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Traductors: pagar per treballar

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Un capítol més del descens als inferns que patim tots el professionals de la llengua i de l’edició, (vegeu 1, 2 i 3), mercès a la conjunció entre els nous marges de benefici que permet la tecnologia d’una banda, i la cobdícia, la manca d’ètica laboral i de responsabilitat empresarial d’altra:

Pagar per treballar

Diari Avui,

13/10/10 02:00 - Ferran Esteve 

Qui conegui una mica el món de la traducció al nostre país, sap que cal una dosi considerable de temeritat o insensatesa per voler guanyar-se la vida treballant en el mercat editorial, i no pas perquè aquest país llegeixi cada vegada menys, sinó perquè el col·lectiu continua treballant per les mateixes tarifes que es cobraven fa 15 anys (és a dir, que, amb l’arribada de l’euro i l’augment del cost de la vida en aquests anys, hi ha sortit perdent, i molt). Als traductors que buscaven una sortida econòmicament més solvent, sempre els quedava l’opció de treballar per a un mercat privat en què, tot i que les tarifes també estaven lluny de la retribució mitjana de la resta d’Europa, els preus eren, si més no, dignes.

Però, ai las, va arribar la crisi. I aquí va començar la picaresca: que si la situació és molt delicada i tots hem de posar-hi alguna cosa de part nostra per tirar endavant (demà diré a la companyia del gas que ells hauran de posar-hi alguna cosa de part seva quan jo no pugui pagar), que si haurem de rebaixar les tarifes per continuar sent competitius (puc abaixar jo també la qualitat de la meva feina?), que si ara només et puc pagar aquesta tarifa però et recompensaré en la propera feina (truqui’m quan rebi la propera feina), que si... Condicions que sempre porten implícit un “no són negociables”. És a dir, imposicions.

I la crisi continua, i cada vegada són més les empreses d’aquest sector que, com que una situació així és el moment ideal per treure a passejar tota la indecència que portem a dins, han optat per adherir-se a una pràctica que era relativament freqüent en el món de les agències que es dediquen a la interpretació de conferències: el cobrament d’un cànon, bé aplicat a priori –per mantenir el traductor en la llista de col·laboradors amb els quals es pot treballar–, bé aplicat a posteriori –calculat en funció de la quantitat de feina que s’hagi proporcionat al traductor. Dit d’una altra manera, un impost revolucionari que s’ha de satisfer llevat que vulguis quedar desplaçat del mercat. (No oblidem que aquestes companyies ja guanyen diners amb la seva tasca pel simple procediment de cobrar als clients que demanen els seus serveis normalment el doble del que elles mateixes paguen al traductor; per tant, amb aquesta mesura busquen cobrar dels dos vèrtexs restants del triangle laboral que s’ha format.)

Un servidor creia haver-ho vist tot en la manera com les autoritats han protegit els causants d’aquesta crisi, els continuen protegint i fan el que els manen, però aquesta instauració del “pagar per treballar” (sobretot en un sector en què els preus ja eren ridículs) sembla, de moment, el darrer esglaó en aquesta ascensió vertiginosa cap a l’absurd que fa un temps que vivim i que segur que ens portarà alguna sorpresa desagradable més. Ja ho advertia fa anys Warhol, quan discutia amb William Burroughs qui havia de pagar, si la puta o el client: “Ella és la prostituta, però també és qui va calenta; per tant, és qui ha de pagar”. De tan warholiana com sembla la situació, demanaria als responsables de totes aquestes empreses que assumeixin el seu paper de xulos i es comprin una cadeneta d’or ben gruixuda la propera vegada que ens vulguin oferir feina. Així no ens costarà gens posar-nos a traduir vestits només amb un conjunt i unes mitges.

Traductor

Darrera actualització ( Dimecres, 13 d’octubre del 2010 02:00 )

 

Informació complementària:

¿Pagar por trabajar? Coloquio con los afectados de Lionbridge (Madrid, 30 de septiembre)

Reseña del acto "¿Pagar por trabajar? Coloquio con los afectados de Lionbridge" (Madrid, 30.9.2010)  

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RAE y Asale pisan a fondo para llegar a la próxima campaña de Navidad

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Como ya hicieran el año pasado con la Nueva gramática de la lengua española (NGLE) que llegó a las librerías a inicios de diciembre todavía incompleta (faltaba y sigue faltando el volumen de Fonética y Fonología) para así aprovechar el tirón de las ventas navideñas, la RAE y la Asale anuncian, por boca del aún director de la primera, que acelerarán el proceso de realización de su nueva Ortografía para salir al mercado en esas mismas fechas que tan buenos resultados comerciales les han procurado.

Nos consta que la obra no está en las condiciones que debería (no está siquiera aprobado su texto original, según confiesan) para publicarse antes de Navidad y que los lingüistas que en ella participan trabajan bajo una presión enorme, condiciones productivas que indefectiblemente dan lugar a ediciones defectuosas, en fondo y forma. La aceleración del proceso de elaboración será, pues, fuente de nuevos errores que los usuarios que nos veamos obligados a seguir esta Ortografía deberemos sufrir hasta que se revise nuevamente esta próxima edición. Ya los fallos detectados en los dos primeros volúmenes de la NGLE, causados probablemente por las mismas codiciosas prisas, han llevado a sus responsables a anunciar una nueva edición revisada al poco de publicarse la primera, costosísima.

De hecho, esta nueva Ortografía académica corrige errores detectados por otros especialistas en las producciones académicas con contenido ortográfico vigente y publicados en reseñas y obras críticas. Pero una de las reseñas críticas más prolijas de la norma ortográfica académica actual está aún pendiente de publicación (en prensa, como suele decirse), lo que supone que su contenido no habrá sido asimilado por las academias en el momento de dar a luz su nueva Ortografía. Más errores, pues, en perspectiva. 

Por supuesto, tampoco en esta ocasión se anuncia ninguna versión de libre acceso, pese a la parte de esta obra que pagamos con nuestros impuestos.

 

Silvia Senz

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John Lennon, Google i la tipografia

D’aquesta senzilla manera, el monstre Google, ogre de tendre cor i tendència mitòmana, ret avui homenatge al John Lennon en el trentè aniversari del seu assassinat:

 

A Mario Taboada, in memoriam (homenaje particular)

Hace sólo un día la casualidad quiso que releyera un comentario en este blog, ya de hace unos años, de una de esas personas a quienes siempre valía la pena leer y considerar, se estuviera de acuerdo o no con él, gustara o no lo que dijera, se le apreciara más o menos. Pensé al leerlo que su autor, Mario Taboada, tenía ese don de la sabiduría intuitiva, innata, que pocos tienen, y que por ser intuitiva surge cuando surge pero siempre cala en los demás. 

Mario, el Quincaller, murió repentinamente hace 13 días. Lo he sabido ahora. No dudo de que su muerte habrá sido y es muy lamentada entre los que lo conocieron y entre los que, sin conocerlo, lo trataron. Quienes no lo conocieron sabrán apreciar lo que dice de él el modo en que intercedió en una de las trifulcas que se dan con demasiada frecuencia en los debates sobre el mundo de la lengua, particularmente en la Hispania, como él decía:

 

Autor: Quincaller

Como lector profesional y escriba ocasional, os leo con cierto pavor. No hay otro país donde la lengua sea motivo de tales, talísimas, malas leches. Algo tiene que estar muy podrido para que los profesionales de la lengua pidan que se reglamente la corrección. Tan absurdo es esto como la euforia imperial de los adalides panhispánicos y los innumerables enchufados que danzan en derredor de esa entelequia. En el fondo, es el mismo autoritarismo enraizado. Lo dijo uno (quizá Cernuda): Pobre Hispania, donde hasta los anarquistas son autoritarios. Yo propongo que se ejerza el derecho a callarse, el derecho al silencio. ¿Os imagináis una Hispania callada? Pues el ruido contamina, pudre, destruye. Lo digo yo, que no soy nadie, pero lo digo porque es cierto.

 

Quedas en la memoria, Mario.

 

Silvia Senz

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La nueva Ortografía académica, o cómo seguir saqueando impunemente

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Ya hemos hablado aquí otras veces de la reconocida (por los propios académicos) tendencia de la RAE (mancomunada con la Asale) al saqueo de la obra ajena, especialmente cuando está realizada con un esfuerzo y una brillantez de los que las academias no suelen hacer gala. Decimos saqueo porque, aunque extraoficialmente se reconocen fuentes teóricas ajenas y se admite lo mucho que se ha tomado de ellas, nunca jamás se referencian en una bibliografía final, ni siquiera en esa nueva Gramática que alardea de científica.

Que en este país semejante práctica parasitaria (con cierta solera en la institución) no sea sistemáticamente censurada por los usuarios de la obra académica —por algunos de los autores afectados sí lo es—, ni por las asociaciones profesionales, ni por (lo que es más grave) el mundo universitario, es una prueba más de que vivimos en una monarquía cocotera (García Viñó dixit), repleta de pusilánimes que, con su silencio, otorgan patente de corso a una institución que debería actuar con un mínimo de honestidad y ejemplaridad.

Pudiera parecer que, más allá del atropello a la ética intelectual y al rigor científico que esta práctica supone, no tiene mayor trascendencia que el daño moral que pueda causar a los autores víctimas del expolio. Quienes así piensan se equivocan de medio a medio. La historia académica nos enseña que en aquellas épocas en que la institución española ha gozado, como en el presente, del apoyo político y del sostén económico necesarios para copar el mercado de obras didácticas y de referencia sobre la lengua española —sin particular merecimiento, a tenor de la escasa calidad de sus obras— su predominio ha lastrado tremendamente el desarrollo gramatical, ortográfico y lexicográfico del castellano. Por ejemplo, con respecto a la no tan lejana época de monopolio escolar de que gozaban la Ortografía y la Gramática de la RAE, analizada aquí por J. J. Gómez Asencio, concluye este autor (pp. 1323-1324; la negrita es nuestra):

 

[...] No se favoreció precisamente el desarrollo de una gramática escolar independiente destinada a la enseñanza pública, aunque sí se siguieron publicando textos escolares, sea sin especificación de destinatarios, sea dirigidos a establecimientos particulares. Los modestos autores de gramáticas escolares debieron ver claramente mermados su público y ventas, y limitada su vocación. Se repercutió pues en el modelo de gramática escolar que pudo pensarse y ejecutarse en España en esos años.

[...] Se fomentó el seguimiento de la doctrina oficial (en uso, en teoría y en norma), cuando no su mera copia, simple imitación o incluso burdo remedo. De ahí las frecuentes menciones a la rae ya desde los propios títulos de las gramáticas de autores particulares [...] [debidas] probablemente a la conveniencia de ajustar cualquier texto a esa doctrina, porque era la conocida y la oficial, según qué casos y para qué destinatarios la única permitida, y, desde luego, la que mejor podía hacer presumir una cierta venta al impresor empresario. [...]

[...] Se desalentó el crecimiento de una gramática modernizante e innovadora al margen de la oficialista: investigar libremente en busca de una gramática renovada (sea en su faceta de teoría, sea en su aspecto pedagógico) debió de resultar tarea complicada en este contexto a veces incluso hostil; introducir novedades o proponer reformas fue considerado algo bastante próximo a ser crítico; mantener la independencia se convirtió a algo casi equivalente a estar en la oposición, a actuar en contra. Parece que [...] incluso se coadyuvó a la confusión entre «libro de lectura obligatoria», lo que es una cosa, y «doctrina (teoría lingüística + uso de la lengua) de seguimiento obligatorio», lo que constituye otra.

[...] Se suscitaron, en consecuencia, recelos, enfados y hasta enconos de autores individuales no conformes con el statu quo. [...]

[...] no parece aventurado sostener que la seguridad de la venta y la certeza de los ingresos, la obligatoriedad del texto, la inutilidad efectiva de una eventual crítica externa o de una eventual mejora promovida desde dentro por sectores o individuos reformistas —de cuya existencia no cabe dudar—, el amparo legal de la doctrina emanada de la corporación y de los usos por ella prescritos y descritos, su admitida infabilidad, la protección estatal, la seguridad casi autocomplaciente, el apego de muchos profesores y maestros a la rutina consagrada, la preocupación por complacer las expectativas de ese público conservador en materia de gramática... debieron de ser factores que coadyuvaran al inmovilismo, segaran la capacidad de autocrítica, fomentaran la pasividad, adormecieran la necesidad de cambios, la creación, la capacidad de ser influidos por autores particulares, o retrasaran la modernización. De poca sustancia y no mucho calado, son, en efecto, los cambios que —salvando el caso de 1870— la grae experimenta entre 1858 y 1916.

[...] Su peso sociológico, su influencia [...] en algunos de los prejuicios y actitudes lingüísticas aún hoy vigentes [...] fueron inconmensurables.

 

Tenga el lector en cuenta que todas las obras de referencia, de enorme calidad, que los que llevamos 20 o más años en el mundo de la edición, la corrección, la prensa y la traducción tenemos como libros de cabecera, se elaboraron en el largo periodo de letargo que la RAE vivió desde la década de 1930 hasta inicios del siglo XXI. Gracias al parcial enmudecimiento al que la abocó la pérdida del monopolio escolar debida a la extinción práctica de la ley Moyano, pudieron florecer obras (y casas editoras) como las siguientes, algunas de académicos que sólo pueden brillar al margen de la institución: la primera edición del Diccionario general ilustrado de la lengua española (Barcelona: Vox, 1953), supervisado por el académico Samuel Gili Gaya y prologado por Ramón Menéndez Pidal; el ya clásico Pequeño Larousse Ilustrado o el Diccionario Planeta de la lengua española usual (Barcelona: 1990) dirigido por Francisco Marsà, y los diccionarios, gramáticas, manuales de estilo y ortografías (teóricas y prácticas) de María Moliner, Joan Coromines, Julio Casares, Fernando Corripio, Manuel Seco, Samuel Gili Gaya, Salvador Fernández Ramírez, Emilio Alarcos Llorach, José Polo o José Martínez de Sousa, por citar sólo algunos de los principales. Los periodos de coma de la RAE suelen ser vida para la proliferación de obras de este tipo, concebidas con libertad y rigor.

Por eso si la RAE y la Asale continúan nutriendo su actual hiperactividad a base de parasitar (peor que mejor) la obra ajena, y siguen lanzando luego al mercado publicaciones no siempre adecuadas a las necesidades del hablante y raramente de calidad, que se convierten de inmediato en superventas gracias a campañas de márquetin de enorme repercusión y al prejuicio que otorga crédito y autoridad automáticos a todo lo que estas instituciones publican, nos preguntamos quién va a ser la editorial o el autor que se arriesgue a crear nada de propia cosecha. Por de pronto, el panorama de la lexicografía española independiente es un puro páramo; al menos en España. Y esto coloca a la RAE y la Asale como uno de los principales peligros para el equipamiento del castellano. Los defensores del idioma deberían empezar a defendernos de ellas.

En la misma tónica, la publicación del avance de la nueva Ortografía académica (cuyos referentes ya se filtraron a la opinión pública) es una prueba más de que las academias de la lengua española se resisten a arriar la bandera pirata. Para quienes tenemos buena memoria de las ortografías académicas precedentes y conocemos qué obras se han realizado en este campo de manera independiente, un simple cotejo entre el índice de esta Ortografía en proyecto y el de la Ortografía y ortotipografía del español actual de José Martínez de Sousa (Trea: 2008, 2.ª ed.) nos muestra a las claras —aunque, insistimos, ya se sabía— cuál ha sido en este caso una de las principales fuentes de las academias. Aunque el índice del avance muestra que tampoco hay en ella bibliografía final, se da la paradoja de que, en el colmo del cinismo, la RAE y la Asale tienen el descaro de atreverse a dar al usuario lecciones de cómo se hacen citas bibliográficas y cómo se confecciona una bibliografía. A eso se le llama no predicar con el ejemplo.

Para quien tenga un rato y paciencia, aquí le dejamos ambos índices. Comparen y extraigan sus propias conclusiones:

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José Antonio Labordeta, in memoriam

I no mo n’en de í..., pero mo n’in.

Te pllorén, José Antonio.

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La riqueza de las lenguas, 12: El aragonés, ¡¿un dialecto?!

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Hace pocos días, mi hijo mayor vino del instituto diciéndome que su profesora de lengua española le había corregido la categorización del aragonés como lengua, diciéndole que era un dialecto. Descartando en una filóloga la posibilidad de que confundiera el aragonés con los geolectos aragoneses del español, pensé que probablemente esta idea obedeciera al viejo (pero vigente) prejuicio que otorga el calificativo de lengua sólo a las hablas que gozan de reconocimiento político y de un estándar con cierto «rodaje», el suficiente para que la gente lo naturalice y lo identifique como una lengua unitaria y homogénea que en realidad no existe más que como representación identitaria.1

El matiz excluyente y despectivo del término dialecto es reflejo de una concepción piramidal de las lenguas por completo ajena a la lingüística que sólo puede comprenderse como efecto del desarrollo de una determinada visión del lenguaje, anclada en el genealogismo y el chovinismo (Eco, 1994), y de una determinada forma de ordenamiento político y social de las lenguas: la uniformación lingüística propia de la construcción de los Estados nación, proceso al que corresponde la (por suerte deficiente) castellanización del Estado nacional de voluntad sempiternamente homogeneizante que es España.

En la Antigüedad clásica, la palabra dialecto no tenía el menor matiz despreciativo:

En el período clásico, los dialectos griegos se repartían las funciones estéticas. El jónico se utilizaba en la historiografía, el dórico para la lírica coral y el ático para la tragedia. En la época posclásica, los dialectos desaparecieron para dar origen a una koiné basada en el habla de Atenas, de la que desciende el griego actual, aunque no el tsakoniano. [Zabaltza, 2006: 47.]

Pero cuando este vocablo se reintrodujo, como cultismo, en las lenguas modernas, el concepto dejó de ser funcional para marcar la diferencia de estatus e incorporó un sentido claramente peyorativo.

El camino hacia esta categorización jerárquica de las lenguas (y de sus variantes) arranca ya en el siglo XIII. Por entonces, diversas cancillerías reales europeas (en lo que siglos después sería España, la castellana y la catalanoaragonesa) elaboraron estándares escritos aptos para la transmisión del saber y la redacción de documentos legales y administrativos. Con el progresivo establecimiento de las monarquías absolutistas europeas y la conformación de los modernos Estados centralizados, a partir del siglo XVI el dialecto cortesano (codificado y cultivado) se asentó entre las élites como modelo recto, de «buen hablar». Las modernas cortes monárquicas se distinguían de las medievales por su carácter sedentario, por constituirse como uno de los más importantes centros económicos del reino, por concentrar en el centro y dependiendo del monarca los instrumentos de gobierno de todo el reino y, como medio de propaganda y exaltación del poder absoluto del soberano, por someter a la nobleza, que se vio atraída desde la periferia a la corte central y asimilada a sus modos, también lingüísticos.

Desde el siglo XVIII, la conveniencia de una clase social emergente, la burguesía, de conformar un Estado unificado, vertebrado y cohesionado, con un sólido mercado interior, impulsó un sistema político e ideológico donde la idea de la nación única favorecería sus objetivos.

El Estado nación se configuró como un sistema de regulación que disponía aquellos medios de homogeneización de la población que creía necesarios para procurarse recursos humanos móviles e intercambiables, y que utilizaba la maquinaria burocrática y los avances de la ciencia y la tecnología en aras de la eficiencia y la rentabilidad, hasta el punto de convertir el crecimiento económico en el deber patriótico del nacionalista. La acomodación de la diversidad a las nuevas necesidades cohesivas del Estado moderno podría haberse planteado manteniendo la heterogeneidad cultural, sin favorecer a ningún grupo étnico y adoptando un sistema de convivencia no jerarquizado. Pero, siendo la lengua y la cultura los más potentes identificadores sociales y, con ello, generadores de diferencia y —según se recelaba en la Francia revolucionaria— de potencial sedición, y suponiendo además una traba para la optimización de la eficiencia en la gestión de los recursos del Estado, se optó mayoritariamente por la asimilación de la divergencia a las pautas fijadas por el grupo nacional dominante.

Así, considerando que un medio común de intercambio lingüístico facilitaba la cohesión social, la movilidad de las fuerzas de trabajo y la estandarización de las relaciones con el Gobierno, se impulsó la generalización de una lengua nacional común que permitiera la administración y el control de los recursos de la periferia desde un solo centro de poder político, económico y militar, y que incrementara el peso del Estado tanto hacia el interior como hacia el exterior.
Para afianzar el carácter común de la lengua nacional y garantizar su expansión entre la población se haría necesaria la creación y extensión social de una forma estandarizada, para lo que se instituyeron organismos normalizadores como las academias de la lengua y estructuras estatales de difusión como la enseñanza pública, y se promulgaron medidas legales de implantación que afectaban particularmente a la Administración y a la instrucción escolar y que implicaban controles punitivos del uso de otras lenguas.  

De este modo, la lengua central y con mayúsculas, la de la corte, depurada y fijada por academias como la Española, adquiriría el rango de lengua nacional, se asociaría a los conceptos de modernidad y progreso, se impondría legalmente a todos los ciudadanos y se expandiría (a diferentes ritmos y con mayor o menor eficacia en cada Estado) por medio de mecanismos difusores y de presión social como la escuela, la milicia obligatoria, los libros, la prensa y las migraciones (y modernamente, también por medio de la cultura de masas). El resto de lenguas (tuvieran o no tradición de cultivo escrito) quedarían relegadas al uso doméstico y socialmente rebajadas a la categoría de lenguas bajas y superfluas; en una palabra: a dialectos.

En Francia, paradigma del clasismo lingüístico y modelo de Estado nación glotofágico, cuando se erigió la norma literaria en torno al habla de París, el resto de variedades y lenguas se conviertieron ya no en dialectos, sino en patois, palabra cuyo origen y evolución detalla el Trésor de la Langue Française:  procedente del francés antiguo patoier ‘agitar las manos, gesticular (para hacerse entender, como los sordomudos)’, su sentido derivó en ‘comportamiento grosero’ y luego en ‘jerga o lengua peculiar (como el balbuceo de los bebés, el chapurreo de los pájaros, un lenguaje rústico y grosero)’. La Encyclopédie (1778) lo define como «lenguaje corrompido como el que se habla en todas las provincias. [...]. No se habla la lengua más que en la capital» (cit. en Zabaltza, 2006: 47).

En una España que no iniciaría el camino hacia la centralización y la unificacion hasta la llegada de los borbones, y que iría construyendo más lentamente su perfil uninacional sobre la lengua del poder central, idéntico sentido de degeneración y bajeza adquiriría el término dialecto, aplicado a las hablas no cultivadas por escrito ya en época de los austrias y, con la nueva dinastía, a toda lengua o variedad distinta de la del centro cortesano: el castellano. Así se refleja ya en la edición de 1884 (en plena efervescencia del proceso nacionalizador) del Diccionario de la Real Academia Española, y así se mantiene en la acepción tercera de dialecto de su edición vigente (2001):


dialecto. (Del lat. dialectus, y este del gr. διάλεκτος). [...]
3. m. Ling. Estructura lingüística, simultánea a otra, que no alcanza la categoría social de lengua.

Elevado el castellano a la categoría de lengua nacional (definido como tal también desde el DRAE1884), se impuso a la sociedad española desde los Decretos de Nueva Planta en un proceso de implantación al que no acompañaron las estructuras necesarias —la extensión de la alfabetización en castellano sería muy tardía (Viñao, 2009)—, pero que nunca estuvo desprovisto de voluntad asimiladora. Veamos sólo dos ejemplos (ambos anteriores a los dos periodos dictatoriales, militar y fascista, del siglo XX), extraídos de las casi trescientas páginas de que consta la recopilación realizada por Francesc Ferrer i Gironès (1985) de las medidas legales promulgadas en España, desde inicios del siglo XVIII, contra las lenguas no castellanas  (y particularmente, contra el catalán), denominadas despectivamente dialectos:

• El edicto del Gobierno Superior Político de las Baleares de 1837, llamado «del anillo», que reciclaba un método pedagógico infamante (análogo al symbole de la escuela francesa) que ya se venía aplicando desde hacía un siglo y que se seguiría aplicando —y no sólo en las Baleares, como indica nuestra negrita y puede leerse en Lasa (1968: Sobre la enseñanza primaria en el País Vasco, San Sebastián: Auñamendi, pp. 27-29)— para penalizar los «deslices» del alumno en el uso de su lengua nativa:


Considerando que el ejercicio de las lenguas cientificas es el primer instrumento para adquirir las ciencias y transmitirlas, que la castellana, además de ser nacional, está mandada observar en las escuelas y establecimientos públicos, y que por haberse descuidado esta parte de instrucción en las islas viven oscuros muchos talentos que pudieran ilustrar no solamente a su pais, sino a la nación entera; deseando que no queden estériles tan felices disposiciones y considerando finalment [sic] que seria tan dificultoso el corregir este descuido en las personas adultas como será fácil enmendarle en las generaciones que nos sucedan, he creido conveniente, con la aprobación de la Excma. Diputación Provincial, que en todos los establecimientos de enseñanza pública de ambos sexos en esta provincia se observe el sencillo método que a continuación se expresa y se halla adoptado en otras con mucho fruto. = Cada maestro y maestra tendrá una sortija de metal, que el lunes entregará a uno de sus discípulos, advirtiendo a los demás que dentro del umbral de la escuela ninguno hable palabra que no sea en castellano, so pena de que oyéndola aquel que tiene la sortija, se la entregará en el momento y el culpable no podrá negarse a recibirla; pero con el bien entendido de que en oyendo este en el mismo local que otro condiscípulo incurre en la misma falta, tendrá ocasión a pasarle el anillo, y este a otro en caso igual, y así sucesivamente durante la semana hasta la tarde del sábado, en que a la hora señalada aquel en cuyo poder se encuentre el anillo sufra la pena, que en los primeros ensayo será muy leve; pero que se irá aumentando así como se irá ampliando el local de la prohibición, a proporción de la mayor facilidad que los alumnos vayan adquiriendo de espresarse en castellano [...].

• La Real Orden de 15 de enero de 1867, que prohibía las obras teatrales no escritas en la lengua nacional:


En vista de la comunicación pasada a este Ministerio por el censor interino de teatros del reino, con fecha 4 del corriente, en la que se hace notar el gran número de producciones dramáticas que se presentan a la censura escritas en los diferentes dialectos, y considerando que esta novedad ha de influir forzosamente a fomentar el espíritu autóctono de las mismas, destruyendo el medio más eficaz para que se generalice el uso de la lengua nacional, la reina (q. D. g.) ha tenido a bien disponer que en adelante no se admitiran a la censura obras dramáticas que estén exclusivamente escritas en cualquiera de los dialectos de las provincias de España.

Esta canción en aragonés muestra vívidamente cómo los educados durante el particularmente represivo periodo franquista sufrieron en sus carnes la imposición de la lengua nacional, ahora plenamente asumida y defendida por la mayor parte de la sociedad aragonesa, ignorante de sí misma y de su propio pasado.

Ta Boltaña he de baxar
dende Silbes a estudiar,
o maitin prenzipia ya a dispertar.
Dando trucos con o piet,
blincaré de tres en tres,
o tozuelo me fa cuentas d’o rebés.

O morral ye plen de libros
y ficau en o pochón
o recau qu’en casa nuestra me dán.
A gramatica y a istoria
cheografia u relixión,
biellas paxinas ¡que emporcadas ban!

¡Que nieba, que nieba,
a cara se me chela!
¡Ascape, ascape,
tenemos que plegar!
luego ta Boltaña
o maistro mos carraña,
se torna prou furo
y mos clama "chabalins".

Dos bezes en os didos
m’ha trucau a palmeta
por charrar en a fabla
que ye d’o mio lugar.
Debán d’os mios amigos
que charran castellano
d’as antigas parolas
m’en fan abergoñar.
A burla m’han feito
no he estudiau muito tiempo
pos mi pai me manda
as güellas paxentar;
a fosca cozina
con os mixins denzima,
me ye imposible
poder-me conzentrar.

En rematar a clase
a brenda mos minchamos,
arredol d’a gran mesa
d’o biello profesor.
En a estufa se creman
os leños que he trayiu,
rustidas as tortetas
sapen muito millor.

De tardada y al tornar
chunto a l’Ara he de pasar
por o puen que m’endreza ta o lugar.
O camín he de puyar,
me prenzipio a xorrontar,
boi cantando y as bruxas s’en iran.

En os güellos de mi mai
a tristura creigo bier
mil periglos piensa puedo correr.
A mi pai en o treballo
güei le tiengo que aduyar
luego plega ña ora d´ir a zenar

En a olla bulle a sopa
que acotrazia con amor
mai en fa que tot me sepa millor.
Ya en o leito cuan m´aduermo
siento en suenios o cantar
d’ixe gallo que me ba a dispertar.

 

El recuerdo de la castellanización entre los hablantes de aragonés (variante ribagorzana) aún vivos, como los de esta paisana de mi padre, son igualmente elocuentes:


 

Sobran comentarios.

 

Silvia Senz

 

(Para saber más no sólo sobre el aragonés, sino también sobre el asturiano, el sardo y el francoprovenzal y sus respectivos procesos de estandarización: Navarro, Pere (2003): «Processos d'estandardització en les llengües romàniques minoritzades: asturià, aragonès, francoprovençal i sard», en Miquel Àngel Pradilla (ed.): Identitat lingüística i estandardització, Valls: Cossetània, pp. 91-133.

 


 

1De hecho, la categoría científica de lengua no corresponde tampoco a un conjunto de hablas homogéneas; es una simple convención que permite la clasificación en unidades discretas de hablas divergentes pero interconectadas en un continuo espacio-temporal. Con todo, siempre es preferible a la idea política de lengua.

 

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Curso gratuito «Redacción y edición de textos en castellano» (en editoriales de revistas y prensa)

PROGRAMA

Docente: Silvia Senz

Lugar de realización: Editrain-Gremi d’Editors de Catalunya

Calendario y horario: 20/09/2010-13/10/2010, lunes y miércoles, de 18.30 a 21.30 h

Duración: 20 h presenciales + 24 en línea

 

I. CONCEPTOS BÁSICOS

1. Edición de textos y control de calidad en la edición de prensa y revistas

2. Estilo periodístico

 

II. NORMAS Y REGLAMENTOS

1. Conceptos de norma y reglamento

2. Reglamentos legales que afectan al trabajo de redacción y edición de textos

3. Normas que afectan al trabajo de redacción y edición de textos

3.1. Estándares no lingüísticos y ortotécnicos, y autoridades normativas

3.1.1. Conceptos básicos: estandarización y organismos estandarizadores

3.1.2. Normas ISO y normas del BIPM

3.2. Estándares lingüísticos (terminología y lengua general) y autoridades normativas

3.2.1. Conceptos básicos: lengua, variedad y estandarización lingüística

3.2.2. Estándares terminológicos

3.2.3. La norma académica: criterios de corrección y estado actual

3.3. La norma periodística

3.3.1. Criterios de corrección

3.3.2. Los libros de estilo: concepto y contenido

3.3.3. Armonización de la norma académica y la norma periodística

 

4. Bibliografía y recursos en la Red para la redacción y edición de textos

 

III. DIFICULTADES Y CRITERIOS NORMATIVOS Y ESTILÍSTICOS

1. Plano ortográfico (ortografía usual, ortografía tipográfica, ortografía bibliológica y ortografía técnica)

2. Plano gramatical

3. Plano léxico

4. Plano textual

5. Plano estilístico

6. Plano de transferencia (traducción, transcripción, transliteración y adaptación)

 

IV. TALLER PRÁCTICO



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Las tribulaciones del verbo 'procesionar'

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Andaba yo hace unos días pensando en escribir un artículo para las editoras de Addenda et Corrigenda por el cuarto cumpleaños de su bitácora (¡y que cumpláis muchos más!), cuando me llamó la atención el uso que un periodista de televisión hacía del verbo procesionar. La frase en cuestión fue esta: «Desde las tres y media de la madrugada los almonteños han procesionado a la Virgen por la aldea del Rocío…». ¿Qué opinan ustedes? ¿Han dado también un respingo como hice yo en su momento, o les ha parecido una frase normal y corriente?

Antes de que me contesten, debo aclarar que, a pesar de ser un término de acuñación relativamente reciente (no parece que en español tenga más de 30 años), el verbo procesionar no me resulta extraño cuando se emplea como intransitivo: las cofradías, las hermandades, los pasos, los tronos, las imágenes y los nazarenos procesionan en Semana Santa; e incluso figurada o metafóricamente hay aficionados que procesionan —todos en fila— ante las taquillas de un estadio de fútbol,1 o que —como si de una penitencia se tratara— procesionan ante un juez.2 Sin embargo, escuchar que alguien ha procesionado una imagen me sonó tan anómalo como lo sería oír que el Ejército ha desfilado un determinado tipo de misil. En fin, ya digo que no sé si a ustedes les ocurre algo semejante; pero, gramaticalmente hablando, la duda que me asaltó era muy clara: ¿tiene este verbo únicamente el significado de ‘ir o salir en procesión’, o también es común su empleo transitivo con la acepción de ‘sacar en procesión’, y es mi oído el único que se percata del chirrido?

Como lo más sencillo para salir de dudas de este tipo suele ser consultar un diccionario o una obra gramatical que se actualice periódicamente (el uso personal de cada uno puede en ocasiones ser minoritario o incluso antiguo), me dirigí a la página que la Real Academia tiene en internet y tecleé procesionar en su diccionario en línea. Pensaba yo que de esta forma mi duda quedaría resuelta en un par de minutos, al menos en el plano normativo. Sin embargo, lejos de ocurrir así, el resultado que obtuve fue tan sorprendente como decepcionante ya que, según la RAE, «la palabra procesionar no está registrada en el Diccionario». Reconozco que al leer esta frase volví a repetir la consulta para cerciorarme de que no había cometido algún error ortográfico; pero no, el resultado siguió siendo el mismo: para la Academia Española el verbo procesionar no es ni transitivo ni intransitivo ni nada porque ese verbo, simple y llanamente, «no está registrado». La verdad, leyendo esta absurda respuesta del diccionario de español más consultado en la red, no me extraña que muchos internautas todavía se pregunten en los foros digitales si este verbo procesionar existe realmente o si estamos ante el desvarío personal de algún pirado.

El caso es que si el uso de procesionar es tan escaso que la RAE no tiene constancia alguna de él, ¿cómo es posible entonces que en una simple búsqueda en las páginas en español de Google el infinitivo procesionar aparezca nada menos que 90.000 veces, el pasado procesionó 42.000 y el gerundio procesionando 26.000? Por supuesto, no olvido que, al contrario que en Internet donde todo es inmediato y los filtros de formalidad son pocos, la Academia es lenta en esencia, dado que está obligada a comprobar el uso fehaciente y continuado de una determinada palabra antes de incorporarla a su diccionario; pero precisamente por lo fácil que resulta encontrar ejemplos de este verbo en bitácoras, revistas y periódicos digitales —y, ¡ojo!, no sólo en estilos coloquiales—, me sorprendió tanto la ausencia de registros de la RAE. Y más aún cuando comprobé que procesionar ni siquiera figura en el Diccionario panhispánico de dudas, donde su presencia se me antoja inexcusable.

Bastante desconcertado, pues, decidí consultar directamente el CREA, la base de datos que recoge usos literarios y periodísticos hispanoamericanos de los últimos cuarenta años. «No vaya a ser —me dije— que todo se deba al error o al olvido de algún lexicógrafo.» Pero no, en esta base de datos académica el verbo procesionar aparece tan sólo una vez en un artículo del diario español El Mundo fechado en el año 1995. Sin lugar a dudas, aparición tan esporádica justifica que la Academia Española no recoja esta palabra en su Diccionario general, eso es obvio; pero no lo es menos que esta situación se produce debido a una grave negligencia metodológica. Porque es incomprensible que el Corpus de Referencia del Español Actual, la principal base de datos de los académicos a la hora de remozar su diccionario, no contemple ni un solo ejemplo de este verbo en la prensa hispana ¡de los últimos quince años!

Sinceramente, yo les recomiendo a los filólogos de la RAE que hagan dos cosas: primero, que se habitúen a manejar el buscador de Google, ya que en ese periodo de tiempo aparecen miles de entradas en páginas escritas en español; y, segundo, que si no se fían de internet —donde los ejemplos de cualquier escribiente se contabilizan como los del mejor escritor—,3 que se lean entonces alguna publicación en papel de la pasada Semana Santa, donde seguro que encontrarán también ejemplos más que suficientes de este verbo presuntamente indocumentado. En fin, ya se sabe que históricamente la Academia ha obviado usos comunes de los hispanohablantes de a pie mientras privilegiaba como criterio de autoridad los de los propios académicos, especialmente los de los escritores; y de esas lluvias quizás vengan estos lodos.4 Pero, sea por esta causa o por otra que se me escapa, lo cierto es que, con una base de datos como la actual, muchos internautas nos quedamos sin ejemplos para investigar el origen de este verbo,5 que bien pudo haber nacido en el ambiente cofrade de Andalucía (lugar de donde provienen muchos de los ejemplos encontrados en la red) para luego extenderse al resto del país (hay registros datados en León, Valladolid, Madrid, Asturias, Badajoz, Barcelona...), o para saber si arraigará definitivamente en América ya que en este continente el uso es sensiblemente menor que en España.

Todavía, pues, con mi duda gramatical a cuestas, y temiéndome ya que el verbo procesionar viniese acompañado de una cruz penitencial inmerecida, decidí acudir a una segunda fuente normativa, el vademécum que los compañeros de la Agencia Efe tienen en Internet; un diccionario que suele resolver dudas lingüísticas —especialmente a periodistas— de forma clara y fundamentada. Pero, ¡ay!, no así en esta ocasión; porque aunque, a diferencia de la RAE, la Fundéu sí registra el verbo procesionar, lo hace sólo para concluir que su uso: «Es incorrecto, y en su lugar deben usarse expresiones como participar en la procesión, ir en procesión...». Como ven, no son pocas las tribulaciones de este pobre verbo: primero el DRAE lo manda al limbo del ninguneo; y luego, la Fundéu, otro de los organismos normativos de la Academia,6 lo condena al infierno de la incorrección sin ofrecer ni una sola explicación al respecto.

Que conste que comprendo perfectamente —y hablo por propia experiencia— cuán dura e ingrata es la labor lingüística normativa. Sé que no es fácil establecer reglas sobre la corrección o incorrección de un determinado término, y más todavía cuando esos consejos van dirigidos a los periodistas, que viven en un mundo de vertiginosa inmediatez en el que a menudo lo único que necesitan es un «sí, es correcto» o un «no, es incorrecto». Pero, justo por eso, también sé que es imprescindible evitar juicios condenatorios apresurados que no se correspondan con el uso, que es lo que les ha debido de ocurrir a los filólogos de la Fundéu, cuyos motivos para tachar de incorrección al verbo procesionar no alcanzo a adivinar. En principio, porque su formación morfológica parece impecable (el sufijo -ar se emplea comúnmente para verbalizar7 un sustantivo: asesor/asesorar, cincel/cincelar, lesión/lesionar, incursión/incursionar…)8; en segundo lugar, porque su sentido no necesita de mucha explicación, ya que cualquiera lo entiende de inmediato (ventajas de la paronimia); y en tercer lugar, porque, aunque puede que estemos ante un españolismo, su uso está más que comprobado en estilos formales, dado que encontramos múltiples ejemplos en la prensa; ejemplos entre los que se incluyen —como confirmación más que evidente de esta dinámica— teletipos de la propia Agencia Efe.

Por supuesto, sobre este último punto siempre podríamos aducir —al viejo estilo del desaparecido Fernando Lázaro Carreter—9 que los periodistas suelen ser unos díscolos incorregibles que se empeñan en emplear un lenguaje retorcido o incorrecto sólo para llevarnos la contraria a los lingüistas, ¡yo mismo lo he pensado en alguna ocasión!; pero sería justo recordar entonces que en muchas otras ocasiones estos profesionales suelen ser los primeros en recoger un uso nuevo que la gente ha comenzado a emplear porque resulta útil de alguna manera. Y eso es seguramente lo que está ocurriendo con el caso que nos ocupa: Salir, ir, participar o sacar en procesión son locuciones que procesionar resuelve en una sola palabra, y esa es una ventaja considerable.

Entes normativos aparte, veamos ahora qué dicen al respecto de procesionar los diccionarios de uso. Siguiendo la estela del DRAE, el María Moliner tampoco recoge este verbo (al menos en la edición que yo manejo), algo que sí hace en su versión en línea el diccionario Clave, que lo define exclusivamente como verbo intransitivo. Sólo el Diccionario de Español Actual de Olimpia Andrés, Gabino Ramos y Manuel Seco —el más reciente de los diccionarios de uso del español de España— recoge lo que parece ser una evidencia por los ejemplos encontrados en Google: hoy por hoy el verbo procesionar se utiliza tanto en forma intransitiva con el sentido de ‘ir en procesión’, como en transitiva con el de ‘sacar en procesión’. En la red podemos encontrar sin dificultad ejemplos en pasiva: «El crucificado ha sido procesionado» (más de quinientas apariciones) e incluso en pasiva refleja: «Las imágenes se han procesionado» (¡más de cinco mil!). ¿Ocurrirá lo mismo en otras lenguas o es el español un caso especial?

En catalán, por ejemplo, no recogen el verbo processonar ni el metabuscador de la Generalitat, ni el Diccionari de Catalá Didac, ni el Diccionario de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, como tampoco figura en el vocabulario medieval del Institut d’Estudis Catalans. Sin embargo, es posible encontrar algunos ejemplos en internet. Son tan escasos, eso sí, que bien podrían tratarse de calcos del castellano. En gallego tenemos una situación similar a la catalana, ya que el Diccionario de la Real Academia Galega tampoco registra este verbo.

Por el contrario, en inglés encontramos to procession en el Merriam-Webster Online Dictionary, que lo considera un arcaísmo tomado del francés medieval con el significado de «to go in procession». La misma definición, «to march in procession», viene a dar el Collins English Dictionary, que también recalca que estamos ante un uso raro y antiguo. No deja de ser curioso que un neologismo para los españoles, sea un término pasado de moda para los ingleses. Y, sin embargo, lo mismo ocurre en italiano; según el Vocabulario de la Academia de la Crusca de 1816, processionare significa: «Andar aitorno a processione, o a guisa de processione; ma è voce inusitada». Así pues, voz rara ya en 1800, que significa ‘salir en procesión’. Por su parte, el Grande Dizionario Italiano Hoepli nos da una definición muy similar de processionare, al que califica como uso poco común: «Andare in processione o come in processione». Veamos, por último, el caso francés. Según el diccionario Larousse, processioner es un uso literario y antiguo que significa: «Marcher, se déplacer en procession». O sea, ‘ir o salir en procesión’; una definición que corroboran y amplian otros diccionarios en línea al definirlo como: «Faire une marche religieuse accompagnée de cantiques et de prières», o, más escuetamente, como: «Aller en procession». Hay que concluir, por tanto, que el español procesionar se corresponde en significado y etimología con el inglés to procession, el francés processioner y el italiano processionare, sin duda porque todos ellos derivan del latín processio, sustantivo derivado, a su vez, del verbo procedere, que significa ‘avanzar’.

Lo más relevante de la comparación anterior es que en inglés, francés e italiano —y he aquí el detalle que arrima un poco el ascua gramatical a mi sardina normativa— procesionar aparece únicamente como verbo intransitivo, por lo que el uso transitivo español parece ser una novedosa excepción que rompe el paradigma compartido con otras lenguas.10 ¿Es esta quizá la razón de que su uso en español chirríe más que el intransitivo? Y, en todo caso, ¿sería ésta causa suficiente para censurarlo o desaconsejarlo? Difícil de contestar sin duda, y por eso les confesaba hace unas líneas que la labor normativa es muy ingrata para los lingüistas. Si somos partidarios de respetar escrupulosamente el uso, entonces podríamos aducir que las imágenes, las reliquias y los pasos son transportados, por lo que la acepción transitiva de procesionar adquiere un sentido muy preciso (sacar una imagen o una reliquia en procesión). Si, por el contrario, somos muy, pero que muy, conservadores, podríamos recomendar dejar esta acepción en cuarentena un poco más, al menos hasta asegurarnos de que no causa un rechazo gramatical mayoritario, lo que sería razón para excluirlo de la norma de corrección. Eso sí, en cualquiera de los casos, los organismos normativos deberían admitir sin dilación la acepción intransitiva;11 sobre todo porque el uso y la aceptación de la gente nos demuestra que ese procesionar semanasantero parece haber venido para quedarse, por más que a algunos todavía les suene un poco raro.

En fin, si es este su caso, no olvide que habitualmente todo lo nuevo suele resultar extraño, y que situaciones parecidas se produjeron con otros neologismos como ningunear o precarizar,12 (y no digamos nada de incursionar) aceptados hoy en día por la Academia a pesar de lo raro que sonaban hace tan sólo unos pocos años; y lo mismo puede que pase con otros verbos en el futuro.13 Además, tenga en cuenta que no existe obligación alguna de emplear aquellas palabras que nos resulten inadecuadas, incorrectas o, simplemente, feas, ya que, como hablantes, tenemos la oportunidad y la libertad de escoger entre un amplio repertorio léxico. En último caso, y como último consuelo, recuerde que aunque algunos neologismos nos desagraden o nos suenen mal, siempre podemos alegrarnos de comprobar cómo nuestra lengua sigue creando palabras y acepciones, señal inequívoca de su buena salud.

 

En Sevilla, a finales de junio del 2010.

 

Luis Carlos Díaz Salgado

 

1 Las orugas llamadas procesionarias reciben este nombre por desplazarse una detrás de la otra; o sea, en procesión.

2 Si es usted periodista, le aconsejo que en su labor profesional sea muy cuidadoso, o cuidadosa, con empleos figurados como este. Estilísticamente, resulta mucho más objetivo y formal decir que las personas comparecen ante un juez u otro tipo de autoridad.

3 El buscador de google puede servir para darnos una idea aproximada del uso de un determinado término, pero su fiabilidad es muy cuestionable, ya que en ocasiones un mismo ejemplo puede aparecer, y contabilizarse, en múltiples ocasiones. Es necesario, por tanto, afinar las búsquedas todo lo posible.

4 Este comportamiento académico, además de elitista, resulta también científicamente cuestionable.

5 Doy por hecho que estamos ante un neologismo ya que el CORDE, la base de datos histórica del español, no recoge ni un solo ejemplo, a lo que debemos añadir que este verbo no figura en ninguno de los diccionarios académicos, antiguos o modernos. Si usted tiene constancia de que procesionar ya se empleaba en siglos pasados, le agradecería por tanto que me hiciera llegar la referencia bibliográfica.

6 Para entender la profunda relación entre la RAE y la Fundación de Español Urgente, baste recordar que Víctor García de la Concha es director de la primera y presidente de la segunda.

7 A pesar de que el DRAE no recoge esta acepción, verbalizar define el proceso por el que un adjetivo o sustantivo se convierte en verbo. Tampoco recoge el DRAE el término verbalizador, que es como se califican los sufijos empleados en el proceso anteriormente reseñado.

8 Es realmente llamativo que este verbo incursionar (realizar una incursión) sí figure en el DRAE, mientras que excursionar (salir de excursión) no esté «registrado», tal y como le ocurre a procesionar.

9 Director en su día de la Real Academia, y uno de los creadores del Departamento de Español Urgente, antecesor de la actual Fundéu, Fernando Lázaro Carreter censuró en su conocido El dardo en la palabra numerosos usos periodísticos, algunos de los cuales están hoy más que asentados.

10 Son escasísimos los ejemplos transitivos que he podido encontrar en francés.

11 El Libro de Estilo de Canal Sur, cuya autoría compartí con José María Allas, recogía y validaba ya en el 2004 el uso intransitivo de este verbo procesionar. Luego la Academia tampoco parece prestar mucha atención a lo que establecen los manuales periodísticos; otro ejemplo de cuánto debería mejorar el CREA.

12 Yo mismo censuré y desaconsejé el uso de precarizar en el Libro de Estilo de Canal Sur del 2004, y lo mismo hice con oscarizar. Hoy en día, y dada su aceptación y empleo, no podría seguir negando la corrección de estos verbos, sólo el primero de los cuales recoge el DRAE. Entono este mea culpa para demostrar que cualquiera que ejerza labores normativas está expuesto tanto al error o al desacierto, como a la crítica; de ahí que las obras normativas deban ser revisadas y actualizadas con cierta regularidad.

13 Pongo como ejemplos últimos y definitivos de esto que digo a verbos como conveniar (firmar un convenio) o recepcionar (¿responsabilizarse una administración de recibir un documento o una obra pública?) que también hace tiempo que llaman a nuestra puerta a pesar de que —cuando menos estilísticamente— resulten bastante discutibles.

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La nueva RAE, un espejismo de representatividad, neutralidad ideológica, laboriosidad y modernidad, 14: colaboración interacadémica ¿en pie de igualdad?

[Entrada anterior de la serie.]

La noticia de las distorsiones detectadas en los peruanismos del reciente Diccionario de americanismos (¿para cuándo el de españolismos?) de las academias, ya ampliada y precisada en la Bitácora de El Hablador, en la entrada que aquí reproducimos:

 

Diccionario de Americanismos: ¿qué Academia es la responsable?

Wednesday May 26th 2010, 10:47 pm
Filed under: Debate, Hablablog, Presentaciones

 americanismos

  

Por: Jack Martínez Arias

Hace ciento veinte años se gestó una idea que se concretó hace apenas unas semanas. Me refiero a la publicación del primer Diccionario de Americanismos (Santillana), un proyecto sin precedentes en la historia de la lengua española. En su elaboración, participaron las 22 Academias. Y la dirección general del proyecto estuvo a cargo del lingüista cubano Humberto López, Secretario General de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

En el Perú, la coordinación estuvo en manos del Dr. Marco Martos, Presidente de la Academia Peruana de la Lengua (APL). Fue también en nuestro país donde se llevó a cabo la primera (y hasta hoy única) presentación del diccionario.

La polémica en torno al diccionario se inició cuando un cable de la agencia EFE difundió una noticia a raíz de la mencionada presentación (que tuvo rebote en el Perú a través de la web de El Comercio): “Marco Martos criticó las distorsiones detectadas en los peruanismos registrados en esta obra”. Se añadía que Rodolfo Cerrón Palomino, vicepresidente de la APL se mostró implacable “al criticar las abundantes omisiones entre los peruanismos (…) la etimología errática o incompleta y el caos ortográfico observado en las acepciones peruanas”.

Ante ello, el lingüista cubano López Morales no tardó en mostrarse “completamente sorprendido al ver que se acusa al equipo de Madrid de lo que es responsabilidad absoluta de la corporación limeña”, ya que “es en las Academias (de cada país) donde comienza realmente el proceso de revisión de los lemas y de los demás elementos que constituyen cada uno de sus artículos: uso,  definición, marcaciones, etc.”

Así culminó la noticia. Ante la mayoría de lectores, la Academia Peruana de la Lengua terminó mal parada, siendo paradójicamente, ella misma, la única culpable de lo que criticaba.

Mesa de discusión

Tras varios días de silencio, el equipo peruano encargado de la revisión de peruanismos en el Diccionario de Americanismos, a través de la Academia Peruana de la Lengua Española, organizó una Mesa Redonda sobre el tema en la Unidad de Posgrado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Allí, las intervenciones tuvieron un común denominador: señalaban las falencias de la publicación, y luego, éstas se minimizaban porque eran “pequeñas”, situadas en el contexto de una obra monumental y valiosísima como este Diccionario de Americanismos.

Pero, ¿cuáles son las omisiones o errores del Diccionario…?

En su intervención, Mari Carmen La Torre (miembro de la Comisión de Lexicografía de la Academia Peruana de la Lengua) señaló que muchos “pedidos y recomendaciones” no se tomaron en cuenta en la edición final. Es decir, fue en Madrid y no aquí donde se desestimaron. Entre las recomendaciones se encontraban la incorporación de nuevas acepciones a peruanismos ya existentes y se solicitó la intervención de expertos en lenguas amerindias para las observaciones concernientes a las etimologías de las palabras usadas.

Por otro lado, el lingüista Juan Quiroz criticó, entre otras cosas, la estructura del diccionario, el listado de gentilicios internacionales populares (en los que se incluyen Lorcho, Roto, Charrúa, Colocho, Mono) y gentilicios populares locales en los que se lee “Chacarato” en lugar de Characato, por citar un ejemplo.

El español Julio Calvo (autoridad mundial en los estudios sobre el uso de la lengua española en el Perú), fue menos crítico y dijo que en un “acontecimiento de primer orden en la lexicografía”, como éste, se hace muy difícil obtener la información de todos los ámbitos y “por eso se registran algunos desajustes”. Dijo que, además, el Diccionario de Americanismos, para el inicio de su elaboración, juntó la mayoría de diccionarios de peruanismos (así como sus correspondientes en otros países de la región) para tomarlos como insumo base. Entonces, al no contar aquí con un diccionario de peruanismos como referente, sino con muchos diccionarios de peruanismos incompletos, los yerros de éstos fueron transmitidos, tal cual, a la primera versión del Diccionario de Americanismos.

Entonces surge otra pregunta: ¿Con qué criterio, el equipo de Madrid, dejó de lado las correcciones y añadidos posteriores del equipo peruano? Para tratar de dilucidar el tema, hablamos con Marco Martos.

***

Antes de responder esta cuestión, Marco Martos aclaró que las supuestas críticas aparecidas en la nota de EFE fueron descontextualizadas. “Entre otras cosas, lo que dije fue que en obras tan grandes como el Diccionario de Americanismos, se suelen encontrar más errores, porque estas publicaciones son observadas con mayor prolijidad”. Además, el cable internacional no habría citado a Martos cuando elogió el hecho de que “por primera vez, 22 países se pusieron de acuerdo en hacer un diccionario que contiene 123 mil voces, más que las 83 mil que están actualmente en el DRAE”. Por todo ello, Marco Martos se mostró mortificado. Porque sabe que “ese artículo tuvo una repercusión muy grande: se leyó en doscientos cincuenta diarios de España. Y en medio de ese ambiente, la respuesta de Humberto López es comprensible”.

Sin embargo, situada la polémica, la pregunta esencial sigue vigente: ¿bajo qué argumentos se desestimaron las modificaciones? Tanto Marco Martos como los ponentes no tienen una respuesta clara. Se desliza la sensación de que ese Diccionario de Americanismos no es también “nuestro”, sino que es una obra de la Real Academia Española acerca de “nuestros usos americanos de la lengua española”. Marco Martos refiere que “ahora, como peruanos, en lugar de reclamar, haremos nuestro propio diccionario. Todos los diccionarios de peruanismos que se han hecho hasta hoy son el fruto de esfuerzos individuales,  y la mayoría le pertenece a personas que no son o fueron lingüistas ni lexicógrafos. Necesitamos una obra consolidada”.

El Diccionario de Peruanismos del que habla el Presidente de la APL ya está en marcha. Es dirigido por Julio Calvo (que acaba de publicar un diccionario Español–Quechua con la USMP), y con él “hay un equipo de treinta personas trabajando de forma gratuita”, enfatiza Martos. El Diccionario estará listo el 2010 y “luego de la edición de lujo, se publicará la edición popular y, finalmente, el Diccionario podrá ser consultado a través de Internet”, dice Marco Martos quien, además, ya nos viene entregando adelantos de los peruanismos que incluirá esta publicación, a través de su columna de los jueves en Perú 21.

Con ello, el caso del Diccionario de Americanismos parece estar cerrado para la APL, institución que ahora aboca su atención hacia un proyecto propio e independiente: un Diccionario de Peruanismos que sirva de referente confiable para futuras recopilaciones al respecto.

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La nueva RAE, un espejismo de representatividad, neutralidad ideológica, laboriosidad y modernidad, 13: nueva edición de la NGLE (2013) o cómo tomar el pelo al usuario

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[Entrada anterior de la serie.]

No contentos con haber publicado la primera versión de la Nueva gramática de la lengua española sin estar aún completa, sin versión en línea, en campaña de Navidad y a precio de oro (120 €), y de haberlo hecho meses antes de publicar la versión compendiada de los dos primeros volúmenes, mucho más asequible (24,90 €), a fin de asegurar multimillonarias ventas de la primera (también en EE.UU.), ahora su principal ponente, Ignacio Bosque, nos anuncia que la NGLE va a reeditarse en el año 2013.

No son ajenos a esta decisión los clamorosos errores detectados en el campo del voseo (los voseantes de todas las zonas de voseo los verán enseguida), advertidos en primer lugar por miembros de la Academia Costarricense de la Lengua, que han llevado a su representante a exponer públicamente esos fallos atribuyéndolos al proceso de edición, para así exculparse ante los hablantes ticos:

El voseo costarricense en la ’Nueva gramática’

Columnista huésped | 13 de Junio 2010

Por Miguel Ángel Quesada Pacheco - miembro de número de la Academia Costarricense de la Lengua - miguel.quesada@if.uib.no

La Nueva gramática de la lengua española (dos tomos, Madrid 2009; en adelante NGRALE), producto de muchos años de intensa labor conjunta por parte de todas las Academias de la lengua española, es hoy la fuente más extensa de datos sobre la estructura gramatical del español.

No obstante, sobre el voseo vienen unos datos que no calzan con la realidad costarricense: en el cuadro que figura en página 211 del primer tomo, se incluye, como variante, la forma diptongada para Costa Rica; además, en la página 215 de dicho tomo se afirma que el voseo del sur de Costa Rica se inflexiona como el panameño; esto es, en sus formas diptongadas (-áis, -éis).

A todas luces, lo que ocurrió fue un yerro que escapa de las manos de la Academia Costarricense de la Lengua, como aclaro en las siguientes líneas. En primer lugar, porque yo, como responsable de la revisión de los textos originales, más un asistente que tuve para tal fin, habríamos detectado el gazapo inmediatamente. En segundo lugar, porque no se han registrado formas diptongadas en la región sur de nuestro país.

Las primeras manifestaciones documentales del voseo en Costa Rica muestran uno diptongado (vos verás lo que debéis hacer, se lee en un manuscrito cartaginés de 1723), el cual debió haberse extinguido hacia la época independiente. Obviamente, este hecho histórico nada tiene que ver con el reciente dato de la NGRALE.

En un mensaje electrónico del 26 de noviembre de 2004, se envió a la Academia Costarricense de la Lengua el capítulo referente al Pronombre personal (I), que es la versión original del §16.17 de la actual NGRALE. De este envío se extraen las siguientes líneas:

g) La variante cantás/ tenés/ salís, procedente de la evolución de las formas en -áis/ -éis, es la más extendida de las que conoce el voseo flexivo. Esta pauta es general en la Argentina, salvo en la zona de Tierra de Fuego, en la que hasta hace poco no se voseaba. Es también la habitual en el Uruguay, en frecuente alternancia con las variantes del tipo (2). La misma pauta corresponde a las regiones voseantes de Centroamérica, la zona andina de Colombia, norte y este de Bolivia y otros territorios. La pauta cantáis/ tenís/ partís se ha documentado en Chile, la sierra ecuatoriana, Perú y algunos departamentos bolivianos, a menudo en alternancia con la anterior. El tipo cantás/ tenís/ partís corresponde a Chile, salvo a las regiones meridionales. Se ha documentado asimismo en el oeste de Bolivia, en la provincia ecuatoriana de Loja, en algunas zonas del Perú meridional, y en regiones argentinas de Rivadavia, Río Negro y Córdoba. El voseo de tipo (2) se desdobla a veces, aunque menos frecuentemente, en estas mismas variantes flexivas. La flexión verbal mayoritaria en el tipo (2) de voseo es (tú) cantás/ tenés/ salís. No obstante, el esquema (tú) cantáis (o cantái)/ tenís/ salís es frecuente en el español popular chileno. Pueden verse los paradigmas completos en el §’ FLEXIÓN VERBAL.

En otro mensaje, con fecha 7 de mayo de 2008, la RAE nos envió el capítulo referente a la Conjugación verbal, donde venía el cuadro que dio origen al actual del tomo I, página 211. En ese cuadro no venía el error que ahora sale publicado respecto del voseo costarricense, razón por la cual no hubo menester corregir nada; la única enmienda importante de fondo que se propuso fue:

f) Cuadro pág. 35. Agregar en la casilla correspondiente a Costa Rica/ Pret. simple: cantaste(s), comiste(s), viviste(s), y en el futuro: cantarás, comerás, vivirás.

Además, en ninguna parte del capítulo original mencionado venía una descripción del voseo por países, la cual se aprecia en la actual NGRALE (tomo I, páginas 211-216).

En suma, en estos capítulos, que son, como queda dicho, la versión original de los actuales § 4.7 y § 16.17 del tomo I de la NGRALE, en ningún lugar figuraba lo que ahora se apunta en páginas 211 y 215.

A todas luces, los datos erróneos se agregaron después. Desgraciadamente, la Real Academia no nos pidió revisar la última versión; es decir, la que iría a imprenta, con lo cual el error publicado escapa a nuestro conocimiento.

En razón de lo anterior, escribí a don Ignacio Bosque, director de la Nueva gramática, quien inmediatamente se puso en contacto con doña Edita Gutiérrez, responsable de la impresión, la cual, en mensaje enviado el 21 de mayo pasado, me contestó lo siguiente:

*Me ha pedido Don Ignacio Bosque que averigüe qué ha ocurrido con la información sobre las formas de presente de subjuntivo del voseo costarricense, que aparecen en la tabla "Distribución de las formas del voseo verbal" del capítulo 4 de la NGRALE (§ 4.7i). Estas formas, como usted señalaba, no son correctas y no coinciden con el contenido desarrollado en el capítulo.

Tras rastrear en diferentes documentos, he descubierto que no se trata en realidad de un error, sino de una errata que se ha producido durante la maquetación de las últimas pruebas de imprenta. Como consecuencia, se ha descolocado toda la información de la columna del presente de subjuntivo.

Las voces de esa columna en la página 211 de la Gramática se han desplazado una posición hacia arriba. Por ello, en la casilla de Costa Rica aparecen las formas de Panamá, y en Venezuela, las de Guatemala. En el resto de los países no se ha producido el desajuste porque las formas coincidían. Esta es la causa de que la información del texto no coincida con la que se ofrece en la tabla.

Lamentamos profundamente el problema que ha suscitado esta errata, en especial por el trabajo de todas las Academias, que revisaron cuidadosamente las sucesivas versiones de este capítulo y contribuyeron de manera esencial a mejorar el texto definitivo.

Le agradecemos mucho la notificación de este error, que no teníamos localizado y que trataremos de subsanar lo más rápidamente posible.* Hechas las aclaraciones del caso, se entiende -aunque no se justifica- cómo sucedieron los errores que figuran en las descripciones que se hacen del voseo en cada uno de los países hispanoamericanos, y que siguen al cuadro de las erratas.

Esperamos que los responsables de la NGRALE publiquen una fe de erratas, y que en la próxima edición vengan enmendados los errores que, con toda razón, han dejado a todos los interesados, y particularmente a los costarricenses, en una situación de inquietud.

 

Ya dijimos que esta gramática, como toda obra panhispánica, tenía forzosamente que presentar errores e inconsistencias. Si no es fácil poner de acuerdo a los académicos de una sola academia, imaginen lo que supone concordar a los representantes de 22 academias y coordinarlos sin que hayan contradicciones doctrinales, errores o lapsus en el proceso. Ya lo vimos aquí, al tratar de los debates interacadémicos en torno a la nueva ortografía, en proceso de renovación también para corregir errores de la edición vigente.

Pero si bien eso es comprensible y esperable, lo que no es de recibo es que nos hagan pasar por caja a cada poco, siendo que otras gramáticas normativas de academias españolas (del catalán, del gallego y del valenciano) están en la red, siendo que a la RAE y a sus asociadas (también a ellas) va a parar un pellizco importante de nuestros impuestos y siendo que no está el horno económico para bollos, menos aún en el caso de traductores, correctores, redactores y periodistas. Lo que procede en este caso es justo lo que pedía Miguel Ángel Quesada: publicar una necesaria fe de erratas, que bien podría subirse a la red, como debería subirse algún día la bibliografía de las fuentes consultadas para la NGLE. En lugar de eso, Ignacio Bosque ya habla de una reedición para el 2013 que, sin duda, corregirá esos errores y otros. Si eso no es fraude al lector, que baje Menéndez Pidal y lo vea.

Lo más vergonzoso, sin embargo, es que justamente desde los sectores de profesionales a los que se dirige esa gramática no se eleven quejas públicas por este trato. Aún es hora que se oiga alguna de parte de las asociaciones y gremios. Pareciera que, hoy, a nadie le convenga enemistarse con la RAE, sus caballeros y sus patronos.

Silvia Senz y Montse Alberte

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The Open Publishing Handbook

Tal vez la respuesta más llamativa a la consulta que hemos estado formulando estos días en A&C (1 y 2) la ha dado Joaquín Rodríguez, poniendo en marcha esta iniciativa colaborativa: The Open Publishing Handbook.

Cabe señalar que en su presentación del manual abierto de edición pone la idea en relación con nuestro requerimiento. Dice Joaquín:


En tiempos revueltos es posible que el axioma de que mil cabezas son mejores que una sola sea irrebatible. Estos últimos días Silvia Senz se preguntaba si publicar un manual de edición tendría o no todavía sentido. Es posible que sí, pero no desde luego en la forma de una obra clausurada, cerrada sobre sí misma, con presunción de perpetuidad e ínfulas de texto irrebatible. Los cambios son tantos, tan acelerados; las incertidumbres son tantas, tan inexcrutables; los futuros son tan plurales que más vale explorarlos colaborativamente.

 

La verdad es que yo no me preguntaba eso. Lo que Montse Alberte y yo (como coautoras de un proyecto en el que probablemente entre otra gente) planteábamos es si, tal y como está hoy el mercado sectorial, se considera necesario un manual de edición de textos y corrección editorial, pero no de edición. No es tanta nuestra ambición y dominio del tema.

Para aclarar conceptos (algo a lo que venimos dedicándonos), la edición de textos es una parte muy concreta de la edición que no se ve grandemente afectada por los cambios tecnológicos, sino más bien por los cambios legales y normativos, a pesar de lo cual mantiene un método inalterable que responde a factores fijos:

1) el código escrito, que tiene características generales peculiares e inalterables;

2) la norma (de todo tipo), que se establece también según métodos, fines, modelos y un catálogo de criterios estables;

3) la relación de intermediación del editor de textos entre autor, productor y lector;

4) las peculiaridades de las tipologías textuales;

5) el conocimiento tipográfico fundamentado en criterios razonados de legibilidad, proporcionalidad y funcionalidad.

 

Y es a esas partes fijas que condicionan un método a lo que queríamos atender en primer lugar. En segundo lugar, a lo variable.

En cuanto a nuestra participación en la iniciativa de Joaquín, si bien consideramos realmente encomiable su capacidad de emprendimiento y su altruismo, hemos de dejar claro que nuestras circunstancias económicas nos impiden regalar sin más nuestro conocimiento, más allá de lo que ya solemos hacer aquí. La generosidad tiene un límite para nosotras: el que nos imponen los bancos.

Por otra parte, mal encajarían asuntos de edición y corrección de textos en castellano o en catalán en un manual en inglés.

Con todo, animamos a participar en el prometedor The Open Publishing Handbook a todo el que esté en condiciones de hacerlo. Es una estupenda idea.


Silvia Senz y Montse Alberte

 

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Contra las autoridades lingüísticas arbitrarias, 2. ¿Quién y cómo se atiende el consultorio de la RAE?

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[Viene de aquí.]

Como parte del proceso de renovación institucional iniciado por Fernando Lázaro Carreter en 1992, en 1998  se creó en el seno de la Real Academia Española el Departamento de Español al Día y se abrió la página web de la Corporación. Por medio de ambos se pretendía ofrecer un nuevo canal de atención de las consultas lingüísticas formuladas por los hablantes a la Real Academia Española. Si hasta la fecha tales consultas se realizaban por fax y correo postal, con ese nuevo departamento y el servicio en línea podían tramitarse también por correo electrónico.
Tanto para el «mantenimiento y desarrollo del servicio Español al Día en internet» como para la «elaboración de un Diccionario normativo de dudas» —el actual DPD—, así como para la «dotación de la infraestructura y de comunicaciones necesaria para establecer una red interacadémica que garantice la eficacia de las conexiones entre la Española y sus veintiuna correspondientes», el 8 de marzo del 2000 la RAE firmó un convenio de colaboración con Telefónica, que se canalizaría a través de la Fundación pro Real Academia Española, según el cual la empresa española de telefonía dotó a la Docta Casa de «alrededor de 300 millones de pesetas» para el periodo 2000-2002, cuantía que se renovaría en convenios sucesivos hasta la actualidad (RAE: «Convenio de colaboración entre Telefónica y la Fundación pro Real Academia Española», Boletín de la Real Academia, tomo LXXX, enero-abril 2000, pp. 163-164).
Los objetivos de la RAE e, implícitamente, de Telefónica apuntaban alto. En el primer convenio firmado se establecía que, por una parte, el servicio Español al Día «trata de convertirse en una enciclopedia viva del español correcto». Como suele suceder con las ampulosas palabras de la Corporación, el tiempo las convierte en promesas más o menos hueras. Respuestas tan erróneas del servicio «Español al día» como la que recibimos no hace mucho echan por tierra los aventurados propósitos de la Docta Casa:


Tetrabrick es en origen el nombre comercial registrado de los bricks de la marca Tetra Pack. El equivalente en español es envase de cartón o, simplemente cartón o caja. No obstante, el término tetrabrick está muy difundido y aparece en más de 20 000 páginas en español a través de Google; en nuestro banco de datos CREA figuran 14 ejemplos de uso, todos de España y Argentina. También lo recoge ya el Diccionario del español actual de M. Seco.



Del análisis de esta respuesta se desprende que ni uno solo de los datos proporcionados es correcto:

– Se nos dice que el nombre comercial es Tetrabrick. No es cierto: el nombre comercial es Tetra brik, como puede comprobarse en la página web www.tetrapak.com
– Se afirma que la marca es Tetra Pack. Tampoco es cierto: la marca es Tetra Pak, como bien puede verse en el nombre de la página web indicada.
– Se asegura que en el CREA figuran 14 ejemplos de tetrabrick. Es falso: el CREA recoge 12 ejemplos (en 6 documentos) de esa forma.
– Se asevera que el Diccionario del español actual de M. Seco recoge el término Tetrabrick. No es cierto: recoge la voz tetrabrik e indica como variante tetra brik (p. 4305).

Nos preguntamos quién está detrás de respuestas tan desatinadas, falsas e incorrectas como esta; qué protocolo se sigue en el departamento de Español al Día; cuál es la formación de las personas que se ocupan de solventar las dudas de los hablantes; si hay algún control sobre las respuestas ofrecidas… En definitiva,  ¿enciclopedia viva del español correcto?

En un artículo publicado en El País el 24/03/2007se nos decía que el departamento estaba formado por seis trabajadoras, incluida su directora, Elena Hernández, la única de la que conocemos alguna trayectoria, primero como coautora con Manuel Seco de la Guía práctica del español actual. Diccionario breve de dudas y dificultades (Madrid: Espasa Calpe, 1999) y luego como coordinadora del Diccionario panhispánico de dudas académico (Madrid: Santillana, 2005). De la preparación de las seis se comentaba: «cada una está especializada en un campo —ortográfico, morfológico, gramatical, léxico...—».

Afirmar tal cosa es como no decir nada. Y no sólo porque esos datos no reflejan el perfil curricular preciso de cada una de ellas y no permiten valorar en su justa medida su capacitación; es que además

1) todo especialista sabe que resulta imposible dominar el vastísimo terreno que cada uno de esos ámbitos comprende;

2) y todo especialista sabe también que no hay siquiera estudios y obras de referencia suficientes sobre estas materias aplicadas al castellano a las que poder acudir para responder a las dudas que se planteen.

Un ejemplo: el citado artículo de El País comenta cómo a una de las trabajadoras, una tal Almudena, le acaba de llegar una petición de ayuda desde México que reza: «Por favor, soy escritor de temas legales y en las sentencias de nuestros tribunales aparecen palabras que no están en el diccionario principal ni en el de dudas. Les rogaría me informen sobre estas palabras en usos legales: ’Liminarmente’, ’merituar’, ’inconciabilidad’, ’elevatoria’, ’inatacabilidad’ [...]».

¿Qué pueden responder las trabajadoras del departamento de Español al Día si precisamente las obras académicas no dan respuesta a esas dudas? ¿De qué material extraacadémico de consulta disponen y qué conocimientos de ese campo de especialidad tiene Almudena para responder adecuadamente? No serán muchos cuando se constata la incapacidad de la RAE para cumplir con los convenios establecidos con el Ministerio de la Presidencia español, por los que se comprometía a revisar la calidad de los textos legales que elabora el Gobierno. Es más, ¿el consultorio de la RAE tiene establecido un protocolo que permite responder con arreglo a obras no académicas? Si es así, ¿qué más da que el consultorio sea de la RAE o de Perico de los Palotes, si Perico de los Palotes dispone del mismo material de consulta que la RAE? ¿Dónde queda entonces la autoridad idiomática?

Por supuesto, nada de esto se les aclara nunca a los usuarios del servicio, cuya opacidad resulta tan engañosa como lamentable. Si, además, en fecha actual el departamento de Español al Día sufre los problemas de precariedad salarial y formativa que se desvelaban en estas entradas anteriores del blog, el servicio de atención a consultas puede ser aún mucho menos digno de confianza:

RAE rica, trabajadores pobres

Los figurantes de la Real Academia Española

A pesar de ello, la Academia Española, obsesionada con hacerse presente en todos los campos de planificación del español —incluidos los técnicos, que nunca han sido su objetivo y para los que no tiene profesional especializado—, ha suscrito convenios con diversas administraciones públicas españolas (ayuntamientos y diputaciones) en los que se establece que sus consultas al departamento de Español al Día en materia de lenguaje administrativo se atenderán de manera preferente. Dios los coja confesados...


Montse Alberte y Silvia Senz

 

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Formación editorial: seguimos el diálogo con nuestros lectores

Antes que nada, queremos decir que agradecemos infinitamente las respuestas recibidas a nuestra consulta. Ha sido una placer conocer mejor a nuestros lectores (incluidas sus páginas respectivas) en los casos en que aún no habíamos tomado contacto con ellos.

El derrotero de las conversaciones privadas que han seguido a ese contacto nos ha mostrado que existe cierto deseo y necesidad de formación en el área de Edición y Corrección de Textos, mayor en Latinoamérica que en España pese a que aquí, para el castellano, la formación es un verdadero páramo: del todo fragmentada, dispersa e insuficiente.

Por experiencia propia intentando promover posgrados en línea de estas materias, parece que quienes podrían apoyarlos no tuvieran siquiera la conciencia de lo mucho que hay por enseñar y aprender. Y se nos ocurre que tal vez una obra de referencia es el primer paso hacia la creación de esa conciencia, primero entre formadores, después dentro de un mercado editorial que, ante un panorama de edición digital abierto al intrusismo, ha de comprender que su futuro pasa por recuperar dos atributos propios del editor de raza: selección y calidad.

Como decía Ado, tal vez se trate de que la oferta cree la demanda.

Nos gustaría seguir leyendo más impresiones. Gracias de antemano.


Silvia y Montse

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