s'ha de fer dins o fora, ara o més tard. El debat ja s'ha obert, perquè així ho demana una societat catalana en crisi, frustrada en les seves legítimes aspiracions, amb un sistema democràtic que, un cop i un altre, decep les expectatives de la ciutadania.

El futur congrés del PSC, doncs, no té cap altre interès que el de formalitzar en termes de direcció orgànica el que en gran mesura hem escrit i aprovat ja en les resolucions programàtiques -programa marc, programa electoral- però que no hem explicat ni convertit en acció i decisió política. En suma: la recuperació de la coherència entre la declaració i l'actuació.

A parer meu, doncs, el PSC té dues opcions clares. a) Ser un partit jurídicament independent però subordinat políticament, refugiat en un digne municipalisme i sense veu ni presència pròpia allà on es prenen les decisions transcendents per a la nostra societat. Un PSC reduït en el seu àmbit d'actuació visible, lil·liputenc, en la capacitat de prendre decisions en nom de Catalunya, empetitit en la seva presència i representació social i territorial.

b) Ser un partit català, i res més. Un partit Gulliver. Reanimat. D'amples fronteres. Que des dels seus valors i principis, que comparteix amb altres partits socialistes, busca el recolzament de la majoria, ofereix iniciatives i respostes en tots els camps, començant pel de la crisi econòmica. I que actua lliurement i decidida en tots els àmbits on ostenta la representació dels ciutadans i de les ciutadanes de Catalunya.

Dit d'una altra manera: ¿acceptem com a definició un PSC alineat amb les idees, imatges i propostes que ens han dut els pitjors resultats mai obtinguts? ¿O bé ens apleguem per recuperar l'empenta creativa i el catalanisme explícit que el 1999 ens va atorgar el màxim grau de confiança obtingut en unes eleccions catalanes? Com és obvi, el meu propòsit és el de treballar des d'avui mateix per l'opció més ambiciosa, al costat dels ciutadans i les ciutadanes, tants i tantes, que comparteixen raons i criteris i mostren la voluntat de fer-los guanyadors .

"El federalisme a l'Espanya d'avui" de Ferran Mascarell

Article publicat al diari Ara el 21 de desembre de 2010

La gent de Ciutadans pel Canvi està fent una valuosa feina de reflexió i de pedagogia sobre les bondats de la via federal. Han agrupat un distingit nombre de simpatitzants en diferents llocs de la Península. Personalment em sento, per principis, federalista. Unir-se des del pacte, cooperar des de la sobirania cedida de cadascuna de les parts, sembla racionalment correcte i necessari en un món complicat com el d'ara. Sempre he pensat que és la fórmula que podria haver contribuït més a millorar el benestar dels espanyols i a resoldre els anhels nacionals dels catalans. Però cada dia que passa veig més entrebancat el camí. Espanya no vol ser plurinacional i els catalans no tenim força per imposar-l'hi. El federalisme sempre neix del pacte entre iguals. El federalisme a Espanya només pot arribar si Catalunya, a més de fer pedagogia, és capaç de construir una força política interna capaç d'expressar la voluntat de la nació i forçar un pacte entre iguals.

El problema del federalisme és que no es pot pactar amb ningú i, per tant, toca jugar al solitari. Aquesta és la diferència entre federalisme i independentisme. I al final, vés a saber, el resultat serà similar. El federalisme és pretendre jugar una partida de cartes sense que cap dels altres jugadors siguin a la taula. Només jugaràs si tens força política per obligar els altres a seure a taula.

Fa més de 150 anys que Catalunya ho intenta. I la pregunta és òbvia: per quina raó el federalisme -sent una opció tant racionalment defensable- ha tingut tan poca fortuna a Espanya? Per què va fracassar al segle XIX i també al XX ? Per què va fallar per igual la versió asimètrica de Valentí Almirall i la simètrica de Pi i Margall? Per quina raó l'Espanya del 14 d'abril del 1931 va acceptar ser republicana i integral, però no federal? Per quina raó la dreta i l'esquerra espanyoles tenen un frame mental tan poc federal? Per què l'Espanya democràtica va preferir el cafè per a tothom a un Estat federal definitiu? Quina significació té que -com diu Fernando Vallespín- la paraula federalisme sigui, a Espanya, un tabú? Com es pot valorar la sentència atroçment antifederal del Constitucional? De fet, dóna oxigen a les posicions jacobines o rupturistes i en pren al federalisme; de fet, ha tret del cap de molta gent la possibilitat real d'una Espanya vertebrada des de la il·lusió federal.

Les raons de fons d'aquest rebuig obsessiu i constant són senzilles. La via federal només l'hem plantejat les comunitats discriminades en l'estructura de l'Estat; comunitats que no han sentit els seus interessos ben defensats per l'aparell de l'Estat; col•lectius que, malgrat tot, creuen que una entesa entre Catalunya i Espanya és objectivament positiva. L'han rebutjat i combatut amb radicalitat els que han administrat l'Estat com a propietaris exclusius i còmodes beneficiaris de les seves polítiques i inversions. Rebutgen el federalisme aquells que amb l'Estat actual hi guanyen, per molt que sàpiguen que és poc eficient i menys equitatiu. Cal fer un esforç per situar les coses en termes polítics més que no pas ideològics. La via federal només ha reeixit en els països on s'ha pogut fer un pacte polític entre iguals i normalment de baix cap amunt. A Espanya el federalisme no funciona perquè qui administra l'Estat no vol un pacte entre iguals. L'Estat actual és encara el resultat d'una imposició i no del pacte. I els que més hi guanyen, no tenen intenció de canviar-lo.

El problema dels catalans és que ens hem acostumat a fer política sobre els principis ideològics, però no sobre la propietat de l'Estat. Els catalans volem ser autonomistes, federalistes o independentistes, però no sabem discutir la propietat de l'Estat. No tenim teoria sobre l'Estat que necessitem. Sabem que el d'ara és llunyà i poc eficaç; sabem que fa moltes coses mal fetes, que és poc diligent pel que fa als interessos econòmics, polítics, culturals i lingüístics catalans. El caràcter radial del tren d'alta velocitat i la negació del Corredor Mediterrani en són la millor metàfora. Cal sortir de la ideologia en benefici de la política. Política vol dir poder. La política catalana es dessagna en l'afirmació dels grans principis ideològics i abstractes però falla en la pugna política pràctica i en l'organització d'un poder polític i social competitiu.

Només hi ha una manera d'enfocar les coses. Hem de socialitzar el que significa construir un Estat. En tres nivells: en relació amb les pròpies competències, en relació amb Europa i en relació amb les competències que avui administra l'Estat espanyol. És ca bdal saber quin Estat ens convé i quina majoria social ens permetrà aconseguir-lo. No es tracta d'abandonar el federalisme, però sí el seu caràcter imperatiu. L'actitud federalitzadora és imprescindible, però l'Espanya federal només serà factible si Catalunya construeix aliances estratègiques entre totes les opcions del catalanisme. No voldria tenir raó, però em temo que la política espanyola mai arribarà al federalisme per la via racional: els seus interessos la impulsen a negar-lo.

"El pacto" de Juan-José López Burniol

Article publicat a La Vanguardia el 18 de desembre de 2010

Hay pactos y pactos. Está, en primer lugar, el pacto del que nos hablaba hace poco, desde estas páginas, Rafael Nadal. Un pacto de los partidos catalanes ante los grandes retos del país. Un pacto de solidaridad preciso - ahora que no es parlamentariamente necesario-para defender en Madrid los intereses de Catalunya con una sola voz. La sola voz que reclamaba Mañé i Flaquer - hace un siglo-para que Catalunya fuese escuchada. Coincido con la necesidad de este pacto, que he defendido hace tiempo, concretado en cuatro objetivos: estructura del Estado, financiación, grandes infraestructuras y administración de justicia. Y hasta tal punto he afirmado su necesidad, que también he sostenido que su imposibilidad y falta serán una prueba decisiva de la mala salud del país, carente de aquella vitalidad propia de una nación viva. No hay que olvidar nunca que las naciones también dejan de serlo por desuso.
 
Pero existe otro pacto - el pacto bilateral entre España y Catalunya-,que una parte de los catalanes, seguramente creciente, considera la única vía posible para encauzar el que antaño se llamaba problema catalán y hoy es percibido correctamente como el problema español. Así lo entiende el profesor Antoni Castells, quien, en la presentación de un libro de Josep Ramoneda - Contra la indiferencia-en el Cercle d´Economía, ha dicho: "En España, el centro no ha sido capaz de absorber la periferia, y la periferia no ha sido capaz de separase del centro. Ante esta situación, hay que pactar". Comparto el análisis - incapacidad para absorber e imposibilidad de separarse-,hasta el punto de que lo he reiterado en muchas ocasiones. Pero ahí termina mi coincidencia con Castells. Él auspicia - así me lo parece-un pacto entre España y Catalunya, que se limitarían a concertar sus respectivos intereses sin compartirlos, como si de dos entidades absolutamente autónomas se tratara, en el marco de una relación bilateral (es decir, confederal). Yo, en cambio, defiendo una revisión del pacto constitucional entre todos los españoles en términos de igualdad, para reformar la Constitución en sentido federal, desarrollando - a tal efecto-el Estado autonómico, sobre la base de que existen algunos intereses generales compartidos por todas las comunidades (a fin de cuentas, el Estado federal es una variedad del Estado unitario).
 
Preciso mi pensamiento en tres puntos: 1. Lo que Catalunya proponga a España, a través de una hipotética solidaridad catalana, no tiene por qué ser aceptado necesariamente por el resto de los españoles. 2. A España le interesa más una Catalunya independiente que una Catalunya ligada a ella por una relación bilateral, ya que, dado el extraordinario efecto mimético que Catalunya ejerce sobre el resto de España, su estatus bilateral se generalizaría con la consiguiente implosión del Estado. 3. Consecuentemente, España debe considerar la posibilidad de que Catalunya se independice si no acepta, por no convenirle, el marco de un Estado federal.
 
Debo añadir que la reivindicación del concierto económico que se propone llevar adelante CiU es - ami juicio-una versión reducida del pacto bilateral España-Catalunya postulado por Castells y, por tanto, tengo por seguro que será rechazada por España. La razón es la misma. Si Catalunya lo logra, ¿por qué no Valencia, Aragón, Baleares, Andalucía, etcétera? Se me objetará que lo tienen el País Vasco y Navarra. Cierto; es una anomalía histórica. Basta con una.
 
Doy por descontado que mi punto de vista es aislado y que, por consiguiente, los próximos tiempos contemplarán una marejada confederal, es decir, la búsqueda d´una miqueta d´independència.Frente a ella, creo que España debería optar por el repliegue, operación de enorme dificultad y muy distinta de la retirada. España precisa hoy replegarse para saber adónde la han llevado la cerrazón interesada de unos y la insoportable levedad de otros; para inventariar sus recursos, que son muchos, y ponerlos en disposición de ser utilizados; para precisar de forma clara qué es lo que quiere, hasta dónde puede llegar y cuál es el límite que jamás pasará; y para ejecutar, por último, las operaciones precisas para el logro de sus objetivos.
 
De acuerdo con este esquema, sostengo: 1. Que la única forma de preservar hoy la unidad de España es desarrollando el Estado autonómico en sentido federal, de modo que todas las comunidades autónomas tengan una relación idéntica con el poder central (federalismo simétrico funcional), aunque la extensión de sus competencias sea distinta (federalismo asimétrico material). 2. Que los dos grandes partidos españoles han de promover - buscando el consenso de las demás fuerzas políticas, pero sin que su logro sea un requisito imprescindible-una reforma constitucional que desarrolle en sentido federal el Estado autonómico, fijando además con claridad el reparto de competencias (sin cortapisas), y dejando por último - last but not least-la puerta abierta para que la comunidad que así lo decida pueda marcharse. Difícil. Lo sé.

"El PSC y el animismo" de Jordi Font

Article publicat a El Pais el 21 de desembre de 2010

Últimamente, vienen proliferando las apelaciones a las supuestas "dos almas" del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC). No es nuevo. Se trata, a veces, de una simple muleta retórica, útil para despejar algún análisis que se resiste. Otras veces, sin embargo, parece tratarse de algo bastante peor: de un conjuro de magia negra, del enésimo y nostálgico empeño por convocar el mal que no fue, por ver de darle cuerpo. Es decir, por ensayar, una vez más, la cristalización de Cataluña en dos comunidades contrapuestas, hegemonizadas por los extremos: de un lado, por los catalanes temerosos y reactivos ante las capacidades asimiladoras de lo español, reacios a las mezcolanzas y, así, proclives a la xenofobia; y, del otro lado, por los andaluces, murcianos, aragoneses, etcétera, que pudieran estar dispuestos a devenir contra-sociedad en Cataluña, a ejercer como avanzadilla asimiladora (el cínico cálculo de los jerarcas franquistas a propósito de la inmigración española en Cataluña). Este ya fue el escenario de confrontación al que tendieron algunos nacionalismos exasperados e inversos, desde primeros del siglo XX hasta hoy mismo: tanto el fenómeno lerrouxista y sus posteriores amagos como las sucesivas ensoñaciones a lo "Nosaltres sols".

A ello responde, hoy, de nuevo, la proliferación de médiums empeñados en convocar las "dos almas" del PSC, esos espíritus cuya misión sería hacerse con el socialismo catalán, tirar de él en sentidos contrapuestos hasta hacerlo pedazos, para poder así, a continuación, poseer la política catalana. Podrían hacer de Cataluña un infierno. El PSC, sin embargo, se fraguó a la medida de estas fuerzas obscuras y les es inmune o más inmune que nadie. Se trata, para el PSC, de viejos y desdentados demonios familiares, casi ya inofensivos por conocidos y gastados, motivo de chanzas festivas más que un peligro real.

En efecto, el PSC fue creado, en 1978, contra los atavismos que podían frustrarlo, contra el animismo primigenio que lo negaba y lo impedía. No se trataba de prescindir de las identidades, sino de evitar su dictadura y su irracional confrontación, con la consiguiente fractura social. Y se hizo de forma contundente. La receta: una voluntad obstinada de proyecto compartido, un designio ineluctable de causa común, con la cual pudieran identificarse los intereses y anhelos de toda la Cataluña trabajadora y, por extensión, de toda la ciudadanía. Frente a identidades petrificadas y en conflicto, identificaciones compartidas de futuro. Solo un gran partido socialista podía hacerlo, capaz de unir la diversidad, de promover un proyecto transformador e integrador. Y, como ocurre en todas partes, un partido socialista capaz de movilizar, no solo a los sectores sociales a los que representa más directamente, sino también a los sectores centrales de la sociedad, a aquellos que dan la hegemonía cultural y la mayoría electoral; es decir, un auténtico partido nacional (en nuestro caso, expresión genuina de los intereses de Cataluña). Ello es tanto como decir un partido capaz de erigirse en eje del catalanismo, de un catalanismo orientado hacia la izquierda, no nacionalista, ligado a la idea de una Cataluña innovadora y abierta, integradora, fiel a su futuro, obstinada por establecer una relación solidaria y justa con España, en el marco sine qua non de un esquema federal, plurinacional y policéntrico.

Un paréntesis al respecto. Algunos "progres" españoles se lían o juegan sucio: afirman que no corresponde al PSC ser catalanista, que no es lo suyo, que en ese terreno "siempre va a ser mejor el original que la copia" (mejor CiU que el PSC). ¿Dirían lo mismo del PP y el PSOE? ¿O entienden que el PSOE no puede abandonar la idea de España a la derecha? Me temo que no se limitan a ello, sino que hasta comprenden e incluso celebran los episodios en que el teórico federalismo del PSOE queda en mero rehén del nacionalismo del PP. Y que algunos incluso verían con buenos ojos un pacto PSOE-PP o viceversa que pusiera en cintura al "nacionalismo" periférico, porque el nacionalismo español no sería tal, sino pura "visión de Estado". Una visión desde la cual, en España, no cabría ni el proyecto español compartido del PSC ni la "conllevancia" hoy triunfante, trufada de independentismo estético. Por el momento, parece que no cabe el primero y sí cabe la segunda. En cualquier caso, sea en España o en Cataluña, sin necesidad de caer en estos u otros excesos, la credibilidad nacional de cualquier partido que quiera ser mayoritario resulta elemental e inexcusable. Aunque no se trata de una mera cuestión táctica: ningún socialista debería olvidar que el socialismo es el compromiso con todas las emancipaciones humanas: políticas, sociales, culturales, sexuales, medioambientales... y nacionales.

Decíamos: partido socialista, partido capaz de gobernar y, en consecuencia, partido nacional catalán. Pero no solo. Hacía falta también que este partido promoviera una concepción abierta de la cultura, capaz de acoger, reconocer e integrar a la población inmigrada, cuando fue solo de origen hispano como cuando llegó de todas partes. En este sentido, el PSC fue pionero de lo que posteriormente vino en llamarse "interculturalidad", en las antípodas de la "multiculturalidad" separadora: teorizó e impulsó el modelo de la "sociedad crisol", en la cual debía acomodarse la diversidad cultural, sin crear guetos estancos, sino en régimen abierto y de interrelación permanente, dando lugar a que fuera la selección social la que acabara determinando los ingredientes de la cultura común, de una cultura catalana permanentemente actualizada y plurilingüe. Un proceso que sigue su lento curso y, al cabo del cual, es fácil imaginar una fusión especialmente atractiva. Iba acompañado del imprescindible compromiso de todos en relación con la lengua catalana, la lengua específica del país, la que se juega su existencia en este preciso paisaje. Tres eran las coordenadas:

-La escuela común, con el dominio por todos del catalán como del castellano (mediante "inmersión" donde hiciera falta), para que todos tuvieran igualdad de oportunidades y para que ninguna de las dos lenguas quedara socialmente rezagada.

-Para la población adulta, bastaba con que entendiera las dos lenguas, de modo que nadie se sintiera forzado a cambiar de lengua para ser entendido; y con el derecho de todos a ser atendidos, por la Administración, en la lengua deseada.

-Y la discriminación positiva del catalán: la que se desprendía de su condición de lengua específica del país (y, pues, de su toponimia, de su rotulación básica, de su sistema institucional...); y la que correspondía a su desigual relación con la hermana gigante: la lengua castellana, la tercera del planeta, con 400 millones de hablantes.

Un modelo cultural y lingüístico alabado y distinguido por las correspondientes autoridades europeas, que no ha producido ninguna conflictividad social digna de mención, sino que ha neutralizado o atenuado las que eran de esperar, que ha sido defendido por ayuntamientos metropolitanos, centrales sindicales, asociaciones vecinales, grandes colectivos de maestros y profesores como de madres y padres de alumnos..., y que es uno de los más abiertos e integradores que existen. Por eso mismo, no gusta a los animistas.

Como no les gusta el PSC, artífice fundamental de este modelo y baluarte de la unidad civil del pueblo de Cataluña contra las viejísimas ánimas que querrían poseerlo, azuzadas por los conjuros de los médiums que suspiran por manejarlas a su antojo. El PSC fue y es, como corresponde a un gran partido, un abanico amplísimo de identidades, de querencias, de orientaciones. Cada quien con su almita singular, hecha de retazos, amores y desgarros variopintos. El PSC es muchas cosas. Pero jamás fue "dos almas". No habría nacido. Si nació y existe es porque tomó la medida y doblegó a esas fuerzas obscuras. Es más: hizo de ello su razón de ser y puso en ello su emoción, día tras día, año tras año, etapa tras etapa. A quienes lo vivimos, nos cambió, nos hizo crecer, nos enriqueció, como solo enriquece el acceso al otro, la prodigiosa ampliación de horizontes que supone. Por eso, nos rechinan los oídos cuando, desde la ignorancia o la peor intención, alguien apela a las tópicas "dos almas". El PSC fue y es una voluntad reiterada de proyecto compartido, un imperativo pertinaz de causa común. Este es su código genético. Si quieren, esta es su alma, única y obstinada. Por más que les pese a los animistas.

"Quitar caras, parir ideas" de Francesc-Marc Álvaro

Article publicat a La Vanguardia el 20 de desembre de 2010

Se retiran, cesan, se despiden varios dirigentes políticos catalanes y, sobre todo en el PSC y en ERC, se habla de la imperiosa necesidad de alentar la aparición de caras nuevas que se hagan cargo de la situación surgida tras las elecciones del 28 de noviembre. Algunos de los posibles recambios de Montilla y Puigcercós aducen que el debate no debe ser sobre nombres sino sobre ideas, y no sabemos si lo dicen para frenar los rumores o porque, en realidad, piensan que los conceptos pueden separarse de los liderazgos. Espero que, en su fuero interno, no duden ni un segundo de algo fundamental: en política, las ideas que mueven un proyecto están soldadas a la personalidad de quienes las dirigen, las interpretan y las convierten en decisiones. Por ello es absurdo plantear una discusión sobre los caminos que tomarán PSC y ERC al margen de la discusión sobre el perfil de aquellos que deberán encabezar estas siglas. El liderazgo no es la guinda que corona un proyecto político escrito al margen de su principal valedor, sino una suma de voluntad, visión y conceptos.

Es más difícil parir ideas que sirvan para redibujar un relato político que borrar las caras que se han quemado en una contienda democrática. Pero el alumbramiento de líderes es una tarea donde los anhelos personales y la formulación de un nuevo proyecto avanzan en paralelo, surgiendo de una sutil, laboriosa y oscura dialéctica entre las intuiciones de un grupo reducido de individuos y las fuerzas que estos consiguen reunir bajo un mismo estandarte. Tomemos un caso clásico para ilustrar lo dicho: J. F. Kennedy no era todavía el líder de la Nueva Frontera cuando el 2 de enero de 1960 anunció que competiría en las primarias del Partido Demócrata para obtener la nominación de candidato a la presidencia de EE.UU. Las ideas del mítico presidente se amasaron a medida que su equipo iba ganando una batalla durísima contra los otros aspirantes y contra los diversos sectores que le veían como un senador mediocre y un millonario hijo de papá. La paradoja es que la mayor resistencia interna provenía inicialmente del ala más progresista del partido, que se vio luego rebasada por un programa presidencial de un reformismo ambicioso. Kennedy todavía no sabía cómo sería Kennedy cuando se lanzó a la piscina, y lo descubrió sobre la marcha.

Regresemos a nuestro país y al presente. Socialistas y republicanos deben arremangarse. En cierto modo, el PSC está llamado a refundarse, aunque en la calle Nicaragua no usen este verbo, por ser excesivamente dramático. Esquerra Republicana, en cambio, necesita encontrar su centro de gravedad en un mapa político que, como explicó muy bien ayer en estas páginas Carles Castro, está sometido a mutaciones de largo alcance. Sin ideas claras (bien a salvo de la táctica y el marketing circunstancial), los nuevos líderes no podrán asumir este desafío, y de nada servirán tampoco las brillantes teorías si, a la vez, no aparecen figuras de calado que las sepan adaptar a la realidad.

"Un paso en la buena dirección" de Germà Bel

Article publicat a La Vanguardia el 21 de desembre de 2010

Es muy buena noticia que el puerto de Barcelona esté conectado con Francia en ancho internacional de vía, porque esto aumenta la competitividad del tráfico de mercancías. La solución adoptada es algo tortuosa, pero efectiva; el uso inicial es muy limitado, pero sus posibilidades aumentarán en el futuro. Un buen paso, en un camino que todavía tiene mucho por recorrer.
 
La visión catalana de la conexión ferroviaria con Europa estuvo dominada hasta hace poco por un error: el acento excesivo en la conexión de viajeros, y la minusvaloración de la conexión para mercancías. Las mercancías tienen menos glamur que los viajeros. Pero, y esto es crucial, el avión seguirá siendo por décadas el modo principal de conexión de viajeros entre Catalunya (y España) con Europa, por mucha mejora del ferrocarril que se haga. Es y será cuestión de precio y tiempo de viaje entre alternativas. En cambio, la conexión de mercancías con Europa necesita el refuerzo del ferrocarril para restar tensión a la carretera, reducir la congestión y mejorar el medio ambiente y la siniestralidad. Por ello puede ser protagonista en distancias largas.

El enfoque erróneo de la política catalana comparte responsabilidad en el monumental atraso de dotación de ferrocarril en el corredor mediterráneo. Aunque la responsabilidad principal recae sobre quien ha ocupado y ocupa el poder y controla los recursos: la conexión de las regiones mediterráneas entre sí y con Europa nunca ha sido relevante para una política española obsesionada desde 1720 por la radialidad, como documento en mi libro España, capital París.De ahí que la única prioridad española con rango oficial en la red ferroviaria europea de mercancías es la central, por Madrid y, por tanto, muy lejos de los grandes puertos españoles.
 
Es importante que las instituciones políticas y económicas de Catalunya hayan puesto las mercancías en el centro de sus preocupaciones. El desarrollo del corredor mediterráneo y su conexión con los puertos lleva mucho retraso, y no debe acumular más. Es necesario conseguir que la política de infraestructuras del Gobierno abandone su obsesión por líneas de AVE que llevan a ninguna parte (en términos de demanda efectiva) y priorice ¡ya! el fomento de la productividad. Sobre todo, porque la herencia de tres siglos de obsesión radial podría llevar al Gobierno a pensar que "lo del corredor mediterráneo que se lo paguen los usuarios (pero el resto no), pues allí sí que hay tráfico". De ser así, sería más de lo mismo: tarde y mal (con desventaja competitiva). Seguro que ya llegamos tarde, pero aún estamos a tiempo de llegar bien. Eso sí, sólo si las instituciones públicas y privadas de las regiones mediterráneas presionan juntas en la buena dirección.